No somos más que ficción. No somos más que
la
idea que nos hacemos de nosotros mismos. |
Edmond Jabès |
Un extranjero
Durante la década del 70, ningún escritor francés ha recibido tanta atención y reconocimiento de críticos, poetas, narradores y filósofos como Edmond Jabès. Emmanuel Levinas, Maurice Blanchot, René Char, Jacques Derrida, Emile Cioran, Max Jacob, Paul Éluard, André Gide, Henri Michaux, Philippe Soupault, Roger Callois, Paul Auster, José Antonio Valente, entre otros, han escrito entusiastas comentarios y profundos estudios sobre su obra. Incluso el propio Derrida, ha llegado a expresar que en los últimos años no se ha escrito nada en Francia que no tenga un precedente en los textos de Jabès. Sin embargo, en la Argentina no ha tenido ni tiene la difusión que se merece. Quizás por la definición que Jabès hacía de sí mismo: soy un extranjero perpetuo con un libro de pequeño formato bajo el brazo. Ya que la tierra de un poeta, es el libro. Pero su obra, que parece conformar siempre el mismo y único libro contenido en la memoria, está muy lejos de ser incluido en un “pequeño formato”.
Muchos críticos afirman que los textos de Jabès son inclasificables, y otros los definen con una serie de calificativos que ofrecen opiniones confusas y antitéticas. Lo cierto es que se ha llegado a etiquetar a Jabès como un verdadero “misterio literario”:
Jabès ha creado una forma nueva y misteriosa de obra literaria, tan deslumbrante como difícil de definir. Ni novela ni poesía, ni ensayo ni obra dramática.” [1]
Un sintético esbozo biográfico puede dar cuenta, de modo informativo y descriptivo, de algunas de las paradojas y “misterios inefables” también presentes en su obra.
Edmond Jabès nació en el Cairo el 16 de abril de 1912. Debido a un error en el registro de la fecha de su nacimiento (inscripto el 14, por error), el poeta sugiere: la primera manifestación de mi existencia fue la de una ausencia que llevaba mi nombre. Hijo de un acomodado matrimonio de judíos egipcios, que por razones “proteccionistas” optó por la ciudadanía italiana, se educó y creció en la comunidad francófona-católica de su ciudad natal, en un país africano-musulmán con tradición colonial inglesa.
Adolescente, descubre a Baudelaire, Verlaine, Rimbaud y, sobre todo, a Mallarmé. De quien toma la idea de encerrar todo el conocimiento dentro de un libro: El Libro de los libros. Aunque para Jabès, ese libro sería efímero, pues todo conocimiento es efímero. En rigor, Jabès creía que el único libro que tendría oportunidad de sobrevivir sería aquel que se destruye a sí mismo a favor de otro libro que lo continúe.
Hacia 1930 estableció sus primeros contactos literarios con René Char, Paul Éluard, y comienza a apreciar la obra de Max Jacob, quien le enseñó a ser él mismo, es decir, “diferente”.
Mientras tanto, los partidarios de Mussolini intentan deportarlo por sus actividades antifascistas, pues regía el régimen de capitulaciones en virtud del cual cualquier ciudadano extranjero estaba sometido a la jurisdicción de su país. Luego, los ingleses lo detienen –en tanto italiano- por enemigo, pero por su militancia, y por pertenecer a los partidarios de Umberto Calosso es protegido. Finalmente, en tanto judío, es evacuado a Palestina ante el avance de las tropas de Rommel. A propósito, Jabès escribirá esta frase que contiene su compromiso político: El temor a mentir honra al poeta porque está llamado a testimoniar y a construir sobre su testimonio. El viento de la libertad sopla tan fuerte como el de la locura.
Siguen jornadas de gran soledad e íntimo aprendizaje en el desierto: el lugar privilegiado de mi despersonalización. Nunca quiso adscribirse a ninguna tendencia estético-poética, para no neutralizar el riesgo que en su opinión constituye la escritura. En las décadas de los cuarenta y cincuenta publicó varios libros de poesía (L´obscurité potable, Chansons pour le repas de l´Ogre), recopilados más tarde en Je Bâtis ma demeure (1959), convirtiéndole en centro de atención del mundo de la literatura y el pensamiento.
La crisis de Suez, en 1956, trajo grandes cambios para Jabès, tanto en su vida privada como en su obra. Forzado por el régimen de Nasser a abandonar Egipto y radicarse en Francia, Jabès pierde su hogar, todas sus poseciones, y además de una biblioteca invalorable, sus dos oficios: el de corredor de bolsa (que le fuera delegado por su padre) y el de editor. Al decir de Paul Auster, experimentó por primera vez el estigma de ser judío. Hasta entonces, su identidad racial había sido una peculiaridad cultural, un elemento intrascendente en su vida; pero ahora sufría por el simple hecho de ser judío, se había transformado en Otro. Y esa súbita sensación de exilio se tradujo en auto descripción básica y metafísica. Desde ese momento Edmond Jabès se había convertido en una paradoja: era un nómade de sí mismo.
Los primeros años, posteriores a la Guerra del Sinaí, fueron muy difíciles para el poeta. Tomó un empleo en París y se vio obligado a escribir durante los viajes de metro del trabajo a su casa. A pesar que, poco después de su llegada, Gallimard publicara sus poesías completas.
Mientras tanto, Jabès comienza a estudiar en forma sistemática (quizás como una manera de recuperar su pasado irrecuperable), textos judíos emblemáticos: el Talmud, la Cábala, el Torá y los escritos y comentarios rabínicos de la Diáspora. Y descubre (“se descubre”) en esos libros una fuerza privativa de los judíos, que se traduce a sí misma, casi literalmente, en una conducta de supervivencia:
El mundo de los judíos se basa en una ley escrita, en una irrefutable lógica de las palabras.
Por lo tanto el país de los judíos está hecho a escala de su mundo, porque es un Libro...
La patria de los judíos es un texto sagrado entre los comentarios a los que ha dado origen....
Os he hablado de la dificultad de ser judío, que es la misma dificultad de escribir; pues el judaísmo y el acto de escribir, suponen la misma espera, la misma esperanza, el mismo desgaste. [2]
Desde 1963 la Editorial Gallimard comienza a publicar El libro de las preguntas, que tendrá siete tomos, y será su obra más significativa: un intenso poema que revela a Jabès como una figura esencial de la literatura europea del siglo XX. en 1970, recibe el Premio de los Críticos.
Otros títulos, igualmente destacados del autor son: Le Livre des Ressemblances, Le Livre des Limites, Ça suit son cours, Dans la double dépendance du dit, Récit, La Memoire et la main, Le Livre des Marges, Du Désert au Livre. Libros que configuran un itinerario de lectura, un único y extenso poema itinerante, el camino poético y existencial de ese “nómade de sí mismo”.
Edmond Jabès murió en París el 2 de Enero de 1991.
La singularidad es subversiva
Al dar cuenta de su obra, y ante la falta de certidumbres, Jabès aclara: “mis libros devienen ilegibles si se busca en ellos una certeza”. De ahí que catalogarla de oscura y misteriosa, no deja de ser un recurso superficial y reiterado. Muchos comentaristas han caído en la fácil tentación de reducir su obra a un mero “desarreglado componente heterogéneo y caótico”, quizás porque pretenden encontrar una cierta linealidad narrativa. Una respuesta cristalina y tranquilizadora a tantas preguntas.
Sus libros tienen un fuerte componente fragmentario y contradictorio; nacen de una suma de géneros, responden a la forma de la poesía, pero a la vez comparten una intención ensayística. Son relatos, oraciones, aforismos y diálogos propios de la retórica rabínica, de la especulación cabalística.
En los textos de Jabès verso y prosa se combinan, conformando un estilo singular donde la formulación repetitiva se une a la dicción cadenciosa y elocuente. Y el tono sentencioso es desmontado por el oxímoron y la paradoja. A los acordes repetidos, le sigue el estallido, la ruptura, y una nueva pregunta subvierte y se instala en el corazón mismo de las palabras: un ir y venir en busca de un sentido indefinible e inefable.
Entrar en la obra de Jabès implica la pérdida de las garantías y las certezas discursivas. Como lectores estamos “a la deriva”, en medio de un movimiento incesante en proceso de transformación, donde la lengua obra a través de una multiplicidad de exploraciones semánticas, léxicas y sintácticas. La escritura de Jabès se desliza, errando y vagando; impera la continuidad y la cesura, el rodeo y la aproximación. Nunca se termina de leer porque nunca se termina de escribir. Para estos textos se solicita un lector implicado, que sabrá de la turbación, el desconcierto y la congoja, el sobresalto y la inquietud. Es como entrar a un laberinto sin marcas, sin centro ni trazado. Es como tratar de recorrer el desierto.
De ahí la “recomendación” de Jabès:
Un buen lector es, primero, un lector sensible, curioso, exigente. Sigue, en su lectura, a su intuición...
La intuición está, por ejemplo, en su negativa inconsciente a penetrar de entrada en una morada cualquiera por la puerta grande.......designada y reconocida, tanto exterior como interiormente, como el único umbral...
El camino iniciado le permite ver eso que nadie más que él habría percibido desde su ángulo....Es necesario haber errado mucho, haberse comprometido con bastantes caminos para percibir, a fin de cuentas, que en ningún momento se ha abandonado el propio.......
...Olvidar para saber; saber para satisfacer el olvido en su momento. El final no pertenece a nadie. El comienzo, por el contrario, depende enteramente de nosotros. [3]
En definitiva, lo que construye y de-construye su escritura es lo fragmentario. No el lenguaje del todo, sino el del fragmento, el de la pluralidad y la separación. Esta escritura del fragmento, que es por ejemplo El libro de las preguntas, es difícil de captar sin que se altere, porque está ligado a la movilidad de la búsqueda, al pensamiento nómade (el de un poeta que piensa al caminar y de acuerdo con la verdad de la marcha). También es verdad, que la obra de Jabès resulte próxima al aforismo y muchos críticos la entronquen a la misma tradición aforística de Kafka, Char, Cioran y Nietzche. Dado que el uso del aforismo (fragmentos en el caso de Jabès, sería más pertinente) están en la historia de la filosofía y la moral. Forma que en forma de horizonte es su propio horizonte. Con ello se ve lo que tiene también de atractivo la poesía de Jabès: siempre alejada de sí misma, forma con algo de sombra, de concentrado epifánico que no es lo bastante limitado como para poder caber en un sistema, en un todo, ni siquiera en el propio. Lo fragmentario en Jabès no precede al todo sino que se dice fuera y después de él. Ya que el fragmento, no se recupera en ninguna totalidad. Desde esta perspectiva, la sugerencia más conveniente será el abordaje de la obra de Jabès, desde el método de Walter Benjamin [4]: en lugar de reconstruir una totalidad perdida a partir de sus restos, debemos trabajar sobre las ruinas de un edificio nunca construido, rearmar un todo del que se conocen solo fragmentos dispersos. Un intento por capturar la historia en sus cristalizaciones menos evidentes. Una estrategia que tiende a la aproximación entre registros que, cada uno en sí mismo ha perdido su verdad, pero cuya contraposición instituye un sentido. En síntesis se trata de un método poético en acción, donde se construye un conocimiento a partir de citas y fragmentos excepcionales más que de series de acontecimientos parecidos. Explotando la potencialidad que encierra la consideración de elementos heterogéneos y dispares, con la idea de que su diferencia termine iluminando los rasgos significativos de cada uno de ellos. Sin embargo, su escritura deja jugar entre los fragmentos, en la interrupción y la detención. En lo ilimitado de la diferencia: su sentido es siempre muchos sentidos. Posee una estructura de archipiélagos, de orden discontinuo, dialógico, paradojal y contradictorio que no conduce a ninguna certeza sino a la incertidumbre. Para Jabès no hay verdades, porque no cree en las respuestas. Sino en la multiplicación de las preguntas. En Jabès la Razón no es razonable.
Para Derrida la escritura de Jabès es la ex territorialidad de la no respuesta, del desierto. No-lugar y el exilio del judío como metáfora de la diferencia, de la existencia imposible. Esta problemática tiene un antecedente directo en Adorno y su pregunta crucial:
¿Cómo escribir después de Auschwitz?
Dicha pregunta reverbera en el poético e incriminante Libro de las preguntas, cuyo eje fundamental es la historia de la separación de los amantes Sarah y Yukel, durante la época de las deportaciones nazis. Yukel es el escritor “testigo” que cumple la función de alter ego de Jabès. Sarah una mujer joven que ha sido enviada a un campo de concentración y que regresa loca. Lo interesante, es que Jabès no relata la historia según las normas de la narrativa o poesía tradicional. Más bien alude a ella de forma indirecta, como cartas que parecen proceder de ninguna parte, o como voces desencarnadas, fragmentadas, profiriendo lo que el poeta llama El grito colectivo, el grito eterno.
El Libro de las preguntas es el libro de la memoria. La memoria ante todo del principio, de la palabra. Memoria de la pregunta, de la duda, del exilio y la deportación, del sacrificio, de la Ley, de la voluntad y del destino: un destino escrito desde antes del Verbo. Es que la escritura de Jabès es un impulso desde el abismo, desde ese territorio de no retorno. De ahí que su mejor arma política fue y seguirá siendo la pregunta. Tal es el sentido de la poesía, pues su palabra es el lugar de la manifestación. El signo secreto de lo que ayer se llamó el Espíritu y hoy se llama el Desierto.
¿Pero qué respuesta esperar sino aquélla que provocara la última pregunta? ¿Y cómo imaginar una pregunta final a tal punto que se diluyera en la respuesta? La respuesta nunca es más que una fatiga, un cansancio extremo, un abandono.
Por lo tanto, y al decir de Paul Auster, lo único que sucede en El libro de las preguntas es la escritura de El libro de las preguntas, o, más bien, el intento de escribirlo, un proceso que se permite presenciar al lector, con todas sus dudas y vacilaciones.
Y puesto que la historia de Sarah y Yukel no llega nunca a relatarse, porque, como sugiere Jabès, no puede contarse, todos estos comentarios constituyen, en cierto modo, el análisis de un texto que no ha sido escrito. Al igual que el Dios oculto de Jàbes y de su tradición judía, el texto sólo existe en virtud de su ausencia:
Te conozco, Señor, en la medida en que no te conozco.
* * *
Mosaico de textos |
Siguiendo con el singular estilo de Jàbes, tan deslumbrante como difícil de definir, y a modo de apretada muestra, he seleccionado una combinación de sus formas literarias, una especie de “mosaico de fragmentos nómades”: poemas, aforismos, diálogos, comentarios, reflexiones y citas que giran en torno de la pregunta fundamental de sus libros: cómo expresar lo inexpresable. Pregunta que no sólo se refiere al exterminio de los judíos, sino también a la cuestión literaria. Mis textos en ese sentido son como un archipiélago: conjunto de islas, unidos por lo que los separa. |
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La memoria y la mano
Siempre esta imagen
de la mano y la frente,
del escrito rendido
al pensamiento.
Como el pájaro en el nido,
mi cabeza está en mi mano.
Quedaría por celebrar al árbol
si el desierto no lo fuera todo. Inmortales para la muerte.
La arena es nuestra insensata
parte de la herencia.
Qué pudiera esta mano
donde el espíritu se ha acurrucado
estar llena de semillas.
Mañana es otro término. ¿Sabías que nuestras uñas
fueron antaño lágrimas?
Rascamos los muros con nuestro llanto
endurecido como nuestros corazones-niños. No puede haber salvamento
cuando la sangre ha ahogado el mundo.
Sólo disponemos de nuestros brazos
para alcanzar, a nado, a la muerte.
(Más allá de los mares, encima de las crestas,
minúsculos planetas no identificados
manos unidas, redondas manos plenas
escapadas a la gravedad)
Cuando la memoria nos sea devuelta, ¿conocerá finalmente el amor su edad?
Felicidad de un viejo secreto compartido.
Al universo se aferra aún
la esperanza del primer vocablo,
a la mano, la página arrugada.
Sólo hay tiempo para el despertar.
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Puerta III
(Una tarde en el parque del palacio de Luxemburgo, París)
Un libro, como una sucesión de puertas, cuyo paso
de una a otra es lo único que hay que decir, lo único
que hay que leer.
1
Hablamos a lo que florece. Nos escucha lo que se deshoja.
Me dirigía hacia el parque del palacio de Luxemburgo, con un libro bajo el brazo. La tarde era cálida y soleada. Pensaba en las preguntas que me había hecho, la víspera, la enviada de un semanario literario y trataba mentalmente de poner en orden mis declaraciones, no desde luego para modificarlas, ya era demasiado tarde, sino porque había respondido a aquéllas sin prestar demasiada atención, cosa que no acostumbro a hacer. Me reprochaba a mí mismo aquella conversación, igual que a menudo me sucede el reprocharme la confidencia más anodina.
Soy sólo –lo confirma el instante- un hombre de escritura; es decir, un hombre que conserva su secreto frente al vocablo. No siento afán por expresarme. Me expongo a los picotazos, en ocasiones venenosos, de mi pluma. Y como si mi cuerpo, de repente, existiese únicamente para padecer ese suplicio. Abismo o cielo, los vocablos al formarse dejan en él llagas abiertas. En ellas, los mundos se sienten a sus anchas. Cada cual se mueve en su área e ignora a los demás. Esa ignorancia es el principal motivo de que yo escriba. Enseñar al universo a conocerse, haciendo de mí ser una sola herida. Vínculo o tachadura, el espacio entre las palabras es por igual noche o mañana. La unidad es soberano sufrimiento; una misma carne, una pobre alma en jirones.
(Fuera del tiempo, no hay exilio alguno.
Mi pueblo es pueblo del tiempo presente.)
Bastaría, en suma, con salvar la mirada para que apareciese, en su indisolubilidad, el Todo.
Temible aventura del espíritu, ah, la más temible: abrir la noche a la noche.
Toda la noche fue nuestra lectura.
(Mi pueblo es Uno en el dolor.)
Que el dolor, así pues, sea tan sólo un peldaño más.
2
Una niña cantaba:
“En el dormitorio común de los mares,
cuántos internos, cuántos internos.
Nunca nuestros sueños humanos
Igualarán a los de los peces”.
Mi memoria es una vieja herradura; ah, mis cuatro memorias, arrancad a
galopar.
Soy caballero sin montura, océano sin olas, horizonte sin aurora,
clavado a mí mismo, clavado a una ausencia en el tiempo
convertido, después de mí, en el tiempo de la ausencia.
La niña cantaba:
“Dentro del cementerio
siete niños estaban.
El mayor era de piedra,
Los demás eran de tierra”.
Sólo se puede hablar desde este lado de la muerte, en la eternidad atormentada que es la penúltima existencia de la eternidad. El silencio envuelve a la vida. Salve, suavísimo, queridísimo, tiernísimo refugio en que Dios se encuentra sin nacimiento.
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3
Arrojo mi lengua a los perros.
Ladrad, jauría en libertad. La caza está de moda....
(De El libro de las preguntas. Tomo II. V. ELYA)
Aquí, el final
Aquí, el final
Aquí, el final de la palabra, del libro, del azar.
¡Desierto!
Arroja ese dado. No sirve para nada.
Aquí, el final del juego, de la semejanza.
El infinito, mediante sus letras, niega el final.
Aquí, el final no puede ser negado. Es infinito.
Aquí no es el lugar,
ni siquiera la huella.
Aquí es arena.
(De Le Livre des Ressemblances.)
Y estarás en el libro
De niño, cuando escribí por primera vez mi nombre,
tuve conciencia de iniciar un libro.
Reb Stein
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1
“¿Qué es la luz? Preguntaba uno de sus discípulos a Reb Abbani.
En el libro, respondió Reb Abbani, hay grandes espacios en blanco que ni siquiera sospechas y que frecuentan, por parejas, los vocablos, excepto uno solo, que es el nombre del Señor. La luz está en los arrebatos de de sus deseos de amantes.
Mira qué maravillosa hazaña la del narrador que los ha traído de tan lejos para fortuna de nuestros ojos.-“
Y Reb Hati: “Las hojas del libro son puertas que los vocablos traspasan, empujados por la impaciencia de reagruparse, de recuperar su transpa rencia al final de la obra atravesada.
El recuerdo de las palabras está fijado por la tinta sobre el papel.
La luz está en su ausencia que lees.”
En la hora en que los ojos de los hombres se elevan hacia el cielo, en que la ciencia se reserva una parcela más hermosa, más rica de la imaginación –todos los secretos del universo son brotes de fuego que, pronto, van a abrirse- ¿sé yo, en mi exilio, lo que me ha empujado hacia atrás, a través de las lágrimas y el tiempo, hasta las fuentes del desierto donde se aventuraron mis antepasados? Nada hay, aparentemente, en el umbral de la página abierta, sino esta herida recuperada de una raza salida del libro, cuyo orden y desorden son caminos de sufrimiento; nada sino este dolor cuyo pasado y continuidad se confunden con los de la escritura.
La palabra está ligada a la palabra, nunca al hombre, y el judío a su universo judío. La palabra lleva el peso de cada una de sus letras y el israelita, desde la primera aurora, el de su imagen. El agua delimita los oasis. De un árbol a otro árbol hay toda la sed de la tierra....
(De El libro de las preguntas. Tomo I)
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Dedicatoria
Tú no sabes si vives. Tú vives.
El camino es corto en el tiempo, largo en el espacio
que abarcan nuestros brazos.
El corazón es bueno.
Nuestro amor es una isla. El mar es el campo.
El pan es bueno.
El orden radica en la corteza.
El árbol está ebrio de viento.
El sol es bueno.
Tus ojos, lejos del nido. La ola es fuerte en el silencio.
¿Estamos donde estaremos?
Mañana es bueno.
(De El libro de Yukel) (Traducción de Esther Seligson) |
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