Mucho antes de las redes sociales, creó una ronda de
personajes dispuestos a hablar sin encontrarse.
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Juan Villoro |
Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, mejor conocido como Juan Rulfo, fue un hombre común y corriente, nació en un pueblo llamado San Gabriel Sayula, situado al sur de la ciudad de Guadalajara, capital del estado de Jalisco en México, el 16 de mayo de 1917. No viene, sociológicamente, de lo que suele llamarse el pueblo, sino de una clase que la revolución mexicana debía destruir. No es hijo de la revolución, sino más bien su crítico, y también su víctima. Su obra es una de las más breves de los autores del así llamado "boom" literario latinoamericano. Y se compone de dos volúmenes de narrativa, El Llano en Llamas (1955), y Pedro Páramo (1955) y de unos argumentos y guiones para cine recopilados en el libro El gallo de oro (1958), además de otros textos dispersos.
Difícilmente podrá hallarse un caso semejante, en que fama tan grande se encuentre cimentada sobre obra tan breve. Un legado literario cuya brevedad es parte de su grandeza. Fue además un fotógrafo brillante, y aunque el propio escritor marcó la diferencia entre sus ficciones y sus fotografías, ambas facetas se funden como parte de una misma manera de mirar el mundo.
Diversos análisis de esta obra destacan que la misma se nutre de dos corrientes, una telúrica-nacional y otra cosmopolita, o como marcara Octavio Paz: en Rulfo se da la convergencia de Tradición y Vanguardia. Por un lado Pedro Páramo y El Llano en Llamas tienen a sus espaldas la novela de la revolución, el indigenismo y el costumbrismo. Por otro, los textos de Rulfo se incorporan al movimiento de la "Nueva Novela" que surge a partir de las décadas de los cuarenta y cincuenta en México y en el resto de América Latina, dando origen posteriormente al "boom" literario del continente.
Así, es posible apreciar la obra de Rulfo de dos maneras; en primer término como una de las cumbres del regionalismo, en la medida que su temática es reconocible en las obras de la novela de la revolución, relacionadas con el ámbito agrario del México pre y post-revolucionario. En segundo término debe tenerse en cuenta que la narrativa mexicana de los años cuarenta y cincuenta, período durante el cual Rulfo escribe, se diferencia de la producida a partir de los años inmediatamente posteriores a la revolución. Mientras ésta está relacionada con el regionalismo como movimiento literario, las obras que se producen a partir de los años cuarenta pueden considerarse parte de un movimiento diferente, en tanto las innovaciones que proponen son demasiado radicales para hacerlas pertenecer a la novela de la tierra, incluso cuando sus temas sean parecidos.
Dos son los ejes de esta nueva novela en la que se enmarca la obra de Rulfo: uno es la toma de conciencia del discurso que le da origen, relacionado en especial con la antropología tal como se desarrolla a partir de la Primera Guerra Mundial; toma de conciencia que conlleva el cuestionamiento del medio expresivo que la narrativa utiliza, o sea el lenguaje.
El otro eje destacable, surge a partir de esa misma toma de conciencia y su posterior cuestionamiento, y es la incorporación de técnicas narrativas no convencionales, de vanguardia para la época, para tratar temas ya ampliamente incorporados a la literatura mexicana.
Podríamos llamar a estas dos tendencias, por llamarlas de alguna manera, la nacional y la internacional. Estas permean la obra de Rulfo y se destacan en cada uno de los elementos que la constituyen: lengua, tiempo y espacio.
La influencia telúrica se hace evidente a través de la presentación de temas típicos del agro mexicano, de la transcripción de modismos idiomáticos, de la presentación de las circunstancias históricas de la revolución mexicana y de la cristiada (también llamada Guerra de los Cristeros, conflicto armando de México que se prolongó desde 1926 a 1929, entre el gobierno y milicias laicas y sacerdotes católicos, que resistían la aplicación de políticas orientadas a restringir la participación de la iglesia sobre los bienes de la nación), de descripciones del lugar, Jalisco, y de sus costumbres. La cosmopolita-vanguardista aparece mediante las innovaciones que Rulfo introduce en los campos lingüístico, temporal y espacial que llevan a lo que podemos llamar la esencia de la cultura mexicana, mediante el uso de técnicas narrativas tales como la fragmentación del texto, el cuestionamiento del tiempo de la lectura, la exigencia de la colaboración del lector, la dislocación cronológica, el laconismo monótono y casi onírico de una prosa literaria impregnada de reticencias que dicen mucho más de lo que callan, dan como resultado la creación de un pueblo de muertos en donde los límites entre vida y no vida se desdibujan.
El referente de la obra, sea lingüístico, temporal, o espacial, es una excusa que Rulfo utiliza para decir lo que interesa, que es el texto mismo y su juego con el lenguaje.
Queda claro que el propósito del escritor mexicano no es el mismo que guió a los regionalistas cuando trataban sus referentes con minuciosidad y fidelidad, buscaban hacer un alegato social, llevar a cabo un estudio antropológico, influir en política a través de la literatura, o educar a un pueblo.
Más bien, la obra de Rulfo pasa a ser autorreferencial más que referencial, y es tomando en cuenta su juego con el referente, que propone maneras originales de narrar y de entender el mundo. Para presentar ese universo que es Pedro Páramo, deberíamos estudiar con detalle los tres elementos que me parecen apropiados para entender mejor la obra de Rulfo: la lengua, el tiempo y el espacio.
En cuanto a la lengua empleada por el escritor, ella tiene un papel sumamente importante en la obra ya que es una de las instancias en las que la "mexicanidad" se universaliza, al mismo tiempo, y en razón de que se hace más local.
Acerca del referente lingüístico, el idioma de los habitantes de Jalisco, Rulfo afirma que utilizó el lenguaje del campesino de Jalisco, un escueto lenguaje castellano del siglo XVI,
"el esplendor de lo sencillo".
Otro de los elementos fundamentales de la creación rulfeana es la acumulación de operaciones que lleva a cabo sobre el tiempo y la cronología histórica. El o los sentidos del mismo, toman en cuenta dos órdenes temporales: aquél relacionado con las circunstancias en que la obra nació y aquél al que la obra se refiere y que permite hacer una lectura emparentada con la historia. La obra de Rulfo fue escrita, como dije antes, en las décadas de los años cuarenta y cincuenta, cuando importantes sucesos políticos forjaban los eventos post revolucionarios en México. Por otra parte, el tiempo de las obras en sí es uno de los aspectos más interesantes de la narrativa de Rulfo, donde el autor introduce elementos que permiten distinguirla del regionalismo. La libertad con que el escritor lleva a cabo su tarea le permite ubicar a sus personajes en un plano en donde los límites espacio-temporales no son tales y en donde la muerte no es el fin, sino casi el comienzo de la historia de Juan Preciado. Los relatos que componen El Llano en Llamas (Luvina más específicamente) son en este aspecto temporal, una suerte de preparación para la novela, y allí se utilizan recursos tales como el dislocamiento del orden cronológico, la reversibilidad temporal, los relatos subjetivos, la aparición y desaparición de personajes, la duración de escenas y la repetición de las mismas, recursos que contribuyen al sentido de la obra y que en definitiva la construyen. En Pedro Páramo se presentan las mismas técnicas de detención y de avance del tiempo que en los relatos.
Su estructura temporal es sumamente compleja y en ella se presentan dos órdenes básicos: el de lo que se cuenta, y el de la perspectiva desde la que se cuenta. El primer orden, el de lo que se cuenta o de la narrativa, se ocupa de acontecimientos que tuvieron lugar en el tiempo; si bien la forma de presentarlos no se atiene a un orden cronológico, los acontecimientos cubren un período de unos cincuenta años de historia mexicana, desde la revolución en adelante. El segundo orden, el de la narración o forma de presentación, pertenece a un tiempo diferente donde es posible distinguir dos instancias distintas: la primera se relaciona con la presentación del texto al lector, que es quien lee los fragmentos de la obra en el tiempo de la lectura, y la segunda es el tiempo de la lectura, que agrega la actividad del lector frente al texto. En esta perspectiva el lector puede asumir frente a la novela Pedro Páramo dos actitudes: la primera es proceder a ordenar los fragmentos del texto; la segunda es suponer que no lo hace, que no reacciona frente a la obra y que la asimila tal cual se presenta. Esta segunda instancia es una de las que hacen más interesantes la lectura de la novela y la que aporta elementos de ruptura con la narrativa anterior.
Así como en la lengua y en el tiempo de la obra rulfeana es posible discriminar los elementos regionalistas o referenciales, y los que aportan recursos novedosos, respectivamente presentes en dos órdenes, el del referente y el creado por la obra, otro tanto puede decirse del espacio. En él hay que tener en cuenta la instancia de lo que se cuenta, relacionada con el espacio real de Jalisco, y la instancia de cómo éste se presenta. La primera se ocupa del espacio real, ubicable geográficamente, una de las regiones de México que Rulfo mejor conoce. Es esa realidad de la meseta mexicana seca, polvorienta, infinita, región que se anticipa en los cuentos de El llano en llamas, como "Nos han dado la tierra", o "La Cuesta de las Comadres". La obra reenvía constantemente al lector a esta zona rulfeana del estado de Jalisco, que tiene características propias, con una economía diferente a la del resto del país, y ciertas particularidades sociales.
La segunda instancia, la del espacio que Rulfo crea, presenta un espacio diferente (Simbólico-Tradicional, relacionado con el descenso al infierno), en donde ubica a sus personajes: una verdadera provincia de almas muertas.
La Comala fantasmagórica de la novela, por ejemplo, es un lugar imaginado a partir de elementos reales que Rulfo vivió, de elementos del mundo de los sueños, de sitios que existen en Jalisco, o han existido en la tradición literaria. Todos ellos combinados de manera que el espacio obtenido se enriquece, y en el que el todo es más importante y significativo que la suma de las partes. El espacio resultante no es meramente referencial, sino literario, en tanto se encuentra inscripto en un texto que lo crea. Los recursos mencionados en las realidades del lenguaje, del tiempo y del espacio son los que hacen que los relatos y la novela de Rulfo no se transformen en narraciones meramente naturalistas. Sino que tratan de provocar en el lector un gesto compensatorio, para instar a efectuar cambios a otros niveles en la realidad, mediante un nuevo gesto estético.
La desesperanzada ausencia de entendimiento entre los políticos, de un bando u otro, y las comunidades rurales del México profundo (analizada y representada en el contundente film La revolución congelada, del genial y desaparecido Raymundo Gleizer), es la amarga fuente de otros cuentos que componen El llano en llamas. En la novela, Pedro Páramo, la revolución mexicana difícilmente podría presentarse de más demoledora y desencantada manera.
Juan Rulfo murió a los 68 años de un cáncer de pulmón, el 7 de Enero de 1986, en la Ciudad de México.
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