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El duelo y la exclusión de la muerte hoy
Por Lucía Espinosa
Psicoanalista
luciaespinosa94@yahoo.com.ar
 

Al referirnos a la muerte estamos hablando de un hecho tan esencial y tan básico, que se halla en la fundación del mismo concepto de hombre, que se circunscribe justamente a un espacio muy concreto, como es la cultura occidental.

“El duelo es, por regla general, la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc. (...) Cosa muy digna de notarse, además, es que a pesar de que el duelo trae consigo graves desviaciones de la conducta normal en la vida, nunca se nos ocurre considerarlo un estado patológico ni remitirlo al médico para su tratamiento. Confiamos en que pasado cierto tiempo se lo superará, y juzgamos inoportuno y aun dañino perturbarlo.“  S. Freud. [1]

El duelo le impone al aparato psíquico una exigencia de trabajo, que por tanto, debe ser realizado, imposible de eludir sino a riesgo de pagar un costo enorme, este es el de enfermar.  Este trabajo - entre otras cosas- demandará un tiempo que será a su vez: cronológico, subjetivo y lógico. Esta tarea es a la vez social-cultural, del sujeto y su entorno.

El duelo entonces es una reacción adaptativa normal  ante la pérdida de un ser querido (un objeto amoroso). Es un acontecimiento vital estresante de primera magnitud para el sujeto. Es un proceso único e irrepetible. Dinámico y cambiante.

Y un evento variable de persona a persona, entre familias, culturas y sociedades a través del tiempo.


Los rituales del duelo

Cincuenta años atrás los hombres usaban una cinta negra en la camisa, las mujeres vestían de negro y nadie iba a decir que esas personas estaban mostrando una conducta patológica.

Cierto saber en la cultura manifestaba un reconocimiento del estado de duelo.
Los rituales preservan al doliente, al “deudo”, sinceramente afectado contra los excesos de su pena, lo contienen, lo limitan. Le imponen cierto tipo de vida social donde la pena puede liberarse sin superar un umbral fijado por las convenciones. Efectúan una regulación. Ya que el doliente y su trabajo (trabajo psíquico del duelo) no queda privado del acceso a la vida en su comunidad.

Hoy en líneas generales en Occidente y en el mundo capitalista se impone una ética que plantea al sujeto y a la familia como organizador social, una exigencia de estar siempre bien, hacer lo que produzca placer y ocultar el dolor.  Desde esta nueva ética no hay lugar entonces para la enfermedad, el sufrimiento y la muerte. El deber moral y la obligación social de evitar todo motivo de tristeza y malestar lleva a que esté mal visto mostrarse triste, por lo que se exige la apariencia de sentirse siempre feliz.  

Como ya lo enuncia el filósofo contemporáneo Giorgio Agamben, la contracara monstruosa de esta pretendida y superflua felicidad son las dos grandes guerras del siglo XX con los campos de exterminio nazi, que son el paradigma de la degradación de la muerte. Agamben afirma "En Auschwitz no se moría, se producían cadáveres, cadáveres sin muerte". [2]

Allí el hombre deja de ser hombre y su muerte, anónima, deja de ser una muerte porque no hay un nombre que la identifique como tal.  La dignidad de la muerte quedaba literalmente exterminada. El anonimato es determinante en la deshumanización de la muerte en tanto el borramiento del nombre elimina la inscripción del sujeto. Esto ya lo planteó también la psicoanalista Marie Langer, una verdadera pionera en Latinoamérica y una de las fundadoras del Psicoanálisis en Argentina. Cuando fue la Revolución Nicaragüense en 1978, ella hablaba de “duelo congelado” o sea de su imposibilidad ante la masividad de la muerte donde el sujeto quedaba abolido.

Así también hoy la ciencia hace su aporte con su gran desarrollo científico-tecnológico y sus maniobras que pretenden intervenir la muerte: entonces la muerte ya no le pertenece a nadie, ya no tiene sujeto, es casi una cuestión técnica lograda por la suspensión de los cuidados, es decir, por una decisión del médico y equipos hospitalarios y a veces ésto incluye a la familia. Nos hemos alejado abismalmente de lo que plantea Philippe Ariés cuando habla de la muerte domesticada,  donde el muriente preside su propia muerte y su comunidad lo acompaña. [3]

Los ritos funerarios también se modifican. Se trata de reducir al máximo las inevitables operaciones destinadas a hacer desaparecer el cuerpo. La ceremonia de partida ha de ser discreta para evitar emociones; las manifestaciones perceptibles de duelo son rechazadas y desaparecen sus rastros como por ejemplo el luto.

Una pena demasiado visible no despierta piedad sino repugnancia: es señal de desarreglo mental

El DSM IV califica la tristeza por un duelo que dure más allá de los tres meses como depresión; de este modo un proceso normal se lo transforma en patológico. [4]

Es así como se llega a la medicalización del duelo a causa de la presión que existe por superar (negar) la muerte lo antes posible.


Desde el Psicoanálisis

La ritualizaciónde la muerte, hecha de prohibiciones y concesiones, ha sido la estrategia global de tratamiento simbólico a través de las épocas. Los ritos introducen la simbolización de ese agujero real que constituye la muerte; los tabúes prohíben lo imposible de simbolizar, esta falla insoportable en el saber.
El rechazo de la muerte es equivalente al rechazo de la castración, ya que ésta constituye el duelo estructural. Sabemos  que la condición para la elaboración de todo duelo es haber atravesado este duelo estructural. [7]

Lo que resulta de este intento vano de exclusión de la muerte es en realidad la exclusión de su tratamiento simbólico, por lo cual lejos de quedar excluida, la muerte retorna de los modos más salvajes. Des-humanizada.

La consecuencia clínica más evidente son los obstáculos en la elaboración de los duelos.

El duelo no elaborado es una de las principales fuentes de enfermedad somática grave y de trastornos psicopatológicos.

En el duelo se trata de la pérdida real de un objeto que produce un agujero que el significante no alcanza a suturar.

Se hace necesario entonces un trabajo que es de elaboración simbólica, de reconstitución, ya que la pérdida se produce en lo real y el duelo es la tarea simbólica de desasimiento libidinal de ese objeto perdido para  así poder recubrir el agujero que ha dejado con nuevos trazos significantes, nombrándolo.

La función del duelo, es la de subjetivar la pérdida inscribiendo un trazo nuevo, que recubra ese agujero en lo real producido por la pérdida.

De allí la importancia de los ritos funerarios que intentan nombrar algo, trabajo necesario para que lo que murió en lo real, muera en lo simbólico.
Por otro lado, el dolor del duelo afecta al cuerpo imaginario. Es en la escena social con el semejante que el dolor por la falta encuentra su localización y acotamiento.

Los ritos funerarios son consustanciales al trabajo de duelo siendo una de las condiciones de su posibilidad, regulan la angustia, aportando una inscripción simbólica de la pérdida.

Allí donde se impiden no puede operar el trabajo del duelo, este se interrumpe.
La omisión de ese acto de inscripción promueve el detenimiento del trabajo en ese primer tiempo del duelo en que el sujeto reniega de la pérdida.

En la clínica un duelo atascado o detenido, se manifiesta con la presencia de fenómenos en vez de síntomas. Fenómenos que son del orden de un hacer, mostrar, escenificar, que se repiten en un intento fallido de inscribir lo traumático de la pérdida.

Fenómenos que quedan por fuera de la trama simbólica. Entre éstos se incluyen muy frecuentemente enfermedades psicosomáticas, adicciones, anorexia-bulimia, acting out, pasajes al acto.

Algo de lo imposible de ser articulado vía significante se muestra en esos fenómenos. El detenimiento del duelo desemboca en la eternización del dolor.
Freud escribe "Duelo y melancolía"  en 1915 durante la primera guerra mundial, época en que se comenzaba a producir esta exclusión del duelo del espacio público.

En un momento en que los ritos comienzan a desaparecer Freud da una respuesta que cuestiona a su época y hace del duelo un trabajo, prescribiendo su necesidad en lo psíquico, allí donde en lo social se tiende a eliminarlo.

El sujeto contemporáneo vedado del espacio social para elaborar su duelo, recurre – a veces - al espacio analítico para hacerlo. El psicoanálisis se sirve del sentido para tratar lo real pero trascendiéndolo. Se trata de restituir la trama significante que trate ese agujero real al que confronta la pérdida para posibilitar el despliegue del discurso, para subjetivar ese imposible que es la muerte.

 
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Notas y Bibliografía
 

[1] Freud, Sigmund, Duelo y Melancolía, 1917 (1915), Tomo XIV, Amorrortu Editores, Buenos Aires,1979. 
[2] Agamben, Giorgio, Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo Sacer III, Pretextos, Valencia, 2000.
[3] Ariés, Philippe, Morir en Occidente, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2001.
[4] DSM-IV-TR Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales Breviario. Criterios Diagnósticos, Elsevier Masson, Barcelona, 2002.
[5] Arendt, Hanna, La condición humana, Ediciones Paidós, Barcelona, 1993.
[6] Hallado, Daniel (compilador), Seis miradas sobre la muerte, (autores varios), Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona, 2005.
[7] Lacan, Jacques, Seminario VI, El deseo y su interpretación, Versión  inédita.

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