CLINICA
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Henri Julien Félix Rousseau. The sleeping gypsy, 1897
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Imagen obtenida de: http://www.theartstory.org/artist-rousseau-henri-artworks.htm
Qué queda en el quehacer diario actual del Psicoanálisis tradicional (*)
Por Pablo J. Juan Maestre
Psicoanalista. Miembro y docente del Centro Psicoanalítico de Madrid.
pjjuanm@gmail.com
 
Vendrán las iguanas vivas a morder
a los hombres que no sueñan.
Federico García Lorca






I. Introducción

En este escrito pretendo pensar y reflexionar sobre qué seguimos siendo capaces de rescatar del psicoanálisis tradicional y contemporáneo (aquel de los años 50 del siglo pasado al decir de André Green) en la práctica diaria, práctica que nos pone frente al paciente que viene a vernos porque se encuentra mal en estos tiempos crisis, con unas demandas de solución precipitadas. 

La idea es pensar qué, de los pilares del psicoanálisis, seguimos siendo capaces de sostener con pertinencia en la práctica diaria. Qué de la técnica, la teoría y la práctica sigue teniendo vigencia en estos tiempos arrasados por la crisis, crisis que ha producido un cambio en los pacientes y, por tanto,  en el modo en que los analistas los recibimos.

Los psicoanalistas  que trabajamos cara a la calle y que hemos visto como los cambios surgidos y  padecidos por todos nos han afectado también a nosotros y a nuestras prácticas  debemos pensar de qué modo afectan a nuestra teoría y a nuestra técnica esos cambios. Ese es el leitmotiv de este escrito.

Solo un psicoanálisis capaz de adaptarse al trabajo clínico con los pacientes diarios merece sobrevivir a un siglo nuevo que nos exige un redoblado esfuerzo por no quedarnos obsoletos.

Las nuevas prácticas: el trabajo en instituciones, con grupos, con niños, con adolescentes, con pacientes no neuróticos, con pacientes graves, etc, nos exigen aquilatar nuestras herramientas para un mejor uso, afinar tanto nuestra teoría como nuestra técnica, así como nuestro trato con los pacientes.


II. Los tiempos están cambiando

“Los tiempos están cambiando” y si antes esta frase anunciaba el advenimiento de la era de acuario con sus aires de esperanza y renovación, en la actualidad la misma frase viene acompañada de dos fenómenos que hacen que la perspectiva sea absolutamente diferente. La crisis económica y el advenimiento del capitalismo salvaje, su causa, han dado de lleno en la línea de flotación de una época que ha vuelto la espalda al ser por el tener, a la realidad por la apariencia, una época marcada por el selfismo que pone en juego un narcisismo virtual que impide la reflexión, la introspección, el silencio y el darse cuenta.

Un ruido ensordecedor, al modo en que Shakespeare nombraba al mundo, nos envuelve y nos zarandea, cual galerna en alta mar. Y nosotros y nuestra práctica no estamos fuera del temporal. La práctica del psicoanálisis ha entrado en una profunda crisis arremolinada por la crisis actual, por el capitalismo feroz, el imperativo de goce, la vacuidad y el ruido imperantes. En un mercado donde el valor solo se tiene por el valor de cambio, parece que el psicoanálisis ha dejado de tener valor para convertirse en un anacronismo vivo. ¿Es así?

Mientras la ola crecía la práctica analítica creció con ella y todos fuimos participes de una especulación que llegó al seno de las sesiones psicoanalíticas a través de precios que iban subiendo como la espuma (Francisco Pereña, 2011, pág. 121/22) al igual que subía y subía la burbuja inmobiliaria, no nos quedamos fuera y cuando explotó explotamos con ella.

Ahora bien, ¿qué ha quedado del naufragio? Qué de lo que hacemos sigue teniendo validez y qué deberíamos revisar y cambiar. Evidentemente no todo es válido y no todo es desechable, la lógica del no todo nos es bien conocida, pero debemos pensar, de nuevo nuestra práctica y los conceptos, preconceptos y prejuicios que las sustentan, para continuar vivificando una doctrina que nos sigue pareciendo, digámoslo ya, muy rescatable en estos tiempos de tsunamis.

Evidentemente yo no sé, ni puedo saber, todo lo que hay que cambiar, ni tengo la razón absoluta en lo que digo, pero creo que hay cosas que decir, que hay que contribuir a pensar las cosas. Este escrito pretende solo ser una contribución a dicho pensamiento… en soledad: común al decir de Jorge Alemán.


III. La práctica

Empezaré por la práctica, pues creo que es en esta en donde debemos intentar introducir los mayores cambios para nuestra supervivencia y la pervivencia de lo que creemos irrenunciable.

Lo diré de entrada, no podemos seguir considerando el análisis como lo considera el análisis tradicional, lugar de 2 a 4 sesiones semanales, por años, con analista silenciosos y pacientes postrados, que va gestando una fantasía transferencial, que al decir de Ferenczi es, en muchas ocasiones, retraumatizante y paralizadora, hipnotizante y durmiente en lugar de liberadora y depertante.

Esa práctica muestra ahora su inoperancia en el rechazo que los pacientes actuales hacen de la misma, no va con los tiempos, y el que no esté dispuesto a vivir los tiempos que le tocan vivir que renuncia a estar aquí. Ya lo dijo Lacan: “Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época”. Y esta es nuestra época con su subjetividad y en ella se dá nuestra práctica.

Dicha práctica, adocenante en muchas ocasiones, ha caído, y quizás de ello nos debemos felicitar porque habíamos construido un edificio igual para todos y, muchas veces, de falsos cimientos. Convertimos en técnica ideal, la asociación libre y la atención flotante y su dispositivo, el estado de sesión que llaman los Botella (César y Sara Botella 2003 pág. 115), olvidando que es preferible tener un ideal de la técnica más que una técnica ideal que acaba por no servir  (Bernardo Arensburg, conferencia inédita 1997).

Aunque debemos de dejar dicho que ese es un lugar privilegiado, un espacio y un tiempo como Itaca al que tender, sin olvidar que el viaje, que el camino, es ya parte de la maravilla. La diferencia con Itaca quizás sea que una vez que se llega con convicción propia, es este un privilegio para todo aquel que lo ha conquistado.

Pero, en ningún lugar dijo Freud que esa debía ser la práctica de todos, dijo que era la suya, su modo de hacer y que cada uno encontrase el suyo. Parece ser que la práctica silenciosa se inicio con los pacientes americanos que preguntaban a los europeos si Freud les hablaba, sorprendidos de tan profundos silencios. Y la práctica de las 4 sesiones parece que tenía más que ver con análisis cortos e intensos debido a la distancias que a otra cosa.

Pues bien, esa práctica de Freud era solo suya, pero no le escuchamos y produjimos en serie encuadres procustianos (Octave Mannoni 1991 pág.13), como lechos, que estiraban o cortaban a los pacientes produciendo objetos iguales, en lugar de sujetos… ¿de amor? (Jessica Benjamin 1997)

Es pues nuestra práctica lo primero que debemos poner en cuestión, ya lo hizo el psicoanálisis de niños, de grupos y pacientes graves y los cambios introducidos se hacen extensivos ahora al resto de pacientes.

Recibimos personas con problemas, no categorías diagnósticas (Francisco Pereña 2011) y recibimos personas inmersas en un sistema acelerado y demandante que exige soluciones prontas. No las tenemos, no, pero no podemos frente a la demanda salvaje responder con el salvaje encuadre que tira de espaldas y hace salir huyendo.

Debemos volver a los orígenes y escuchar de nuevo, con toda humildad, interés y respeto (González Torres 2015) las demandas, produciendo derivas en ellas, suficientes para que el sujeto del inconsciente vuelva a ser escuchado, y si ello pasa por no encuadrar no se encuadra hasta que se pueda, el encuadre se construye, se pacta, se crea, no se impone, ni se aplica de entrada.

Antes pensábamos que el encuadre externo era garantía del proceso y lo imponíamos sin recato. Si lo quiere bien y si no otro vendrá, y venían. Ahora no vale más esperar al paciente dócil que nos permita trabajar con la tranquilidad de nuestros sillones y divanes.

No más. Vienen a vernos pacientes que precisan de encuadres flexibles, que requieren de paciencia por nuestra parte y un hacer que permita que el paciente que viene queriendo tener y estableciendo con nosotros una “relación de objeto”, al modo en que Winnicott nos enseñó que hacían los niños chicos, encuentre el modo de pasar a otro tipo de relación.  En nosotros y en nuestra pericia está conseguir que el paciente llegue a tener con nosotros una relación de “uso de objeto” en la que reconozca nuestra singularidad, nuestra realidad, nuestra castración y nuestro deseo que serán también y básicamente el reconocimiento de los suyos.

Porque reconocer la realidad, la castración propia, la singularidad y el deseo no puede darse, ni pedírseles de entrada a los pacientes. A nosotros, tras el paso por nuestros divanes, en este caso como analizantes, se nos ha enseñado que el proceso es largo y requiere de esfuerzo, paciencia y tesón. Nosotros lo fuimos: esforzados, pacientes, con tesón, y ahora lo tenemos que volver a ser en la esperanza, repetiré la palabra, en la esperanza, de que ellos lleguen a encontrar el valor en ella, en nuestra esperanza, de que el proceso es posible.

Se ha producido una inversión en todo esto, una inversión que ha podido pasar desapercibida pero que tiene una importancia capital, la esperanza [1] ha cambiado de bando, si antes era el paciente el que venía con la esperanza de curarse, ahora somos nosotros los que dotamos con nuestra esperanza de posibilidades al proceso. Si antes el paciente venía confiado, ahora somos nosotros lo que ponemos por delante la confianza.

Esperanza y confianza hacen posible el trabajo, sin ellas de nuestra parte el proceso no se pone en marcha. Los pacientes vienen creyendo conocer todas las respuestas y nosotros les devolvemos al lugar de las preguntas, para ello tienen que comprobar que nosotros creemos en el proceso, que tenemos esperanza y confianza en que el mismo se producirá y  les ayudará. Y es que no viene a ser de otro modo el proceso de subjetivación humana, alguien creyó en nosotros para que fuéramos y ahora tenemos que repetir el proceso que quedó trunco en su momento para ellos.

Añadamos el tacto también. Algunos ya se estarán echando las manos a la cabeza y diciendo que esos no son conceptos analíticos, confianza, esperanza, tacto, parecen remitir a una época preanalítica, anatema, eso no es psicoanálisis les oigo decir, lo he oído tantas veces, me lo he escuchado decir a mí mismo, ninguno estamos libre de ello, pero es que quizás hay que retomar cosas para avanzar con ellas, cuando los escollos impiden el avance y amenazan con destrozar los navíos contra las rocas empujados por la galerna y los fuertes vientos; y es que el bramido de esos que dicen, decíamos, y creen, y creíamos, poder separar las aguas, no es más que parte de la tormenta, en este caso de la tormenta regresiva, iatrogénica y esclerotizante.

¿Retorno a tiempos preanalíticos? De lo mismo se acusó erróneamente a Ferenczi que retorna ahora con fuerza en estos tiempos para ser faro de nuevo y llevarnos con Freud, él que nunca dejó de dialogar con su amigo, incluso después de su muerte y sepultamiento, un poco más allá (naufragio más bien en lugar de sepultamiento, ahora que somos capaces de rescatar los restos con sus tesoros).  

Creemos, esperamos y actuamos con tacto y todo ello aprendido en nuestros divanes como analizantes y en nuestros consultorios como analistas. Hemos visto a pacientes que abortaron el proceso con nosotros a las pocas sesiones, retornar a los años valorando en mucho aquellas pocas entrevistas, aquel encuentro diferente que les permitió rescatar algo del propio saber inconsciente y que les ha acompañado por años y de nuevo vienen a vernos o no, pero les ha acompañado.

Creemos en el saber inconsciente porque lo hemos percibido, hemos transitado por sus vías y hemos construido con él una identidad analítica en la que poder confiar. Y ello nos da la esperanza suficiente para acompañar a otros y para intentar poner de nuevo el deseo en juego y en marcha.

Lacan ya dejó dicho que la resistencia, si la hay, es del analista, que lo inconsciente busca su expresión y que si somos capaces de darle curso ello se revela. Se revela de modos diversos y no siempre es posible hacer con ello un análisis reglado. La regla ha dejado su lugar a otros instrumentos y ahora hacemos uso de escuadra, cartabón, whatsapps, Skype, llamadas de teléfono o las sesiones quincenales o a demanda.

El análisis ha pasado de ser un espacio reglado a un espacio a reglar, ¿a arreglar?. Es ahora cuando más necesitamos brújula, en lugar de regla. Antes bastaba con ser “caballeros del punto fijo”, así llamaban los indios a esos que se quedaban en lo alto de una montaña hasta que otro topógrafo llegase a una montaña segunda donde triangular y poder levantar el mapa del territorio, ahora el territorio no tiene picos y alturas desde los que poder triangular y tenemos que meternos en faena de a dos en lugar de a tres.

El desvalimiento imperante, a decir de Hornstein, que se muestra, a poco que uno se fije, en la patologías actuales, impide triangulaciones edípicas, por lo menos de entrada y requiere de un trabajo dual, de un doble que el sujeto no llego a construir en sí (César y Sara Botella 2003) y precisa de nosotros para construirlo y hacer el tránsito que le permita llegar, algún día, de ahí la esperanza, a una triangulación que le abra a un mundo no solo narcisista y especular.

El doble es una figura del desarrollo psíquico que los Botella rescataron en la clínica como un lugar a ocupar por el analista para permitir la constitución de lo no representado. La figurabilidad es otra de las herramientas que estos autores proponen, el psiquismo del analista puesto al servicio del paciente.

Y mientras tanto, trabajamos para que ello sea posible, no esperamos a tener el encuadre listo para empezar a trabajar, hacemos entrevistas, contenemos, acompañamos, resituamos, reflexionamos, interpretamos cuando ello es posible, estamos, somos testigos, cómplices,  dobles, atemperamos, aceptamos, construimos, metaforizamos, fantaseamos, figurabilizamos. Todo ello y mucho más para permitir que una persona con sus problemas encuentre de a poco su lugar a través de ir creando un lugar en él, en el que se pueda reconocer en su verdad, pequeña, sorpresiva unas veces, calmante otras.

Winnicott se preguntaba qué hacemos los analistas cuando no hacemos análisis y decía que hacemos lo que podemos, y que lo hacemos con la idea de poder hacer análisis más adelante.

En definitiva y con Adam Phillips (1998) no se trata ya tanto de lo que creemos como de lo que creamos, de lo que seamos capaces de crear. Porque ir del saber a la invención (Gutiérrez Peláez 2011) fue siempre la propuesta que Freud nos hizo.

Y si, y solo si, los analistas nos tomamos en serio nuestro propio inconsciente es posible un trabajo de análisis.


IV. Psicoterapia versus psicoanálisis

Como verán estoy apuntando a la psicoterapia psicoanalítica como un espacio a valorar, a poner en valor que se dice ahora, a  la psicoterapia como un proceso que podemos poner en marcha en nuestros consultorios, y como dice y nos recuerda Fernando Urribarri (2012) con el que no puedo estar más de acuerdo:

“En contraste con la idea de que las psicoterapias psicoanalíticas son variantes más simples y superficiales del trabajo analítico, estas son reconocidas (en la actualidad, añado yo) en su complejidad y su dificultad”.

Ya no se trata de considerar más la psicoterapia como el cobre y el análisis como el oro. Trabajamos el cobre hasta convertirlo en oro y, a veces, las más, sin llegar a hacer un psicoanálisis reglado nos las arreglamos para hacer posible la alquimia.

“Del lado del analista se pone de relieve la necesidad de un trabajo psíquico especial para hacer representable, pensable, analizable el conflicto psíquico situado en los límites de la analizabilidad”.

De tal modo que “la escucha debe combinar la lógica deductiva (del modelo freudiano) con una lógica inductiva. (Y) En la formulación de la interpretación se explicita (explicitamos)  su carácter conjetural, utilizando el modo conjetural o interrogativo, para permitir que el paciente tenga un “margen de juego”, (y que) pueda tomarla o rechazarla”. (pág. 164).

Tenemos entonces del lado del analista un mayor trabajo y una mayor humildad, del lado del paciente un “margen de juego”, un espacio abierto, transicional, potencial, a crear y compartir; y es que de eso se trata, de darle un margen al juego, no al game sino al playing, a ese que crea sus reglas conforme se va jugando, seriamente, como siempre que se juega de verdad.

Se trata de que, y continua Urribarri: “Frente al mutismo (de cuño lacaniano) y la traducción simultánea (de inspiración kleiniana), la matriz dialógica del método vuelve a ser valorizada y profundizada. (…) “En ambos casos –psicoanálisis o psicoterapia– puede decirse que el objetivo de reconocimiento y metabolización de lo inconsciente es similar. Su resultado deseable es la constitución o despliegue de un encuadre interno (o interiorización del encuadre), mediante el cual el núcleo dialógico (intersubjetivo) del análisis devenga una matriz intrapsíquica reflexiva, una plataforma dinámica de la función objetalizante”. (Urribarri, 2012).

De esto se trata, de crear una matriz intrapsíquica reflexiva, esa es la esperanza. Hemos pasado de la repetición a la creación, de la espera al acompañamiento, de la bipartición al núcleo lúdico común, con la esperanza de que la matriz dialógica, puesta en primer plano de nuevo, nos ayude a conformar el proceso.

Yo no lo podría decir mejor que este decir de Urribarri que hace hablar a André Green. [2]

“En esta perspectiva (dice él y yo comparto) el encuadre es polisémico, conjugando diversas lógicas a las que la escucha debe estar abierta: de la unidad (del narcisismo), del par (madre-bebé), de lo transicional (de la ilusión y lo potencial), de lo triangular (de la estructura edípica)”. “Concordando con esta polisemia del encuadre la posición del analista es también múltiple y variable: no puede ser ni predeterminada ni fija; ni como padre edípico ni como madre continente, etc.”
La posición del analista es múltiple y variable en concordancia con la polisemia del encuadre, no podemos ser predeterminados ni fijos, ni padre, ni madre… solo.

“El analista debe jugar, tanto en el sentido  teatral y musical como lúdico, en función de los escenarios desplegados en la singularidad del campo analítico.” (Y) “Puesto que el inconsciente “habla en diferentes dialectos” el analista debe ser “políglota”.

Debemos ser lúdicos, en el sentido más amplio del término, en función de la singularidad del campo y políglotas. Y, por último, repito a Urribarri sin rubor y resumo ahora: lógica de escucha abierta, de la unidad, del par, de lo transicional, de lo triangular. El analista debe jugar, en el sentido más amplio del término, en función de la singularidad del campo, y debe ser  políglota, orientado al movimiento representativo del paciente.

Crear mundo psíquico se ha convertido en nuestro trabajo, dar representación a lo irrepresentable, trabajar con lo informe (Winnicott) y permitirle tomar su forma particular.

Y termino ya de repetir a Urribarri:

“La co-construcción del sentido en el espacio intersubjetivo como condición para su introyección en, y estructuración de, lo intrapsíquico”.

Se trata pues de crear psiquismo en estos tiempos devastados del capitalismo salvaje, en los que  la singularidad irreductible de lo inconsciente es lo que tenemos que rescatar unas veces, y otras ayudar a crear.

Y permítanme que termine este apartado con algo de André Green y de su mejor articulo “La madre muerta” (1986),  fruto de la exploración de su propio psiquismo.

Tres análisis hicieron falta, según contaba el mismo Green, para encontrar en él mismo este tesoro teórico.

Podemos decir que Green piensa el trabajo con muchos de los pacientes actuales a través de la teorización de su propia problemática. De nuevo la “patología personal”, cuando se trabaja,  es cuna y matriz del trabajo de una época, como en tiempos de Freud y de los pioneros.

Ese es el trabajo que queda por hacer, partiendo de lo inconsciente propio, ponerlo al servicio de la creación de mundo psíquico en nosotros y  en los otros que vienen a consultarnos.


V. Los pacientes actuales

Y todo esto es así, porque los actuales pacientes comparten en muchos casos un rasgo en común, como anticipara Janine Chasseguet-Smirgel (1999), la conducta de rasgos autárquicos. Esas conductas de autosuficiencia que se caracterizan por tratar de prescindir del otro y cuya respuesta es “la huída ante una verdadera relación con los objetos que puedan llegar a ser (para ellos) envolventes y/o abandónicos”, dando lugar esto a “un conjunto de disturbios diversos que tienen un denominador común: a saber, que se expresan a través de conductas cuyo rasgo más o menos conscientes es la autosuficiencia”.

Esa fantasía autárquica que se impone, deja al sujeto paradójicamente enganchado a la droga, a la anorexia, a internet, al sexo, al deporte, a las nuevas terapias, y a otras conductas varias. Esas conductas que persiguen la libertad colocan al sujeto en profunda dependencia y soledad y muestran el sadismo vuelto contra sí mismo de un mundo que pretende, paradójicamente de nuevo, el placer absoluto, el goce más bien entonces. Ese impulso de autosuficiencia muestra el imperativo actual en toda su crudeza: válete por ti mismo, en tu suficiencia está tu tiranía.

En este sentido ella apunta (Janine Chasseguet-Smirgel, 1999) que:

“la explosión de la familia, la confusión de roles entre los padres, y el borramiento del rol del padre en estos trastornos, produce una imagen paterna poco diferenciable de la imagen materna”, sumiendo a los sujetos en un marasmo estéril en el que el tiempo no pasa, convertidos en Peter Pan modernos, cual antiguos Prometeos.

No siendo el total de los pacientes de esta índole, ellos sí que representan, no obstante, el sentir de esta época: autosuficiencia como imperativo, fantasía autárquica mediante, y como respuesta, conductas adictivas que congelan al sujeto y su evolución.

Luis Hornstein lo dice de otro modo:

“En el desvalimiento: la realidad exterior suple una historia identificatoria que condujo al vacío del espacio interno. Prevalece (entonces) un yo frágil, “avasallado” por las otras instancias. (Una) Labilidad del yo y (una) angustia masiva. (Un) Polimorfismo sintomático y (una) inconsistencia de las relaciones de objeto. (Los) Indicadores clínicos (son): la incidencia de los procesos primarios en el pensamiento así como el despliegue de mecanismos de defensa primitivos (escisión, idealización primitiva, identificación proyectiva, desmentida y omnipotencia). Las defensas (…) que predominan: la escisión y la proyección. Defensas por expulsión en el acto y su repetición (adicciones), en el cuerpo (hipocondría y somatizaciones) y en el otro (identificaciones proyectivas).

¿De qué se trata? (se pregunta Hornstein) “Tópicamente: del desfallecimiento del yo. Dinámicamente: del fracaso de la represión a favor de los mecanismos de negación y de escisión. Económicamente, de la debilidad del trabajo de elaboración y de simbolización y del riesgo de desbordamiento traumático.” (Hornstein).

Estos son las formas de los tiempos, formas para las que nos debemos dotar de herramientas nuevas, dado que las empleadas, sacralizadamente algunas veces, se han quedado obsoletas.


VI. La teoría

Y llego ya a la teoría, ese elefante tocado por ciegos, como en la fábula india, en la que cada uno describe al mamífero mastodonte según la parte que toca, esa teoría, la nuestra, que no llegamos a abarcar y que sacralizamos en muchas ocasiones, olvidando que los conceptos, como nos recordaba Ricardo Rodulfo (1989), son solo herramientas y que las herramientas no deben ser tratadas con cuidado porque tienen una función, y en este caso la función primordial es la de servir a la práctica, a la clínica, no entorpecerla. Se imaginan un martillo que no facilitara el trabajo de clavar clavos, o una sierra que no serrase, que no tuviese dientes, o que no usásemos porque temiésemos dañarle los dientes.

Tenemos teorías y conceptos, no tenemos tantos como para despreciar ninguno, tampoco tenemos por qué poner en un altar a algunos de ellos que ya no ocupan el lugar central, ¿Edipo? El lugar central ha quedado de nuevo vacío y lejos de ser ello un déficit se puede convertir en un valor a sostener.

Sabemos que la aplicación de la teoría al caso no lleva más que a clichés: la histérica que me quiere seducir, el obsesivo que me quiere muerto, el bordeline que me hace lo que le hicieron, esas consignas teoricotécnicas que acaban por apartarnos del lugar del análisis, ese que solo se da entre dos y que se construye entre ambos, ese que Benjamin (2012) llamaba el tercero que nos permite seguir adelante con la legalidad de lo construido en común.

La teoría pues como caja de herramientas a usar.

Deberíamos ser capaces de sacar de cada autor aquellos conceptos e ideas que nos sirvan para nuestra caja de herramientas. Deberíamos permitir a nuestros alumnos y a nosotros mismos construirnos una representación del mundo psíquico que nos permita acercarnos a la realidad de la clínica bien pertrechados. Que no nos pase, al decir Freud, lo que hacemos con la educación de nuestros jóvenes, no deberíamos permitir a nuestros alumnos, ni a nosotros mismos, ir con ropas de verano a tierras polares. Y para ello deberíamos hacernos nuestros propios ropajes, los que nos sean más cómodos para una travesía sin reglas y sin más brújula que nuestro propio trabajo psíquico sobre nosotros mismos y nuestros estudios.

Por eso no abundaré aquí más sobre la teoría, que cada cual construya un arsenal metapsicológico que le permita entenderse y entender el mundo psíquico para trabajar con sus pacientes. Pero, ojo, no estoy abogando por un eclecticismo, el trabajo de articulación y coherencia de nuestro arsenal metapsicológico es una tarea que nos acompañará por siempre en nuestro quehacer clínico y en nuestros estudios.

Pero sí que me gustaría terminar este apartado con una imagen. La imagen del Moisés de Freud, ese que, según él, contiene el gesto, la ira, la agresividad destructiva, que no se deja llevar por el impulso de destruir las tablas sobre su pueblo, esa para mí es la mejor metáfora del mejor Freud.  Eso que le hubiera gustado poder llegar a hacer al maestro, al propio Freud, contenerse y no acabar expulsando del movimiento analítico a todos los discípulos que en su disidencia abrieron nuevos caminos, esa es al menos mi interpretación: Freud soñó en la interpretación del gesto del Moisés lo que a él le hubiera gustado poder hacer. No necesitar imponer su autoridad, sino dejar que el tiempo, el único amo de verdad, colocase, como lo acaba haciendo, a cada uno en su lugar. Ya que la teoría no es patrimonio de nadie y la ortodoxia es solo la herejía dominante (Emilio Rodrigué 1996).


VII. La formación

Me gustaría pensar con vosotros qué estamos haciendo con la formación, con la nuestra y sobre todo con la de nuestros futuros analistas, que en definitiva tiene que ver con el posible futuro que el psicoanálisis pueda tener. Tomaré aquí las palabras de un antiguo presidente de la APM (Asociación Psicoanalítica de Madrid, nota del Editor)  para señalar con él que algo tendremos que hacer si no queremos que nuestra práctica muera por vejez. Dice Martín Cabré (en ese momento Presidente hacía ya dos años y medio de la APM) en entrevista de María Grazia Vasallo Torrigiani y Jones De Luca, que se puede ver y oír en el sitio web de la Società Psicoanalitica Italiana, año 2012:

“Este (el problema de la formación)  es un problema de nuestra sociedad psicoanalítica como los es de las europeas y latinoamericanas, (ya que) en los últimos años el proceso de envejecimiento dentro de nuestra asociación es particularmente dramático, (y) se produce en todos los estamentos”. Y continúa: “Los miembros asociados han pasado de una edad media de 46 años a una edad media de 54, esto ya es preocupante, pero si pasamos a los miembros titulares (full member) hemos pasado a una media de 63 años, lo cual quiere decir que les quedan solo 7 años, para intentar ser didactas, (y) cuando llegan a ser didactas creo que les quedan dos años para despedirse, saludar a todos y decir hasta aquí hemos llegado”.

Este panorama no es exclusivo de su asociación sino que viene a ser el problema de todas las sociedades analíticas en la actualidad. Hemos envejecido y a tenor de lo que dice Cabré, hemos envejecido mal. Si para ser miembro de una sociedad se tiene que saltar la sesentena, o la cincuentena tanto da, mal va la cosa.

El psicoanálisis está muriendo de vejez y me pregunto si parte de la responsabilidad la tienen las medidas dacronianas que ponemos para ejercerlo.

Añade Cabré:

“… (Incluso) los candidatos son bastante vetustos, lo cual hace que haya una población, una especie de grupo geriátrico que tiene muchas veces muy poco atractivo para la sociedad moderna”.

Y apunta posibles soluciones:

“Esto es un problema muy serio (dice) que habría que combatir reflexionando conjuntamente, buscando soluciones que faciliten, no solo la difusión, sino el acceso, la metodología de acceso de los nuevos candidatos y también el paso de un estamento a otro, sin perder nunca el rigor y la exigencia científica, porque creo (dice) que no son dos cosas que tengan estar reñidas ni enfrentadas, es posible mantener el rigor científico y la facilitación  para que no sea una empresa tremenda el paso de ser un candidato a ser un miembro asociado.”

Yo añadiría que hemos de hacer extensiva la reflexión a los estándares de formación de nuestras sociedades que hacen de la formación analítica una formación draconiana, interminable o cuanto menos, y peor, un acicate para la renuncia.

Y no es que no haya jóvenes interesados en el modelo psicoanalítico, vienen, se forman, hacen los años de formación básica, pasan por experiencias de diván, supervisan pero usan lo que aprenden para su práctica diaria y lo aplican en los hospitales, en los centros de salud, en sus clínicas y consultorios privados, dejando de lado el proponerse como candidatos para nuestras sociedades porque lo que les exigimos, los estándares que empleamos, les llevan a la vejez y ellos quieren poder emplear lo que han aprendido de un modo cotidiano y no esperar hasta cumplir la sesentena para aplicarlo de pleno derecho.

Es cierto que nuestros estándares son estándares europeos, pero no podemos, por plegarnos a reglas continentales, obviar un problema que nos atañe en particular. Nosotros, el CPM (Centro Psicoanalítico de Madrid, nota del editor), creamos hace unos años la figura del analista en formación en nuestra sociedad y pretendemos que esa figura sea miembro activo y vivo de nuestros espacios y no mero estudiante a la espera de una titulación geriátrica.

Continua Cabré:

“El modelo francés (el que se sigue) exige 3 o 4 sesiones semanales, un exceso de exigencia para muchas personas y se buscan soluciones, (como) la reducción o el reducir los honorarios, luego (está) la gente que viaja desde fuera de la península, (que) no se pueden permitir viajar todos los días, los análisis condensados se llevaron a cabo un tiempo, dos sesiones un día y dos otro día.” Soluciones que siguen apuntando a sostener un modelo caduco que no pide la adaptación a los nuevos tiempos sino la renovación de sus estructuras, creo yo.

Y sigue:

“Muchos candidatos de nuestra sociedad me plantean que no tienen casos de análisis, (que) lo que tienen son casos de psicoterapia, pero también es verdad (añade con valor) que muchos miembros titulares y asociados les pasa igual, entonces es una mentira (subrayo esta palabra) el hacer como que tenemos todos muchos pacientes de análisis, cuando no es verdad, muchos analistas didácticos tienen pacientes en psicoterapia”.

Es una mentira sostener eso y es una mentira insostenible.

Y continúa diciendo:

“Yo pienso que la cuestión de la psicoterapia es muy importante, la psicoterapia es una especialización dentro del psicoanálisis, porque para hacer psicoterapia hay que estar muy bien preparado, hay que tener una formación psicoanalítica muy sólida y mi propuesta sería que dentro de la formación psicoanalítica hubiera una especialización a la psicoterapia, como se hizo con el psicoanálisis de niños, yo creo que tiene que haber también una formación dentro de la formación psicoanalítica en psicoterapia psicoanalítica para gente que trabaja con menos sesiones o para gente que trabaja en instituciones públicas, hospitales,  donde muchísimos candidatos es lo que tienen a mano y con lo que trabajan, entonces es muy importante que estén bien preparados, de nuevo no dejar el campo de la psicoterapia a otros  profesionales que no tienen preparación psicoanalítica y que van a distorsionarlo y modificarlo en otra cuestión.”

Y creo que en este último párrafo Cabré toca la cuestión importante, cuando dice que la formación psicoanalítica tiene que derivar hacia una buena formación en psicoterapia porque no podemos seguir mandando a nuestros vástagos con ropa de verano a cazar al polo… con mapas de lagos de la Italia Septentrional (Freud).

Termina apuntando a la verdad:

 “Así que son muchos retos los que tenemos planteados pero espero que, con sentido común  y utilizando como un instrumento técnico importante la verdad, se pueda salir adelante.” La verdad, esa que muchas veces en la historia del psicoanálisis ha sido hurtada por intereses diversos.


VIII. Los viejos nuevos autores

No es casual el retorno de autores malditos como Ferenczi, o despreciados como Winnicott, ambos tocan puntos en su disidencia que tuvieron que ser luego señalados por Lacan, otro apartado que ha florecido por fuera de las instituciones clásicas; ellos retornan para que podamos traer a primer plano las dificultades que una ortodoxia demasiado “orto” no ha sabido tratar, porque ello suponía salir de su tranquila posición alcanzada con mucho esfuerzo.

Pero, al igual que en los momentos de calma del análisis, hay que acompañar al paciente a superar la resistencia de quedarse en aquel cómodo lugar, hay que poder articular lo reprimido que retorna en esos autores para poder integrarlo en un campo, el nuestro, que pretende activar (DESPERTAR) y activarse en estos tiempos en que la posición ya no es tan cómoda; poner en juego el deseo, más que dejarse llevar por un imperativo de goce.

En el caso de Ferenczi sus “elaboraciones no son un retorno a la teoría de la seducción, sino un nuevo desarrollo en torno al trauma de gran originalidad y pertinencia para pensar el psicoanálisis contemporáneo”. (Gutiérrez Peláez 2011)

El trauma Ferencziano, lejos de volver al pasado preanalítico, muestra como lo intersubjetivo crea lo intrapsíquico escindido, a tenor de una traumatización que si bien es, Laplanche “dixit” (1989) imposible de elidir, sí es al menos posible de metabolizar.

En el caso de Winnicott su espacio transicional, dejado a veces de lado por el objeto del mismo nombre, apunta a una creación entre dos que permite la superación, en parte, de lo traumático, y recuerda momentos originales de inusitada potencia, momento de neogénesis les llamaba Silvia Bleichmar (2000), momentos locos en los que dos psiquismos trabajan para dar la posibilidad a que uno de ellos, o a los dos ¿por qué no?, vayan un paso más allá de lo hasta entonces alcanzado. Lengua intermedia que supere en parte aquella confusión de lenguas que Ferenczi señaló, Lacan [3] colocó como estructural en el advenimiento del sujeto humano, y que Laplanche rubricó con su teoría de la seducción generalizada.

De ahí venimos, de esa confusión traumática entre ternura y pasión insoslayable, pero que puede sublimarse a través de ese otro espacio, el espacio transicional, lugar de creación por excelencia de un hecho cultural que dé cuenta de un encuentro posible, por momentos, entre dos seres diferentes, pero que deciden jugar juntos a construir mundo más allá de lo existente, más allá de lo instituido.

El objeto transicional, entendido como una producción entre dos se equipara con una producción cultural nueva; sublimación de un encuentro y separación que recuerda, despierto, la producción del sueño que se da dormido. Este, el sueño, se da entre dos instancias, el inconsciente que desea mostrarse y el yo que desea dormir. Fruto de ese encuentro, de ese acuerdo, es el sueño; pues bien, fruto del encuentro entre el yo y el otro es el objeto transicional, el objeto cultural que, construido de modo instituyente, permite soñar despiertos. Porque los que sueñan despiertos, como decía Edgar Alan Poe, viven más que los que sueñan solo dormidos.

Y ahí estamos nosotros también, los analistas y nuestras sociedades, en un intento que vaya más allá de la psicología de las masas, para pasar a crear, más allá de lo instituido algo que sea instituyente al modo en que lo mostraba Cornelius Castoriadis (1998), aunque ello solo sea posible hacerlo a través de la Soledad: Común (Jorge Alemán).

 

[*] Trabajo presentado al Simposio de la Sección de Psicoterapia Psicoanalítica y Sección de niños y adolescentes de la FEAP, que se desarrolló en Zaragoza, los días 2 y 3 de Octubre de 2015. Este escrito recibió el premio al mejor trabajo que el Colegio de Médicos de Zaragoza  concedió en el Simposio.




 
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Notas
 
[1] "Probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose.” Julio Cortazar
[2] Es esta “la técnica propuesta por Green para las estructuras no neuróticas (donde) se privilegia la dimensión transicional y dialógica del trabajo analítico: se destaca un recurso que podríamos denominar “squiggle verbal”, un estilo de intervención orientado por (y hacia) el movimiento representativo del discurso del paciente.”
[3] De Lacan nada diré. Lo estudié muchos años hasta que me separé de él para poder pensar por mi mismo (“Lacan piensa, yo existo” decíamos como crítica para poder dejar de pensar Lacan y empezar a pensar por nosotros) pero al final con Hornstein creo que hay que decir “No sin Lacan”.
Bibliografía y fuentes
 
Alemán, Jorge.  Soledad: Común. Políticas de Lacan. Clave intelectual 2012.
http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-251866-2014-07-31.html
Botella, César y Sara. La figurabilidad psíquica. Amorrortu 2003.
Benjamin, Jessica. Los Lazos de amor. Paidos 1996 y Objetos iguales, sujetos de amor. Paidos 1997.
Benjamin, Jessica http://www.psicoterapiarelacional.es/Portals/0/eJournalCeIR/V6N2_2012/01_Benjamin_Tercero-Reconocimiento_CeIR_V6N2.pdf
Bleichmar, Silvia. Clínica psicoanalítica y neogénesis. Amorrortu. 2000.
Castoriadis, Cornelius. Hecho y por hacer. Eudeba. 1998
CHASSEGUET-SMIRGEL, Janine. (1999) “A propósito de algunas “nuevas” patologías: la conductas de rasgos autárticos”.
Ferenczi, Sandor. Confusión de lenguas. 1932.
González Torres, Miguel Ángel. La herencia del psicoanálisis: Clínica y teoría para el siglo XXI. Revista Atopos número 59. 2015. http://www.atopos.es/pdf_09/art2_0410.pdf
Green, André. La madre muerta. En Narcisismo de vida, narcisismo de muerte. Editorial Amorrortu 1986.
Gutiérrez Pelaez, Miguel. Confusión de lenguas. Un retorno a Freud. EUDEM 2011.
Horstein, Luis. Patologías del desvalimiento. http://www.uces.edu.ar/institutos/iaepcis/desvalimiento.php
Laplanche, Jean. Nuevos fundarnentos para el psicoanálisis. La seduccion originaria; Amorrortu editores, S.A., Buenos Aires, Argentina, 1989.
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Martín Cabré, Luis. (2012) http://www.spiweb.it/index.php?option=com_content&view=article&id=2574:interviews-on-psychoanalysis-today-2&catid=661&Itemid=940
Pereña, Francisco. Incongruencias, Una reflexión autobiográfica.  Editorial Síntesis. 2011.
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Urribarri, Fernando. “André Green. El pensamiento clínico: contemporáneo, complejo, terciario”.  Trabajo presentado en el «Primer encuentro internacional André Green: Ideas directrices para un psicoanálisis contemporáneo» en ocasión del décimo aniversario del Espacio Green de la apa, realizado los días 27 y 28 de octubre de 2011. Publicado en Revista de Psicoanálisis, Vol. 69 (1), 2012.
Winnicott, Donald W. Realidad y juego. Editorial Gedisa. .1993
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