Nunca está de más volver sobre el origen y significado de un término. Por cierto que interdicción es más que un término en psicoanálisis, habla de una acción fundamental para la estructuración del sujeto psíquico. A nivel jurídico implica la declaración de incapacidad que inhabilita a alguien para realizar ciertos actos. Sus sinónimos: exclusión, negación, oposición, privación, prohibición, veto. Veamos su etimología: proviene del latín, interdictio, interdictionis. Está ligada al Derecho Romano y algunas veces al terreno de lo religioso. Interdicción es nombre de acción del verbo interdicere (prohibir, alejar, apartar o privar de algo). Interponer separando.
Clásicamente, en psicoanálisis se ha ligado la interdicción a la prohibición del incesto. Interdicción o prohibición del incesto. Interdicción o prohibición de la coincidencia de lazos de parentesco con los lazos de alianza. La prohibición quedó ligada a la figura del padre, separando a sus hijos de la madre, muchas veces a través del acto de esta de nombrarlo. Luego, separado él mismo de ellos por una instancia reguladora que lleva consigo en su psiquismo como heredera de su propio Complejo de Edipo: el superyó. Finalmente, se elucidó que dicha prohibición ya estaba instalada en la madre a nivel simbólico, también en el padre. Y así surgió a partir de Lacan la cuestión de la Metáfora paterna.
Hemos discutido en otros lugares [1] lo inadecuado, tendencioso y hasta riesgoso de seguir utilizando esta terminología, adscripta a un orden de sexuación emparentado con el magma simbólico patriarcal. No nos detendremos por lo tanto en este punto más que para señalar que se ha dado por natural un orden simbólico que es eso: Un orden simbólico, y que pueden advenir otros tal como ha ocurrido en el pasado y como puede apreciarse en otras culturas. Y que es necesario, imprescindible, que el psicoanálisis se desprenda de los restos de las significaciones patriarcales que sobrenadan en su interior, sobre todo por las consecuencias clínicas que esto tiene.
Nos interesa rescatar la proposición de Castoriadis al respecto (Castoriadis, 1993), que pretendemos retomar y desarrollar. Es decir, que la psique humana se ve sometida desde el inicio a una serie de trabajos que preservan al sujeto de caer “en una locura de uno, de dos o de tres”, en la medida en que no se produzca la separación reclamada por la sociedad para cada uno de los momentos de estructuración del psiquismo del infans. Hablamos así de trabajos de separación o de la significación de los límites. Del infans respecto de ciertos goces –oral, anal, fálico– pero –y esto es sustancial y es lo que nos ocupa en este texto: de los adultos responsables respecto de satisfacer sus propios deseos sexuales, así dicho, con todas las palabras– en la criatura humana, sumida desde el inicio en la indefensión. Adultos que tienen a cargo guiar al infans en su renuncia a deseos y goces que de llevarse a cabo pondrían en jaque su devenir como sujeto.
Los primeros goces deben caer bajo efecto de la represión originaria que funda el inconsciente. Van a parar al fondo del mismo, naufragan: los goces de los primeros tiempos de la vida, durante los cuales el cuidado corporal, la alimentación, el abrigo, etcétera, estaba en manos de los adultos que han sido sus objetos originarios. Y que implica el dispositivo socializador de la ternura según lo ha establecido Fernando Ulloa (1999). Dispositivo que ubica al infans en un lugar de sujeto separado de los objetos originarios. Va de suyo que esa tarea no resulta posible si dichos adultos no son capaces de llevar a cabo eficazmente su tarea de interdecir: llevar al infans a que abandone dichos placeres, a cambio de otros, de la mano del amor, el orgullo, la alegría que el infans puede observar en ellos en cada logro-deposición de dichos goces, y –fundamental– de establecer que no es a cambio de nada dicha renuncia, es un quid pro quo. Renuncia que primero –esto es fundamental– ellos deben haber realizado sobre sus propios goces prohibidos. Volvamos a Castoriadis (1997): una prohibición en sí no instituye nada, es necesario ese otro movimiento que, de modo lento e insidioso, va dando lugar al núcleo amable del superyó y de los ideales.
La aventura de la cría humana continúa al tener que atravesar deseos dirigidos hacia los adultos que lo crían, habitualmente el padre y la madre, en lo que conocemos como travesía edípica. Aunque sabemos que esto puede tener lugar en las variaciones notables que en este momento implican para el psicoanálisis una gran interrogación acerca de sus consecuencias, sobre todo cuando la crianza es realizada por personas anatómicamente similares, dado el lugar relevante que las diferencias sexuales anatómicas tienen para la psique.
Las prohibiciones, interdicciones, en este punto, están claramente dirigidas al infans, pero primordialmente a los adultos a cargo del mismo. En el niño –ya no infans– eso da lugar a la represión secundaria, a la herencia en un superyó e ideales –continuación de lo iniciado en etapas previas– y a una separación aún mayor de los adultos a cargo de su crianza: más que crianza diríamos de su devenir sujeto. Todo lo cual no quita la enorme cantidad de accidentes producidos en este proceso, cuyos retoños observamos en la producción de neurosis, a través de la cuales asoman esas escenas infantiles –¡ah!, ¡niños rebeldes, que tienen imaginación y fantasía!– que muestran una distancia entre la realidad material y la psíquica, poblada de fantasmas, deseos reprimidos que pugnan por retornar, una sexualidad desfuncionalizada que no se acomoda a lo que se espera de ella de modo completo, etcétera. Lo cual, alcanza un nivel mucho más grave en el caso de las psicosis y perversiones, cuadros que suelen hablar del compromiso y responsabilidad de los adultos en el surgimiento de los mismos.
Pero, de modo más o menos eficaz, estas represiones psíquicas fruto de las interdicciones pronunciadas “a viva voz” por los adultos –que, insistimos, se supone que han sido también sometidos a esa acción–, dan lugar a los bordes/fronteras/límites al interior de la psique: los estratos de la misma, lo originario, lo primario, lo secundario. Y también a los bordes/fronteras/límites que hacen a la intersubjetividad. Así, de la mano de estas interdicciones se estructura la psique, adviniendo la complejidad de su modo de ser estratificado: consciente, preconsciente, inconsciente, también yo, ello, superyó, ideales del yo. Deseos opuestos, incoherencias, corrientes diversas de la vida psíquica, sentimiento inconsciente de culpabilidad, los destinos para la pulsión: vuelta contra sí mismo, transformación en lo contrario, sublimación. El complejo registro de las defensas, el registro identificatorio, etcétera, etcétera. Toda esta riqueza psíquica depende del trabajo de separación y habita en los diversos estratos psíquicos a la vez en conflicto y comunicación: un magma atravesado por conductos. Al mismo tiempo que toda esta operación –que es psíquica e intersubjetiva– tiene lugar, está bajo la égida del magma de significaciones sociales de la sociedad. El Otro se asoma a la cuna del infans a través del portavoz de la cultura (Aulagnier, 1977) pronunciando los enunciados identificatorios sociales, los objetos obligados para la sublimación y la satisfacción pulsional.
Llegados a este punto, es necesario hacer foco en lo siguiente: la notable manifestación de episodios de abuso sexual infantil, asesinato de mujeres (femicidio), desórdenes como la anorexia, bulimia, adicciones, ataques de pánico… lo borderline. Esto último habla –justamente– de las fronteras/bordes en términos de su fracaso en su firme establecimiento o crisis (que cuando es momentánea la hemos referido a los ataques de pánico). Nos vamos acercando a lo que motiva este breve escrito: ¿cómo realizar las operaciones de separación descritas –que dan lugar a la represión originaria y a la secundaria, fundantes de la estructuración de la psique–, que, como hemos sostenido, implican el establecimiento de barreras al interior de esta y con el mundo exterior?, ¿cómo hacer posible esta tarea en una sociedad que aboga por la anulación de todo límite? ¿Cómo en una sociedad que dificulta –ataca, tendríamos que decir, tal como hemos visto en El Gran Accidente: La destrucción del afecto [2] – la capacidad de figurabilidad de la psique?
Por supuesto que el Otro no le indica a los adultos a cargo que borren toda frontera entre ellos y el infans, o que le permitan a este llevar a cabo sus deseos e impulsos sin más. Esto que no es dicho de modo manifiesto está, sin embargo, presente en un modo de ser de la sociedad que ha hecho del ser, ilimitados sus leit motiv. Las consecuencias son claramente observables en adultos de crianza que están en un estado de distracción constante, agitados en su mundo pulsional por un “poder” que justamente lo que busca es eso: agitar el mundo pulsional de los sujetos con su demanda de actividad y consumo permanentes, lo que los agota. También en la demanda de juventud ilimitada, lo que ha acercado a las generaciones y entre sus efectos negativos ha producido adultos-amigos de sus hijos, que hablan con estos sin límites de sus aventuras amorosas… Pero, y ya más allá de los adultos a cargo del infans, la presencia permanente de dispositivos digitales que desde pequeños abruman y acunan al infans y al niño en una cantidad no asimilable, y esto en el sentido freudiano: cantidades improcesables de estímulos que hacen tabla rasa con las fronteras psíquicas y empobrecen la figurabilidad. Es como si el Otro –como en 1984 de Orwell– se manifestara de cuerpo presente en la vivienda y se apoderara de sus habitantes y traspasara toda frontera psíquica.
Si hemos descrito en varios textos las características del Otro de esta época –que son asimilables en buena medida a las del “poder”, sobre todo en término de cómo este ha hecho de la pulsión su política–, de cómo altera la figurabilidad: la creación de representantes representativos de la pulsión, ahora debemos remarcar cómo este Otro pone en crisis a la interdicción y cómo impide los distintos trabajos de separación que hacen a la existencia del sujeto psíquico.
[*] Texto perteneciente a Paradigma borderline. De la afánisis al ataque de pánico, Lugar Editorial, Buenos Aires, 2017.
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