La patología psíquica es efecto de la relación entre el Inconsciente y los modos con los que el Yo se estructura ideativamente según las ideologías más pregnantes de la sociedad de pertenencia. A la matriz de la constitución psíquica, la producción de subjetividad le aporta los contenidos de las significaciones sociales imaginarias y de la ideología del contexto histórico social de una sociedad particular.
Voy a abordar la temática de los ideales actuales refiriéndome a algunos de ellos en tanto promotores de efectos y cambios en la psiquis y en los modos de expresión del sufrimiento, teniendo en cuenta que el sujeto no puede ser pensado fuera de lo socio-histórico.
El espacio vacante que dejaron los ideales modernos fue ocupado por otros, que pareciera no colaboran demasiado en el armado de lazos identificatorios y mecanismos sublimatorios exitosos, contribuyendo a generar el malestar actual en nuestra cultura.
Modernidad y Postmodernidad
La modernidad se basó en el trípode constituido por la primacía del sujeto, el primado de la razón y la idea de un progreso ilimitado. La ciencia solucionaría todos los problemas del hombre. Los ideales iluministas estaban fundados en la confianza en el porvenir como realización de la razón. Dichos ideales estaban vinculados a los grandes relatos: el de emancipación por medio del conocimiento, el marxista de liberación de la explotación, el capitalista de progreso por desarrollo tecnoindustrial y el cristiano de salvación. Se tendía a sumergir al individuo en reglas uniformes, a eliminar lo máximo posible las elecciones singulares en pos de una ley homogénea y universal con fuerza de imperativo moral, que exigía una sumisión y una abnegación a ese ideal.
Se constituyó una subjetividad y una forma de ejercer su disciplinamiento. Sin embargo, y tal como la historia lo atestigua, la razón se fue colocando al servicio de la barbarie en la sociedad occidental del siglo XX. Sobrevino, entonces, el desencanto y -con él- la postmodernidad. Los grandes ideales iluministas fueron declinando y en este momento asistimos a su caída. En lugar de esos grandes relatos lo que se impuso fue la tecnociencia capitalista que simula realizar el proyecto moderno pero que -en el fondo- lo destruye, ya que trae aparejada pobreza y exclusión cada vez más creciente en vez de la libertad y el bienestar esperado.
Filosóficamente, la postmodernidad es la denuncia y la crítica de la razón ilustrada. Fredrich Jameson sostiene que “el posmodernismo es la lógica cultural que corresponde a un momento histórico que él denomina de Capitalismo Tardío también llamado Capitalismo Multinacional o de consumo.” [1] Es la sociedad de la informática, de los medios masivos de comunicación y de la tecnología sofisticada, por lo tanto de la fragmentación y de la vertiginosidad.
Según G. Lipovetsky estamos asistiendo a una nueva fase en la historia del individualismo occidental que constituye una verdadera revolución a nivel de las identidades sociales, a nivel ideológico y a nivel cotidiano. Dicha revolución se caracteriza por: un consumo masificado tanto de objetos como de imágenes; una cultura hedonista que apunta a un confort generalizado, personalizado; la presencia de valores permisivos y light en relación a las elecciones y modos de vida personales. Se destruyen los sentidos únicos y los valores superiores, dando un amplio margen a la elección individual pero sin implicar una liberación del control social, solo que varía la manera de ejercer dicho control. Éste se ejerce a través de la seductora oferta de consumo de objetos, de imágenes y de símbolos.
Cultura y sujeto
La cultura es una trama: pulsional, ética, erotizante o de defusión pulsional, por lo tanto puede ser productora de un narcisismo trófico que apuntala identidades, proyectos, ideales o -en caso contrario- portadora de un narcisismo desorganizante que desmantela coherencias, límites y valores.
Si, como dice Silvia Bleichmar, la producción de subjetividad es reguladora de los destinos del deseo -ya que articula del lado del yo, los enunciados que posibilitan aquello que la sociedad considera sintónico- me pregunto cómo podemos pensar las nuevas subjetividades que se organizan actualmente dentro de nuestra cultura. Las formas de la moral, los modos discursivos y de sentido con los que se organiza la realidad, constituyen jerarquías y valoraciones que van impregnando múltiples formas de organización de la cultura. Pero ¿con qué ideales cuentan hoy los sujetos para lograr un proyecto identificatorio?
Sobre los ideales
A través de la historia de la humanidad, la producción de subjetividad ha sido regulada por los centros de poder que definen el tipo de individuo necesario para conservar al sistema y conservarse a sí mismo. El capitalismo no es solo productor de mercancías sino también de símbolos que organizan los deseos y ensueños de una sociedad.
En algunos de los sujetos que consultan actualmente “el sinsentido que deviene es acompañado de la dificultad de establecer un proyecto identificatorio, es decir, los ideales del yo se ven trastocados en su función, que es la de elaborar el mundo pulsional-deseante inscribiéndolo en la cultura” [2]. Habitualmente escuchamos enunciados tales como: "soy adicto", "soy jugador", "soy bipolar", los que muestran un nuevo tipo de discurso que no fomenta, o incluso impide, la formulación de interrogantes en torno al padecer subjetivo.
“Lo que lleva a los hombres a soportar el malestar que cada época impone, es la garantía de que algún día el mismo cesará y entonces la felicidad será alcanzada” [3]. Pero, si bien la ilusión es el punto de partida para la transformación de la realidad, en estos tiempos se presentan dificultades para que se instale y se sostenga.
Freud se refiere a una comunidad sostenida en el amor en su texto Psicología de las masas y análisis del yo así como en la culpa en El malestar en la cultura, confluyendo así el Ideal y el Superyó. Por ello en su obra siempre aparecen vinculados, a veces homologados, para finalmente aparecer el Ideal como una de las funciones del Superyó. En nuestra época, el Superyó ya no se nutre tanto de renuncias sino que insta al sujeto a un goce autista y sin freno, por medio de una fetichización de bienes y objetos que -a la vez- arrasa con las particularidades y retorna frecuentemente en diversos tipos de segregación y de fundamentalismos. [4]
El imperativo categórico se desvanece y lo que predomina es un Ideal del orden de la pragmática, ya que las acciones no se realizan porque sean inmorales en sí mismas, sino porque podrían traer complicaciones de otro orden para el sujeto y afectar su conveniencia individual. Frecuentemente se trata de un Superyó que no está atravesado por valores que aludan a la categoría de semejante. La fractura de una ética de la igualdad de los seres humanos propicia confusiones y sufrimientos.
Así es como nuestra cultura -hedonista, pragmática e individualista- propone la circulación de ideales que sustentan las nuevas subjetividades y padecimientos, constituyéndose aquellos, a menudo, en el sentido máximo de la vida de algunos sujetos. El tener prima sobre el ser. El vacío de algunos sujetos correspondería a una suerte de saturación obturadora del deseo que el sistema provoca; pero hay otro tipo de vacío relacionado con el desaliento, producto de una coartación del futuro y de la imposibilidad de construir y sostener proyectos como sucediera en nuestro país con las sucesivas crisis. Para Oscar Sotolano, la pérdida de proyecto inscribe la vida subjetiva de hoy de un modo particular, a partir de la identificación de los hijos con la desesperanza que se tramita en los padres a través de generaciones.
Zukerfeld expresa que se producen diferentes ideales en distintos momentos históricos, pero que sólo algunos se relacionan con determinadas condiciones patológicas. Predominan en determinados ámbitos sociales y no en otros, no siendo las prevalencias patológicas uniformes. Son culturales porque son producto de un lugar, una época, una clase social y una trama de vinculación intersubjetiva. Son dominantes ya que implican obediencia a esos ideales consagrados, una verdadera egosintonía del acuerdo, vivenciados como incuestionables. Algunos aparecen asociados a determinadas patologías definidas y podemos pensarlos según tres grandes grupos:
El ideal de eficientismo: se refiere a las condiciones culturales que promueven el rendimiento y el triunfo competitivo como valor predominante en todas las prácticas sociales. Domina la relación tiempo de trabajo-tiempo de ocio, sobre todo al entronizar la realidad externa y el suministro informacional actualizado y permanente. La clásica noción de sobreadaptación de Liberman encuentra su expresión más clara en este ideal, generando las condiciones para la psicosomática. Son sujetos que desmienten las señales interiores de enojo, miedo y cansancio en pos de la eficiencia.
El ideal de inmediatez: condiciones culturales que promueven la resolución de problemas en un presente sin antecedente ni consecuente. En particular, este ideal domina los vínculos eróticos y sociales, manifestándose como intolerancia a la incertidumbre e impulsividad con el fin de reducir la tensión. También hay renegación de la interioridad, solo que la desmentida suele ir acompañada de construcciones de neorrealidades, por lo que se plantean desafíos sin medir las consecuencias. El amplio campo de las adicciones encuentra aquí su centro, siendo la sustancia química la que ejerce efecto inmediato de reducción de tensión con muy bajas posibilidades de transformación de la realidad.
El ideal de manipulación y cambio corporal: promueve la perfección corporal y la subversión de la biología, o sea el cambio sin límite del aspecto y funcionamiento del cuerpo en sus capacidades somáticas y sexuales. Domina el vínculo del sujeto consigo mismo en una permanente búsqueda de belleza, de potencia y de salud a través de la delgadez, el desarrollo de la musculatura y las manipulaciones quirúrgicas. Se reniega de los límites corporales en una cultura donde la medicina tecnológica plantea que todo es posible. El eje es el campo de patologías como la anorexia, la bulimia, los trastornos difusos como la ortorexia, la vigorexia y las obsesiones vinculadas con la búsqueda de la juventud eterna. Estas patologías están ligadas al control narcisista de la imagen.
Silvia Bleichmar se refiere al culto al hedonismo como efecto de la pérdida de referentes éticos y del reemplazo de la relación inter-subjetiva por la cosificación del otro como herramienta de poder, de fortuna o de goce. La fetichización del cuerpo como objeto de exhibición, es parte de una cultura de la apariencia que encubre en su interior, profundos desgarramientos. No se trata sólo de un culto a la belleza y a la perfección, sino de una exigencia de amoldamiento a los cánones propuestos para no caer en la exclusión; sea esta de orden económico, social o de acceso a los circuitos de goce. La juventud eterna, más allá de ser un deseo universal, cobra características propias en una sociedad en la cual ser viejo es ser expulsado de las condiciones que garantizan un mínimo de dignidad y reconocimiento. La mayor preocupación actual de enfrentar el fin de la juventud no es la muerte, sino el miedo al deterioro.
Si hay algo que caracteriza la perversión del modelo económico del capitalismo decadente es la sustitución de los ideales de felicidad por el goce inmediato. La insatisfacción es constante, aún para quienes tienen acceso a bienes de consumo y un estándar de vida supuestamente satisfactorio. Se trata de un "malestar sobrante", o sea la angustia que impone la frustración ante la imposibilidad de gestar un proyecto compartido futuro que dé garantías de que se esperan tiempos mejores.
Conclusiones
Las formas actuales de emergencia de la patología dan cuenta de los modelos con los cuales la sociedad captura o no captura el malestar: lo que no se modifica es la disposición o la motivación libidinal de la patología psíquica. Hoy quizá vemos menos sintomatología y más trastornos generales, pero la determinación sigue siendo la misma que se definió en el modelo del Psicoanálisis: por las relaciones entre el Inconsciente y los modos con los cuales el Yo se estructura ideativamente, lo cual proviene de la ideología de la sociedad de pertenencia.
La clínica psicoanalítica se funda con el concepto de Inconsciente y sus formulaciones constituyen el modo paradigmático de tramitación de malestar, solidario a su vez del dispositivo analítico y de la transferencia. La noción de conflicto sigue siendo central, al igual que la noción de defensa, la tópica y la representación como eje mismo de la producción de patología.
Hoy el desafío clínico consiste en escuchar, comprender e intervenir en el marco de una praxis que se ha ido complejizando y nos convoca a seguir construyendo ciencia tomando los conceptos invariantes de la metapsicología (Inconsciente, represión, transferencia y psicosexualidad) sin perder de vista la fundamental comprensión de la cultura.
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