Como siempre en los libros de Sándor Márai, la trama es muy simple: la historia cuenta lo acontecido durante cuatro terribles semanas en medio del asedio nazi a la Budapest de 1944, hasta su “liberación”, a manos de las tropas soviéticas. Cerca de la Navidad de ese año, en un ambiente de desolación y muerte, el Ejército Rojo se acerca a la capital húngara. La novela, casi un testimonio, refleja la inquietud, incertidumbre y los avatares de la vida de los habitantes de Budapest en el enorme trabajo subjetivo de resistir con dignidad al asedio alemán, al brutal control y persecución de la Gestapo y de los militantes de la Cruz Flechada.
Erzsébet, una joven húngara, busca refugio para su padre, un prestigioso hombre de ciencia, astrónomo y matemático, que es perseguido por su falta de apoyo al régimen fascista y por sus ideas liberales. Encuentra para él un escondite en un sótano, hacinado y oscuro, junto a otros conciudadanos. Esta es la primera paradoja que nos presenta la obra: un refugio subterráneo y caótico, para un hombre cuya pasión era estudiar el orden y “secretos del cielo”. Comienza a dibujarse el clima opresivo y de devastación de esa ciudad en ruinas, con sus habitantes luchando por no ser reducidos en su condición humana, negándose a asfixiar cuanto de vida puedan rescatar. Asediados, bombardeados, obligados a permanecer bajo tierra, donde no existe el día ni la noche, ni reglas sociales, donde la solidaridad se alterna con la barbarie, a la espera de un momento indefinido y fatídico, el de la liberación. La joven Erzsébet, también ella en la clandestinidad, nunca deja de creer, con trémula esperanza, que la “liberación” a manos del Ejército Rojo está cerca. Tal vez para decirnos que la resistencia y la esperanza es el camino, y en la búsqueda de un mundo más humano. Pero poco a poco se diluye esta esperanza, lo que el autor plasma con brillante simbolismo en el encuentro final de la joven con el soldado ruso, quedando claro allí que serán liberados de una cruel dictadura para ver cómo se instala otra.
Maestro del lenguaje, Sándor Márai sabe que a través de la palabra es como los sujetos nos acercamos a la complejidad de nuestras emociones. Cuando escribe esta novela, en el verano europeo de 1945, ya sabía que esa esperanza de liberación era ilusoria; sabía que los rusos llegaron para continuar con el trabajo que los nazis iniciaron: la despersonalización completa del pueblo húngaro, un pueblo que, de tanto sufrir, se fue quedando sin alma. Y esa es la Budapest que describe Márai en esta novela. Marái logra transmitir al lector la brutal condición de inmovilidad del asedio, alternando en el relato reflexiones sobre la condición humana, sobre los instintos, pulsiones y reglas que dominan nuestra naturaleza.
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