Mi amiga Esther Tusquet decía a cada momento que lo que ella más quería era enamorarse. Nunca conocí otra persona que lo expresara tan directamente. No es que ella lo dijera porque quería conocer ese estado del amor tan preciado. Todo lo contrario, si tan ansiosamente lo quería era precisamente por haberlo conocido. Esther le temía al aburrimiento. El caso es que si de algo preserva el enamoramiento es justamente de aburrirse. Bien se puede decir que el amor, en especial el enamoramiento, o la adicción al juego, son los mejores antídotos contra el fantasma del aburrimiento. Limando un poco la definición del aburrimiento por parte de la RAE se puede decir que el aburrimiento es ese estado del ser caracterizado por la suma de fastidio más tedio fundamentalmente por no contar con algo que distraiga o divierta. Los enamorados no necesitan divertirse, están siempre divertidos con lluvia o con sol. Disfrutan plenamente o sufren con la misma intensidad. En cierto sentido sin el amor del enamoramiento el mundo no se enciende. Está como en Off. El On se activa plenamente con la hipnosis del amor diría Freud [1]. O con la alternativa de la adicción al juego. En suma, una adicción o la otra, al amor o al juego.
El amor y sus versiones son un gran factor de arraigo. Como se sabe, el arraigo es el mayor de los problemas y la mayor de las dificultades del homo sapiens. El homo sapiens es un ser frágil sin un ancla seguro o sólido en lo biológico que lo amarre a la existencia. Freud lo sabía muy bien, cuando el homo sapiens se desviste, se desprende de todas sus prótesis, de todos sus artilugios, y demás [2], en tal caso se encuentra de frente con el desarraigo. El amor se presenta como el mejor auxilio con respecto al desarraigo precisamente porque es lo que más lo prende a la existencia. En su fase top logra el mejor de sus milagros: poseer y ser poseído. Sin fisuras con los fantasmas lejos: ni destruidos ni atravesados más bien parapetados detrás del ombligo del sueño, el ser amado - un ser superior al ser querido- camina por la existencia en estado de plenitud. Acertó un pleno. Sin saber del todo cómo lo logró siente que la vida lo premió. No se trata de cualquier premio, mucho menos de uno menor. El enamoramiento lo devuelve al mejor domicilio del ser, esto es, a la mónada psíquica de Castoriadis [3]. Ese mundo único, seguramente redondo, madre-hijo en una envoltura casi indestructible. A mi modo de ver madrehijoenelhijo. “…Yo soy el pecho” decía Freud en el final de su vida en una de las célebres frases londinenses [4]. Dicho mundo único “de dos” es el universo de la gemelidad. Las almas gemelas, es decir, las dos mitades perdidas finalmente se encuentran. Llegados a ese punto los amantes se regalan aquel objeto kitsch: el dije de oro, cada uno con su mitad. Colgado en una pulsera o de una cadenita o cadena para el cuello, las dos mitades portan un imán invisible que tiende inexorablemente a la unión perdida, ahora finalmente recuperada, de forma tal que “estamos hechos el uno para el otro” sin dudas la gran fórmula del amor.
En una visita guiada a la RAE nos encontramos inevitablemente con el uno y con el otro, ambos definidos por los inefables académicos. El uno tiene una definición sin polisemia, muy contundente. UNO: que no está dividido en sí mismo. OTRO: dicho de una persona o de una cosa distinta de aquella de que se habla. Estamos frente a la cosmovisión de la conciencia de la filosofía clásica. Una cosa es una cosa otra cosa es otra cosa. Lo cierto es que para Freud la fenomenología de la vida cotidiana es más bien patológica al punto que el uno es un sujeto enredado en una conciencia inestable acosada por síntomas, lapsus, fallidos, y demás. Además de un Yo estresado en su intento imposible de gerenciar la complejidad interior-exterior. O de tratar de conciliar la presión de instancias opuestas. Resultado: el Yo es otro tanto como el Uno es Otro.
Entre nosotros José Ingenieros se ocupa en distintos trabajos de la cuestión del amor, como en “La enfermedad de amar” citado por Hugo Vezzetti en “Aventuras de Freud en el país de los argentinos” [5]. Vezzetti comenta que Ingenieros encuentra un fundamento mortífero en la pasión amorosa al hablar del aniquilamiento de sí como límite y como abismo del yo. Para el alienista Ingenieros (dice Vezzetti) la curación de la enfermedad de amar está en el matrimonio, el “antídoto más eficaz” contra el desequilibrio amoroso al aniquilar la pasión con el “tedio” y el “hartazgo”. En suma, el amor del enamoramiento borra todas las diferencias en el milagro de un amor lubricado logrando una extraña proeza, el sueño de un sujeto convertido en un epifenómeno del cerebro embebido en las burbujas de las endorfinas conducido en tal caso por las célebres moléculas de la felicidad.
La Falta de Respeto en el Amor
Sin necesidad de posar una lupa sobre los amantes aún en sus manifestaciones más usuales se puede constatar la ausencia de respeto en el amor. Quizás una de las mejores metáforas del amor es aquella sentenciando que los amantes tienen “piel”. Hay o no hay piel sin matices. En ocasiones acompañada de aquella otra metáfora que manifiesta, “hay química”. Si bien se trata de una expresión más jugosa, lo cierto es que la piel es más contundente. Puede no haber piel, aunque siempre haya piel. De ninguna manera es obvio entre dos pieles que haya piel. La piel es el gran terreno a conquistar incluyendo en cierto sentido la piel propia. Desde este ángulo el amor es atrevido e invasivo. Nadie pide permiso en el avance sobre la piel del otro. Y si así lo hiciera caería en el ridículo. Es sabido tanto como olvidado que los amantes en su camino aceitado hacia el orgasmo hacen todo tipo de declaraciones, exclamaciones y manifestaciones en los clásicos desbordes del amor. Precisamente una de las consistencias más importantes del amor son los desbordes al punto de que sin desbordes no hay amor. Todo lo cual conforma un terreno muy propicio para los malentendidos tan frecuentes en las relaciones. Nada como el enamoramiento para limar las asperezas. Y sin embargo el humano, un ser tan bipolar a todos los efectos, puede ser áspero o amoroso, muy capaz de pasar del amor al odio y del odio al amor constituyendo un combo donde baila la danza de la felicidad o bien los ex amantes derrapan en los estragos del amor.
El Amor y sus Vicisitudes
Los destinos o vicisitudes de las pulsiones suelen ir llevando al sujeto de un lado a otro en el laberinto de una bipolaridad de la cual puede resultar muy difícil salir sobre todo si dicha bipolaridad se consolida como el sentido de la vida para alguien. ¡Esto es vida! exclama jubiloso el espécimen feliz con el estómago pleno de placer con las zonas erógenas activadas tanto como complacidas junto al amor de su vida, por caso, en unas vacaciones all inclusive. La exclamación derrama felicidad global dado que envuelve al otro viviente del placer confirmando ambos la exclamación. En esos momentos únicos otro milagro se hace presente: el paisaje interior y el paisaje exterior coinciden de forma tal que el orden de las cosas es nada más ni nada menos que el orden soñado. Con todo, si esto es vida, en algún pliegue del alma se agita la sospecha de que lo anterior no era vida. Es que en cierto sentido el enamoramiento es una vacación de la neurosis. Los amantes circulan sumergidos en un time square como el neoyorquino, luminoso y atemporal, siempre de día o siempre de noche. Ahora bien, así como en el final de la Fiesta de San Juan vuelve el rico a su riqueza y el pobre a su pobreza tal cual lo canta Serrat, acá habría que decir que después de las vacaciones del enamoramiento, ricos y pobres vuelven cada uno a sus locuras.
Las derivas son distintas, pero no son muchas, básicamente interesan dos. El plan A se refiere a los amantes ya liberados de la hermosa pesadilla del enamoramiento devenidos en una pareja adulta, también conocida como una relación madura, comprensiva y solidaria, respetuosos uno del otro al punto de no atender la llamada cuando suena el celular del otro, ni invadirlo en una pesquisa que no corresponde, comiéndose una manzana dos veces por semana como canta Sabina. Un menú que no necesariamente incluye ir a los súper juntos, pero seguramente con variantes superadoras como esas parejas que conforman una verdadera historia de amor con las clásicas tempestades y todo. Imposible saber qué porcentaje alcanzan cada una de estas variantes dado que la OMS no se interesa al respecto.
El plan B es la peor de las derivas del amor y las pulsiones que lo sustentan. Es cuando los estragos del amor se llevan por delante a los actores de la historia ya sin retorno a la vida anterior al amor. Invadidos ellos mismos en una escalada interminable inmersos en una violencia que no repara ni en los hijos ni en nada que no sea su narcisismo herido de muerte. A partir de lo cual derraman muertes que el protocolo judicial no entiende, ni previene ni protege, muy especialmente a las mujeres acosadas por hombres que más bien son hijos. Actores crónicos del delito, sin justificación ni atenuantes, que no soportan perder lo que en realidad nunca tuvieron, pero creyeron poseer desconcertando a la sociedad, a la justicia, a la ciencia y a la ética que a pesar de todas las evidencias en contra sigue soñando con que el hombre es un ser racional. Casi a diario la pesadilla de turno lo despierta al colocarlo frente al espejo de la realidad mostrando en todo caso que “el hombre es un animal loco radicalmente inapto para la vida” como dice Castoriadis [6]. O “el hombre es ese animal loco cuya locura inventó la razón” como dice su amigo Edgar Morín (7). Estrago es un concepto fuerte, remite a daño y ruina. Refiere al lado más oscuro del amor, a los estragos del desamor en un sujeto que no puede ni asume ser un ex. Un ser con el Yo en la sombra sin el humor casi negro que le permitiera advertir que ser ex es el estado más estable del ser, un ser más sólido aún que el Ser de Parménides.
Desprender sin Perder
En “La Metapsicología Revisitada” André Green [7] dedica la mitad del capítulo IX a la Fobia. Es el único desarrollo clínico en un libro esencialmente teórico. Más allá de la disputa clínica y epistemológica con relación a si la fobia es un síntoma o un síndrome Green se explaya en todo el texto en analizar el lugar del objeto en el psicoanálisis después de Freud. Dirá que el fundador del psicoanálisis se encontrará en la fobia con un objeto plenamente psíquico. A mi modo de ver el texto de Green sobre lo fóbico tiene dos momentos claves. Dice Green: “El fóbico ama la vida pero teme perderse en el objeto que debe aportarle la satisfacción o en el rechazo que lo exiliaría de sí mismo” [8]. Dos páginas más adelante, lanza el leitmotiv de la fobia, una suerte de eslogan o consigna constituyente. Esto es el intento del fóbico de “desprender sin perder” [9]. En la gran conmoción familiar que provoca toda mudanza está la oportunidad de desprenderse de objetos en desuso: colecciones de revistas, historiales escolares, ropas olvidadas, y demás, terminan su vida útil y su vida inútil en cualquier conteiner, o bien prolongan su permanencia en la familia en un rincón lejano de la baulera, ya sin el prestigio que tenían pero con un estatus mínimo de existencia que les permite continuar en familia ejemplificando de maravilla aquello de desprender sin perder. En mi tesis doctoral, “Las representaciones de la Percepción. Las mediaciones representativas y alucinatorias entre Pulsión y Objeto” sostengo que el esfuerzo por desprender sin perder es aplicable a toda neurosis. Al menos en lo fóbico que toda neurosis suele o puede tener. Diría hoy que el eslogan de Green es una especie de oxímoron no sólo de la fobia sino a la vez un constituyente de la subjetividad humana. Precisamente muy presente en las crisis amorosas cuando uno de los amantes en vías de ser un ex propone al otro “tomémonos un tiempo”. Es decir, separados sin separarse. O la variante del mismo signo neurótico los autoproclamados separados bajo el mismo techo.
El doble temor fóbico con respecto al objeto del que habla Green también impregna a la neurosis en general al transformar una pérdida en un rechazo. La metáfora del exilio es notable en la caracterización de uno de los mayores sufrimientos de los humanos. Viene a completar la metamorfosis de la pérdida ahora ya en el extremo de un abandono que lo exiliaría de sí mismo. Es decir, uno de los estragos más importantes con relación al amor: el de un sujeto que ya no puede habitarse. Un aparato psíquico devastado que de pronto se ha quedado sin adentro y sin afuera. Sin el Uno y sin el Otro. La sombra del objeto recae sobre el Yo, en la bella y tremenda frase de Freud [10]. La implacable pulsión despojada de sus derivados encuentra en el sujeto su último objeto. El sol negro de la melancolía con la maldición gitana o árabe finalmente cumplida.
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