De la masa y su reverso
Canetti comienza su estudio sobre las masas nombrando un temor: “nada teme el hombre más que ser tocado por lo desconocido”; y su reverso: “solamente inmerso en la masa puede el hombre liberarse de ese temor de ser tocado”.
Este reverso del temor de ser tocado no se refiere a un modo negativo o a un “más allá” del temor, una frontera en que ese miedo se desvanece como el terror nocturno que se evapora al clarear el día, sino que, por el contrario, se inscribe en lo que sería una experiencia irreducible, una experiencia sobre el fondo de ese temor ya superado, pero que lo mantiene como una parte fundante de sí. No es la seguridad que se basa en el olvido del temor sino una valentía que lo enfrenta y, temiéndole, lo hace suyo. Este reverso del temor es la experiencia de la masa.
Hay aquí una continuidad y una diferencia con Schopenhauer. Continuidad, en la tragedia humana que describía Schopenhauer con la metáfora de los puercoespines que en invierno debían enfrentar un sufrimiento doble: morir de frío distanciados entre sí o padecer la desgarradura de la carne por el contacto con las espinas de los otros. Una vida pendular entre dos polos de muerte, soledad y compañía. Coincide Canetti con Schopenhauer en la descripción de una negativa de los humanos a aproximarse demasiado entre sí, pero mientras que en Schopenhauer es un punto medio el que permite la convivencia, en Canetti hay dos experiencias irreductibles entre los impulsos de atracción y repulsión: el temor a ser tocado y la experiencia de masa.
No son modalidades yuxtapuestas de lo humano, no hay sucesión entre una y otra. Constituyen al ser humano en conjunto, como una doble experiencia: una sobre fondo de la otra, pero siempre intercambiables. Son horizontes en primer plano. No podría tenerse ambas experiencias a la vez y sin embargo cada una implica ya a la otra.
Decíamos, entonces, que es una experiencia lo que Canetti intenta colocar como fundamento de su pensamiento de la masa y no un postulado teórico. Una experiencia realmente vivida por él (relatada en La antorcha al oído); una manifestación obrera en Frankfurt a la que se suma por el solo deseo de participar de la masa y que determinará su trabajo durante los siguientes treinta años. Sólo deseo. Deseo en ausencia de re-flexión: “Era la atracción física la que no podía olvidar, ese deseo intenso de integrarme, al margen de toda reflexión o consideración, ya que tampoco eran dudas las que me impedían dar el salto definitivo. Más tarde cuando cedí y me encontré realmente en medio de la masa, tuve la impresión de que allí estaba en juego algo que en física se denomina gravitación. Pero esto distaba mucho de ser, desde luego, una explicación real del asombroso fenómeno”.
Esa conjura del temor y su reverso no es solo el comienzo de un libro, una forma más o menos acertada de trizar el silencio; corresponde, por el contrario, a las coordenadas precisas desde donde se pensará la masa. Será, entonces, esta experiencia de inversión del temor la que dará lugar al fundamento primero del pensamiento de Canetti: una experiencia irreductible que encierra en sí los opuestos de dos tendencias originarias. Los instintos del individualismo y de la masa. Pero la explicación de la experiencia de masa, dijimos, no podía reducirse a un “mirar desde afuera”, a un establecer principios que la conviertan en un manso objeto de estudio; por el contrario, la masa debía mantener esa opacidad que la hace reflejar la luz del pensar de quienes la iluminan desde fuera y cegar toda mirada que así la interrogue. El único modo de abordarla es, por lo tanto, en su propio terreno, con su propia lógica. Para ello Canetti entrará de lleno en un primer análisis de la masa centrado exclusivamente en un nivel descriptivo, del que solo daremos algunas pautas generales.
Límite y crecimiento
La primera distinción que hace Canetti es entre la masa abierta y la masa cerrada. Esta división se apoya en dos aspectos de la masa: obviamente su límite, pero también su crecimiento. La masa abierta crece sin límites y a la mayor velocidad posible. Mientras crezca seguirá existiendo, pero cuando se detenga su crecimiento se desintegrará con la misma inmediatez con la que se creó. “La masa natural es la masa abierta” (3) La masa cerrada, por su parte, es retenida en su crecimiento, y esto a su vez retiene la desintegración. ¿Qué es lo que en estos dos modos de la masa se manifiesta? Lo principal es la diferencia entre las masas cerradas, por ejemplo las “masas artificiales” (ejército e iglesia) que son las que trabaja Freud y las masas espontáneas que solo pueden ser abiertas. Pero continuemos con su descripción: “El fenómeno más importante que se produce en el interior de una masa es la descarga, antes de ella la masa no existe propiamente: solo la descarga la constituye de verdad. Es el instante en que todos los que forman parte de ella se deshacen de sus diferencias y se sienten iguales” (4)
Estas diferencias constituyen el núcleo duro de ese temor del que habla Canetti al comienzo; su anulación es la descarga. La desintegración de la masa restaurará el poder de la diferencia y su temor. Pero no todo en la masa es homogéneo, no por lo menos desde una mirada profunda. Esta espontaneidad a la que se precipitan los humanos para librarse del temor de la diferencia tiene un núcleo que preexiste a la descarga y que continuará existiendo luego de la desintegración. Es lo que él llama cristales de masa, “esos pequeños y rígidos grupos humanos, bien delimitados y de gran estabilidad que sirven para desencadenar la formación de masas” (5). Estos grupos constituyen el núcleo de la masa y sostienen con su organización los cimientos de la espontaneidad. Por lo tanto la masas tienen en el centro mismo de su homogeneización la diferencia, ya que “en el cristal todo es límite cada uno de sus integrantes está constituido como límite” (6). Esta es la organización que subyace a la espontaneidad y la diferencia en que se apoya la descarga, que es la supresión de la diferencia. En esta descripción hemos reducido la primera diferencia, aquella de las masas abiertas y cerradas, a una relación dialéctica en que el límite se mantiene como apertura y la apertura como límite, es decir que la diferencia entre las masas abiertas y las cerradas no sería ya sustantiva sino solo una variante de una misma dinámica.
Esta variación de la masa es un desenvolvimiento de su desarrollo. La masa cerrada tiende a hacerse abierta en condiciones determinadas. A esta transformación de la masa cerrada en una masa abierta Canetti la llama estallido, es decir a “la repentina transición de una masa cerrada a una abierta.” (7). No es otra cosa este estallido que la espontaneidad misma que la masa posee como potencia de crecimiento. Esto quiere decir que la masa cerrada sólo es tal por un esfuerzo contra su propia entropía, contra su propio estallido que es además su fin. Fin en un doble sentido, como muerte o desintegración, pero también como aspiración última. Destino trágico este de la masa, pues para vivir solo puede estallar y desintegrarse luego, ese es su ciclo de vida. Solo desea crecer para vivir, pero ese crecimiento tiene su meta en su propia destrucción.
Otro modo característico de la desintegración es el pánico. En el pánico la masa implota, se destruye por dentro, pero por fuera sigue siendo una masa. Esto desespera a los individuos que quedan literalmente encerrados en ella: cada “otro” que era como “uno” cuando la masa era tal se vuelve un obstáculo. Rotos los lazos de unidad de la masa la disgregación es irrefrenable. Solo un milagro puede salvar a la masa en pánico, es decir una esperanza colectiva que vuelva a reconstituir el vínculo de la unidad perdida.
Hay que diferenciar la masa de fuga del pánico. En la primera se mantiene la unidad de masa y cada miembro encuentra en el otro una protección, es la masa como tal la que se constituye en ese escapar del peligro; en el pánico, en cambio, la masa ha perdido la unidad en su interior aunque conserve sus límites externos, por lo que cada individuo queda sepultado por el cadáver de la masa que continua su movimiento exterior por inercia: un muerto en descomposición que camina y arrastra en su torpe paso a los individuos, que en la soledad de su persona solo atinan a una fuga imposible. Sin embargo este modo de descomposición depende de un factor externo que será internalizado como peligro, el modo interno de la descomposición obedece al agotamiento del combustible de la descarga. Crecimiento y descarga son entonces los parámetros de la tragedia de la masa.
Religión y descarga imaginaria: la masa invisible y la doble masa.
Sin embargo no todo es tan triste. El sentir irreductible de la tragedia es suplantado por su imagen edulcorada. La masa se hará espectadora de su propia imagen domesticada; esta es la misión de las religiones. “Se conforman con una pasajera ficción de igualdad entre los fieles- que, sin embargo, nunca se mantiene de manera estricta-, con una determinada densidad sostenida dentro de unos límites moderados y con una dirección firmemente definida. Las religiones entonces habrán de colocar la meta a gran distancia, en un más allá al que no hay forma de acceder por el momento (…) cuanto más lejana sea la meta, mayor será su posibilidad de perdurar” (8)
Así queda la masa evadida de su destino trágico y exorcizada de su poder destructivo; ese poder por el que “las religiones universales siempre han desconfiado” (9) de las masas. Esta masa reducida a simple espectadora de su cautiverio es la más estable y representa el camino intermedio entre una masa cerrada y una abierta. Es abierta en su pretensión universal, pero está cerrada en la dominación férrea de su potencia. Es una masa esclava. Su crecimiento es controlado y su descarga siempre aplazada. Bajo la forma de promesa da lugar a una descarga que no acaba nunca de producirse y que sin embargo es siempre activa, por lo menos como dirección.
En esta descarga prometida juega un papel importante “la masa invisible”. Sostiene entonces Canetti que “en cualquier parte de la tierra donde haya hombres encontraremos la noción de muertos invisibles. Podría hablarse de ella como de la idea más antigua de la humanidad” (10). Esa descarga tiene su continuidad y realización en una instancia superior, actualizada por los fieles en la sublimación de una comunidad de santos, que siempre está por realizarse pero que solo puede hacerlo a costa de la vida misma.“El espíritu de los creyentes está lleno de estas concepciones de masas invisibles. Ya se trate de muertos, demonios o santos, los imagina concentrados en grandes multitudes. Podría decirse que las religiones comienzan con estas masas invisibles” (11)
Estas masas se viven como anticipación de la descarga o como su realización imaginaria. Paradójicamente imaginaria, porque estas masas invisibles siempre están reducidas a imagen, sin importar su carácter de invisibilidad (o precisamente por ello) se constituyen como una imagen que acompaña la disgregación de los individuos; llenan la distancia que separa a quienes participan de una masa sin descarga. Esta masa invisible se constituye como imagen, entonces, en tanto es imagen de la descarga siempre aplazada, y por lo tanto siempre presente, que caracteriza a la masa religiosa.
Pero esta forma religiosa de masa, sin descarga o con descarga imaginaria, tiene una doble estructura, hay una segunda unidad: la doble masa. Esta doble masa secunda la estructura de la masa invisible con una descarga por oposición, que será también imaginaria, pero externa. La doble masa está dada como la oposición entre vivos y muertos, aunque también entre hombres y mujeres. Pero estas no son sino formas derivadas y representativas de su forma originaria, que es la guerra.
En la guerra “Se trata de matar a montones. Hay que acabar con la mayor cantidad posible de enemigos; la peligrosa masa de adversarios vivos ha de convertirse en un montón de muertos” (12) No es solo cuestión de supervivencia, el sentido de la doble masa está puesto en la descarga que realiza la masa en el otro aniquilado, que en su densidad de “montón de muertos” confirma la densidad de la propia masa. Esa es al menos la voluntad universalista de las grandes religiones: suplantar, por la aniquilación del otro, la falta de descarga real. Es una sutura con esa masa invisible y esa descarga aplazada; cobrada siempre en la efímera aniquilación de la masa enemiga, convertida, en cierta forma ésta también, en masa imaginaria. Es que la masa de muertos es una imagen de la propia masa vencedora. El “montón de enemigos muertos” no es otra cosa que la imagen de la descarga de la propia masa, es este el contra-movimiento del que se vivía con la masa invisible. Aquí se parte de la contra-masa real para pasar a la imagen de sí que espejea en el “montón de muertos”. La descarga será, en este caso también, una fuga -siempre frustrada- de sí misma.
Por supuesto que esta masa religiosa no puede estar siempre en guerra o por lo menos no puede abatir siempre al enemigo, será entonces la figura del infiel la que sellará este doble movimiento: la masa de infieles muertos será una doble masa invisible en el castigo infernal.
Y es que el infierno no es un castigo, sino la diferencia de la propia masa exorcizada y atribuida al otro. Sin la doble masa que produce el enemigo o el infiel no podría la masa religiosa generar una descarga externa imaginaria, sólo le quedaría la descarga interna imaginaria de la masa invisible, y por su propia lógica se absorbería en sí misma. Es por esto necesaria la figura del infierno para los momentos de paz: el otro es reintegrado, en su muerte natural, al “montón de muertos” en que espejea la propia masa a través del castigo al infiel. Si el infierno además castiga a los de la misma masa es sólo en cuanto en su conducta se han hecho otros a la propia unidad dada por la ley.
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