“Donde hay peligro, crece lo que nos salva.”
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F. Hölderlin
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Introducción
La propuesta de Georges Bataille en su obra El Erotismo de 1957 indaga sobre la experiencia erótica como una aprobación de la vida hasta en la muerte. El ser humano se encuentra en un estado de discontinuidad, con la nostalgia de restaurar un orden de lo continuo e inteligible. Es desde su individualidad que la exuberancia erótica aparece como acceso a un estado previo donde se suprimen las diferencias entre los seres. Este pasaje de lo discontinuo/continuo se constituye como parte de la experiencia interior en la que el erotismo se cuestiona conscientemente aquellas prohibiciones que rigen el orden social; es por medio de la transgresión de éstas que el movimiento erótico excede estos límites vinculándonos con un plano de lo horroroso y admirable. Esta relación entre pavor y el horror como una forma de fascinación es punto clave para entender la potencia del erotismo.
La fascinación y el horror como condición de posibilidad del erotismo
En la teorización presentada por Georges Bataille en 1957 en su obra El Erotismo, nos presenta un esquema respecto a las consideraciones de lo continuo y lo discontinuo. Es necesario introducir el modo de darse en el erotismo una aprobación de la vida hasta en la muerte, Bataille considera que la actividad reproductiva como se encuentra apartada del goce erótico, pero que, sin embargo, dicha acción promoverá el movimiento erótico. El papel de la reproducción en el movimiento de los seres se manifestará, para Bataille, como un abismo que se sitúa entre ellos, es decir, que se expresa en una discontinuidad entre el ser engendrante y el engendrado. Este abismo, que se muestra en la profundidad de la separación que hay entre los seres, es la muerte que se aparece como vertiginosa y fascinante. El movimiento que va de lo discontinuo a lo continuo se pone en juego en la reproducción en tanto que la misma está ligada a la muerte en movimiento análogo. Es decir, reproducción/muerte se implican mutuamente en el paso de lo continuo a lo discontinuo. El ser humano, explicita Bataille, se define como un ser discontinuo que busca su continuidad con el Otro por medio de la fascinación erótica.
Este sentimiento, que nos hace rememorar, es también la forma en la que estará organizado el mundo de los hombres a partir de tres formas de erotismo. Es decir, tratando de recuperar el estado de profunda continuidad, por medio del erotismo de los cuerpos, el erotismo de los corazones o el erotismo sagrado.
El primero, el erotismo de los cuerpos, Bataille explicita que se diferencia de la reproducción asexual porque contiene el sentimiento de violencia que resulta vital para el movimiento erótico. Ya que el acto erótico se expresa en la violencia, como violación del orden establecido. En consecuencia, el erotismo implica un pasaje de la discontinuidad a la continuidad, por medio de un arrancamiento violento del primer estado. Esta discontinuidad se caracteriza por la individualidad que es destruida súbitamente por la experiencia disruptiva de lo continuo. Implicando una disolución, caracterizada por una pérdida violenta que comienza por el acto de la desnudez, que propicia una apertura, que redunda en una comunicación con el otro. El autor señala que los cuerpos se abren a la continuidad por sus órganos reproductores, por la obscenidad que provoca un estado de alteración en los cuerpos de los participantes y este estado implica una disposición del sí mismo y de la individualidad. Todo esto es propiciado por el estado de desnudez, ya mencionado anteriormente, donde la acción erótica ocurre en la completa desposesión. Sin embargo, este tipo de erotismo preserva la discontinuidad individual y siempre actúa desde un egoísmo cínico, enfatiza Bataille.
La diferencia se encuentra en el erotismo de los corazones, donde los amantes se encuentran aprehendidos y estabilizados en una afección recíproca, lo que promueve una simpatía moral y la fusión mutua de los cuerpos. El erotismo de los corazones se manifiesta en una pasión, en un sentido más violento que el mero deseo de los cuerpos; esta pasión lleva consigo el desorden que desata la violencia. El autor señala que, aunque la pasión sea la de la felicidad, lleva al desorden que permite la sustitución de la discontinuidad para establecer una continuidad. El detalle es que esta continuidad parece expresarse de manera más fuerte en la angustia de no poder sostener este estado. En este tipo de erotismo, la dinámica que implica una afección recíproca entre los amantes genera un sufrimiento en el que se puede poseer al ser amado de manera acabada. Esta forma de significar la posesión no estaría significando la aparición de la muerte, sino la imposibilidad de la plena fusión de dos seres. El erotismo de los corazones, si bien se nos presenta como una propuesta mejorada al erotismo de los cuerpos, encuentra sus limitaciones en la imposibilidad de la fusión de los amantes en la continuidad. Se gestiona en torno a un proyecto, imagen y fusión guiada por la pasión, pero que no atenta contra el egoísmo individual. Hay que señalar que la preservación de la individualidad se ve reforzada por el sufrimiento de la separación entre los amantes y la necesidad de mantener plena conciencia de ello. Bataille señala que si la unión de los amantes es un efecto pasional, entonces implicaría la muerte, como deseo de matar al otro o como deseo de suicidio para hacer perdurar la continuidad. Estas manifestaciones de los amantes ponen en jaque esta individualidad/discontinuidad, pero a su vez cualquiera de estas acciones inicia una nueva discontinuidad. La relación entre amado-amante permite generar un estado de transparencia donde el ser amado se nos aparece como un alumbramiento, como una verdad milagrosa que mezcla lo absurdo, el sufrimiento y el anhelo de continuidad. Para el autor, el problema de la continuidad y la discontinuidad radica en dar cuenta de la muerte como aquello que se precipita sobre el ser, ya que por su inmediatez, la muerte es irruptiva y se manifiesta como la destrucción del ser. Sin embargo, también la supervivencia de la individualidad atenta del mismo modo como el movimiento hacia la continuidad.
Para sortear estos problemas, el autor aborda el erotismo sagrado a partir de la consideración del sacrificio religioso. Este ejemplo no es introducido aleatoriamente, sino que Bataille quiere poner en evidencia la manifestación de la muerte en el sacrificio, donde la víctima muere es donde se les revela a los espectadores de este acto, la muerte. En esa revelación aparece lo sagrado como una continuidad revelada en la muerte de un sacrificio. Y señala nuevamente que, salir del estado de discontinuidad solo es posible por medio de un arrebato violento, en este caso la muerte del sacrificio. Bataille detalla: “Sólo la muerte espectacular, operada en las condiciones determinadas por la gravedad y la colectividad de la religión, es susceptible de revelar lo que habitualmente se escapa a nuestra atención”. [1]
El erotismo sagrado tiene la función de dar cuenta de la continuidad del ser a partir de una experiencia negativa que se relacionará con el amor a la divinidad. Porque implica una vivencia de lo continuo como no cognoscible y que halla su fundamento en la experiencia mística. Esta última, aparece como irrumpiendo en el orden establecido por el pensamiento del cálculo y siendo únicamente expresable de manera negativa en tanto la determinación de sus límites expresables. La experiencia mística, tal y como la toma Bataille, implica una ausencia de objeto que se identifica con la discontinuidad y que nos pone en contacto con la continuidad. A diferencia de los otros tipos de erotismo, el erotismo sagrado no tiene una vinculación con lo real en un modo de espera aleatorio, sino que solo requiere que nada desplace al sujeto.
Finalmente, el autor retoma el movimiento erótico como una perturbación que se nos presenta como un sentimiento que desborda, que se vincula a la manifestación de la muerte, es decir de la continuidad. El erotismo permite que la muerte se muestre y que no pueda ser negada, sino que se reafirme en un movimiento violento. Este fenómeno se describirá como la experiencia interior, ya que el erotismo moviliza la vida interior del hombre poniendo en desequilibrio y amenaza su vida. Es en el movimiento que propaga el erotismo de la discontinuidad a la continuidad. En este juego, el erotismo manifestará por un lado las prohibiciones y por el otro la transgresión. Las primeras se configuran como aquellas que son reglas para la conducta en el tiempo del trabajo y que exige el pensamiento del cálculo. Mientras que la transgresión parece como un retorno a la animalidad, un movimiento violento que se opone al carácter limitado de la prohibición, provocando una puesta en suspenso del orden social. El erotismo se define en relación con la ley, los tabúes que enmarcan la muerte y el sexo, donde el individuo se expone a la transgresión de los límites a las normas sociales. Esta vuelta pone de manifiesto una apertura a la animalidad, como un modo de recuperar la dimensión de la continuidad por medio de la violencia que desencadena el erotismo. Es en este marco que se conjugan el límite y la transgresión, poniéndonos en contacto con la densidad del ser en tanto devela la díada de la reproducción y la muerte. El deseo es para Bataille la manifestación que aparece dentro del erotismo como un impulso de miedo y fascinación, que afirma al hombre en un lugar más allá de la prohibición; este mecanismo se desencadena repentinamente y se consuma abriendo una forma de verdad que se revela en su pérdida. La relación entre la prohibición y la transgresión implican esta co-dependencia no estable mediada por la violencia, solo existiendo como una paradoja que expone el límite para reponerlo.
El autor desarrollará la noción de erotismo como la forma de separarnos momentáneamente de las formas cristalizadas de la conciencia, análoga con la que se da como violencia de la reproducción sexual y en la muerte. Es en esta díada que Bataille señala que es el impulso de amor llevado hasta el extremo que se transformará en un impulso de muerte.
La historia del ojo
En 1927 Bataille publica, bajo el seudónimo de Lord Auch, La historia del ojo, que nos permite dar cuenta de manera más clara de la relación entre la reproducción y la muerte. La novela que relata la historia de un narrador en primera persona y sus aventuras con Simona. En ella se desarrolla cómo estos dos personajes viven una serie de acontecimientos sexuales que dan cuenta de la relación entre lo erótico, la violencia, la fascinación y el horror. El segundo capítulo de la novela, llamado El armario normando relata cómo en medio de una reunión social los personajes desafían los límites de Marcela, una joven que aparece como objeto de amor de estos. En dicha reunión, a partir de una apuesta obscena, se desata una orgía entre los jóvenes, pero Marcela se recluye para masturbarse oculta en un gran armario normando. Mientras el autor relata los acontecimientos desenfrenados que se dan en la orgía de jóvenes, Marcela se orina en el armario y se escuchan las carcajadas de los jóvenes mientras la muchacha permanece encerrada. Al finalizar el evento transgresor, el autor describe de la siguiente manera los hechos que advinieron:
“Media hora después empezó a pasarme la borrachera y se me ocurrió sacar a Marcela del armario: la desgraciada joven, totalmente desnuda, había caído en un estado terrible. Temblaba y tiritaba de frío. Desde que me vio manifestó un terror enfermizo aunque violento. Por lo demás, yo estaba pálido, más o menos ensangrentado y vestido estrafalariamente. Atrás de mí, yacían, casi inertes y en un desorden inefable, varios cuerpos escandalosamente desnudos y enfermos. Durante la orgía se nos habían clavado pedazos de vidrio que nos habían ensangrentado a dos de nosotros; una muchacha vomitaba; además todos caíamos de repente en espasmos de risa loca, tan desencadenada que algunos habían mojado su ropa, otros su asiento y otros el suelo. De allí salía un olor de sangre, de esperma, de orina y de vómito que casi me hizo recular de terror; pero el grito inhumano que desgarró la garganta de Marcela fue todavía más terrorífico. Debo decir sin embargo que, en ese mismo momento, Simona dormía tranquilamente, con el vientre al aire, la mano detenida todavía sobre el vello del pubis y el rostro apacible y casi sonriente. (…) ” [2]
Este fragmento pone de manifiesto dos caras del mismo efecto del movimiento erótico: por un lado, la actitud desenfrenada de los jóvenes incluyendo a Simona, mientras que, por el otro, se da cuenta del efecto de fascinación y horror que provoca en Marcela, llevándola a la locura. En este punto, el erotismo funciona como la disolución parcial de sí mismo, es decir, de la conciencia en tanto me expone a una situación de comunión con la continuidad pero en el que me pierdo. Esta pérdida, que se da en la transgresión de las prohibiciones, requiere, señalará Bataille, una sensibilidad que no sea menor a la angustia que se funda en el levantamiento de esa prohibición, que lleva al deseo a producir ese levantamiento y que nos obliga a experimentar el pavor del placer intenso.
Las prohibiciones entonces se estructuran bajo la pretensión de responder al orden social, con la necesidad de expulsar la violencia fuera del curso habitual de las cosas. Esta sistematización en la que se organizan las leyes responde a una unidad de significación que representa aspectos variados, reprimidos, de dicha sociedad. En su radicalidad las prohibiciones se conjugan en la oposición entre la reproducción y la muerte, que funcionan como una afirmación y negación de la vida respectivamente. En el caso de la muerte, es muy claro cómo se manifiesta el horror en tanto pasar de ser a no ser, es decir, se vincula con el aniquilamiento. Para Bataille, la muerte se configura como la continuidad absoluta, como aquella inmanencia deseada pero que, a la vez, genera un estado de asco y repulsión. La forma en la que se nos aparece la muerte es el cadáver del otro, que fermenta, se agusana y da origen a reacciones que resultan importantes para comprender cómo se vincula al erotismo. La muerte es la muerte del otro, donde la propia espera de la misma no se resuelve en nada. Vemos el cadáver del otro, sentimos el temor a nuestra propia muerte, que se manifiesta en el temor, pero a la vez se funda en el asco. Este último, señala Bataille, responde que a través de un conjunto de conductas artificiales hemos sido educados para el asco. El ejemplo más claro aparece al considerar aquellas obscenidades que nos producen un horror análogo, como las deyecciones, entre otras. Es en ese horror suscitado por el asco, donde se abre el vacío en el cual se expresa que ese horror es el fundamento de mi deseo y es más fuerte en tanto se acerque más a la muerte.
Conclusiones
La relación que propone entonces Bataille sobre la vida y la muerte está fundada en que ésta excede la relación con el pensamiento, con el cálculo. Es en este espacio tumultuoso donde se configura la promesa de la vida y el aspecto lujoso de la muerte. La inestabilidad, en la que se conjugan estos dos aspectos, es el espacio de la transgresión que se da continuamente, pero que a la vez es sostenible en tanto la especie se sigue reproduciendo. Es en este entre de la reproducción sexual y la muerte donde el deseo se configura con la necesidad de generar un gasto desmesurado, que implica el movimiento erótico. El autor señala que en estas condiciones, la transgresión de las prohibiciones aparece como la afirmación de un no sobre el impulso de vida, es decir una afirmación de la muerte que nos horroriza y constituye en un impulso. Este no se define como un rechazo a la naturaleza de la reproducción en tanto continuidad de la vida, pero, a la vez, enmarca la posibilidad de experimentar el sentido ilimitado del despilfarro.
Es en la actividad erótica donde estos dos planos, la reproducción y la muerte, dan paso a la experiencia interior que nos fascina pero a la vez nos repele con el horror de este “no” que afirma la muerte en el curso de la vida. La actividad sexual aparece entonces como una instancia privilegiada que pone en jaque el “equilibrio” de la estructura de las prohibiciones y, en especial, la consciencia de sí del individuo que se ve disuelta en el movimiento erótico. Bataille señala finalmente: “La angustia es querida, hasta los límites de lo posible (…) pero una vez alcanzados esos límites, es inevitable dar un paso atrás.” [3]
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