“Los hombres mismos se han fijado todo su bien y todo su mal. No lo recibieron, no lo desenterraron, no les cayó como voz del cielo. (…) Todo bien y mal ha sido creado por hombres amantes y creadores. En los nombres de todas las virtudes arden la llama del amor y la llama de la ira” |
Friedrich Nietzsche: “De las mil y una metas” en Así habló Zaratustra |
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“Los psicoanalistas o cualquier ciudadano atento a los derechos humanos sabemos que, o nos ocupamos de la crueldad - incluida la propia - o toleramos que la crueldad se ocupe de nosotros.” |
Fernando Ulloa: “Presentación autobiográfica y sus posibles adendas” en Pensado Ulloa Beatriz Taber y Carlos Altschul, compiladores. |
Lo que en cada sociedad se presenta como violento no es otra cosa que lo que ella instituye, delineando así sus cercos, como intolerable, no deseable, negativo e, incluso, anormal. A cada momento histórico le corresponde, entonces, un modo particular, un dispositivo sociocultural de expresión e institución de lo connotado como violento.
Actualmente, en nuestra sociedad, la violencia como tópico social ocupa un lugar central tanto en la agenda política de los gobiernos (en términos de “seguridad”) como en aquello que define una noticia “de tapa” para los medios de comunicación. Cotidianamente se escucha y se observa en la TV una intensa escalada de violencia que tiene como protagonistas a niños, jóvenes y adultos; a mujeres y hombres; a los sectores más pudientes y a los más vulnerables, sin distinción. En escuelas, en la calle, en hogares y en otras instituciones de nuestra sociedad. Me pregunto, entonces: ¿ha crecido en la actualidad el número de actos violentos? ¿o tal vez sólo se ha puesto una lente de aumento sobre dichos fenómenos? Teniendo en cuenta que la violencia, en muchos casos, produce un punto de fascinación y, como tal, vende: ¿Acaso se ha convertido ella en uno más de los “espectáculos sociales”, oficiando de marioneta mediática para captar al espectador? Y si a fin de cuentas pudiéramos afirmar que efectivamente ha aumentado el número de casos donde la violencia es el modo de relación predominante: ¿cuáles serían las causas de tal aumento?; ¿cuáles serían las ‘condiciones del Otro’ que habilitan dichos actos?; ¿qué de la respuesta subjetiva en todo este asunto? Interrogantes ambiciosos que nos pueden servir de puntales para comenzar la reflexión.
Decido recortar la violencia en la escuela como un campo de problemas que ha cobrado gran visibilidad en nuestra sociedad actual; a mi entender, no sólo porque efectivamente ocurren, de modo más frecuente, situaciones de maltrato entre sus actores institucionales, sino porque la cobertura mediática de tal asunto parece ser mucho más manifiesta que en otros tiempos históricos, reproduciendo y produciendo así condiciones de posibilidad para su puesta en forma.
Del bullying a la violencia como síntoma social
Bullying, acoso escolar, hostigamiento, definen cualquier tipo de maltrato verbal, físico o psicológico producido entre escolares de forma sistemática y reiterada en el tiempo. Es decir, da cuenta de la violencia entre pares o maltrato entre iguales enmarcado en la institución escuela. Dicho concepto es utilizado para hacer referencia a la intimidación ejercida sobre alguien con el fin de acobardarlo y reducirlo a la pasividad, produciéndole temor. Los autores de referencia en este tema agregan que es un tipo de violencia difícil de identificar y de diagnosticar, por lo tanto también, difícil de eliminar. Su eficacia reside en el silencio del niño agredido ante sus padres o maestros, porque se siente descalificado y ridiculizado por quien lo intimida, lo que bloquea la posibilidad de manifestar su padecer. El bullying plantea siempre un ternario formado por el agresor, la víctima y el grupo de espectadores que sostiene y legitima con la mirada, y su paradojal indiferencia, toda una situación de vulneración y crueldad.
Intentemos imaginarizar el pasaje de la categoría de bullying como diagnóstico estanco e individualizante (a pesar de que nos habla de un vínculo patológico), a la violencia escolar como síntoma social. Pensar en estos términos nos invita a ampliar la lectura de dicho fenómeno, para elucidar las condiciones de posibilidad que en su trama lo originan, y reflexionar acerca de sus posibles consecuencias.
El filósofo y psicoanalista Slavoj Žižek, deslinda diversos modos en que la violencia se inscribe y desde donde puede ser leída. Sigamos a este autor en su planteo sin con esto pretender la captura de un hecho que, por histórico social, escapa siempre a las categorías cerradas en las que se lo intente apresar. Por un lado nos habla de la violencia subjetiva“…aquella que aparece de un modo visible y ejecutada por un agente que podemos definir al instante.” [1] Se percibe como tal en contraste con un nivel cero de violencia; es decir, viene a perturbar un estado de cosas pacífico y conservado. Ahora bien, Žižek nos dirá que si procuramos realizar una lectura lúcida de tal fenómeno, deberíamos producir una distancia operativa de la violencia subjetiva como punta de iceberg visible y explosivo, para adentrarnos en el análisis de aquella violencia que opera en la trama configurada por la estructura social y que condiciona, en gran medida, aquello que se muestra de modo más evidente. La violencia objetiva, entonces, es invisible y se define como la violencia inherente al estado de cosas normal; “son las consecuencias del funcionamiento homogéneo de los sistemas económicos, políticos, culturales” [2] las más sutiles formas de coerción, que imponen relaciones de dominación y explotación, incluyendo la amenaza de violencia. Es decir, es la contraparte de la violencia subjetiva y es ella la que puede dar cuenta de aquello que se presenta como acto manifiesto de violencia. Podemos pensar, entonces, que los efectos devastadores de agresividad que vivimos cotidianamente en nuestra sociedad, quizá respondan en gran medida al modo de ser que ésta se da para sí en nuestra época; a la reacción producida ante cierta estrategia capitalista que procura, entre otras cosas, borrar las diferencias, homogeneizar y universalizar los modos subjetivos que en su particularidad son profundamente diversos.
Entonces, violencia como síntoma social. Si recortamos la escena de una niña asesinada por sus compañeras por el solo hecho de ser bonita; o jóvenes que destruyen a golpes su aula, filman este acto y luego suben el video a internet; si sólo focalizamos nuestra atención en el niño que asesina a decenas de personas en el contexto escolar, o en aquel otro que golpea a su maestra porque no lo ha aprobado en el examen… Si decidiéramos recortar de su contexto estas escenas y reducir nuestro análisis a las mismas, creo que lo único que conseguiríamos es redoblar y reforzar la violencia ya instalada. Por un lado, evadimos el hecho de que se trata de “violencias escolares” y no violencia en un único sentido. Universalizamos y patologizamos un vínculo, o a un joven, quien con su acto en realidad está saturando aquellos instituidos que producen su padecer. ¿Esta lectura es ingenua? Claro que no; considero que se trata de una decisión, toda una estrategia de poder que opera y que sostenemos como sociedad. El categorizar, nominar y reducir la violencia como síntoma social a la expresión de bullying responsabiliza (incluso judicialmente) a miles de niños y jóvenes de nuestra sociedad, renegando de toda una trama de responsabilidades de las que la violencia en la escuela es sólo un efecto. No sólo eso, sino que esto se reproduce a través de juicios públicos: los medios de comunicación inflan y precipitan dichos actos. La denuncia mediática y masiva de lo impune, es una marca de nuestra sociedad actual. Se apunta a un debate televisivo que tiende a un juicio público que banaliza sus causas y consecuencias. Ya hemos mencionado que las noticias sobre violencia venden. El tratamiento de la cobertura mediática en nuestra sociedad actual, hace de la violencia en las escuelas un espectáculo que no invita a una discusión seria sobre el asunto. Hoy es el amo mediático el que administra y regula la información. Decide qué decir y qué mostrar. La violencia, entonces, se fogonea en relaciones mediatizadas por la imagen y sostenidas por pantomimas más bien siniestras.
La crueldad como escenario
Si bien sabemos que la violencia primaria, como la ha denominado Piera Aulagnier, es constitutiva e imprescindible para el advenimiento de un sujeto, la persistencia y consecución de la violencia más allá de ciertos límites, denominada también secundaria, malestar sobrante o “penar de más”, es consecuencia de ciertos dispositivos históricos sociales que construyen y se han sofisticado en la puesta en marcha de un tratamiento del sujeto y de los lazos que facilita el despliegue de la violencia, de lo cruel, como una de sus manifestaciones más extremas. Fernando Ulloa define a la crueldad como aquel flagelo que acompaña al hombre desde el inicio de la civilización. Agrega que se trata de un acompañamiento paradojal, ya que a lo largo de la historia las sociedades han intentado acotar algo de esta expresión pulsional más agresiva. Siguiendo a Freud, pulsión de vida y pulsión de muerte requieren en el sujeto de cierto equilibrio que permita su bienestar y, por ende, la capacidad sublimatoria para el despliegue en sociedad. Esta regulación, dirá Freud, es mediatizada por el superyó, el cual se instituye como una instancia “civilizadora” e impide que la pulsión de muerte lo destruya todo. La profundización de la violencia obedece, entonces, para este autor, a un orden de descomposición y desmezcla pulsional.
Hoy palpitamos una profunda fragmentación de los lazos, la crisis de ciertos ideales y sentidos, la fuerte apatía y la gran paranoia que produce el encuentro con el otro; crisis de los apuntalamientos identificatorios, de las instituciones que amarraban algo de lo más tanático constitutivo del ser humano. Todo esto produce condición de posibilidad para la violencia actual, produciendo así, además, nuevas subjetividades ¿Cómo afecta esto a los niños en edad escolar? Teniendo en cuenta que la mayor parte de su tiempo la transitan en dicha institución ¿qué estrategias puede darse la escuela para paliar estas situaciones estando actualmente tan instrumentalizada y desprovista de recursos?
Diversos autores, cada cual a su modo, nos hablan de la crisis del sentido y de los valores por la que atraviesa nuestra sociedad. Esto se expresaría en la declinación de ciertas figuras de autoridad como la parental, el docente y la suposición de un saber allí, etc. En función de esta crisis, y teniendo en cuenta los planteos de Freud esbozados más arriba, ¿qué ocurre, entonces, en la actualidad, con la regulación que ejercía la institución de la sociedad, como un todo coherente, sobre las pulsiones más destructivas del ser humano? ¿Qué ha sido en la actualidad del superyó que podía civilizar la pulsión de muerte, que podía lograr que Eros se impusiera sobre Tánatos amarrando algunos de sus efectos? Tradicionalmente, las culturas han localizado modos de tránsito ritualizado para el devenir de la agresión, donde su eficacia resultaba de la conjunción - hecha ceremonia - de lo pulsional y ciertos baluartes identificatorios que están a la mano en el proceso de fabricarse un mundo y una identidad acordes. ¿Qué de los mitos de pasaje para nuestros jóvenes hoy?
Es el amor, dirá Freud, el que inhibe la agresividad. En una educación sin amor, la agresividad tiende a desplegarse libremente al exterior. La declinación de las instancias parentales y la ausencia del amor harían que esta agresividad se desplegara casi por completo hacia el semejante, hacia los objetos.
Ulloa refiere que uno de los dispositivos, núcleo central para el avance de la crueldad, es el de "encerrona trágica”. Esta encerrona cruel es una escena en la que se ponen en forma sólo dos lugares, sin tercero de apelación - tercero de la ley - sólo la víctima y el victimario. La encerrona trágica se da cada vez que alguien, para dejar de sufrir o para cubrir sus necesidades elementales de alimentos, de salud, de trabajo, de lazo, etc. depende de alguien o algo que lo maltrata, sin que exista un terceridad que imponga la ley. En ella prevalece el “dolor psíquico”, un sufrimiento que produce desesperanza de que las condiciones de intimidación alguna vez se transformen.
Lo complejo de este asunto, dirá Ulloa, es que lo esencial de la crueldad aparece velado por el acostumbramiento. “Se convive cotidianamente con lo cruel y muchas veces en connivencia, sobre todo cuando esta palabra, alude a ojos cerrados y a un guiño cómplice.” [3] Vemos algo de esto en nuestras escuelas, donde "la cultura de la mortificación", cultura del acostumbramiento, de lo mortecino, apagado, es el escenario consolidado para el despliegue de lo violento. Se enfrentan niños, pares, unos contra otros en un contexto donde prima la indiferencia y donde no existe la figura de un mediador que regule la crudeza de lo especular.
El silenciamiento y el no miramiento dan cuenta de cierta renegación de lo cruel. Se normaliza la intimidación como modalidad de lazo al otro, normalizando sus efectos. Considero que esto es lo que opera a la base de lo que se denomina bullying, acoso escolar… un modo de lazo instalado socialmente, que se infiltra, de una u otra manera, en todas las instituciones, en todos los vínculos, en los más íntimos, en los más formales, en lo “amigo”, en los pares…
La ternura como libreto
La ternura para Ulloa es “(…) el escenario formidable donde el sujeto no sólo adquiere estado pulsional, sino condición ética.” [4] Si la crueldad excluye al tercero de la ley, en la ternura, este tercero siempre resulta esencial.
La ternura se nutre de dos fuentes: la "empatía" como garantía del suministro de lo “necesario” para la constitución de un sujeto, y la producción del "miramiento", ese “mirar con considerado interés, con afecto amoroso,” que instituye el reconocimiento del sujeto y su deseo. La empatía, entonces, garantiza el primer alojamiento que necesita un sujeto para advenir como tal. El miramiento, por su parte, promueve su condición autónoma evitando los abusos que puedan instalarse en dicho proceso.
Teniendo en cuenta lo anterior, considero que necesitamos construir dispositivos, tecnologías, que apunten a la constitución de lazos más tiernos, que operen tanto sobre la queja, la intimidación, la infracción, lo mortecino hecho cultura, como sobre la naturalización de la crueldad a la que los nuevos procesos segregativos parecen acostumbrarnos.
No se pretende con esto realizar una lectura nostálgica de aquello que se ha perdido, ni apostar a recuperar los mismos lazos que operaron en otros momentos históricos (de hecho, ellos han sido, en gran medida, condición de posibilidad para lo que hoy se presenta tan fragmentado.) La propuesta es echar luz sobre las significaciones vigentes de nuestra época, para en ellas advertir la gran mortificación de la que somos protagonistas y padecemos día a día. En función de ello, entonces, inventar nuevos modos de relación al Otro y al semejante, nuevas tramas discursivas, nuevas instancias de mediación, nuevas prácticas, que nos convoquen a habitar lazos animados por el deseo y su ética. |