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Título: Las dos (1923), de Xul Solar. Imagen obtenida de: http://www.allpaintings.org/v/Surrealism/Alejandro+Xul+Solar/Alejandro+Xul+Solar+-+Las+dos.jpg.html
De la risa erótica a lo prohibido (*)
Selección de Héctor Freire
hectorfreire@elpsicoanalítico.com.ar
 

Al considerar el erotismo, el espíritu humano se encuentre ante una dificultad fundamental.

El erotismo, en cierta manera, es risible.

La alusión erótica es siempre capaz de provocar la ironía. Incluso hablar de las “lágrimas de Eros”, lo sé, puede prestarse a risa. No por eso es Eros menos trágico. Pero, ¿qué digo? Eros es, ante todo, el dios trágico.

Sabemos que el Eros de los antiguos tuvo un aspecto pueril: estaba representado por un niño. Pero, ¿no es el amor, al fin y al cabo, tanto más angustioso porque hace reír?

El fundamento del erotismo es la actividad sexual. Ahora bien, esta actividad se halla al alcance de la prohibición. ¡Es inconcebible!, ¡está prohibido hacer el amor! A menos que se haga en secreto.

Pero, si lo hacemos en secreto, la prohibición transfigura, ilumina lo que prohibe con una luz siniestra y divina a la vez: en pocas palabras, lo ilumina con un resplandor religioso.

Lo prohibido confiere un valor propio a lo que es objeto de prohibición. A menudo, en el instante mismo en que percibo la intención  de reprimir, me pregunto si, al contrario, no he sido disimuladamente provocado.

Lo prohibido da a la acción prohibida un sentido del que antes carecía. Lo prohibido incita a la transgresión, sin la cual la acción carecería de esa atracción maligna que seduce. Lo que hechiza es la transgresión de lo prohibido. Pero esa luz no es sólo la que desprende el erotismo. Ilumina la vida religiosa siempre que entra en acción la violencia total, la violencia que interviene en el instante en que la muerte corta el cuello de la víctima acabando con su vida.

¡Sagrado!

En principio, las sílabas de esa palabra están cargadas de angustia; el peso que soportan es el de la muerte en el sacrificio.

Toda nuestra vida está cargada de muerte. Pero, en mí, la muerte definitiva tiene el sentido de una extraña victoria. Me baña con su luz, provoca en mí una risa infinitamente alegre: ¡la risa de la desaparición!

Si en estas pocas frases no me hubiera ceñido al instante en que la muerte destruye al ser, podría hablar de esa pequeña muerte a la que, sin morir realmente, sucumbiría con  un sentimiento de triunfo.

Hay en el erotismo, finalmente, mucho más de lo que estamos dispuestos a reconocer.

Hoy en día, nadie se da cuenta de que el erotismo es un universo demente, cuya profundidad, mucho más allá de sus formas etéreas, es infernal.

He dado una forma lírica a la idea que propongo, que afirma el vínculo existente entre la muerte y el erotismo. Pero, insisto: el sentido del erotismo se nos escapa si se nos presenta con una abrupta profundidad. En principio, el erotismo es la realidad más conmovedora, pero, al mismo tiempo, la más innoble. Incluso después del psicoanálisis, los aspectos contradictorios del erotismo son innumerables: su fondo es religioso, horrible, trágico e incluso inconfesable, ya que es divino.

Respecto a esa realidad simplificada, que limita a los hombres en general, se trata de un horrible laberinto, donde el que se pierde debe estremecerse. El único medio de acercarse a la verdad del erotismo es el estremecimiento.

Los hombres de la Prehistoria que vinculaban su excitación a la imagen oculta en el fondo de la gruta de Lascaux, lo sabían muy bien.

Los sectarios de Dionisos supieron que podían unir su excitación a la idea de las bacantes, a falta de sus propios niños, desollando y devorando cabritos vivos.

…El sentido del erotismo escapa a quienquiera que no considere su aspecto “religioso”. Recíprocamente, el sentido de las religiones, en general, escapa a quien olvide el vínculo existente entre éstas y el erotismo.

Está en la esencia de la religión el oponer a los otros los actos culpables, para ser más exactos, los actos prohibidos. En principio, la prohibición religiosa evita un determinado acto pero, al mismo tiempo, puede conferir un valor a lo que evita. A veces es posible o incluso está prescrito violar lo prohibido, transgredirlo. Pero, ante todo, lo prohibido impone el valor –un valor en principio peligroso- de lo que rechaza: en términos generales, este valor es el “fruto prohibido” del primer libro del Génesis.

Volvemos a encontrar este valor en las fiestas, en el curso de las cuales está permitido –incluso se exige- lo que normalmente está excluido. La transgresión, en tiempo de fiesta, es precisamente lo que da a la fiesta un aspecto maravilloso, el aspecto divino. Entre los dioses, Dionisos está esencialmente vinculado a la fiesta. Dionisos es el dios de la fiesta, el dios de la transgresión religiosa. Está considerado como el dios del vino y de la embriaguez. Es un dios ebrio, es el dios cuya esencia divina es la locura. Pero para empezar, la locura en sí es de esencia divina. Divina en el sentido de que rechaza las reglas de la razón.

Tenemos la costumbre de asociar la religión a la ley y la razón. Pero si nos atenemos a lo que, en su conjunto, fundamenta las religiones, deberemos rechazar este principio.

Sin duda, la religión es básicamente subversiva; desvía el cumplimiento de las leyes. Al menos, impone el exceso, el sacrificio y la fiesta, cuya culminación es el éxtasis.

…Resulta trivial afirmar que la religión condena el erotismo, ya que, esencialmente y en sus orígenes, éste estaba asociado a la vida religiosa. El erotismo individualizado de las civilizaciones modernas, en razón de su carácter individual, carece de cualquier vínculo que lo una a la religión, a no ser la condena final que se opone al sentido religioso de la promiscuidad del erotismo.

…Al rechazar el aspecto erótico de la religión, los hombres la han convertido en una moral utilitaria.

…En la historia del erotismo, la religión cristiana desempeñó una función clara: su condena. En la medida en que el cristianismo rigió los destinos del mundo, intentó privarlo del erotismo. Pero, al querer esclarecer el resultado final, nos sentimos evidentemente confusos.

En cierto sentido, el cristianismo fue favorable al mundo del trabajo. Valoró el trabajo en detrimento del placer. Hizo del paraíso el reino de la satisfacción inmediata –y también eterna-, pero entendido como última consecuencia o recompensa de un esfuerzo previo.

En cierto modo, el cristianismo es el punto de unión que hace del futuro resultado del esfuerzo –en principio, del esfuerzo del mundo antiguo- el preludio del mundo del trabajo.

[*] Del libro Las lágrimas de Eros, de George Bataille. Traducción, David Fernández. Ed. Tusquets. Barcelona, 1997.

 
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