A propósito de su paso por Alemania en la agitada década de los treinta Money Kyrle dirá:
“Yo recuerdo haber sido llevado a oír a hablar a Hitler antes de que llegara al poder. El era precedido por Goebbels. Los dos oradores dijeron las mismas cosas, y en el mismo orden. La repetición no aburrió a la audiencia. Como en el Bolero de Ravel, la repetición parecía aumentar el efecto emocional.
No era fácil mantener el propio equilibrio. Si uno no era capaz de identificarse con la multitud y compartir sus intensas emociones, casi inevitablemente, lo vivía como un siniestro y terrorífico super individuo. A mí, al menos, los discursos en sí no me resultaban particularmente impresionantes. Pero la multitud me resultó imposible de olvidar. La gente parecía ir perdiendo gradualmente su individualidad, e ir fusionándose en un monstruo no muy inteligente, no demasiado cuerdo, y por tanto capaz de cualquier cosa. Todavía más, era un monstruo elemental, algo de la era paleozoica, sin ningún juicio y sólo unas pocas, pero muy violentas pasiones. Había algo mecánico también, porque era bajo el completo control de la figura que la dirigía desde el escenario. Él evocaba o modificaba sus pasiones, tan fácil como si fueran las notas de un gigantesco órgano”.
“El tono era muy fuerte, pero muy simple. Hasta donde yo podía reconocer, eran sólo tres, o tal vez cuatro notas; y tanto los oradores como los organistas las tocaron en el mismo orden. Por diez minutos oímos los sufrimientos de Alemania en los trece o catorce años desde la guerra. El monstruo parecía entregado a una orgía de autocompasión. Después, durante los siguientes diez minutos sobrevinieron las más terroríficas fulminaciones contra los judíos y los socialdemócratas, como los únicos responsables de estos sufrimientos. La autocompasión cedió el lugar al odio; y el monstruo pareció volverse homicida. Pero la nota fue modificada una vez más; y en esta oportunidad oímos durante otros diez minutos sobre el crecimiento del partido Nazi. Cómo desde su pequeño comienzo llegó a transformarse en todopoderoso. El monstruo devino conciente de su dimensión, intoxicado por el convencimiento en su omnipotencia”.
“Hasta el momento, no había ninguna diferencia esencial entre Goebbels y Hitler. Los dos tocaban la misma melodía, con sólo pequeñas variaciones. Pero Hitler terminaba en una arenga que estaba ausente en el discurso de Goebbels. Esta fue una apasionada apelación a la unión de todos los alemanes. El monstruo se volvía humano y muy particularmente sentimental. Pero su sentimentalismo terminaba en una nota casi masoquista. En un silencio mortal, Hitler, el comandante de una formación compacta de nazis uniformados, gritaba una sola sentencia como una suerte de Amen: “Alemania debe vivir, aún si tenemos que morir por ella”. Nadie preguntaba quién amenazó Alemania; y porqué el sacrificio supremo tenía que ser necesario. Esto estaba fuera de toda discusión. Ante una sola palabra de su líder, el monstruo estaba listo, ansioso por inmolarse a sí mismo”.
“Frecuentemente se hace descansar el deseo de salvación sólo en un hombre. El pecador, que primero ha sido conciente del horror de su culpa, es exhortado a mirar al Señor. Es similar en el campo secular, aquellos que son o han devenido ansiosos o depresivos, son llevados a buscar su salvación en una causa nacional o partidaria”.
“Como propaganda, estos discursos fueron un gran éxito. Por lo tanto, si nuestras asunciones son correctas deben haber apelado a algo ya presente en el inconciente. A cada sucesivo tema, debe haber correspondido cierta preexistente fantasía inconciente”.
“El primero de estos temas eran los sufrimientos de Alemania. Es bastante cierto que Alemania había sufrido realmente. Había sido humillada; la depreciación de su moneda había barrido los ahorros de su pueblo; y estaba en el fondo de una depresión económica sin precedentes. Seguramente esto es suficiente para explicar al menos la primera parte de la cuestión, sin observar los factores inconcientes. Pero cuando recordamos qué fácil un habilidoso agitador puede crear un incendiario sentido de reclamo, por ejemplo, entre personas que pueden haber estado medianamente satisfechas, vemos que debe haber algo en nosotros que nos hace particularmente sensibles a cualquier sugestión de que hemos sido maltratados. El inconciente, de hecho, usualmente siente maltrato, porque la mayoría de la gente, aunque busque negarlo, lleva un enemigo imaginario dentro de ellos; y por esta razón están dispuestos a creer en un daño de origen externo. Alguna gente llega tan lejos que puede provocar algo externo a fin de reducir el conflicto interno. Pero la gente promedio está en algún lugar entre los dos extremos del perfecto equilibrio y la locura. No es tan fácilmente conmovido por la propaganda como para creer en todas las injusticias imaginarias, pero está predispuesta a sobrestimar cualquier injusticia real si se la agita. Al momento del discurso que describo, las condiciones habían empezado a mejorar un poco. Pero bajo la influencia de la propaganda la gente devino mucho más conciente de sus sufrimientos que lo que había sido antes. Los sufrimientos imaginarios inconcientes fueron evocados para reforzar los reales y concientes”.
El paso siguiente era señalar a los autores de estos sufrimientos. En realidad, el mayor enemigo era la gran depresión, que había empezado en América (Se trata de un real, al decir del lenguaje psicoanalítico de nuestros días, mucho de lo que dirá más adelante MONEY Kyrle, puede ser entendido como un análisis de los discursos, relatos, ficciones políticas que organizan éste real, y que al decir de él tiene particular importancia en el devenir de la historia de los hombres).
“Pero el concepto de una fuerza impersonal como causa de nuestras desgracias es una tardía y precaria adquisición de la mente humana. Para los primitivos salvajes la calamidad no era nunca el resultado de fuerzas impersonales. Si sufrían de hambruna, enfermedad o repentina muerte, buscaban al hechicero (discurso), que con su diabólica magia les había hecho estas cosas. Desde nuestro más altivo punto de vista, estamos tentados de ridiculizar estas supersticiones primitivas. Pero ellas tienden a persistir también en la profundidad de nuestro inconciente. El inconciente registra a sus enemigos internos, y comienza atribuyéndoles cada nueva calamidad. Pero si alguien apunta a un autor externo, estamos preparados para creerle. El temor y el odio a un enemigo externo alivia inmediatamente la tensión interna. Hay usualmente un pequeño elemento de verdadera realidad, que es exagerada de manera excesiva. Alguna gente se benefició con la gran depresión. Algunos de ellos eran judíos o socialdemócratas. Los oradores necesitaban sin embargo acusarlos, y la audiencia, en un trance semi hipnótico, los hacía ya probados culpables y condenados”.
“Pero la autocompasión y el odio no fueron suficientes. Era también necesario empujar afuera el miedo. Sino habría quedado el Partido como demasiado cauteloso para desafiar al estado. Así que los oradores pasaron de la vituperación a la glorificación de sí mismos. Desde esos pequeños comienzos del Partido, hasta el presente en el que se hacía invencible. Cada oyente se sentía parte de su omnipotencia. Había sido transportado hacia una nueva psicosis. La inducida melancolía se había trocado en paranoia, y la paranoia en megalomanía. Puesto en lenguaje psicoanalítico, no era suficiente sustituir un enemigo interno por uno externo. Era también necesario convertir el perseguidor interno en un poderoso aliado, que se mantuvo ciertamente terrible, pero que se volvería terrible sólo con el enemigo de uno, y ya no con uno mismo. El demonio devino el dios alemán, y cada oyente sintió que se levantaba y le estallaba el pecho”.
“Todavía restaba algo insatisfecho en el inconciente; porque no contiene sólo temores y odios, sino también un intenso deseo de un cierto Paraíso, donde las injurias son corregidas y todos los hombres se aman. Así que Hitler hizo una gran apelación a la unidad. Esto me pareció a mí el secreto de su éxito. Si, como alguno de sus discípulos, él no hubiera tenido más que terribles rayos que ofrecer, no podría haber permanecido como el dios que es para ellos. Incluso conmovió el anhelo inconciente de una familia ideal, en la que ninguno fuera injuriado, y cada uno pudiera estar en paz. Este Paraíso, sin embargo, era sólo para verdaderos alemanes y verdaderos nazis. Todos por fuera permanecerían perseguidores, y por lo tanto objetos de odio”.
“Los comienzos de la vida anímica todavía están por supuesto envueltos en misterio. Freud pensó que la idea de la edad de oro en el pasado o en el futuro de tantas mitologías, derivaba de recuerdos de épocas prenatales en las que nuestras necesidades fueron satisfechas automáticamente. Podemos coincidir en que esto puede haber sido un tiempo pacífico en condiciones de seguridad y confort que tratamos de recapturar cada noche en el dormir. Pero no podemos asegurar de que no esté algunas veces interrumpido por ataques de ansiedad, a partir de algún disturbio endócrino de la madre con su bebé, o producido directamente por una caída o un shock, o por el coito de los padres, que al menos en sueños, es frecuentemente representado, como un ataque sobre un bebé que todavía no ha nacido”.
Entonces, una profunda necesidad de retorno a la edad de oro, imaginada en la temprana infancia, es la principal motivación para aquellos que trabajan para propagar su religión, o para el equivalente secular de un ideal político.
Lo que pareciera una sólida verdad, en lo concerniente a los propósitos políticos, resulta muchas veces, sólida sí, pero en lo concerniente a las fantasías inconcientes de las que parte.
“Aclamamos como sólida verdad, las fantasías inconcientes concernidas en distintos tipos de propósitos políticos, aunque no sean verdades las realidades que dicen ofrecernos.
Probablemente las más habituales distorsiones son: una sobreidealización de la edad de oro de la infancia, y un diagnóstico equivocado sobre las causas de su pérdida”.
“Durante el último medio siglo, la datación de la edad de oro fue progresivamente llevada hacia atrás. Se asumía que nuestros años de colegio, o a lo sumo nuestra infancia, habían sido doradas. Pero el recuerdo en análisis de muchas de las tormentas, y tristezas de este período, rompieron esta convicción. Freud mismo creyó en una Edad de oro en la primera infancia, que Abraham llamó preambivalente. Pero Melanie Klein mostró que esto también era un mito. Hay períodos felices después del nacimiento, pero cuando el bebé llora sugiere una pérdida del alma, algunas veces hasta suena como un demonio del infierno. Podemos todavía suponer que en algún momento de la vida prenatal, existió una época de felicidad. Todavía podemos suponer que en algún momento de la vida prenatal, antes de las relaciones objetales, en un sentido ordinario, existió una época de paz. Pero muy difícilmente se la puede suponer como una época de amor universal”.
“Puede haber poca duda, que una edad de oro de paz y amor universal, es una fantasía del final de la infancia, y que inconcientemente es localizada antes del nacimiento, y espacialmente en el cuerpo de la madre (preservada en la memoria dentro de una parte buena del cuerpo del self). Aquí todos los hermanos – todos los que vinieron al mundo y una multitud de aquellos que en la fantasía del chico debieron hacerlo, viven en paz y amor universal, todos igualmente protegidos por el envolvente amor de los padres creativos. En este Edén, no hay lugar para la frustración, no hay envidia, celos u odio. Los animales alguna vez salvajes, ya no se devoran entre ellos”.
“Aún más, esta fantasía viene a ser una reacción contra, y un aspecto disociado de otra, también exagerada, tal vez más cerca de la verdad: la fantasía de una naturaleza “roja en diente y garra”, de un mundo de chicos codiciosos gobernados por la envidia, los celos y el odio, y en una pelea por sobrevivir. Observamos un mundo semejante (inconcientemente localizado en una parte mala del cuerpo de la madre y más tarde en el self), de tiempo en tiempo, en cualquier nursery”.
“Algo más de luz, pienso, se puede echar sobre el problema, considerando cómo, según las teorías sobre la edad de oro, llegan al dolor de la pérdida. Estas teorías ofrecen francos contrastes. En el mito bíblico del pecado original, el hombre era responsable de su propia caída. En el mito sociológico de la inocencia originaria, usualmente atribuida a Rousseau, el hombre mismo era libre y noble hasta ser esclavizado por las demoníacas instituciones. Y los dos tipos de mitos corresponden a miradas contrastantes de dos escuelas de educadores, que consideran en un lado la malicia inherente a los niños, en el otro que la estúpida malevolencia de los padres es la responsable de los males humanos”.
[*] Los autores han realizado una traducción libre de párrafos de distintos textos de Kyrle, citados en la Bibliografía; han editado su intercalado, realizado resaltado en negritas y también hecho comentarios a partir de dichos párrafos.
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