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Marc Chagall - Blue lovers, 1914
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Imagen obtenida de: https://www.wikiart.org/en/marc-chagall/blue-lovers-1914
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yagofranco@elpsicoanalitico.com.ar
 

El enamoramiento como maldición

¿Qué es esto de que enamorarse puede ser una maldición? Algo que puede desearse al peor de los enemigos… ¿Qué tiene de maldito el amor? Morir de amor se dice, mal de amores, matar por amor, estar loco de amor, que el amor es ciego, que el enamoramiento es una locura pasajera… 

Nos serviremos de esta maldición –que en su origen escapa al sentido que aquí le daremos- para sostener (en lo cual para nada somos originales) la oposición que el amor (pero: ¿cualquier amor? ¿siempre?, ¿hay distintas formas del amor?) hace a la forma de vida neoliberal. Una forma de vida centrada en la pretensión del dominio racional total y absoluto sobre todo lo existente. Que pretende mensurar, calcular, anticiparlo todo. Como primer paso diremos que el amor (las preguntas son insistentes: ¿cualquier amor? ¿siempre? ¿hay distintas formas del amor?) desbarata esa intención. Volveremos sobre estas preguntas para desnaturalizar la aseveración que circula sin interrogación respecto de la oposición amor-capitalismo. Oposición que es, también, entre lo medible (la pretensión de medirlo todo) y lo que no puede serlo.

Sabemos que todo enamoramiento arroja al sujeto al ojo de un huracán: a su alrededor todo gira enloquecida y vertiginosamente, pero ese ojo, ese núcleo es un punto fijo… pero que lo liga a lo desconocido. El enamoramiento se hunde –y hunde al sujeto, lo arroja-  a lo desconocido. Dos temas son indecidibles en un psicoanálisis: por qué esa elección –que muchas veces inclusive es un encuentro mortífero, como señalara Piera Aulagnier-, y por qué esa separación. Algo escapa a toda razonabilidad. Y no es que se trate, como bien Freud señalara, de una locura pasajera: porque hay algo loco que permanece agazapado en todo enamoramiento una vez devenido amor, es decir –siguiendo a Jullien- aun cuando el amor ha sido despojado de su ruido, del ruido que produce el enamoramiento. Ese algo es su ombligo. Que, como en el sueño, lo liga con lo desconocido. Todo amor tiene su ombligo. Para bien y para mal. Es inevitable.

Veamos: el enamoramiento hace perder los estribos; es decir, la pulsión saldrá a todo galope, incontenible, generando un acontecimiento pasional, poniendo al sujeto al borde de un abismo. Puede caer en el mismo, puede retornar o perderse para siempre. Pero ese abismo –si de amor se trata- estará siempre allí. El enamoramiento es caos, es sin fondo: a partir de ese caos se generará un lazo amoroso, que cobrará cierta forma para contener al caos. “Dar lo que no se tiene a aquel que no lo es” es la provocadora sentencia de Lacan. Sin embargo podríamos ir más lejos y decir también que el sujeto da algo que no sabe que tiene, innombrable, y el partenaire recibirá algo que no tiene y está en su deseo, pero que ignora no tenerlo tanto como su deseo, no sabe lo que no tiene e ignora lo que recibe. Hay algo engañoso: se da a alguien que no es      –acá matizaremos la sentencia lacaniana: Lacan siempre ha sido sentencioso, en el sentido en que su palabra es una sentencia, algo que da por terminada toda discusión, que no puede ser sometida a discusión: aclaremos, para sus enamorados, sus fascinados…luego veremos el papel de la idealización –; diremos entonces que un aspecto de ese otro escapa a la alteridad, es alcanzado, teñido por el estado originario de la psique, ella misma como objeto perdido y sus sucedáneos: los primeros objetos, ese otro prehistórico e inolvidable. Y al mismo tiempo le da algo que ignora, o que en realidad el otro le supone. Sujeto supuesto del amor. Eso es un aspecto/fase del enamoramiento y del amor, tanto más exclusivo y excluyente y perdurable cuanto más la neurosis se haya hecho presente en uno o dos de los sujetos.


Los estratos del amor

La elección de objeto –del otro del amor- tiene diversos estratos. En el primero, dicha elección es inconsciente, o, yendo más lejos, está referida a lo fusional que habita en el primer estrato de la psique. Tiene que ver con el deseo de reencontrarse con un estado de indiferenciación y fusión con el otro, prehistórico e inolvidable. Bien hace Piera Aulagnier en hablar de la satisfacción de demanda fusionada como el primer destino del placer y su puesta en juego en el lazo con el/la amante (no sólo con él, pero es el tema que aquí nos ocupa). Este es el estrato al cual hicimos referencia al hablar de aquello que liga al enamoramiento/amor a lo desconocido: hay algo, más allá de las palabras, del sentido, que late en cada lazo, que lo liga a una escena prehistórica, inolvidable: así es, se trata de un oxímoron. Porque nada que sea prehistórico ocupa un lugar en la memoria, y sin embargo, hay algo inolvidable. Porque se liga el objeto del amor a objetos prehistóricos, al objeto a, causa del deseo, a algún rasgo, sonido, imagen, piel, gesto, caricia… que han quedado como signos perceptivos intraducibles, pero que sin embargo afectan a los que estarán en la serie de los objetos amorosos.

Ya más ligado a la historia del sujeto -y es algo que será objeto privilegiado de un psicoanálisis - y que puede ser alcanzado por su Yo, están los objetos amorosos de la infancia: “se parece a tu papá/mamá, en cómo te mira, cómo se ríe, en tal o cual gesto, en su violencia, en su desdén, en su desvivirse por vos…”, pero también echarán luz sobre demandas no satisfechas del sujeto. Son los estratos privilegiados que se ponen en juego en un psicoanálisis, ligados a lo edípico. En las neurosis vemos que se cumple notablemente que todo encuentro (amoroso) será un reencuentro que recubrirá a casi la totalidad del objeto amoroso: sea porque el objeto satisface esas demandas infantiles o porque se rehúsa a hacerlo. También observaremos elecciones reactivas a los modelos infantiles: por oposición. Lo edípico sigue estando presente de manera exacerbada.


Del amor al odio…

…hay un solo paso. Hallamos aquí otro componente, es decir, aquello que ignora la alteridad: reino del narcisismo y el autoerotismo. En muchos casos -en su extremo- es el terreno de los crímenes pasionales. El otro cumple un papel de estabilización para el sujeto, su posesión garantiza la estabilidad del Yo, por lo cual deber ser poseído. Terreno de los celos y la posesividad. Por eso la amenaza de su ausencia puede precipitar a un pasaje al acto, aunque no siempre es así y encontramos casos de premeditación, con anticipación y planificación. Intrapsíquicamente las diferencias no son muy relevantes. Terreno del llamado femicidio: más allá de que la significación del patriarcado puede favorecer la posesividad y denigración (posterior a la idealización) del objeto, lo cierto es que estos elementos -posesividad y denigración, tanto como su ligazón a cierta garantía de estabilidad yoica, pero también por el papel que lo desconocido juega en el lazo amoroso- son muchas veces independientes de toda significación social. El descompletamiento producido por un deseo que se dirige a otro sujeto arrasa con el Yo. E inclina la balanza de la profunda ambivalencia que habita a los lazos narcisistas hacia el odio. Los celos contienen este elemento entre sus pliegues aparentemente objetales. La demanda de presencia incondicional de ese objeto, cuya satisfacción es vital, se interrumpe más o menos bruscamente produciendo una crisis identificatoria.

Cuanto más peso en la elección de objeto tengan el narcisismo y lo autoerótico, es decir, la importancia del objeto de amor para la estabilidad del Yo, más rápido es el pasaje del amor al odio. El faltarle al sujeto no se corresponde solamente con la insatisfacción de la demanda de permanencia incondicional, ya que no es necesaria la ausencia real sino que muchas veces alcanza con que el objeto no cumpla con las demandas narcisistas del sujeto para desencadenar la furia de éste.

La tragedia está llena de casos de matar o morir de amor. O matar y morir. Lo cierto es que hay pasiones que pueden desencadenarse en una relación amorosa. Grandes tragedias como Otelo, Medea, Hamlet, Edipo mismo, dan cuenta de este afecto y de una posible consecuencia del mismo: la venganza.

Pero el sujeto también puede autodestruirse, con todas las diversas significaciones que el suicidio puede tener: venganza, autodenigración, insoportabilidad del estado de ausencia o combinación de varios de estos elementos.

¿Puede esto ocurrirle a ambos partenaires? Sí, puede producirse. De hecho es la primera fase del enamoramiento, la activación de ese ombligo, pero que hace que ambos depongan su Yo al idealizar al otro. La gran prueba es cuando aparezca la castración en el otro: ahí puede desvanecerse el lazo -ya que uno de los dos o ambos no toleran que el otro no sea completo y no lo complete- o dará paso al amor, que contendrá –como vimos inicialmente- este aspecto “loco” entre sus pliegues. En todo amor hay un núcleo de pasión: es el combustible necesario para encender la llama amorosa. Por lo menos eso es lo que se ha conocido en Occidente como forma. Un combustible que también puede incinerar a ambos partenaires: Romeo y Julieta, Tristán e Isolda...

Esto hace, a mi entender, a aquello que Jullien denomina como “el ruidoso amor”, o lo ruidoso del amor diría, que tanto habita en la poesía, la música, la tragedia, el cine, etc.: es la hybris amorosa, la desmesura del afecto amoroso por el otro.


La alienación, o la maldición del amor

Mencionamos los encuentros mortíferos. Hacen honor a la maldición, árabe para algunos, gitana para otros. En este tipo de encuentro uno de los dos sujetos se ha apropiado del Yo del otro. Tal como Freud describiera en su Psicología de las masas -y traspuesto al lazo de pareja-, uno de los dos ocupa la función de hipnotizador, dominando al otro que, a su vez, lo idealiza. El objeto ha pasado a ocupar la función de Ideal del Yo, que desaparece en el amante. Este ha sido traccionado por el ombligo del enamoramiento y ha caído en su abismo. Lo que debiera ser una fase del amor que aparece por momentos, ocupa toda la escena y se prolonga indefinidamente, y en uno solo de los partenaires. El Yo de uno de los dos es dominado por el otro: alienación. El otro deviene en un objeto obligado, ligado a un placer obligado y a una vida obligada. También se relaciona con el asesinato del otro, que suele producirse cuando el sujeto recupera su Yo y amenaza con dejar a su amo. 

Mientras el amor implica una relación de simetría (Aulagnier), con reconocimiento de la alteridad, en la alienación se trata de una relación asimétrica. El otro ha devenido indispensable: es fuente exclusiva de todo placer, y se ha ubicado en el registro de la necesidad. No se trata de una pasión compartida, sino de la idealización que un sujeto realiza sobre el otro. Al mismo tiempo es vivido como el único sujeto que puede proveerle del placer de meta fusionada. Pero ese otro -y esto es fundamental- puede poseer un deseo de alienar, de dominio sobre quien lo idealiza: para él/ella el otro también ocupa un lugar fundamental en el registro de la necesidad. La ruptura del contrato de sumisión -en el cual interviene una importante corriente masoquista- puede desencadenar lo peor: “Si no es mío/a no lo será de nadie”.


El amor y la simetría

Llegamos así a los aspectos más “exteriores” de la relación, a su proyecto, su modalidad, lo que tanto Badiou como Jullien llevan a pensar como vida de a dos: tienen que ver con el Yo (Je) de los sujetos. Porque más allá del ombligo del lazo, que es parte de su cemento, está ese otro cemento, que es el del encuentro, el de la posibilidad de superar la exterioridad absoluta con el otro, hace a la capacidad de entrega, de interpenetración. Entramos en el terreno que Piera Aulagnier designa como relaciones de simetría. Veamos algunos párrafos del recorrido que ella hace por esta cuestión. Indican claramente lo que Castoriadis designa como superación de la exterioridad recíproca: es el ir hacia el otro, reconocerlo en su alteridad, abrirse a ese otro…

 “La simetría no es la identidad sino exactamente una analogía, una reciprocidad en un poder afectivo del que ambos participantes gozan recíprocamente. (…) La relación de simetría o la relación de amor es una relación en la cual:

1) cada uno de los dos Yo en presencia convierte al otro en el depositario privilegiado pero no exclusivo de sus demandas de placer;”

Diremos nosotros: esto es porque si fuera exclusiva pasaría a ser una relación pasional, de alienación; en este caso, el otro está afectado por la castración, no colma al sujeto y la idealización puede ser depuesta; al mismo tiempo esto habla de la importancia para el Yo del lazo con otros por fuera del objeto amado.

“2) cada uno de los dos Yo preserva al otro como soporte de su libido gracias a un representante psíquico del otro, y gracias a la relación pensada en ese otro que fija la libido, y que le asegura su objeto durante la ausencia real del amado o durante ciertos momentos de conflicto.

3) cada uno de los dos Yo reconoce que el poder de placer siempre es proporcional al poder de sufrimiento; lo reconoce y acepta los riesgos, sabiendo que estos riesgos son inseparables del placer que uno da, así como del que uno recibe. Esta reciprocidad, por sutil que sea, viene a limitar la dependencia del amante con respecto al amado, y la torna compatible con esa parte de autonomía de las catectizaciones narcisistas que el Yo tiene la obligación de preservar”. (Aulagnier, 1980, págs. 164/5)
El amor aparece claramente diferenciado de las manifestaciones de la pulsión de muerte, salvo en aquello que Piera Aulagnier denomina como encuentros mortíferos y las relaciones de alienación, a los cuales ya nos hemos referido. Desde el punto de vista de la tendencia a la objetalización que produce el amor, diferenciando de las elecciones narcisistas, hay un reconocimiento del otro en la elección objetal. En el narcisista no, aunque Piera Aulagnier va a señalar la predominancia de una de las libidos, pero están ambas. Cuanta más libido objetal, más alteridad es reconocida.


Más allá del amor (¿?)

Apenas nos referiremos a la propuesta de François Jullien que está en su texto Lo íntimo. Lejos del ruidoso amor. También a la propuesta de Alain Badiou en Elogio del Amor.

Para Jullien en la intimidad (que a nuestro entender es una suerte de más allá del amor) el otro nos penetra: todo encuentro íntimo implicará una interpenetración que se da en un espacio entre, en el cual lo íntimo de cada uno se pone en juego, enlazándose; haciendo lazo. El otro abre mi interioridad, hace caer una barrera, y ambas interioridades conviven, es una vida íntima de a dos. Esta es sin duda la más profunda dimensión del lazo entre los sujetos, coexistiendo con lo amoroso y lo erótico, que pueden o no llegar a ese punto de lo íntimo. Lo íntimo es heredero del ágape cristiano, pero va más allá de éste. También del eros griego. “No hay, como en la educación helénica mediante el eros, superación, elevación y sobre calificación de un ‘sí mismo’ por colmar la falta; sino que la renuncia a sí mismo descubre, en el encuentro con el Otro y con su Afuera, el recurso en sí mismo de algo más profundo que sí mismo, y forma al sujeto verdadero que se torna nuevo. No obstante, lo íntimo se distingue del ágape en que no despega una cosa de la otra: no separa lo sensual y lo espiritual” (Jullien, 2016, pág. 151)

El amor implica de por sí una impostura que reasegura frente a lo desconocido: nos amamos, estamos seguros en ese afecto que se alza como barrera frente a la posibilidad de aparición de lo íntimo. Del acontecimiento de lo íntimo. El amor implica ambivalencia mientras que lo íntimo implica ambigüedad. “Lo íntimo es el acontecimiento (advenimiento) que forma una cesura y lo cambia todo” (Jullien, 2016, pág. 156)

Nosotros sostendremos que el amor puede ser trascendido por lo íntimo que se hace presente en él, siempre y cuando no se retroceda ante ello. Una vez terminado al amor y lo íntimo de éste, “devolvemos al Otro a su afuera, lo abandonamos a su exterioridad” (Jullien, 2016, pág. 40)


Amor y neoliberalismo

Para Jullien la posibilidad, una vez arribado a lo íntimo, es la vida de a dos. Y lejos del ruido del amor: de su fetichismo. Pero –agregamos- un ruido sin el cual la vida de a dos se ve imposibilitada, y que si fuera lo único también la imposibilitaría. Para Badiou el amor implica trascender el narcisismo. El amor es un trabajo (en esto coincide con Chico Buarque de Hollanda, que es quien sostiene además que no tiene medida); “El amor se centra en la mera esencia del otro, en el otro tal como surgió, totalmente armado con su ser, en mi vida, que está como consecuencia trastornada y rearmada” (Badiou, 2012b). Hace así alusión al amor como acontecimiento, en un modo claramente relacionado con lo que plantea Jullien. “La declaración de amor marca la transición de azar a destino y por eso es tan peligroso y está tan cargado de una suerte de horroroso miedo escénico”. (Badiou, 2012b)

Es este riesgo de la aparición de amor y de la mano de éste de lo íntimo lo que la sociedad neoliberal pretende evitar, ya que la apertura de lo que no tiene medida va contra la tendencia del capitalismo a que todo lo tenga y esté así ordenado y dirigido de acuerdo a la mercantilización de la vida en todos sus aspectos. Hablamos entonces de este amor, respondiendo así a las preguntas de inicio de este texto.

Lo que va en contra de esta posibilidad es lo que Bauman señala como la propensión de la sociedad neoliberal a favorecer/promover relaciones que estén puramente focalizadas en la utilidad y la gratificación: evitando así la aparición de lo íntimo, que se sitúa por fuera de las relaciones de intercambio de producción y consumo, es más: las enfrenta. La obsolescencia planificada, el consumismo, el elogio de la fugacidad de la mano de la aceleración de la temporalidad, la “vida ahorista”, trabajan en contra del amor y el surgimiento de lo íntimo. Que a su vez actúan en contra de esa ola que pretende cubrirlo todo.

Más clara queda aún la convocatoria que Freud hiciera a Eros como salvaguarda de la autodestrucción de la sociedad. Porque, finalmente, la exaltación del narcisismo y de lo autoerótico actúa contra Eros llevando a un repliegue subjetivo. Y ese es un movimiento mortífero. “Ojalá te enamores” puede así hallar un sentido positivo, ya no ser sencillamente una maldición, sino una esperanza. Esperanza que para Green hace a la lógica del deseo.


[*] Recomiendo la lectura previa de Eros, el amor, que servirá como introducción a este texto. Lo expuesto allí solo será mencionado tangencialmente en este trabajo. Y para un mayor desarrollo de temas tratados aquí, el texto Lo íntimo, la sociedad actual y el sujeto, próximo a ser publicado en revista Docta, de la Asociación Psicoanalítica de Córdoba, Argentina. También, en este número de El Psicoanalítico De los amores y de la coartada del Amor, de María Cristina Oleaga, y El uno para el otro, de Jorge Besso, por los elementos en común e intersecciones que tienen dichos textos. Es un ejercicio interesante e iluminador “cruzar” estos textos (El Psicoanalítico se alimenta y promueve los mismos) con el texto de Eduardo Müller La maldición borgiana, en este mismo número.



 
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Bibliografía
 
Aulagnier, Piera, Los destinos del placer. Alienación, amor, pasión, Argot, Barcelona, 1980.
Badiou, Alain, Truon, Nicolas, Elogio del amor, Paidós, Buenos Aires, 2012.
Badiou, Alain. “El amor es la forma mínima de comunismo”, The Guardian/Clarín, Buenos Aires, 2012b)
Bauman, Zygmunt, Vida de consumo, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2014.
Jullien, François, Lo íntimo. Lejos del ruidoso amor, El cuenco de Plata, Buenos Aires, 2016.
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