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Vivir precario. Mujeres y varones en la cultura del riesgo
Por Irene Meler

Doctora en Psicología. Coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA). Directora del Curso de Actualización en Psicoanálisis y Género (APBA y Univ. John F. Kennedy). Co-directora de la Maestría en Estudios de Género de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES). Autora de numerosas publicaciones sobre relaciones de género y subjetividad.

iremeler@fibertel.com.ar
 

En las culturas occidentales que atraviesan por la Modernidad tardía o Post modernidad, la existencia se caracteriza por la inestabilidad económica y simbólica. Cada sujeto experimenta esa condición según sea su ubicación en la estratificación social contemporánea. La condición social de mujeres y varones presenta tendencias diferenciales en función del género, una categoría para el análisis social y subjetivo que debe articularse con la clase, la etnia y la orientación sexual. Se analizan algunas situaciones frecuentes entre los sectores juveniles, para dar cuenta de los modos específicos según el género, de vivir la precariedad.


El contexto postmoderno y las subjetividades

“El futuro es tan incierto que es mejor vivir al día” fue la frase preferida por los jóvenes
mexicanos que respondieron a la Encuesta Nacional de la Juventud”
(Jiménez Guzmán, 2012).




Las vertiginosas transformaciones sociales vinculadas con la Tercera Revolución Tecnológica y con la globalización liberal, han suscitado numerosas reflexiones, cuyo propósito es encontrar sentido y orientación para navegar en un universo cultural, que a decir de Bauman (2002), se ha tornado “liquido”, o sea altamente inestable y difícil de predecir. Este autor califica a las instituciones básicas de las sociedades contemporáneas, tales como la familia y el mercado laboral, como “zombis”, aludiendo a que no han muerto totalmente, pero tampoco conservan la vitalidad y la eficacia que las caracterizó durante la Modernidad “sólida” o estable.

El modo en que las circunstancias actuales afectan a cada sujeto, dependerá de su ubicación en ese entramado de relaciones de poder, que construye la estratificación social. El autor explica que la movilidad y la capacidad de realizar análisis simbólicos caracterizan a las nuevas elites sociales. Las relaciones establecidas entre capital y trabajo se han fragilizado, y quienes contratan a los trabajadores pueden romper el compromiso de modo unilateral, sumiendo a los otros en el desamparo. En ese contexto, la emoción predominante es el miedo, el temor a la exclusión.

Diversos analistas de la Postmodernidad coinciden en destacar el eclipse de lo público, la decadencia de las funciones del Estado, que actualmente está siendo objeto de debate entre proyectos políticos antagónicos. En ese contexto se observa una tendencia hacia la privatización de los conflictos estructurales, o sea la atribución a cada sujeto de la responsabilidad por su destino. Es en referencia a esto que Ulrich Beck (1998) consideró que el modo en que cada sujeto vive se ha transformado en una solución biográfica a contradicciones sistémicas.

¿Cómo definir la identidad en un marco social evanescente? La ocupación ha sido un emblema identificatorio moderno, en especial para los hombres adultos integrados al sistema. Fitoussi y Rosanvallon (1997) nos alertaron acerca de que ese régimen identitario deberá ser modificado.

¿Recurrir entonces a los orígenes, refugiarse en las afiliaciones comunitarias? Si bien el resurgimiento de los regionalismos en el contexto de las tensiones glo-locales es notorio, Bauman (ob. cit.) advierte acerca del carácter efímero de las comunidades, que decaen mientras cunde el individualismo. Pero la autonomía que se reclama del individuo sólo puede ser alcanzada mediante acciones conjuntas, que generen una sociedad autónoma. En este aspecto el autor coincide con Nancy Chodorow (1989), quien destacó que los proyectos de emancipación deben ser colectivos, ya que no se propone que los individuos aislados se liberen de los lazos sociales, sino  que construyan en conjunto organizaciones sociales que habiliten las libertades individuales.  La creación de nuevos modos de gestión de lo público se impone, como un modo de arbitrar las tensiones que recorren el campo social y promover la equidad.


Las relaciones sociales e intersubjetivas entre varones y mujeres

Los Estudios de Género se han opuesto a la actual tendencia a privatizar lo público, mediante un movimiento en contrario consistente en hacer público lo privado. Esta percepción acerca del nexo inextricable existente entre la subjetividad y las representaciones, normas y valores colectivos, se expresó en los años 70 mediante el lema “Lo personal es político” (Millett, 1970).

Esta tradición intelectual es apta para percibir el modo en que las relaciones de poder plasman los vínculos, los deseos, los afectos, e inciden de modo definitorio en todos los ámbitos de la existencia, desde la inserción laboral de los sujetos y sus modalidades de constitución de familias, hasta las peculiaridades de su experiencia erótica.

Partimos de la consideración de las sociedades humanas como caracterizadas por la dominación social masculina (Bourdieu, 2000), que, aunque experimenta variantes que dependen del nivel de conflicto y adversidades que cada grupo humano debe enfrentar (Reeves Sanday, 1981), no ha sido aún superada, pese a su evidente crisis actual.

Se trata entonces de observar los modos peculiares en que mujeres y varones, mientras atraviesan por los diversos períodos de su ciclo vital, experimentan la precariedad de la existencia social contemporánea, en ese contexto de relaciones asimétricas.


Los adolescentes en la era de la poli-sexualidad mercantil

Añoramos la represión, y al estilo borgeano, elogiamos la censura, en un entorno donde las manifestaciones de la sexualidad se han hipertrofiado a través de una oferta mediática que ha pretendido exacerbar las posibilidades de disfrute para su mejor instrumentación mercantil. Los planteos emancipadores, a los que Freud (1908) se sumó tempranamente, denunciaban el doble código de moral sexual vigente para varones y mujeres y señalaban sus efectos adversos para la salud mental y a la estabilidad familiar, pero hoy parecen haber perdido su sentido: la liberación sexual  simula haber advenido.

¿Por qué calificar a este estado de situación de liberación ficticia? Para comprenderlo bastará recordar las diferencias vigentes entre ambos géneros, que abarcan desde los aspectos biológicos referidos al sexo, hasta los imaginarios sobre el amor, la familia y la felicidad personal. Las mujeres, pese a la transformación de su condición social, aún se embarazan. Su cuerpo es escenario de la reproducción biológica, y sus vidas están comprometidas en los eventos reproductivos de un modo que no es comparable con la experiencia masculina. El embarazo precoz y no deseado afecta entonces de modo especial a las mujeres adolescentes. Las infecciones de transmisión sexual, entre las que el sida se destaca como una amenaza letal, hoy atenuada, pero aún no vencida, son contraídas con mayor facilidad por las personas cuyos genitales son receptivos, o que utilizan otras cavidades del cuerpo para el intercambio sexual. De modo que los riesgos inherentes a la aventura de la exploración sexual no se reparten de modo parejo, y lo mismo sucede con los peligros físicos derivados de la disparidad existente entre ambos géneros en lo que se refiere a la fuerza física y al cultivo de la hostilidad.

¿Y cómo se reparten los placeres? Ese patrimonio no económico constituye sin embargo un bien erótico (Fernández, 1993) sumamente codiciado. La pérdida actual de la privacidad en aras de la exposición mediática, -un nuevo panóptico-ha situado en el conocimiento público algunas prácticas hoy difundidas entre los sectores juveniles, tales como la fellatio. Este juego erótico, cuando se practica sin reciprocidad, no es más que un acto de servidumbre al que las jóvenes se someten para ser populares y sentirse aceptadas. Conviene estar alerta ante prácticas que aparentan ser liberadoras, pero que, en realidad, enmascaran la pervivencia de una asimetría ancestral que se recicla para no desaparecer.


El siniestro “tic tac” del reloj biológico

La crisis del matrimonio como institución, es tan evidente que ya se denomina en francés como “démarriage”. Pero si hasta hace poco lo cuestionado era el recurso a la legalidad, hoy es la convivencia lo que ha entrado en crisis. Una consulta frecuente proviene de mujeres jóvenes, educadas y bien insertas en el mercado de trabajo, que padecen una soledad difícil de comprender, cuando se observa que son bonitas, de trato agradable, e independientes en lo económico. Más allá de los avatares biográficos, esta es una tendencia social contemporánea, que se relaciona con la devaluación de una sexualidad demasiado accesible, y con la elevación de las exigencias educativas y laborales para los selectos sectores integrados al mercado, que les deja poca energía para la vida social.

Los varones parecen disfrutar de esta proclividad hacia los vínculos con escaso compromiso, y ofrecen sin reparos  visitas a medianoche, o relaciones paralelas, usufructuando su actual condición de ser “bienes escasos”. Ellas, pese a la modernización, conservan una preferencia por las relaciones estables y la construcción conjunta de proyectos familiares, y padecen la angustia que les produce el paso del tiempo, mientras ven alejarse sus posibilidades biológicas de reproducirse,  que, como es sabido, para las mujeres tienen fecha de vencimiento. Es así como el sistema médico mercantil ha creado una oferta: la crio preservación de óvulos, que aguardarán en el “freezer” la oportunidad de ser fecundados. Algunas mujeres lograrán tener hijos, mediante ese expediente, con parejas de su elección que hayan concertado más adelante, y otras, ante la perspectiva de la soledad, fabricarán sus propios hijos con semen donado. Ellos no tienen apuro: su capacidad reproductiva no caduca, y su dominancia social los habilita para establecer pareja con mujeres muchos años más jóvenes, cuando sientan el deseo de formar una familia.


No es oro todo lo que reluce

A esta altura del relato se requiere salir al paso de cualquier imputación de envidia fálica y aclarar que no considero que la condición masculina sea realmente tan privilegiada como aparenta. Los varones adolescentes son más vulnerables a ser heridos y eventualmente, muertos en riñas callejeras, episodios sangrientos donde se dirime la competencia feroz al interior del género dominante, que es jerárquico y estratificado. Quienes resistan esa confrontación, los más fuertes, desenvueltos, desinhibidos y bellos, comenzarán a construir lo que se ha caracterizado como “masculinidad hegemónica” (Connell, 1996). Los más débiles, tímidos o poco atractivos, revistarán en los estamentos subordinados, con la consiguiente amargura y frustración. Estos son los inicios de un acceso desigual a bienes tales como el prestigio, el dinero y el disfrute de la sexualidad. Los hombres homosexuales aún deben atravesar por dolorosas ordalías, antes de que algunos de ellos logren superar la discriminación y se construyan un espacio bajo el sol, mientras que otros naufragan en la melancolía. No se escupe en vano sobre el patrón oro de la dominancia masculina.

El imperativo del éxito aflige al género dominante. Dentro de los parámetros vigentes en cada sector social, los varones deben efectuar performances que los habiliten a desempeñarse como tales. La condición masculina es algo que se adquiere y debe ser mantenida a lo largo del ciclo vital. Los estudiosos de la masculinidad social nos han hecho conocer la infinidad de epítetos despectivos con que diversos grupos étnicos denigran a los hombres que no hacen honor al elevado estatuto asignado a la masculinidad (Gilmore, 1990). El riesgo que ellos enfrentan, aún hoy, es el ser objetos de desprecio, una sanción inasible pero dolorosa. En las condiciones actuales, donde todo lo sólido se desvanece en el aire, el imperativo de conservar una posición social prestigiosa añade sufrimiento a la condición masculina.


Una transformación necesaria

El relato acerca de los modos diferenciales en que se construye la vulnerabilidad de los sujetos ante los riesgos del mundo actual podría continuar a través de las diversas edades. También sería necesario explorar los modos específicos en que el malestar cultural se observa en los diferentes sectores sociales. Pero lo ya expuesto permite comprender algunas tendencias contemporáneas que afectan los modos de vivir, gozar y padecer de mujeres y varones. El sistema de géneros, un dispositivo de regulación social existente en todas las sociedades conocidas (Rubin, 1975), atraviesa por una de sus crisis periódicas. Algunos autores auguran su implosión y votan por su desaparición. Mi postura es menos radical, y apunta a la construcción de representaciones colectivas que logren desimplicar la diferencia sexual de la jerarquía social, para que podamos compartir los riesgos y la precariedad actual de modo más paritario.

 
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Bibliografía
 
Bauman, Zigmunt: (2002) Modernidad líquida, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
Beck, Ulrich: (1998) La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad, Buenos Aires,  Paidós.
Bourdieu, Pierre (2000). La dominación masculina, Barcelona, Anagrama.
Chodorow, Nancy: (1989) “Más allá de la teoría de los instintos: relaciones objetales y los límites del individualismo radical”, en  Feminism & psychoanalitic theory, Yale University Press, New Haven & London.
Connell, Robert: (1996) Masculinities, Cambridge, Polity Press.
Fernández, Ana María: (1993) La mujer de la ilusión, Buenos Aires, Paidós.
Fitoussi, Jean Paul y Rosanvallon, Pierre: (1997) La nueva era de las desigualdades, Buenos Aires, Manantial.
Freud, Sigmund: (1908) La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna, en OC, Buenos Aires, Amorrortu, 1980.
Gilmore, David: (1990) Manhood in the making, Cultural concepts of masculinity, New Haven, Yale University Press.
Jiménez Guzmán, María Lucero: (2012) “Algunas reflexiones y resultados de  investigación sobre jóvenes, educación y trabajo en México”  en Juventud precarizada. De la formación al trabajo, una transición riesgosa, de Jiménez Guzmán, ML y Boso, R., UNAM, México.
Millett, Kate (1ª ed 1970), Política sexual, Madrid, Cátedra, 1995.
Reeves Sanday, Peggy: (1981) Poder femenino y dominio masculino. Sobre los orígenes de la desigualdad sexual,  Barcelona, Editorial Mitre.
Rubin, Gayle: (1975) “The traffic in women, Notes on the ‘political economy’ of sex” en Towards an Anthropology of Women, de Reiter, Rayna (comp.) Nueva York y Londres, Monthly Review Press.
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