-¿Quién es el Capitán Garfio?- preguntó con interés cuando ella habló del archienemigo.
-¿Pero no te acuerdas -le preguntó, asombrada- de cuando lo mataste y nos salvaste a todos la vida?
-Me olvido de ellos después de matarlos- replicó él descuidadamente.
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(J. M. Barrie, “Peter Pan y Wendy”)
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¿Han escuchado hablar de Snapchat? Cuenten hasta 10 y será tarde… ya no hay nada para ver allí.
Por oposición a la efímera duración que la define, la comprensión de Snapchat se ha vuelto para mí un problema duradero. Vidriera de la adolescencia que la elige desde hace unos años como red social favorita y enigma para los mayores de 30 (Balmaceda, 2016), entiendo que su implementación preferencial en determinado momento de la vida no es casual. Por el contrario, postularé que su uso masivo da cuenta de la lógica intrapsíquica imperante en los adolescentes en lo atinente al problema del tiempo, la experiencia y la historia.
“Tu intervención de la sesión pasada me pareció poco pertinente, muy fuera de timing, muy de yo a yo… Estuve pensando todo el tiempo en eso ¡¿Cómo me vas a decir que ya era hora de que apareciera el tema del trabajo?!”
Gabriel es casi colega. Se recibirá en unos pocos meses, concluyendo así su segunda carrera universitaria con excelentes calificaciones. Roza los 30 años aunque, definitivamente, no los aparenta. Vive con sus padres y aún no ha tenido ningún trabajo. Hace un par de años que viene a análisis. Los padres pagan aunque no intervienen. Tengo ante mí un adolescente enojado que me dirige improperios con argumentos muy cultos. ¿Tengo ante mí un adolescente? ¿De 30? ¿Y qué lo enojó? ¿Acaso haberlo privado de la ilusión de eternidad imprescindible para ser un “adolescente de 30”?
El severísimo juicio que emitía acerca de mi intervención cimentó la idea de que ese era el camino… el del timing y el del tiempo. Me pregunto qué concepción temporal primaba en el psiquismo de este muchacho eterno… estudiante. Parecía como si no hubiera en él marca del cambio, del progreso. ¿Dónde estaban esas señales que el paso del tiempo va inscribiendo en nosotros? Observé la ausencia de esas que desgastan la posición narcisista infantil de “his majesty the baby”. ¿Habría en Gabriel posibilidad de incluir en alguna serie psíquica las hendiduras que la vida (y su analista) inscriben?
“(…) la experiencia parece señalar el punto de interrupción de una continuidad en la lengua desde la cual la experiencia es indicada como tal” [1]. Definida como “hecho de haber sentido, conocido o presenciado alguien algo”, pero también como “conocimiento de la vida adquirido por las circunstancias o situaciones vividas”, el concepto de experiencia en sí mismo tensiona la distancia entre percepción (lo sensible, sentido) y memoria (lo adquirido por las situaciones vividas) y, como señala Szuster, ubica la discontinuidad, el hiato desde el cual la historización se constituye como tal. Siguiendo esta lógica, se hace necesaria la inscripción de alguna pérdida, de algo faltante, para que sea posible la experiencia, con el consecuente abandono de las anticipaciones parentales que configuran el inconmovible yo ideal.
Así pensados, percepción y memoria serían conceptos solidarios que enlazados construyen experiencia entendida como una manera singular de incorporar y significar lo aprehendido sensiblemente. ¿Pero cómo, dónde? Cobra relieve ahora la cuestión de la superficie de registro.
Avancemos un poco, quizás algunos cuentos nos ayuden. El problema de la ausencia de memoria es ilustrado maravillosamente en Peter Pan, ligándose indisolublemente a la infancia a través de esa historia casi atemporal.
Peter parece incapaz de guardar registro de sus percepciones, no logra transformar sus sensaciones en experiencia, todo lo pierde. Así llega a Wendy… en busca de una madre que le cuente cuentos a la hora de irse a la cama. Alguien que en el acto de arroparlo teja con palabras una historia. Solo, apenas conseguía olvidar.
¿Y el exceso de memoria? ¿Cómo se hace para olvidar? Borges trae en Ireneo Funes la tortura de no poder olvidar, adquirida a costo de una percepción sin pérdida ni resto, sin sustracción ni retranscripción: “Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero”… “Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso”… “Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer” [2].Maravillosa imagen borgeana que nos permite respirar el ambiente ominoso, denso y continuo que le suponemos a la ausencia de olvido. Instantes que conforman un amontonamiento sin sustracción, que cave la hendidura necesaria para simbolizar.
Peter Pan y Funes ilustran la tensión existente entre la percepción y la memoria. Peter no consigue fijar un recuerdo, convertirlo en historia; mientras que Funes no consigue restar una imagen, abstraer, relacionar. ¿Dónde quedan inscriptos los perceptos sensibles que Funes no puede olvidar? Peter Pan, necesita hacer experiencia, que algo le quede, para poder detener la insistencia recurrente de su tiempo circular.
Insisto ¿qué valor tiene recordar? “Al aumentar la importancia de la realidad exterior cobró relieve también la de los órganos sensoriales dirigidos a ese mundo exterior y de la conciencia acoplada a ellos (…) Se instituyó una función particular, la atención, que iría a explorar periódicamente el mundo exterior (…) es probable que simultáneamente se introdujese un sistema de registro (…) una parte de lo que llamamos memoria” [3]. Más adelante agregará que, explorado el mundo exterior y decidida su correspondencia con lo representado, el Aparato implementará la motricidad para alterarlo de acuerdo a sus propósitos. Complejidades éstas que el principio de realidad inaugura en el Aparato, destronando (aunque sabemos que no definitivamente) al principio del placer.
En una nota al pie complementará “… el imperio del principio del placer sólo llega a su término, en verdad, con el pleno desasimiento respecto de los progenitores” [4]. Volvemos así a la cuestión del yo ideal, que congela las anticipaciones parentales hasta que el joven consiga distanciarse de ellas merced a un proyecto propio conformado sobre duelos y renuncias.
El valor de la memoria residiría en la capacidad para alterar el mundo acorde a fines y esto no se lograría en forma completa hasta el destronamiento de la autoridad parental… es decir, hasta el cierre de la adolescencia. De este modo sería posible hablar de un adolescente de 30.
Hemos logrado comprender la importancia de la memoria, pero no aún su anclaje, su modo de registro. En un mundo que cada vez se acelera más, dónde los objetos hacen alarde de una insolente obsolencia, aprehender la velocidad se torna relevante. En tiempos líquidos y fugaces compartiremos con Agamben (2011) que “cada concepción de la historia, va siempre acompañada de una determinada experiencia del tiempo, que está implícita en ella, que la condiciona (…)” [5].
Admitiré que convoca mi atención la similitud entre la modalidad de funcionamiento de Snapchat y la percepción, y que me tienta tomar la utilización masiva de esta red social como muestra de la experiencia del tiempo imperante en los adolescentes actuales. Esta hipótesis pretende dar cuenta del posicionamiento de los adolescentes eternos como Gabriel, que abundan en la cultura actual.
Desde la metapsicología freudiana percepción-conciencia y memoria se excluyen mutuamente. La modelización de la pizarra mágica permite entender cómo ambos sistemas se necesitan y como es sólo la discontinuidad de la superficie la que garantiza el funcionamiento de ambos. Es decir, será necesario que ese “instante” (snap) que la percepción congela haga marca en alguna superficie para que pueda ser almacenado y en el mismo movimiento, retranscripto: “Lo esencialmente nuevo en mi teoría es, entonces, la tesis de que la memoria no preexiste de manera simple, sino múltiple” [6]. Pero ¿podemos hablar de superficie de inscripción en un mundo que se acelera continuamente?
Paul Virilio (1988), introduce la percepción picnóleptica como manera general de entender la percepción y relacionarla con la noción de tiempo y su alteración por efecto de la velocidad. Según sus postulados, la discontinuidad perceptual de los hechos sería la modalidad prínceps de percibir (sobre todo hasta la pubertad), modelando nuestra noción de la realidad con obligatorios puentes ficcionales. Es notoria la similitud entre el modelo picnoléptico y las exploraciones tentativas y periódicas del mundo que los órganos sensoriales comandan, en la lectura freudiana de la percepción.
La velocidad, con su correlato de ausencia de anclaje sensorial, alteraría la sensación de duración general del movimiento continuo: “… el desarrollo de altas velocidades técnicas dará por resultado la desaparición de la conciencia en cuanto percepción directa de los fenómenos que nos informan sobre nuestra propia existencia” [7]. Agregaré que, de ese modo, la velocidad con que las cosas transcurren abona la dificultad para que la superficie psíquica quede alterada, impresa. Sin inscripción del signo perceptual no habría retranscripción ni ordenamiento posible.
“La velocidad se arma, de modo paradójico con cierta eternización de un tiempo efímero que no se dirige hacia un futuro prefijado, transformador del presente” [8]. ¿Es factible la construcción de experiencia sin que la superficie sensorial haya quedado alterada? ¿De qué manera esa traza (restos de lo visto y de lo oído) deja de ser sólo un instante eterno para convertirse en alguna versión de la memoria? Siendo sólo sensorialidad la experiencia quedaría sesgada a una sola de sus aristas: puro sensorio, como un snap. En el otro extremo, deslizamiento veloz de imágenes: eternización de instantes sin pérdida alguna. Entre ambos, el anclaje sensorial que fundaría una huella resignificable. A mi entender, es esa traza sensible la que posibilita la inscripción de un suceso como experiencia, ese buril con el que esculpimos nuestro día a día.
Ahora bien, ¿podríamos pensar el uso de Snapchat como un intento de sostener la investidura periódica (picnoléptica) del mundo, por oposición a una más duradera? ¿Es acaso el colmo de lo efímero? O, por el contrario, ¿podemos pensar su utilización masiva como un intento de acuñar imágenes personales que obliguen a la historización a través del tendido de puentes ficcionales? ¿Existe alguna correlación entre su utilización masiva durante la adolescencia y el modo en que el tiempo es concebido en ese tránsito vital? ¿Snapchat se relaciona de algún modo con la hipersensorialidad adolescente?
A propósito de la sensorialidad, autores contemporáneos refieren: “(…) durante la adolescencia se produce un cambio importante en la sensorialidad con un aumento de la catexia de atención dirigida a este registro. Este cambio se convierte en un terreno fértil para que lo sonoro y lo visual adquiera relevancia (…)” [9]. Es en esa hipercatexia de lo sensorial, propia de la adolescencia, dónde casi con precisión de orfebre se inserta Snapchat.
La “red social efímera” promete destrucción instantánea de las imágenes que circulan por ella en escasos 10 segundos. Pero ¿es correcto hablar de “destrucción” de algo ideado para no durar? Los adolescentes entienden que no. Los “snaps” simplemente desaparecen. El concepto de destrucción es solidario del de creación. Ambos demandan una marca inaugural que inicie la secuencia ordinal. En ese sentido los “snaps”, en tanto carentes de sucesión, son incapaces de destrucción o de construcción… solo están para después no estar.
Retratan un instante y no pretenden que sea perfecto. Casi como en el reino sensorial “como sale, sube”. En ese sentido, parecerían más cercanos a la percepción que a la memoria. Pero su sola presencia pide trama, llama a un otro par (a quien fue remitido) ¿como testigo de una historia en construcción? ¿Como partícipe? Pero volvamos a los cuentos.
A Peter se le hacía necesario un punto que abrochara su experiencia sensible al recuerdo, que inscribiera una primera letra y construyendo una ausencia permitiera que repetidas “experiencias consoladoras” lo acompañen por la senda del recuerdo… pero Peter ¿usaría snapchat? Eso parece haberlo condenado a la niñez eterna, solitaria, circular y recurrente… ¿O acaso fue su renuencia a regresar con Wendy?
Funes no podía olvidar, no había lugar para la pérdida. La superficie de registro agotada en su disponibilidad no permitía el deslizamiento necesario para pensar. Posición completa que sólo podía agotarse con la muerte. Sin discontinuidad tampoco hay experiencia, sólo sensibilidad extrema y destinada a no durar.
Retomo ahora la historia de Gabriel. Podríamos pensar que mi intervención descongeló la completud del yo ideal, incluyendo alguna ruptura posible. El sostén de la autoridad parental a ultranza, demoraba eternamente la instauración del principio de realidad con su consecuente experiencia del tiempo fluente y sucesivo. El tiempo corría veloz, los años pasaban pero nada los anclaba. Como Peter Pan o como Funes, por exceso o por defecto, era tan incapaz de asir como de hacer… Es decir, de transformar el mundo para adecuarlo a sus necesidades.
Años después fue él mismo quien me dio la pista que orienta este trabajo “¿Sabés de qué me di cuenta, recién ahora? De que las cortinas de mi cuarto tienen barcos piratas y espadas… hace un tiempo me empezaron a resultar raras, desagradables y no sabía porque”.
A esta altura de los hechos Gabriel se había recibido y, después de un tránsito doloroso por diversas “changas”, estaba trabajando en una de sus profesiones. El ingreso económico le permitía pensar en mudarse de la casa de sus padres. Recién entonces su “percepción” se detuvo en las cortinas infantiles y pudo rememorarlas, incluirlas en un sentido que las nominaba como “extrañas” a él. ¿Qué había ocurrido en el interín? ¿Podemos hablar de alguna inscripción particular, determinante de que la sensorialidad se detuviera allí donde antes pasaba de largo? Apuesto a que sí. El trabajo analítico fue desgastando la posición infantil, cavando hiatos y tejiendo trama. El duelo, con su temporalidad cadenciosa y rítmica, se había iniciado obedeciendo al examen de realidad: ahora podía irse de la casa familiar, renunciar a la protección que los padres de la infancia proveen.
“(…) discernimos una condición para que se instituya el examen de realidad: tienen que haberse perdido objetos que antaño procuraron una satisfacción objetiva {real}”, apunta Freud en 1925. A continuación, dirá, “de acuerdo con nuestro supuesto la percepción no es un proceso puramente pasivo, sino que el yo envía de manera periódica al sistema percepción pequeños volúmenes de investidura por medio de los cuales toma muestras de los estímulos externos, para volver a retirarse tras cada uno de estos avances tentaleantes” [10]. En otro lugar había dicho que de esa materia está hecha nuestra percepción del tiempo: discontinuidad.
Mi intervención, que esta vez no fue brutalmente rechazada, incluyó a Peter Pan, su orfandad (solo significable cuando hay traza y memoria que construyan un origen) y, sobre todo, su incapacidad de transformar la percepción en recuerdo. Quizás hubiera sido oportuno mencionar también a Funes, su enorme sabiduría reproductiva y su incapacidad de pensar (no había Snapchat para mencionar en ese entonces).
Hoy, en tiempos líquidos y veloces, el modelo picnoléptico que Snapchat (con su despreocupada ausencia de duración) refuerza, propende la eternización del instante, la completud sin hiatos del yo ideal, pero también convoca a otros. El mundo cambia y como decía Freud hace un siglo “Toda historia de la cultura no hace sino mostrar los caminos que los seres humanos han emprendido para la ligazón {Bíndung} de sus deseos insatisfechos, bajo las condiciones cambiantes, y alteradas por el progreso técnico, de permisión y denegación por la realidad” [11]. Hoy, muchos adolescentes encuentran en Snapchat esas condiciones de realidad.
Los jóvenes que, como Peter Pan, eligen vivir sin historia, prolongan la adolescencia hasta pasados los 30. Otros, como Gabriel, con esfuerzo y dolor abandonan los barcos piratas para embarcarse en la experiencia que la aventura de la vida propone.
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