El amor no existe sin comunicación y los cambios en las tecnologías de la comunicación modifican las experiencias del amor de pareja. Para un joven de hoy puede significar un verdadero desafío a su imaginación escuchar el testimonio de cómo sus padres se citaban en épocas del teléfono fijo o ya resulta casi “imposible” pensar las relaciones de pareja en épocas de la carta postal. Como en toda experiencia de comunicación el espacio y tiempo juegan un papel esencial. El teléfono fijo acompañó a parejas de la misma ciudad, muchas veces del mismo barrio, que compartían la temporalidad de la escuela, la universidad o el trabajo. En Argentina la espacialidad de la carta -la de los abuelos o bisabuelos- correspondió a la inmigración desde otros países o interna y sus constates relecturas conquistaban la memoria y la imaginación. Teléfono y carta eran -como todo medio de comunicación- una manera de acercar espacialmente y vencer el tiempo. En ambos casos el lenguaje era cuidado y parco. En la llamada telefónica primaba la dimensión informacional mientras se contenía con cuidado la expresión de sentimientos. El abaratamiento de los costes y disponibilidad de líneas telefónicas produjo un aumento de la expresividad de los sujetos que podían “tontear” durante largos ratos.
En medio de la explosión de medios de comunicación llama la atención el chat o mensajería instantánea. Su historia es vieja, incluso se utilizaba -a su manera- antes de internet. Pero la masividad en su uso fue conquistada por MSN Messenger lanzado por Microsoft en 1999. Existe decenas de tipos de chats con fines y usos muy diferentes: chat privados, públicos; para la búsqueda de pareja; para la búsqueda de sexo ocasional; para asesorar compras, trámites, etc.; etc. Entre los más conocidos programas y protocolos de mensajería instantánea tenemos Telegram, Hangouts, Skype, Facebook Messenger, Yahoo Messenger, etc. En particular por la intensidad y particularidades de su uso quisiera detenerme brevemente en WhatsApp.
El título de este breve texto podría pronunciarse al ritmo de bachata para simbolizar una acción que es parte no sólo de la comunicación sino también, y sobre todo, de las subjetividades trenzadas por los afectos y deseos. WhatsApp es, según los artículos periodísticos que la mencionan “un servicio de mensajería imprescindible para millones de personas a lo largo y ancho del mundo” y debe ser cierto a juzgar por la experiencia que caracteriza como tal -como “imprescindible”- el uso de tal aplicación. En abril de 2016 había 900 millones de usuarios, es probable que haya pasado ya de los 1000 millones. Aunque como toda tecnología debe mantener la novedad permanentemente y mucho son lo que se están pasando a Telegram.
Las tecnologías -aparatos y lógicas; hard y software- no son solo cosas sino dimensiones de la subjetividad. Sueños, deseos, emociones, esperanzas, expectativas… identidades, intimidad… modos de vivir y convivir, de ser pareja, amigos o familia… toda nuestra subjetividad está atravesada y constituida tecnológicamente. Este punto es lo que no entienden los que aplican una visión instrumental para explicar la relación de los humanos con la técnica en general y con las técnicas de comunicación en particular. No usamos aparatos, somos con ellos, más aún, existimos en ellos. Humanidad y tecnologías no tienen una relación de exterioridad sino de intimidad. Nuestra alma no “está en el cuerpo” sino que “anima la tecnología” como sistema social. La tecnología no está “afuera” sino que “alienta el ánima social”. Tal vez por ello no interesa saber el funcionamiento técnico de las cosas sino su artimaña o estratagema antropológica y social que consiste en la invitación y la experiencia a usarlas de manera intuitiva, irreflexiva, reactiva y emocional.
Aunque WhatsApp es una aplicación que permite los mensajes multimedia (sonidos, fotografías, videos) resulta clave pensar en la centralidad de la escritura. El lenguaje de WhatsApp hereda de los SMS texto escrito, abreviado y poblado de emoticones. La prioridad del texto escrito sigue vigente sobre el uso de sonidos e imágenes. Su uso está tan naturalizado que los usuarios dicen que “hablaron” con alguien cuando en realidad han intercambiado textos escritos.
En ese intercambio producen diversas situaciones interesantes. Primera situación: alteraciones en el intercalado de inquietudes y frases escritas. El usuario que inicia la conversación escribe fragmentando sus mensajes en múltiples envíos concentrado en lo que quiere expresar. El usuario que responde lo hace en función de la lectura de un mensaje que mientras escribe queda ubicado después de otros que no tienen nada que ver; incluso debe corregir mientras escribe porque ya recibió otro mensaje que le ayuda a entender de otra manera el primero que leyó. La serie de (mal)interpretaciones se sucede indefinidamente hasta que alguno se da por vencido y dice que hay que hablar cara a cara. Otra situación: aunque la tecnología ha perfeccionado los softwares predictivos o autocorrectores la cantidad de palabras que “aparecen” en medio de una conversación que no tienen nada que ver son muchas. Siempre desconcierta al interlocutor y dependiendo del tono de la conversación puede generar risa o discusión. Una tercera situación: los niveles de educación reflejados en la expresión escrita. La inmediatez, la rapidez, lo reactivo de la escritura lleva a situaciones donde las matizaciones parecen un lujo de intelectuales.
Destaco estas situaciones, pocas y breves, sólo buscando desnaturalizar la mediación de la escritura y del teclado en un nuevo tipo de vivencia de la “oralidad” que comunica sin el lenguaje corporal de la cara, los gestos, las posiciones, la distancia. Esta “oralidad” sin cuerpo encuentra apoyo en los emoticones o emojis que en su polisemia muchas veces refuerzan las malas interpretaciones.
La experiencia del amor en tiempos del WhatsApp tiene otras aristas como la que se podría llamar, la “expansión” de las citas. En una pareja en la etapa de enamoramiento, antes de reunirse los intercambios se aceleran preparando el encuentro con declaraciones de amor, de necesidad, de mimos… al terminar los intercambios se prolongan declarando la imposibilidad de estar separados… y la necesidad de volver a verse. Pero más allá de estas y otras decenas de detalles que podemos listar para una interpretación importa pensar radicalmente la constitución tecnológica de las relaciones humanas: hoy, por ejemplo, dos jóvenes no podrían imaginar su relación de pareja sin celular y WhatsApp. En este inimaginable tratamos de pensar.
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