Estando dedicado este panel al inconsciente y la Historia, para poder hablar de ésta tendré que hablar del futuro. Para poder hablar del futuro, tendré que comenzar por el pasado. Y para hablar del inconsciente me referiré a la sociedad. Hablaré entonces de la historia individual, la historia colectiva, el inconsciente y la sociedad, sus entretejidos.
El arco que va de las reminiscencias de las histéricas al trastorno en la memoria que Freud sufre en la Acrópolis es complejo, abierto, e incierto, y por él transitaremos a lo largo de este texto.
En su sueño, R. dice: “- Papá, no hace falta que estés acá. Ya podés volver”. Su padre en el sueño deambulaba por la oficina atendiendo clientes, aunque sabía – tanto él como R. – que estaba muerto. R. quería que volviera al cementerio. Me dijo que le angustiaba verlo como un muerto-vivo. Y que le aliviaba que se fuera. Unas sesiones más adelante va a decir “Ahora, recién ahora, siento la pérdida”. La presencia del padre impedía que le faltara. Su falta, lo tranquilizaba.
El inconsciente no tiene tiempo ni lo reconoce, reina en él una simultaneidad de pasado-presente y también futuro, estaciones del tiempo que sólo lo son para el Yo. En el inconsciente no están presentes los principios de no contradicción, de tercero excluido, ni de identidad. Su lógica, su modo de ser, en el que reina la omnipotencia de la psique, la compulsión a la repetición y también la tendencia a la complejidad que procede de Eros, hace que hablar de inconsciente e historia pueda parecer un oxímoron.
El sueño de R. – cumplimiento del deseo de que su padre estuviera vivo, también cumplimiento del deseo de que permaneciera muerto – muestra una coexistencia imposible. También muestra que el inconsciente no está solo, aislado, que no puede escapar a la temporalidad y por lo tanto a la historia y a la realidad.
El inconsciente rehúye de la incompletud – por lo que entre otras cosas rechaza a la castración - y sus formaciones muestran una tarea inevitable e interminable de rellenar toda falta: pero al mismo tiempo muestran su fracaso. El trabajo de creación de representaciones y afectos (eso que Castoriadis denomina imaginación radical) está al servicio de ofrecer permanentemente sentido, que en su origen debe ser total, pleno, cualidades que el inconsciente nunca querrá abandonar. Y muchas veces a través de un lazo, una teoría, un sistema totalitario, una secta, un líder, la escena de la realidad parece mostrar que sí, la completud sería posible, ya que en ellas muestra su reinado la omnipotencia de la psique.
El padre, la historia y la Historia
Si R. necesita que su padre regrese al cementerio, Freud necesitaba de un padre para hacer de su asesinato el origen de la Historia. Un padre asesinado, sea el de la Horda primitiva, o el mismísimo Moisés. Nunca nos hemos preguntado lo suficiente por qué para Freud la Historia debiera tener ese origen. Sea tanto la historia colectiva como la individual: es a partir del sepultamiento del padre del Edipo que se instituyen instancias que estructuran la psique – superyó e ideales -. Y la muerte del padre de la horda muestra el origen en el histórico-social de dichas instancias de la psique que permiten la vida social.
Freud señala en el Moisés la aparición fantasmagórica del padre muerto, que le impone sufrimientos a los sujetos y a las sociedades. No hay recuerdo ni elaboración, sino repetición. La pulsión de muerte en su compulsividad, lo hace regresar una y otra vez, para hacer cumplir con una necesidad de castigo que es reclamada desde el sentimiento inconsciente de culpabilidad. Pero no lo hace de frente al sujeto o las sociedades, sino a sus espaldas. Para Freud, la represión del asesinato del padre hace que los pueblos hagan recaer desgracias sobre sí. Culturas neuróticas las denomina, en las que se producen acting out colectivos.
Pero acaso sea necesario pensar que Freud y los psicoanalistas que ubican lo paterno como lo estructurante (sea como figura, metáfora o función) estén sosteniendo como si fuera natural algo que en realidad es del orden patriarcal, o sea, instituido históricamente. Será un Cornelius Castoriadis quien señale que una prohibición no instituye nada por sí misma – y yo digo: menos un asesinato -, que lo que sí es instituyente es el pacto de autolimitación que se produce en la alianza fraterna. Y eso da lugar a una perspectiva completamente diferente. Porque la “ley primera” pasa a ser la de los hermanos, para evitar ser devorados por lo de “afuera”: la pulsión sin freno.
Tiempo, historia y psique
En la obra de Freud, la memoria – base para construir sea la historia como el futuro – muestra permanentemente extrañas formas de aparición: hay así retorno de recuerdos reprimidos en forma de síntomas, o creación de recuerdos encubridores, la escritura de una novela familiar o su retorno en actuaciones comandadas por la compulsión a la repetición, lapsus, sueños. etc. André Green señalará como modo básico de funcionamiento de la psique, que ésta, frente a la pulsión y su imperativo de descarga, instala tempranamente una red. Debo consignar que esa red es establecida en los orígenes gracias a la asistencia de ese objeto imposible que es el otro, prehistórico e inolvidable. Una red que de allí en más será tejida de modo permanente.
Hay así un trabajar ininterrumpidamente, tejiendo para derivar energía, reteniendo, ligando, en contra de la compulsión. Esta red es puesta en sentido. Una puesta en red, un tejido de vías colaterales bases del yo y de la memoria, posteriormente de la posibilidad de historizar.
A nivel colectivo, los historiadores siempre están escribiendo nuevamente la historia, que nunca es la misma. Pueden permanecer los acontecimientos, pero las cadenas de significación suelen variar indefinidamente. La Historia y la historia de un sujeto, se parecen al estilo narrativo expresado por Akira Kurosawa en su película Rashomon. El Yo, intentando las más de las veces dejar sentada una historia oficial que se ve agujereada y confrontada por las formaciones del inconsciente que hablan de otra historia, o deviniendo un aprendiz de historiador (Piera Aulagnier), escribiendo exitosamente cuando puede asomarse y tolerar las contradicciones e incoherencias que atraviesan la psique.
En este sentido, Recuerdo, repetición y elaboración introduce un paradigma inquietante: repitiendo se hace efectiva una memoria sin recuerdos ni palabras, ante la cual el sujeto está ciego, y, peor aún y como podemos apreciarlo en la cura analítica (y, por qué no, en lo colectivo) aun sabiendo que tal acto, tal tendencia, tal decisión, muestran una repetición, el sujeto no puede evitar ser tomado por la ceguera de esa memoria anclada en lo pulsional: repitiendo, “recuerda”. Mejor dicho, es alcanzado por el cuello por una memoria pulsional que no logra escribirse en un discurso. Compulsividad de la pulsión, fracaso de la elaboración. Esto apunta a que con el recuerdo no es suficiente, hace falta la elaboración de lo recordado, el reordenamiento de las inscripciones a partir de significaciones halladas o creadas por el sujeto, para que la historia – y entonces los recuerdos que esta contiene – pueda escribirse. Aun a sabiendas de que la historia nunca cesa de no escribirse, pero que tampoco cesa de escribirse. Esta es la imposibilidad de la historización.
Pero, ¿cómo se ordena la temporalidad en la psique? ¿Cómo puede R. hacer que su padre vuelva al cementerio, y así poder escribir un nuevo capítulo de su historia, que podrá ser reescrita en sucesivas retraducciones?
Inconsciente, tiempo, sociedad
El inconsciente es a-histórico en tanto es a-temporal, pero es también histórico. Si el inconsciente desconoce la temporalidad, y por lo tanto la historia, esto no impide que sea marcado por ambas. La temporalidad se incorpora desde el momento en que la psique es sometida a la socialización. Esta socialización incluye la incorporación vía imposición a través del discurso del objeto asistente, del tiempo tal como ha sido instituido por la sociedad en cuestión, discurso que incluye las cadencias de su voz y de su cuerpo bajo la presencia de lo que Fernando Ulloa estableció como dispositivo de socialización: la ternura. Esta temporalidad va en sentido contrario del modo de ser omnipotente y a-temporal de la psique en sus estratos más profundos.
En este punto es necesario destacar dos proposiciones opuestas: la primera de las cuales dice que el inconsciente es social.
Esto es así en diversos sentidos, imposibles de ser agotados en esta exposición. Es la institución de la sociedad la que decide respecto de lo que debe reprimirse y sublimarse. Es más, las pulsiones – en tanto diferenciadas del instinto – son una creación de la sociedad. También lo son los objetos a través de los cuales estas van a ser sublimadas. La psique en su conjunto es inseparable de la sociedad: sabemos desde Freud que todo acto psíquico es a la vez social. Sin sublimación no es pensable una sociedad, y sin la intromisión del otro en la psique, no existiría el humano. Sin la incorporación del tiempo socialmente instituido, no habría posibilidad de historización individual ni social. Freud mismo señala en el Moisés, que el inconsciente es colectivo, es patrimonio de la humanidad, por vía filogenética. Más fina es su apreciación en El malestar en la cultura, donde cuestiona la experiencia soviética en términos de la herencia que porta el superyó, heredero del superyó cultural y del paterno, combinándose la transmisión cultural inconsciente con la compulsividad que la acompaña.
Esto último es un punto bisagra con lo siguiente: el inconsciente es a-social. Resiste la presencia del otro y de la sociedad, todo aquello que afecte su universo narcisista, su omnipotencia, por lo tanto, resiste también los cambios sociales. El inconsciente se resiste a lo social porque este es un obstáculo a la omnipotencia de la psique, a lo ilimitado, por el tope a su mundo pulsional.
Esta coexistencia imposible nos habla de un baile para el que se necesitan dos: psique e histórico-social. Indisociables e irreductibles, están obligados a bailar juntos, no pueden hacerlo por separado. La psicosis es uno de los testimonios de su separación, tanto como puede serlo la ruptura del contrato narcisista que la sociedad puede hacer recaer sobre un sector de su población, negándole un lugar.
Inconsciente, temporalidad y capitalismo
Quiero compartir dos reflexiones. La primera tiene que ver con el tiempo tal como hoy se hace presente. Me refiero a la temporalidad en permanente aceleración del capitalismo. Con su vertiginosidad promueve la atemporalidad ligada a lo ilimitado que reina en el inconsciente. Incentiva la deriva pulsional descontrolada, con una oferta de descarga en permanente crecimiento – diferenciada esta descarga de la sublimación. Esta aceleración obstaculiza la tarea de historización dado que no ofrece tiempo para la elaboración, no permite el tejido de esa trama que liga a la pulsión. Yendo más lejos: promueve la desligazón, afectando el funcionamiento de la imaginación radical de la psique, es decir, la creación de representaciones y afectos. El “siempre más”, como significación imaginaria central del capitalismo y el ansia de lo nuevo por lo nuevo, satisfacen entonces tendencias del narcisismo originario. Y junto con el pretendido control racional de todo lo existente (en los cuerpos, en la naturaleza, en la sociedad, en la psique reducida a una causalidad genética), le prometen al sujeto que la castración puede ser eliminada: podríamos estar completos, al igual que el Otro. Un Otro que hoy se hace presente prometiendo mucho más que placer, empujándonos más allá del principio del placer. Hay publicidades que prometen y reclaman: disfrutar sin límites. Lo que es un llamado explícito a lo que está más allá del principio del placer. Alimentada así la pulsión de muerte, da la impresión de que el modo de producción capitalista se asienta en esa tendencia hasta exacerbarla. Posible explicación desde el psicoanálisis para tamaño "éxito" del capitalismo.
Pero también, y en segundo lugar, encontramos en el inconsciente una resistencia contra este estado de cosas. Esto es así porque es fuente de creación de afectos, representaciones y deseos, que tienen la potencialidad de permitir imaginar otros mundos, y así es una amenaza para el sentido instituido. Así lo demuestran la praxis psicoanalítica, la política en su vertiente de autonomía, la filosofía y la creación artística, lugares de expresión del imaginario radical – sea como imaginación radical o como imaginario social instituyente. Con lo que nos encontramos con un tiempo y una historia que pueden dejar atrás a la repetición. Claro que la creación no es necesariamente sinónimo de lo bueno: un ejemplo lo es la pesadilla nazi. El resultado dependerá de las significaciones imaginarias que la orienten, que la alojen o rechacen. Así, hallamos en el inconsciente una fuente de creación que puede guiar al sujeto tanto hacia la heteronomía como hacia la autonomía.
La historia es ese trayecto que transcurre a través de las creaciones y destrucciones de magmas de significaciones, sean individuales como sociales. Movimiento del que forma parte también la repetición. Pero desde esta perspectiva se abre algo que está más allá del principio del displacer, es decir, algo que puede trascender la repetición. La creación producto del imaginario radical, puede así abrir brechas en lo instituido. Así lo hicieron en su momento los burgueses, los esclavos, los obreros, los jóvenes, las mujeres y los homosexuales durante el siglo XX, siglo además de revoluciones y revueltas. Así como un sujeto puede trascender el círculo de la repetición creando nuevas significaciones imaginarias individuales, también puede hacerlo un colectivo social. En ambos casos, lo viejo ingresará en lo nuevo, tomado por la significación que le impone lo nuevo.
De la repetición a la creación y la diferencia
Y esto nos arroja a la idea de futuro. Decía al inicio que para hablar de la historia, debería referirme al futuro. También mencioné el arco que traza Freud de las reminiscencias de las histéricas a su trastorno de la memoria en la Acrópolis. Si en el Moisés la culpa por el reprimido asesinato del padre lleva a los sujetos a sufrir calamidades para expiarla (y no es un detalle que no es cualquier padre, ya que no es más que una reminiscencia del padre de la Horda, es decir, es totalitario, asesino), en la Acrópolis, Freud – si bien se encuentra primeramente con el sentimiento de culpa (por sentir que ha dañado al padre al haber ido más lejos que éste) – pasa hacia el final del texto a mencionar el sentimiento de piedad hacia el padre (que no implica haberlo dañado). Quiero remarcar la diferencia que existe entre ambos sentimientos, implicando posicionamientos muy distintos del sujeto, que al mismo tiempo pueden hacer variar considerablemente el modo de entender cuestiones tanto clínicas como sociales.
La sombra del padre tanto en la historia individual como colectiva es muy pesada en la obra de Freud, y no solamente en la de él. Pensar en ir más allá de éste (o estar condenados a una repetición) lo sigue ubicando en un lugar excluyente. Volveríamos con esto a la cuestión del patriarcado y la necesaria revisión (ya iniciada por otra parte y hace tiempo) de conceptos que se dan por naturales, y obedecen en realidad a la creación en la historia. Fue Wilhelm Reich el primero en señalar esta generalización que obedece a un modo de organización de lo social.
Prefiero pensarlo como aquella diferencia que puede establecerse entre las generaciones, una diferencia que no sea simple permutación o combinatoria de elementos, sino que sea producto del surgimiento de lo nuevo – sobre la base de lo heredado y entre las condiciones que encuentran los sujetos. Lo que permite trazar un camino que posea algo de propio.
Decía que hablar de creación nos arroja al futuro, ya que para crear es necesario imaginar, fantasear. El fantaseo es un modo de imaginar el futuro cumplimiento de un deseo. Una escena arrojada al mañana, que algunas veces se transforma en proyecto. Proyecto identificatorio en el sujeto, proyecto colectivo a nivel del histórico-social. Esa idea de futuro le da consistencia al pasado en tanto historia, implica una nueva traducción para la psique, una nueva estratificación temporal que a la vez separa los tiempos, dándole además al presente un lugar propio. Los separa mediante esa diferencia que aporta la creación. Y si hablamos de creación, es porque reconocemos que hay tanto en la psique como en la sociedad (por lo tanto, en la historia) una zona de indeterminación, que es la que va a permitir el advenimiento de lo nuevo.
R. cae enfermo hace unos días. Dice “me desperté con la muerte de Kirchner”. Luego, cuenta, comienza a sentirse mal. Dice haber experimentado una muy extraña sensación cuando en compañía de su madre vio elevarse el avión que llevaba su cuerpo, primero por la televisión, continuando la visión del despegue desde la terraza de su casa. Sensaciones de desprotección lo invaden, al mismo tiempo que de extrañeza y alivio. Dice “tengo la imagen de cuidarme de mi papá”, frase que tiene la forma de un lapsus linguae, en la que se condensan el haber tenido y el aún tener que cuidarse de su padre, tanto como el haber sido cuidado por éste, y el tener que vérselas por primera vez sin ese cuidado – y descubrir que puede cuidarse - .
“No hay historicidad pensable – dice André Green - sin ese sentimiento de una perpetuación del presente en el horizonte sin embargo desconocido del futuro. Lo que queda de misterio no es solamente “¿de qué estará hecho el mañana?”, sino la manera en la que el presente lleva los gérmenes de lo que lo desaloja de su situación de ocupante de lo actual”. También dirá que abrir las vías de Eros es abrir la lógica de la esperanza.
Pienso que la esperanza se aloja en la creación, sostenida y posible por la cuota de indeterminación que hay tanto en la historia colectiva como individual, y en nuestra capacidad de apropiarnos de ella. Cuestión que nos lleva al tema de la libertad… pero esa, esa ya es otra H(h)istoria.
[*] Texto leído el 13-11-2010 en el Coloquio de Rosario "Vigencia del Inconciente. A 50 años del Coloquio de Bonneval". Quiero agradecer a mis colegas del Colegio de Psicoanalistas: Cristina Dayeh, por su profunda lectura y sugerencias, y a Marcelo Armando, Rodolfo Espinosa y Horacio Sporn, por los intercambios alrededor de Moisés y la religión monoteísta, que dieron lugar a parte de lo que aquí se expresa.
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