“Atención: te estás acercando a una zona peligrosa”.
(GPS Garmin de automóvil al acercarse a un barrio de viviendas humildes).
En los medios de difusión y en la opinión pública y en nuestros consultorios se habla de la inseguridad, esta presenta diversas significaciones y peculiaridades que suelen permanecer ocultas, banalizadas o silenciadas.
En las condiciones actuales la cotidianeidad y la cercanía de los hechos de violencia configuran una subjetividad amenazada. La inseguridad social puede ser entendida como una situación de amenaza de desubjetivación. No resulta sencilla la reflexión sobre la diferenciación entre realidad y fantasía, por su irrupción, y la vivencia de perplejidad que genera.
Me parece importante poder articular la diferencia entre irrupción – que es la suspensión de una lógica por la sorpresa – y disrupción – que es el ataque a las normas que constituyen el conjunto.
El sentimiento de inseguridad es un "entramado de representaciones, discursos, emociones y acciones" donde lo objetivo y lo subjetivo están entrelazados de un modo indisociable”, y una expresión subjetiva de una transformación social objetiva o distorsión subjetiva, (Kessler, 2009) (desplazamiento, condensación) respecto de la realidad. El miedo y sensación de riesgo ante la violencia social son socialmente construidos y basados en la desconfianza hacia los otros.
La inseguridad del contexto es texto de nuestros vínculos ¿Cómo deconstruir estas representaciones sociales con el fin de vitalizar los lazos sociales amenazados, quebrados?
Freud en 1893 señala con respecto a las experiencias traumáticas que “lo que es eficaz para el síntoma es el afecto de terror”; así el terror llama al terror. Freud recalca que ante un trauma de origen social “los individuos pueden presentar: estupor inicial, paulatino embotamiento, abandono de toda expectativa, anestesia afectiva, narcotización de la sensibilidad frente a estímulos desagradables… El alejamiento de los demás es el método de protección más inmediato contra el sufrimiento susceptible de originarse en las relaciones humanas”. (Malestar en la cultura 1930).
Nosotros tenemos una adaptación de la que no somos concientes que provoca regresión a un estado de no pensar, de ambigüedad (S. Amati 2005), donde la persona se puede aferrar a slogans o frases hechas provenientes del discurso hegemónico.
G. Kessler (2009) analiza cómo la sensación de inseguridad plantea una divergencia entre la causa y el objeto de la emoción; basándose en indicadores del delito destaca la discrepancia entre el sentimiento de inseguridad y los análisis cuantitativos de los delitos. Se trata de ficciones como producción del colectivo, a diferencia de verdades fácticas por fuera de esta construcción.
Los relatos que se construyen socialmente y tienden a mostrar al otro como amenazante repercuten en los vínculos y en el accionar de la vida social. El temor al otro diferente proviene de nuestra incapacidad para aceptar lo que es distinto, y genera defensas conceptualizadas como “inmunitarias” (R. Esposito 2009). En la calle resulta sospechoso aquel que tenga un comportamiento extraño. La llamada inseguridad se refiere a los delitos y a los crímenes atribuidos a autores provenientes de sectores marginados señalándolos como chivos expiatorios.
Hay inseguridades de las que generalmente no se habla desde el discurso hegemónico. Algunas se subrayan y otras se ocultan explícitamente, se desmienten. Y son sobretodo los jóvenes excluidos los que son blanco del “gatillo fácil”, dato no registrado en el imaginario social como inseguridad.
Aunque han disminuido los robos y asaltos a mano armada esto es velado y al mismo tiempo se silencia que el 80% de los hechos violentos son violencias domésticas, los femicidios, cifra que va en aumento en los últimos años. (M. Saín 2012).
La mayor la causa de muerte hoy son los accidentes de tránsito pero se desestiman esos riesgos cotidianos de alta probabilidad. Los medios refieren como inseguridad aquellos delitos relacionados con ataques a la propiedad privada.
Además los distintos y sofisticados dispositivos de seguridad privada crean una dinámica de “retroalimentación del miedo”. (G. Kessler 2009). Vigilar es la consigna. Todos somos sospechosos, algunos más que otros, como los portadores de cara. Vigilar es la consigna. Se significa al mundo y a los otros en categorías de amenaza.
A su vez, el temor al delito varía al comparar diferentes clases sociales. En las clases medias altas y en los medios se identifica a los potenciales agresores como pertenecientes a clases bajas de la sociedad, y los integrantes de estas últimas su vez identifican como sus potenciales agresores a las fuerzas de seguridad, guardia urbana, personas de otros barrios e inmigrantes.
Ante aquellas situaciones de inseguridad social que las personas piensan que no les incumben, tienden a des- responsabilizarse, renegándolas y no las consideran como amenaza para el conjunto. Utilizan como chivos expiatorios a los excluidos e indigentes que justamente revelan ante los ojos de todos a qué extremos puede llevar el abandono de una comunidad hacia muchos de sus conciudadanos. La siniestra indigencia no permanece oculta, deviene peligrosa, amenazante. El indigente es catalogado de por sí amenazante.
Se construye el “enemigo interno”. La acusación de peligrosidad recae sobre los diferentes y sobre ellos se ejerce mayor control social.
Los “portadores de cara” se vuelven un justificativo para denunciarlos a la policía, hayan quebrantado o no la ley. En algunas provincias el “merodeo” como dicen los edictos policiales, lleva a detener arbitrariamente a los sospechosos. Expresión de una “defensa inmunitaria” (Esposito 2009) porque se teme su diseminación: se los evita, se los segrega, se los intenta encerrar. Protección contra ese extraño, vivido como amenazante y peligroso.
Se asocia delito y ciudad. El sociólogo Robert Merton recalca que es la pobreza relativa a las expectativas socialmente generadas por distintos medios la que produce un virtual crecimiento del delito en los sectores carenciados ante la oferta de tantos bienes inaccesibles para ellos.
Freud señalaba en 1927 “Una cultura que no ha podido evitar que la satisfacción de cierto número de sus miembros tenga por premisa la opresión de los otros, es comprensible que los oprimidos desarrollen una intensa hostilidad hacia esa cultura… de cuyos bienes participan en medida sumamente escasa”. Porvenir de una Ilusión (1927). El problema no es la pobreza sino la inequidad: el hecho que unos tengan tanto y la mayoría esté condenada a ser espectadora de los lujos de unos pocos.
En la Argentina de “mi hijo el Doctor”, ( F. Sánchez 1920) la promesa de progreso y bienestar hacia sus padres, abuelos y bisabuelos,- tercera generación de desocupados y trabajadores precarizados- los empuja hoy por esa promesa no cumplida, a una lógica donde prima la desconfianza hacia el semejante y sus propuestas identificatorias, que son falsas.
Ante los excluidos el Otro Social, que debiera cuidarlos, y velar por sus derechos, claudica configurándose como enemigo que no solo no los ampara sino que tiene deseos de muerte real o simbólica para con ellos. ¿Qué lugar se le ofrece desde el sistema? Se le ofrece una identificación mortífera. Como señala G, García Reinoso el trauma acá para el oprimido es el deseo de muerte del Otro o de un otro colocado en ese lugar (G. García Reinoso1992) y no hay un a quien apelar
En ese clima de desconfianza la inseguridad se propaga y aunque resulte una paradoja, se propaga porque la inseguridad de todos se torna en definitiva seguridad para el sistema que usufructúa (O. Sotolano 2004).
Ante la amenaza imaginaria se construye una frontera tajante entre nosotros las víctimas y el otro potencial amenazante. Poco se admite alguna deuda colectiva por la situación social de aquellos a quienes la sociedad desprotege y excluye, que serán luego considerados como actores de la inseguridad.
Si la comunidad resuelve el problema de la inseguridad - por medio de un sistema de clasificaciones este se puede mutar en sistemas de separación y dominación por la “violencia sacrificial” que implica. (Enriquez E.1983). G Agamben (2001) lo señala en “Homo sacer”.
En esta división, a los excluidos se los hace únicos responsables de su propia desgracia, posición muy estimada en esta sociedad porque hace que su sufrimiento resulte “socialmente” tolerable. Esta peligrosidad del otro tiene una doble función moral y política dado que nos des-responsabiliza de ese otro diferente y pretende un justificativo aceptable (P. Digiglio 2010).
Es una defensa inmunitaria el no sentirse interpelado por ese excluido-sospechoso y no dar lugar a la reciprocidad. (R. Esposito 2009). Inmunizar viene de “in-munus” (obligación). Dado que al excluido no le debemos nada, ningún “munus”, ninguna obligación para con él.
Lo escotomizamos y nos cercenamos a nosotros mismos en nuestras posibilidades de subjetivación. La comunidad inmunizada de esta forma se re-constituye y se destituye a sí misma en su pretensión de seguridad. “Al peligro cada vez más difundido que amenaza a lo común responde a la defensa cada vez más compacta de lo inmune” (Esposito R., 2009)
Hay situaciones reales de inseguridad pero que no son preocupación de la mayoría y de los grandes medios al no ser compartidas por todos y tener múltiples factores interviniendo: las esperanzas de vida en distintos grupos laborales que implican altos factores de riesgo de vida, tales como los motoqueros, sobrepoblación carcelaria, torturas y crímenes por parte del personal penitenciario, no producen alarma dada su ajenidad y la naturalización de las inseguridad que padecen.
Estas personas consideradas como peligrosas a priori no son consideradas como parte de la Comunidad, son personas que viven en estado de amenaza a merced de las fuerzas del orden, policía, guardia urbana, fuerzas de “seguridad”, que los acosan y atacan. Son tratados como “restos” a eliminar, el resto que no tiene resto. No son pensados como semejantes. La maldad también puede ser causada por la ausencia de pensamiento
Esperanza mesiánica: desde distintos ámbitos frente a los delitos se proponen distintas “soluciones”: reclamar “mano dura”, incluso pena de muerte y sobretodo profundizar la persecución penal contra menores en conflicto con la ley, como si fueran ellos los mayores responsables de la falta de seguridad.
Ante la sensación de impotencia seduce como salvador quien promete terminar con la inseguridad. La esperanza mesiánica y el pensamiento único de certeza son consecuencia de la alienación del pensamiento.
Quizás se pueda alguna vez pensar distintas estrategias para abordar la inseguridad. Una propuesta que tenga como objeto una construcción colectiva, una cultura basada en de cuidados y respeto por lo impropio donde se incluyan los riesgos que aquejan a los distintos sectores de la Comunidad.
Teniendo presente que en la “Communitas” siguiendo a Esposito, lo propio es justamente lo que no tenemos en común, lo común no es lo propio sino la base del respeto por lo impropio (Esposito, R., 2007) .
La inseguridad como expresión del estallido simbólico de un modo organización social contradice en la práctica, aquellos principios que la sociedad proclama. ¿Qué queda del pacto entre hermanos donde todos tienen, supuestamente los mismos derechos? La posibilidad de sobrevivir en el año dos mil debiera basarse en la solidaridad del pueblo entre si
Para concluir la seguridad puede ser pensada como la resultante de un permanente campo de construcción social a ser articulada con todos los sectores y así poder ir diseñando políticas de inclusión y desnaturalización de las violencias sociales para con los más postergados .
Me planteo ¿cómo poder repensarnos nosotros frente a una construcción colectiva de la seguridad comunitaria? Pensarnos en el hoy, construyendo problemas sin forzarnos a dar respuestas y soluciones que se transformarán innumerables veces.
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