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El otro amenazante.
Reflexiones acerca del sentimiento de inseguridad
Por Elina Aguiar
Miembro Titular de la A.A.P.G (Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo) y de la (A.P.B.A) Asociación de Psicólogos de Buenos Aires. Presidenta de FLAPAG (Federación Latinoamericana Psicoanalítica de Grupo). Secretaria de Salud Mental y Co-vicepresidenta de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (A.P.D.H.).
elinaag@fibertel.com.ar
 

“Atención: te estás acercando a una zona peligrosa”.
(GPS Garmin de automóvil al acercarse a un barrio de viviendas humildes).

En los medios de difusión y en la opinión pública  y en nuestros consultorios se habla de la inseguridad, esta presenta diversas significaciones y peculiaridades  que suelen permanecer  ocultas,  banalizadas o silenciadas.      

En las condiciones actuales la cotidianeidad y la cercanía de los hechos de violencia configuran  una subjetividad amenazada.  La inseguridad social puede ser entendida como una  situación de amenaza de desubjetivación.  No resulta sencilla la reflexión sobre la diferenciación entre realidad y fantasía, por su irrupción, y la vivencia de perplejidad que genera. 

Me parece importante poder articular la diferencia entre irrupción – que es la suspensión de una lógica por la sorpresa – y disrupción – que es el ataque a las normas que constituyen el conjunto.

El sentimiento de inseguridad es un "entramado de representaciones, discursos, emociones y acciones" donde lo objetivo y lo subjetivo están entrelazados de un modo indisociable”, y una  expresión subjetiva de una transformación social objetiva o distorsión subjetiva, (Kessler, 2009)     (desplazamiento, condensación)  respecto de la realidad.   El miedo y sensación de riesgo ante la violencia social  son socialmente construidos y  basados   en la desconfianza  hacia los otros.

La inseguridad del contexto es texto de nuestros vínculos ¿Cómo deconstruir estas representaciones sociales  con el fin de vitalizar los lazos sociales amenazados, quebrados?

Freud en 1893 señala con respecto a las experiencias traumáticas que “lo que es eficaz para el síntoma es el afecto de terror”; así el terror llama al terror.     Freud recalca que ante un trauma de origen social “los individuos pueden presentar: estupor inicial, paulatino embotamiento, abandono de toda expectativa, anestesia afectiva, narcotización de la sensibilidad frente a estímulos desagradables… El alejamiento de los demás es el método de protección más inmediato contra el sufrimiento susceptible de originarse en las relaciones humanas”. (Malestar en la cultura 1930).

Nosotros tenemos una adaptación de la que no somos concientes que provoca regresión a un estado de no pensar, de ambigüedad (S. Amati 2005), donde la persona se puede aferrar a slogans o frases hechas provenientes del discurso hegemónico.

G. Kessler (2009) analiza cómo la sensación de inseguridad plantea una divergencia entre la causa  y el objeto de la emoción; basándose en indicadores del delito destaca la discrepancia entre el sentimiento de inseguridad  y los análisis cuantitativos de los delitos.  Se trata de   ficciones como producción del colectivo, a diferencia de verdades fácticas por fuera de esta construcción. 

Los relatos que se construyen socialmente y  tienden a mostrar al otro como amenazante repercuten en los vínculos y en el accionar de la vida  social.  El temor al otro diferente  proviene de nuestra incapacidad para   aceptar  lo que es distinto, y genera  defensas conceptualizadas como “inmunitarias” (R. Esposito 2009). En la calle resulta sospechoso aquel que tenga un comportamiento extraño.  La  llamada  inseguridad  se refiere a los delitos y a los crímenes  atribuidos  a autores  provenientes de sectores marginados    señalándolos como  chivos expiatorios.

Hay inseguridades de las que generalmente  no se habla desde el discurso hegemónico. Algunas se subrayan y otras se ocultan explícitamente, se desmienten.  Y son sobretodo los jóvenes excluidos los  que son blanco del  “gatillo fácil”, dato no registrado en el imaginario social como inseguridad.

Aunque han disminuido los robos y asaltos a mano armada esto es  velado y al mismo tiempo se silencia que  el 80% de los hechos violentos son violencias domésticas, los femicidios, cifra que va en aumento en los últimos años. (M. Saín 2012).

La mayor  la causa de muerte hoy son los accidentes de tránsito pero se desestiman  esos riesgos cotidianos  de alta probabilidad.  Los medios refieren como inseguridad aquellos delitos relacionados con ataques a la propiedad privada.

Además los distintos  y sofisticados dispositivos de seguridad privada crean una dinámica de “retroalimentación del miedo”. (G. Kessler 2009). Vigilar es la consigna.  Todos somos sospechosos, algunos más que otros,  como  los portadores de cara. Vigilar es la consigna.  Se significa al  mundo y a los otros en categorías de amenaza.          

A su vez, el temor al delito varía al comparar diferentes clases sociales. En las clases medias altas y en los medios se identifica a los potenciales agresores como pertenecientes a clases bajas de la sociedad, y  los integrantes de estas últimas su vez identifican como sus potenciales agresores a las fuerzas de seguridad, guardia urbana,  personas de otros barrios e inmigrantes.

Ante aquellas situaciones  de inseguridad social que las personas piensan que no les incumben, tienden a des- responsabilizarse, renegándolas  y no las consideran como amenaza  para el  conjunto. Utilizan como  chivos expiatorios  a los excluidos e indigentes  que justamente revelan ante los ojos de todos a qué extremos puede llevar el abandono de una comunidad hacia muchos de sus conciudadanos. La siniestra indigencia no permanece oculta, deviene peligrosa, amenazante.  El indigente es catalogado de por sí  amenazante.

Se construye el “enemigo interno”.  La acusación de peligrosidad recae sobre los diferentes y sobre ellos se ejerce mayor control social.

Los “portadores de cara” se vuelven un justificativo para denunciarlos a la policía, hayan quebrantado o no la ley.   En algunas provincias  el “merodeo” como dicen  los edictos policiales, lleva a detener arbitrariamente  a los sospechosos.   Expresión de una “defensa  inmunitaria” (Esposito 2009)  porque se teme su diseminación: se los evita, se los segrega,  se los  intenta encerrar.  Protección contra ese extraño, vivido como  amenazante y peligroso.

Se asocia delito y ciudad.  El sociólogo Robert Merton  recalca   que es la pobreza relativa a las expectativas socialmente generadas  por distintos medios la que produce un virtual crecimiento del delito en los sectores carenciados ante la oferta de tantos bienes inaccesibles para ellos.

Freud señalaba  en 1927  “Una cultura que  no ha podido evitar que la satisfacción de cierto número de sus miembros tenga por premisa la opresión de los otros, es comprensible que los oprimidos desarrollen una intensa hostilidad  hacia esa cultura… de cuyos bienes participan en medida sumamente escasa”. Porvenir de una Ilusión (1927).  El problema no es la pobreza sino la inequidad: el hecho que unos tengan tanto y la mayoría esté condenada a ser espectadora de los lujos de unos pocos.

En la Argentina de “mi hijo el Doctor”,  ( F. Sánchez 1920)   la  promesa de progreso y bienestar hacia  sus padres, abuelos y bisabuelos,- tercera generación de desocupados y trabajadores precarizados- los  empuja hoy por esa promesa no cumplida,  a una lógica donde prima la desconfianza hacia el semejante y sus  propuestas identificatorias, que son falsas.

Ante los excluidos  el Otro Social, que debiera cuidarlos, y velar por sus derechos, claudica  configurándose  como enemigo que no solo no los ampara sino que tiene  deseos de muerte real o simbólica  para con ellos. ¿Qué  lugar  se le ofrece desde el sistema?  Se le ofrece una identificación mortífera.  Como señala G, García Reinoso el trauma acá para el oprimido es el deseo de muerte del Otro o de un otro colocado en ese lugar (G. García Reinoso1992)   y no hay un a quien apelar 

En ese  clima  de desconfianza  la inseguridad se propaga y aunque resulte una paradoja, se propaga porque la inseguridad de todos se torna en definitiva seguridad para el sistema que usufructúa  (O. Sotolano 2004).

Ante la amenaza  imaginaria se construye  una frontera tajante entre nosotros las víctimas y el otro potencial amenazante. Poco se admite alguna deuda colectiva por la situación social de aquellos a quienes la sociedad desprotege y excluye, que serán luego considerados como actores de la inseguridad. 

Si la comunidad resuelve el problema de la inseguridad - por medio de un sistema de clasificaciones  este se puede mutar en sistemas de separación y dominación por la “violencia sacrificial” que implica. (Enriquez  E.1983).   G Agamben (2001) lo señala en “Homo sacer”.

En esta  división, a los excluidos se los hace únicos responsables de su propia desgracia, posición muy estimada en esta sociedad porque hace que su sufrimiento resulte “socialmente” tolerable.  Esta peligrosidad del otro tiene una doble  función moral y política dado que nos des-responsabiliza de ese otro diferente y pretende un justificativo aceptable (P. Digiglio 2010).

Es una defensa inmunitaria el no sentirse interpelado por ese excluido-sospechoso y no dar lugar a la reciprocidad. (R. Esposito 2009). Inmunizar viene de “in-munus” (obligación). Dado que al excluido  no le debemos nada, ningún “munus”, ninguna  obligación para con él. 

Lo escotomizamos y nos cercenamos a nosotros mismos en nuestras posibilidades de subjetivación.   La comunidad inmunizada de esta forma se re-constituye y se destituye a sí misma en su pretensión de seguridad. “Al peligro cada vez más difundido que amenaza a lo común responde a la defensa cada vez más compacta de lo inmune” (Esposito R., 2009)

Hay situaciones reales de inseguridad pero que  no son preocupación de la mayoría y de los grandes medios al no ser compartidas por todos y tener múltiples factores interviniendo: las esperanzas de vida en distintos grupos laborales que implican altos factores de riesgo de vida, tales como los motoqueros, sobrepoblación carcelaria, torturas y  crímenes por parte del personal penitenciario, no  producen alarma dada su ajenidad y la  naturalización de  las  inseguridad que padecen.

Estas personas consideradas como peligrosas a priori no son consideradas como parte de la Comunidad,  son personas que viven en estado de amenaza   a  merced de las fuerzas del orden, policía, guardia urbana, fuerzas de “seguridad”, que los acosan y atacan. Son tratados como “restos” a eliminar, el resto que no tiene resto.   No son pensados como semejantes.  La maldad también  puede ser causada por la ausencia de pensamiento

Esperanza mesiánica: desde distintos ámbitos frente a los delitos se proponen distintas “soluciones”: reclamar “mano dura”, incluso pena de muerte y sobretodo profundizar la persecución penal contra menores en conflicto con la ley, como si fueran ellos los mayores  responsables de la falta de seguridad.

Ante la sensación de impotencia seduce como salvador quien promete  terminar con la inseguridad.  La esperanza mesiánica y el pensamiento único de certeza son consecuencia de la alienación del pensamiento.   

Quizás se pueda alguna vez  pensar distintas estrategias para abordar la inseguridad. Una propuesta que tenga como objeto una construcción colectiva, una cultura basada en de cuidados y respeto por lo impropio donde se incluyan los riesgos que aquejan a los distintos sectores de la Comunidad.

Teniendo presente que en la “Communitas” siguiendo a  Esposito,  lo propio es justamente  lo que no tenemos en común, lo común no es lo propio sino la base del respeto  por lo impropio (Esposito, R., 2007)   .

La inseguridad como expresión del estallido simbólico de un modo organización social  contradice en la práctica, aquellos principios que  la sociedad proclama. ¿Qué queda del pacto entre hermanos donde todos tienen, supuestamente  los mismos derechos?  La posibilidad de sobrevivir en el año  dos mil  debiera basarse en la solidaridad del pueblo entre si

Para concluir  la seguridad puede ser pensada como  la resultante de un permanente  campo de construcción social a  ser  articulada  con  todos los sectores  y  así poder ir diseñando  políticas de inclusión y desnaturalización de las violencias sociales para con los  más postergados .

Me planteo ¿cómo poder repensarnos nosotros frente a una construcción colectiva  de la seguridad comunitaria?  Pensarnos en el hoy, construyendo problemas sin forzarnos a dar respuestas y soluciones que se transformarán  innumerables veces.



 
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Bibliografía
 
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