CLINICA
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Remedios Varo. Mujer saliendo del psicoanalista 1960.
Imagen obtenida de: https://arthemira.wordpress.com/2015/03/24/remedios-varo-mujer-saliendo-del-psicoanalista/
Psicoanálisis, orden de sexuación y teorías sexuales culturales (*)
Por Yago Franco
yagofranco@elpsicoanalitico.com.ar
 

La temática de este panel me resulta más que oportuna en cada uno de sus términos. Oportuna, actual y que empuja a una urgente revisión de conceptos centrales de la teoría, y a considerar las consecuencias para la clínica de dicha revisión. Me permite además compartir algunas ideas sobre las que estoy trabajando desde hace ya un tiempo. Pienso que en una institución que está en el origen del psicoanálisis en Argentina, nada más oportuno que referirnos a lo que es origen del psicoanálisis mismo, en términos del lugar que la sexualidad y su redefinición ocupan en el mismo.

Voy a comenzar realizando algunas puntualizaciones respecto de la sexualidad humana.

En primer término: el psicoanálisis surge de la mano del descubrimiento de Freud de un psiquismo pulsando sexualmente. El aparato psíquico es un órgano sexual complejo, que se crea como tal en el encuentro sexualizante con el otro, a partir de su deseo. Un otro que contiene reprimida su sexualidad infantil, polimorfa, pero que no puede evitar que se pongan en juego fragmentos de ésta, no pudiendo sublimar completamente su mundo pulsional. En ese encuentro, ese otro es el primer seductor. El infans necesita alimento, abrigo, ternura. Y los recibe pero con ellos se infiltra la sexualidad del otro. La ternura – ese primer dispositivo de socialización según Ulloa – va de la mano – y es necesario que sea así– de la irrupción de la sexualidad del otro, en ignorancia de que eso está ocurriendo.  Y produciendo en el psiquismo del infans una imposibilidad de procesamiento: al mismo tiempo que un incesante trabajo de figuración y puesta en relación que habitará en lo originario y sus figuraciones pictográficas, imantando todo el funcionamiento del aparato que no cesará de intentar de poner en relación y de traducir y figurar en cada estrato a partir de esa presencia sexualizante.

En segundo término, ese encuentro se produce para el infans en un estado de fusión e indiferenciación entre el psiquismo, el cuerpo y el objeto.  Estado – decíamos - en el cual se pone en juego la capacidad psíquica de figurar –y agregamos ahora: en la medida en que el otro, además de disrumpir coadyuve a la creación de vías colaterales, prototipo de la sublimación.

Como tercera y fundamental cuestión –quiero señalar que la sexualidad humana está desfuncionalizada. Esto es así porque lo que comparte con otras especies - lo instintivo - es tomado por quienes lo crían y es transformado en pulsión, transformación en la cual la psique misma tiene participación: se produce en una compleja zona de encuentro psique-soma-cuerpo materno-deseo materno. Su sexualidad estalla en relación a lo biológico: su aparato psíquico tiene como motor al deseo, y el deseo humano no conoce fines dados de antemano. Pero si sus fines no están determinados por lo biológico, tampoco lo están por lo instituido socialmente. Debiéramos mejor decir: no hay una determinación plena ni desde lo biológico ni desde la sociedad.

En cuarto lugar, es el Otro a través de sus significaciones, modelos identificatorios y de sublimación y satisfacción del mundo pulsional, el que en cada período histórico instituye un orden de sexuación que es transmitido por el portavoz de la cultura y por los diversos medios de socialización de la psique. Aunque siempre estará sometido a la actividad figurativa de  ésta.

En quinto término, decíamos que el encuentro originario deja la marca de la fusión. La pérdida de este estado de completud,  llevará al psiquismo humano a querer retornar al mismo, instalando la dialéctica de la falta y el deseo.

En sexto lugar, es importante entonces considerar que ese encuentro se produce en un momento en el cual no hay diferenciación sexual, no hay ni femenino ni masculino. No hay más, ni menos, mejor ni peor, falta ni completud. La dialéctica fálico/castrado no está presente en la psique del infans. Pero más adelante, se instalarán teorías sexual infantiles que girarán alrededor de las diferencias sexuales anatómicas, y que harán de la presencia o ausencia de pene su eje.

Hechos estos comentarios, quiero ahora detenerme en lo siguiente: señalar algunas problemáticas que deben permanecer abiertas en el psicoanálisis,  relativas a conceptualizaciones que hacen girar sobre la masculinidad y lo paterno el universo del orden de sexuación humana, una concepción que -en general- ha ignorado la institución social de dicho ordenamiento.

Por lo que entiendo que es necesario revisar si la teoría sexual infantil -que significa a la diferencia sexual anatómica como una falta- responde a una suerte de teoría sexual cultural, derivada en este caso del orden patriarcal de sexuación. Que conduce a la lógica fálico/castrado que en nuestra cultura señala a la mujer como la que está en falta y al hombre como aquel que tiene lo que a ella le falta, pero que puede perderlo. 
A la mujer la cultura le ofrece una ecuación simbólica supuestamente “natural”: podrá tener lo que le falta a través de un hijo.

Sin embargo, no habría una “incompleta” mujer, o un “bebé” que la rescate de su incompletud, sino que de lo que se trataría es de una incompletud ontológica, una finitud escrita en el psiquesoma humano, más allá de las diferencias sexuales anatómicas – que se traslada a estas -,  y que se instala al salir de la fusión originaria. Ante la misma  se erigen diversos espejismos – sociales y teóricos - para tranquilizarnos y producir la creencia de una completud posible.

Avanzando un poco más: el orden patriarcal de organización social deja a las mujeres sin representaciones adecuadas para significarse en un lugar que no sea en relación al del hombre. Esto le llevó a sostener a Lacan que La Mujer no existe: no hay un universal para la misma, que se significa de una en una. Para El Hombre si lo habría-, y eso hace que exista. Habría que hacer la siguiente aclaración: en nuestro orden de sexuación (creado socialmente) la mujer no tiene representación propia, debe representarse en relación al hombre, poseedor del pene, que es lo que está significado fálicamente.


Los caminos de la sexualidad y del género

La conformación anatómica de la mujer no le alcanza para garantizar su sexualidad femenina. Así como tampoco la conformación anatómica del macho lo transforma de por sí en hombre.
La sexualidad es un camino de transformaciones, se deviene hombre o mujer. Y – como señalamos previamente - este camino tiene una tendencia a autonomizarse tanto respecto de lo biológico como del discurso sobre la sexualidad y el género. La rebelión producida por el psiquismo humano, su tendencia a la transformación/metabolización, sea de lo que viene del cuerpo, del deseo del otro, como de la cultura, hace que no sea sencilla la tarea de sexuación: no hay un orden lineal, la psique humana es un laberinto en el que ingresan y se transforman el cuerpo y la sociedad.

Ciertamente, hay una determinación respecto de las diferencias sexuales anatómicas y a cómo éstas son metabolizadas por cada sujeto. Esto último es un componente central de la elucidación psicoanalítica, aunque evidentemente debe ser resituado, por las confusiones a las que ha llevado ya desde el pensamiento del mismo Freud, en quien tanto puede leerse a la homosexualidad como una renegación de la diferencia sexual anatómica y estando considerada como una perversión, tanto como un camino posible para la sexualidad.

La clínica ha hecho evidente que no puede sostenerse que la homosexualidad sea una perversión. Sabemos que – merced a la desfuncionalización de la sexualidad humana -  hay diversos caminos para ésta (el de la heterosexualidad, de la homosexualidad, pero también el del transgénero, del travestismo, de la intersexualidad, etc.)  que no implican ni perversión ni psicosis per se. La perversión debe situarse exclusivamente como aquello que implica la desubjetivación del otro, el hacerlo descender a la categoría de objeto de goce, tal como la ubicara en la clínica Piera Aulagnier y entre nosotros Silvia Bleichmar.


Hombres, otro continente obscuro

Y sin embargo, y pese a todo lo desarrollado hasta aquí, se ha pensado habitualmente que la sexualidad masculina es mucho más sencilla que la femenina. Se dice (Freud dixit) que lo activo se corresponde con lo masculino, y lo pasivo con lo femenino. Pero Silvia Bleichmar – nuevamente - ha sostenido que sin embargo, es la pasividad la que permite que el hombre devenga en varón, en su incorporación del pene del padre.

Así, podemos decir que el pene no es la vía regia a la masculinidad. Esta verdad de Perogrullo sin embargo nos alerta acerca de la superposición que se ha dado en el psicoanálisis entre pene y falo.  De hecho, desde Freud ha quedado un ordenador de la sexualidad por excelencia como lo es el par fálico/castrado. Y hemos visto que ninguno de los sexos es completo, que hay una completud originaria previa a lo masculino y lo femenino.

Hay una atribución temprana del género, que no debe confundirse con el orden de sexuación – aunque será retomado por éste - , un orden que se jugará alrededor de la temática edípica, en la cual se intenta normalizar a los sujetos mediante la incorporación de modelos identificatorios, lógicas y modos de sublimar instituidos socialmente.


Habiendo llegado a este punto quiero resaltar lo siguiente:

Hemos partido de diversos comentarios referidos a la sexualidad humana: su desfuncionalización, la emergencia de la misma en un estado de encuentro con un objeto que seduce y pone en juego aspectos de su sexualidad reprimida, siendo el aparato psíquico un aparato sexual complejo. Luego hemos intentado discutir el dar por normal el par fálico/castrado en términos de la presencia o ausencia de pene, ligando esta idea al orden patriarcal de sexuación. Entre todas las cuestiones que podrían sumarse a estos comentarios hay una que nos parece fundamental: ya desde Tótem y Tabú Freud explicitó la idea de que hay instancias del aparato psíquico creadas socialmente (el superyó y los ideales), y que van de la mano de prohibiciones y modelos. Ni más ni menos que una creación colectiva de instancias de la psique. Pero también – sabemos - de destinos para el mundo pulsional e identificatorio que hacen que nos tengamos que alejar de la idea de una sexualidad u orden de sexuación naturales. Y por lo tanto, advertirnos en tanto psicoanalistas, de la necesidad de estar alertas a la impregnación que los modos socialmente instituidos de sexuación pueden producir al interior de las teorizaciones psicoanalíticas y sus efectos en la práctica clínica. Y también estar alertas a las modificaciones a las cuales el aparato psíquico sexual se ve llevado por la imposición de significaciones imaginarias sociales. Hemos resaltado de todas maneras que tanto la anatomía como la sociedad son determinaciones que siempre están allí, pero que el aparato psíquico tiene una ilimitada capacidad de figurabilidad.

Para finalizar, un comentario sobre nuestra moral sexual cultural actual, y la nerviosidad a la que puede conducir. O, dicho de otro modo, las exigencias culturales en lo relativo a la sexualidad y los efectos en la clínica. Vemos al respecto que se ha dado el pasaje de un orden de sexuación que resaltaba la prohibición – de la mano de transgresiones – a uno que exalta el disfrute ilimitado. Esto implica un cambio sustancial en el Otro – que sigue vivo aunque algunos lo den por muerto. Este exige el disfrute sin límites, tan bien expresado en esa publicidad que dice: “sé ilimitado”. Por primera vez en la historia nos encontramos ante un Otro que promete aquello por lo cual el inconsciente pugna: la abolición de todo límite, la completud absoluta. Entre sus consecuencias, hallamos que para satisfacerlo la sexualidad se va separando de la ternura.

Los sujetos se ven reducidos a su cuerpo, a su savoir faire sobre el placer. Freud no pudo pensar que la genitalidad también puede devenir una parcialidad cuando es escotomizada del resto del sujeto. Y está claro que hoy el Otro sitúa el goce sexual en un lugar de valor, formando parte de un intercambio más, como una transacción. Suele decirse habitualmente: se trata de intercambio de fluidos. Los lazos se ven tomados  por la lógica de la erotización del consumo. Favoreciéndose así los fenómenos de descarga llamando a la satisfacción inmediata.

El amor es para Piera Aulagnier el prototipo de las relaciones basadas en la simetría, en las que hay reconocimiento de la alteridad, hay otro: se trata de las relaciones de objeto no narcisistas. El objeto de amor no es intercambiable, tiene singularidad, rasgos que lo diferencian, historia… A su vez – y esto es fundamental - el encuentro amoroso permite satisfacer los restos de la fusión que se da en el origen, permite la satisfacción de  demandas de meta fusionada.

Finalmente: si el Otro marca el pasaje del amor sin sexo al sexo sin amor, sin ternura, la pregunta que surge es si debiéramos entonces hablar del amor como transgresión.

[*] Leído en la Asociación Psicoanalítica Argentina en septiembre de 2013.

 
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