Yo conocí a Fernando Ulloa en los últimos años de su vida, pero sabía de él desde la época de la facultad, ya que sus textos eran parte del material de la carrera. Nunca pensé, en aquel momento, que muchos años después me encontraría personalmente con quien figuraba en libros y artículos que yo había leído y estudiado.
Cuando lo vi por primera vez fue en un asesoramiento institucional que realizó con su calidez, su firmeza, su buena intuición, a pesar de que era una intervención en una crisis institucional muy compleja, tal vez una “encerrona trágica”.
No se me olvida que en esa situación caótica, que finalmente no pudo modificarse en demasía, mencionó su concepto de saturación, indiferenciación, canibalismo (Síndrome SIC), proceso que ocurre en las instituciones en determinados momentos y que menciona en diferentes escritos teóricos.
Tampoco me olvido que mencionó que hay que curar las palabras, que a veces son ellas las que están enfermas, pienso en términos que marcan, tanto o más que aquello a lo que representan, como ser: enfermedad, psicosis, neurosis, patología, histeria, perversión, y que circulan, a veces, no para comprender sino para clasificar y estigmatizar.
Sumado a esto, su compromiso en lo social y en Derechos Humanos, trabajando con los internos para sustituir el manicomio, como hizo en la Colonia Psiquiátrica Oliveros, o en barrios marginales. En ambos casos, combatiendo la crueldad imperante en estos tiempos de múltiples violencias sociales y dando lugar a la ternura.
Si el capitalismo nos satura con el consumo compulsivo, con el tener y no ser, con la competitividad, llegando a no ver al otro; si nos indiscriminamos como un colectivo de consumidores que marchamos por las grandes ciudades, con la consigna “consume sin mirar qué o a quién”, llegamos al tercer paso de la violencia institucional que refiere Ulloa, que es el canibalismo: comernos los unos a los otros por la violencia de no vernos, ni respetarnos, por la deshumanización que promueve el capitalismo.
Lo vemos en las grandes diferencias sociales, inmensos edificios, countries y barrios cerrados con sus mansiones y cada vez más gente durmiendo en la calle. La desocupación, sub-ocupación y precarización de los trabajadores; la marginalidad, la violencia doméstica y el abuso, que están más visibilizados pero no por eso han disminuido. La lista sería, desgraciadamente, interminable.
Por eso, en estos momentos de violencia social y sin sentido, apelo a los conceptos y pensamientos del maestro, a su feroz compromiso, a su verborragia y a su ternura para que podamos construir una sociedad mejor.
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