“Si el pequeño salvaje quedase librado a sí mismo
y si conservase toda su imbecilidad; si uniera a la
escasa razón de un niño de pecho la violencia de las
pasiones de un hombre de treinta años, por cierto
que le retorcería el cuello al padre y deshonraría a la madre”
Diderot, El sobrino de Rameau, citado por Freud
en La peritación forense en el proceso Halsmann |
La creciente transparencia que generan los medios electrónicos ha hecho que la violencia cotidiana se haga más visible y ocupe buena parte del tiempo de pantallas en que vivimos sumergidos. Ya sean tragedias domésticas, inseguridad ciudadana, enfrentamientos sociales, guerras remotas, son el tema predilecto tanto de los medios informativos como de las plataformas de entretenimiento. Nos gusta ver sangre, crímenes y violencias diversas. Así satisfacemos en parte las tendencias de que hablaba Freud en el epígrafe.
“Hay cosas que nunca desaparecen. Entre ellas se encuentra la violencia.” Así comienza Byung-Chul Han su libro Topología de la violencia. La violencia sólo es proteica, toma las formas de su tiempo.
Desde la antigüedad clásica, tal vez esto sería extensible a las mitologías fundantes de muchos pueblos, la violencia está en el origen de la cultura y del sujeto:
Basta recordar que la primera obra literaria de Occidente, la Ilíada, se desarrolla en medio de una guerra sangrienta como pocas. De allí en adelante la literatura, tanto la de ficción como la histórica, se ha nutrido de las más variadas escenas de violencia de seres humanos contra semejantes.
Varios siglos después Heráclito afirma en el fragmento 53:
Guerra es el padre de todas las cosas y el rey de todos, a unos los hizo dioses y a otros hombres, a unos convirtió en esclavos y a otros en libres.
La historia de la humanidad se ha hecho a fuerza de violencia y de guerras y siempre fue escrita por los vencedores. Esto es una evidencia indiscutible de total actualidad.
¿Podremos afirmar que la época del capitalismo tardío en que vivimos es más violenta que otras?
Nuestro país las ha padecido de todo tipo: institucional, con dictaduras sangrientas y el genocidio de buena parte de una generación, una guerra demencial, una violencia social cotidiana que expresa la descomposición progresiva de la solidaridad y la empatía. Estas manifestaciones han requerido la intervención de la comunidad psicoanalítica mediante dispositivos especiales, que muchas veces debieron ser inventados, muy alejados de los cánones de los tiempos fundadores. Hay muchos psicoanalistas participando en derechos humanos, apropiación de niños, veteranos de guerra, violencia de género y doméstica, abuso infantil, y tantas otras situaciones que ponen en juego la salud mental como resultado de situaciones altamente traumáticas. En lo personal me tocó participar en el equipo de atención a los afectados por el atentado a la AMIA que había creado Silvia Bleichmar.
En particular la violencia de género ha tomado el mayor protagonismo a través de ese movimiento heterogéneo y diverso que es “Ni una menos”. Lo acompaña una profusa literatura sobre el tema cuyo exponente más notorio e interesante es Rita Segato con sus estudios en Tijuana y Brasilia. Un amplio consenso social respalda estas iniciativas desarrollando una “opinión pública” fuertemente inclinada a condenar toda forma de violencia, como así también un discurso político hipócrita, que convive con la impotencia de ver crecer en todas partes comportamientos sociales cada vez más inclinados a la brutalidad y la crueldad.
Entre los trabajadores de la salud mental está bastante aceptada la idea de que los actos de violencia tienen como efecto el desmoronamiento de la subjetividad, que la condición de sujeto deseante tambalea frente a todo acto de violencia. Así enunciada, sin más, debe ser puesta en discusión, como veremos. Los testimonios de los campos evidencian que en muchos casos es así. El “musulmán” del Lager es quien se ha hundido en su condición humana como resultado del sistemático proceso de despojamiento y humillación operado sobre él. Pero también hay quienes se salvan y pueden dar testimonio. Nuestro interés como psicoanalistas se centra en ellos, con qué recursos procesaron lo vivido, en qué condiciones previas, qué fortalezas de su estructuración psíquica pudieron movilizarse.
Salvo esa breve experiencia en AMIA que mencionaba recién, mi clínica no transita especialmente por los casos de víctimas de la violencia, ya sea doméstica, de género, social o institucional. Trabajo con pacientes neuróticos, algunos no tanto, que padecen o padecieron efectos de violencia en diversos grados y también ejercen cierto monto de violencia sobre sus seres más cercanos y aun queridos. Es por eso que mis consideraciones sobre el tema no pretenden aportar una clínica específica. Me limitaré entonces a ofrecer algunas miradas sobre la cuestión provenientes de fuentes diversas tanto propias como ajenas al pensamiento psicoanalítico, con la pretensión de complejizar un enfoque que en la doxa que produce la atmósfera mediática en la que todos respiramos y vivimos parece haberse convertido en verdad de Perogrullo.
La violencia, carozo de nuestro ser (analistas)
La perspectiva que nos da nuestro trabajo clínico, la singular mirada sobre la naturaleza humana que el dispositivo psicoanalítico –cualquiera sea la forma que éste adopte- instituye, nos permite poner en cuestión la simpleza del argumento de que toda forma de violencia es mala y repudiable y que siempre pone en peligro la condición misma de sujeto humano.
Ciertamente, la ética que sostiene la práctica del análisis fue enunciada por Freud, casi sin quererlo, en un texto muy temprano: “…El primero que en vez de arrojar una flecha a un enemigo le lanzó un insulto fue el fundador de la civilización. De ese modo la palabra es sustituto de la acción…” (Freud, 1893). Como evolucionista escéptico, confió siempre en el “progreso de la espiritualidad” aunque se mostró muy desesperanzado respecto de la naturaleza humana. Pensaba que la humanidad era incurable de sus tendencias destructivas y no obstante creía firmemente en la posibilidad de progreso en la libertad y creatividad de los hombres.
Esa confianza en las potencialidades de Eros lo condujo a inventar el psicoanálisis.
Está claro entonces que emprender el camino de un análisis es una apuesta a la primacía de la palabra –tal vez sería mejor decir “lo semiótico”, para incluir las múltiples formas de lenguaje, verbal y no verbal, gestual, corporal, prosódico, que intervienen en el intercambio analítico- por sobre cualquier acto de violencia, física o simbólica, de cualquiera de las partes intervinientes. No obstante, cotidianamente nos enfrentamos con formas larvadas o explícitas de violencia no sólo como relato sino en el interior mismo del campo transferencial y debemos ponerlas a trabajar en el picadero del encuadre. Desde la expresión hostil hasta el insulto e incluso el intento de agresión física son contingencias posibles en el trabajo terapéutico. Hay de ello un ejemplo paradigmático en la historia del psicoanálisis francés. Puede leerse la transcripción en https://www.carlosguzzetti.com.ar/blog/dialogo-psicoanalitico-el-hombre-del-magnetofono
En el plano de las ficciones teóricas, el mito fundador de la socialidad, el asesinato del padre de la horda y la consecuente institución de la fratría muestra, por otra parte, que para Freud la violencia es originaria, mejor dicho es el origen de las instituciones de la cultura, la religión, el orden social y la moral.
La propia concepción del aparato psíquico como sede de conflictos violentos, de una lucha entre el yo, el superyó y la realidad, en definitiva el combate épico entre Eros y Thánatos. Conceptos como Abwehr (defensa), Verdrängung (represión) y muchos otros provienen de la jerga militar (véase Braunstein, 2001).
A su vez Lacan al interrogarse sobre el poder en la cura (Lacan, 1958 [1971]) utiliza las categorías del estratega militar Karl von Clausewitz (2006) señalando que la libertad del analista es mayor en la táctica y cada vez menor en la estrategia y la política.
El manejo de la transferencia es pensado, diría que por ambos, como campo de batalla. Una guerra de las fuerzas en pugna, que debe culminar en la eliminación de las resistencias a la cura para lograr su prosecución.
El psicoanálisis de niños ha aportado la experiencia en tiempo presente de lo que desde sus mismos comienzos el psicoanálisis de adultos había percibido en su actualización transferencial: la violencia incontenible de las pulsiones y la necesidad de un marco de fantasías en el cual poner coto a la destructividad de esas fuerzas desatadas. Las fuerzas del Averno que invoca en la Interpretación de los sueños (Flectere si nequeo superos, acheronta movebo), motor esencial y principal límite a la cura.
La violencia y sus vicisitudes, entonces, articula la clínica y la teoría y lleva a Freud a inventar la pulsión de destrucción, como destino de la pulsión de muerte. En definitiva el exceso pulsional que empuja al acto, pero también al trabajo elaborativo. La violencia de la vida, apelando a una poética barata. Todo acto es violento porque pretende la transformación de algo, ya sea de la naturaleza o de la condición de seres hablantes.
Pero hay violencias necesarias y violencias sanadoras, como vemos en los pacientes inhibidos cuando logran romper el cerco que los separa de los otros y encarar una situación hasta entonces insoluble. Una puteada, un gesto de enojo, un golpe sobre la mesa, pueden ser el comienzo de un proceso transformador subjetivo y vincular.
Cuando Winnicott trata la tendencia antisocial en el niño deprivado, introduce una mirada sorprendente: la violencia como intento de reparación, como acto que apunta restituir al niño la dignidad de sujeto. Le preocupa en especial la clínica de estos casos y sale al paso de cualquier intervención que pudiera reproducir la deprivación sufrida. Dice así:
“Comprender que el acto antisocial es una expresión de esperanza constituye un requisito vital para tratar a los niños con tendencia antisocial manifiesta.
Una y otra vez vemos cómo se desperdicia o arruina ese momento de esperanza a causa de su mal manejo o de la intolerancia. Es otro modo de decir que el tratamiento adecuado para la tendencia antisocial no es el psicoanálisis, sino el manejo: debemos ir al encuentro de ese momento de esperanza y estar a la altura de él.”
…con qué facilidad podemos tratar a veces una tendencia antisocial, si la terapia es complementaria de una asistencia ambiental especializada.” (Winnicott, 1996)
Un enorme aporte a la comprensión de las violencias al servicio de la vida es el que realizó Piera Aulagnier (1997) en su trabajo La violencia de la interpretación. Su esfuerzo metapsicológico para comprender las psicosis la llevó a diferenciar entre una “violencia primaria” y una “secundaria”. La primera es la que ejerce la lengua de la madre (portavoz del parlêtre, diría Lacan) sobre el bebé prematuro, incapaz de acciones específicas para la supervivencia. Esa es una violencia formadora, ya que el deseo materno impone al infans una exigencia de trabajo, sin la cual el proceso de subjetivación es imposible. “…una violencia tan radical como necesaria para tener acceso al patrimonio compartido que es el lenguaje”.
La violencia secundaria, en cambio, es la que se ejerce contra el Yo, es un exceso del deseo de la madre, que, como decía Freud, toma al niño como objeto sexual “de pleno derecho”. La seducción que Ferenczi atribuía a la “confusión de lenguas”. Aquí anidan los gérmenes del abuso sexual, intra y extra familiar.
La interpretación analítica también ejerce un monto de violencia en el curso asociativo del paciente, de allí la importancia del timing para que los efectos no produzcan un salto fuera del dispositivo.
Iluminaciones de la violencia
Demos un vistazo al modo en que algunos pensadores, reunidos aquí por mis preferencias personales, sin ninguna pretensión de rigurosidad, piensan la violencia.
Elías Canetti, premio Nobel de literatura 1981, en su obra monumental Masa y poder (Canetti, E., 1983), aventura la hipótesis que el temor más ancestral del hombre es el temor a ser tocado, tocado por lo desconocido. El otro semejante es, entonces, por definición un malhechor. Es capaz de hacernos daño y por ello su irrupción en nuestro espacio y más aún el contacto con nuestra piel es capaz de desencadenar una violencia repentina. La inversión de este sentimiento es la fuerza que aglutina a la masa. En la masa perdemos el miedo a ser tocados. Pero ese es otro tema. Me interesa rescatar la idea de que la violencia es primaria y responde a un temor ancestral a que nuestra superficie corporal sea vulnerada.
Por su parte Walter Benjamin, en una de las circunvoluciones de su pensamiento escribió en 1921 Para una crítica de la violencia. Es un texto complejo que parte de la idea de que hay dos funciones de la violencia: hacedora de leyes (legisladora) y preservadora de leyes. A esa violencia regulada por la ley que ella misma hace Benjamin la llama “violencia mítica”. Pero postula otra violencia sin ley, anterior a la ley y la llama “violencia pura o divina”.
“…es reprobable toda violencia mítica, que funda el derecho y que se puede llamar dominante. Y reprobable es también la violencia que conserva el derecho, la violencia administrada, que la sirve. La violencia divina,… es la violencia que gobierna” (Benjamin, 1995, p. 77)…se caracteriza por la ausencia de toda creación de derecho. En este sentido es lícito llamar destructiva a tal violencia... (Benjamin, 1995, p. 70)
Es decir, hay una violencia independiente de toda ley, con una pura función destructiva. Coincidencia en tiempo y lengua con Más allá…y Psicología de las masas. Tal vez también en algunas ideas.
Lo que más me interesa interrogar es una frase que en el texto brilla como una luz de esperanza, tal vez en el tiempo mesiánico que él esperaba. Dice así:
“…hay una esfera hasta tal punto no violenta de entendimiento humano que es por completo inaccesible a la violencia: la verdadera y propia esfera del “entenderse”, la lengua.” (Benjamin, 1995, p. 52)
Sí, claro, el primero que lanzó un insulto en vez de una flecha fundó la civilización, pero no eliminó la violencia. El insulto también es violencia y si bien no deja marcas en el cuerpo sí lo hace en el alma. Tenemos en los consultorios numerosos ejemplos de los efectos de insultos y humillaciones sufridos en la temprana infancia.
En este punto no podemos seguir a Benjamin. La lengua es precisamente un campo donde circula la violencia y no únicamente cuando las palabras se utilizan para dañar a otro. La función performativa, propia de cualquier enunciado, ya es en sí un acto violento. No sólo la significación en juego sino, sobre todo, el tono, la posición relativa de los interlocutores, la gestualidad que lo acompaña, “hacen cosas” al decir de Austin. El poder de sugestión que intentó conjurar Freud con la asociación libre. Por esta vía nos reencontramos con la “violencia primaria” de Piera.
¿Hay una nueva violencia?
Byung-Chul Han, en el libro que cité, construye una topología de la violencia, y plantea el pasaje históricamente determinado de una violencia externa al sujeto (que él denomina “macrofísica”) y una “microfísica”, es decir la que vive infiltrada en los tejidos del sujeto, que es a la vez amo y esclavo de sí mismo.
En el mundo antiguo y medieval, sociedad de la soberanía, el soberano poseía el poder de dar muerte al súbdito y en consecuencia la política era el modo de administrar la muerte: tanatopolítica.
Con el advenimiento del sujeto moderno (tema central en la obra de Foucault) de lo que se trata es de organizar una sociedad de producción capitalista y para ello es preciso ordenar y moldear a los sujetos para reproducir y hacer crecer el sistema. Será pues una sociedad disciplinaria y la política se reduce a la administración de la vida: biopolítica. (Foucault, Agamben). La violencia pierde visibilidad, se hace más subrepticia. Ya no se exhiben los cuerpos de los ahorcados en la plaza pública sino que se segrega a los diferentes en oscuros campos no muy visibles.
El coreano propone distinguir en la “Modernidad tardía” un cambio topológico en la violencia. La “Sociedad del rendimiento” modela un sujeto que no está sometido a nadie más que a sí mismo y esa es la forma más eficiente de reproducción y auto explotación.
Tal el planteo central: la violencia es eterna y proteica, toma la forma de sus tiempos y a su vez moldea las subjetividades. Hoy vivimos –según él- sometidos a nuestra propia auto explotación y la violencia no proviene del exterior sino del interior mismo del sujeto. Es el fenómeno de la “uberización” del trabajo, cada vez más difundida y horizonte del mundo laboral en un futuro no muy lejano.
Dos objeciones a la argumentación:
La crisis migratoria mundial, el racismo y la xenofobia transitan la vieja Europa y el Nuevo Mundo y somos testigos de las formas más crueles de la segregación y al mismo tiempo de importantes luchas sociales para imponer derechos y legislaciones inclusivas. Bifo Berardi (que estuvo en Buenos Aires las últimas semanas) acuñó una fórmula bella y sintética para mostrar este lado de la sociedad del rendimiento, Auschwitz on the beach. Campos de concentración, institución insignia de la sociedad disciplinaria, en las playas europeas atestadas de miserables escapados de la guerra. Los hondureños amontonados ante el muro de Tijuana no son sujetos del rendimiento sino de la desesperación, sometidos al poder militar apostado del otro lado. Y todo para lograr ser superexplotados en EEUU, mejor destino que no serlo en absoluto por no participar del aparato productivo. En definitiva, si Byung-Chul tiene razón es sólo en parte. Las sociedades actuales promueven la auto explotación, pero ella convive con la explotación del hombre por el hombre, que tanto combatió Marx.
Quizás su mirada está sesgada por las características de su país de origen, Corea del Sur, que tiene el mayor índice de conectividad a Internet en todo el mundo y el territorio de Samsung y LG. Pero al mismo tiempo es el país con mayor índice de suicidios (28,4 cada cien mil habitantes), muy por encima del que le sigue.
La segunda objeción se refiere a la incomprensión del pensamiento psicoanalítico, cuando afirma que el sujeto de la modernidad tardía carece de inconsciente. No voy a detenerme en el análisis de sus críticas al freudismo, porque por ahora nos basta con la evidencia de que el psicoanálisis está vivo (y este encuentro es un testimonio de ello). Debo darle la razón sin embargo cuando señala que si en la sociedad disciplinaria el sufrimiento psíquico se expresaba especialmente en las neurosis, en la sociedad del rendimiento predominan la depresión, el burnout, los trastornos de atención y el pánico, como Yago Franco desarrolla en su último libro: “Paradigma borderline”.
Esos son los pacientes que más consultan. Personas desbordadas por lo que viven como obligaciones insostenibles, deprimidos que han perdido el deseo de vivir, niños hiperactivos, jóvenes sin proyecto, panicosos varios, muchos de ellos con altos consumos de sustancias diversas. Para seguir a Byung-Chul son sujetos del rendimiento, esclavos de sí mismos. Al consultorio particular llegan también algunos que son explotados por otros y los conflictos con el jefe suelen tomar un lugar de privilegio en las sesiones. Pero los más, los explotados por otros y aquellos que sólo son explotados por su miseria llegan al hospital, al centro de salud, a la salita del barrio.
A la misma conclusión llega Berardi, por otro camino. Reconoce las mismas patologías psíquicas propias de la época y lo adjudica a lo que él denomina con un concepto polémico una “mutación antropológica”. Mutación que es resultado de la aceleración de los estímulos que llegan al cerebro y a la progresiva reducción de la comunicación humana a información digital. Hemos pasado de relaciones “conjuntivas”, propias de cuerpos vibrátiles, erotizados y sensibles a relaciones puramente “conectivas” en las que gobierna la sintaxis estricta de los sistemas digitales binarios. Si erramos un carácter en alguna de las muchas claves que necesitamos cada día, no podremos realizar la operación porque el sistema no soporta ambigüedades o imprecisiones que son, precisamente, lo que caracteriza a la comunicación cara a cara.
Los padecimientos psíquicos de la época son producto de la incapacidad de los cerebros para procesar los estímulos. La temporalidad de la infosfera, la aceleración constante y la profusión creciente de estímulos supera la capacidad de elaboración de nuestro sistema nervioso.
Se pregunta por el resultado a largo plazo del hecho de que hay al menos una generación que está “…cada vez más tiempo interactuando con pantallas. La adquisición del lenguaje se transfiere, por lo tanto, del ambiente afectivo del contacto físico al ambiente operacional de la máquina lingüística universal.” (Berardi, 2018, p. 260)
Ya que la voz de la madre, sus ritmos y modulaciones y, sobre todo, la ternura que brinda son las condiciones de sostén de la violencia primaria formadora ¿qué clase de sensibilidad podrán desarrollar los niños expuestos a las modulaciones de voces sintéticas y a la falta de reverie?
Por otro lado la pornografía viene ganando terreno al erotismo. El ejercicio repetitivo de movimientos diversos por parte de cuerpos artificiales alimenta la ausencia de fantasía erótica de muchos. Ya casi no importa si se trata de cuerpos reales, animé o construcciones digitales, sólo prima la imagen.
El resultado es la pérdida de sensibilidad, erotismo y empatía, lo que da lugar a la generalización de la crueldad, por ejemplo. Hace ya casi dos décadas Derrida (2001) propuso al psicoanálisis dos cuestiones cruciales para su porvenir: trabajar sobre la soberanía y la crueldad. Entre nosotros el maestro Fernando Ulloa desde mucho antes se ocupó de promover ese debate. No toda violencia es cruel, si bien toda crueldad es violenta. Vale la pena recordarlo en nuestro trabajo y en la vida.
Berardi propone así otra microfísica de la violencia, como la ejerce el totalitarismo capitalista de Google, Amazon y Apple. El verdadero poder está en las redes financieras digitales, que operan con algoritmos. Las decisiones de vida y muerte, la biopolítica, es hoy ejercida por la Big Data. Black Mirror tiene varios ejemplos.
Una respuesta subjetiva al abismo de la sobre estimulación y la brutalidad es el pánico, en otros casos la caída en estados depresivos, afanísicos a veces, otros buscan la salida cerrando todas las vías de contacto corporal con el otro, para sólo interactuar con las pantallas.
Algunos de ellos llegan a nuestros consultorios, hospitales, centros de salud o lo que fuere en busca de una esperanza. Eso sí, la mayor parte recurre a las pastillas, la gran pasión de nuestro tiempo. Las pastillas todo lo pueden, son las best sellers de la industria farmacéutica y a veces son imprescindibles.
Pornografía y pastillas: es lo que el filósofo queer Paul B. Preciado llama sociedad “fármaco pornográfica”.
Creo que los analistas no somos espectadores atónitos y nostálgicos de tiempos mejores, sino intelectuales inquietos que debemos preservar nuestra sensibilidad para escuchar las voces insumisas que piensan nuestro tiempo. De nada sirve refugiarnos en doctrinas canónicas. Las herramientas teórico-clínicas con que contamos son siempre insuficientes y nos vemos en la necesidad de inventar nuevas o reciclar las antiguas para estar a la altura de los sufrimientos que pretendemos aliviar.
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