Introducción
En los orígenes del psicoanálisis se consideró que la vejez producía un profundo cambio a nivel del aparato psíquico. Disminuía la cantidad de libido, se incrementaba la pulsión de muerte, se producía una regresión evolutiva y aumentaba la libido en el yo. Todo esto se traducía en rigidez caracterológica y formas pre-genitales de goce libidinal que generaban cambios en el funcionamiento del aparato psíquico y limitaban el acceso analítico.
Estos puntos de vista fueron modificándose en el tiempo y finalmente, de una manera directa o indirecta, esta teoría fue una gran generadora de ideas y de prácticas teóricas y psicoterapéuticas relativas a este grupo etario.
Seguramente Erikson produjo uno de los más grandes aportes a la cuestión del desarrollo a través estadios en los que se producen ciertos desafíos, entre ellas las lúcidas referencias a la mediana edad y la vejez, que han dado lugar a nociones tan relevantes como las de generatividad e integridad.
Uno de los modos más clásicos en los que el psicoanálisis indagó la identidad en la vejez, ha sido a través de las vicisitudes del narcisismo. En este texto propondremos confrontaciones entre lecturas que tienen diferentes puntos de vista y, fundamentalmente, le otorgan diversos niveles de plasticidad o adecuación a los contextos vitales.
La perspectiva de Erikson
La mirada sobre el desarrollo de este psicoanalista apunta a la elaboración de una serie de estadíos donde se promueven y tramitan ciertos desafíos, los cuales desencadenarán sintonía o distonía, en un equilibrio siempre dinámico.
Cada uno de éstos pone en juego deseos y temores, seguridades e inseguridades, necesidades y carencias.
Desde esta perspectiva se piensan elaboraciones positivas en la mediana edad y la vejez, que conducen a la generatividad e integridad, o negativas que conducen al estancamiento y desesperación. Cada una de estas elaboraciones se articula con otras anteriores, resignificándose y actualizándose en diversos momentos vitales.
El desafío específico de la vejez es la integridad Vs. la desesperanza o desesperación. Donde la integridad es definida como un sentimiento de coherencia y totalidad que corre el riesgo de fragmentación cuando aparecen pérdidas de vínculos en tres procesos organizativos: el soma, la psique y el ethos [1].
La noción de organización psíquica, relativa al anudamiento vincular en dichas esferas, permite al sujeto darse un sentido de integración que se confronta con la desesperación o desesperanza, la cual es considerada como un proceso de desintegración en donde el sujeto no encuentra lazos que lo articulen y le brinden seguridad. Es por ello que la muerte aparecerá no solo como inminencia y falta de tiempo para desarrollar proyectos, sino también como fragmentación y engaño de la esperanza primaria. Por ello su expresión es el disgusto o desdén que se traduce en enojo o desinterés vital para sí y por los otros.
Remarca la importancia del compromiso con las otras generaciones en la integridad, lo cual es un modo de anudamiento vincular más abstracto que permite trascender las limitaciones en los procesos organizativos, y que, es lo contrario del desdén de sí y de los otros.
Erikson (2000) distingue el concepto “fuerza” como un elemento necesario en cada desafío vital. La fuerza tiene como objetivo propiciar salidas sintónicas o de equilibrio positivo en cada uno de los desafíos emprendidos.
La sabiduría, concebida como la fuerza de esta etapa vital, implica la posibilidad de realizar cambios en la representación de sí que permita lecturas diferentes, con mayor proyección, abstracción y metaforización, posibilitando un sentimiento de interés renovado, seguridad y nuevos márgenes de control, y un sentido de continuidad y trascendencia en el otro u otros.
La sabiduría puede acompañarse de una ritualización filo-sófica o religiosa que provea índices externos de sostén, o de una narrativa que brinde sentido y significado, tanto a nivel de una creencia como de prácticas sociales repetitivas, ante un riesgoso desequilibrio.
Cohler (1993:119-120) reescribe a Erikson diciendo que: “la sabiduría conseguida en la vida tardía consiste en la habilidad para mantener una narrativa coherente del curso de vida, en la cual el pasado recordado, el presente experimentado y el anticipado futuro son entendidos como problemas a ser revisados más que como resultados a ser asumidos.” La sabiduría permite entonces articular la “preocupación informada y desapegada por la vida misma, frente a la propia muerte” (Erikson, 2000:67) Es decir la sabiduría como un saber cierto sobre la incompletud del ser, pero que permite rearticular un relato que posibilite el deseo de vivir, atravesado por una narración que de sentido al sujeto, en conexión también al otro.
La perspectiva de Salvarezza
Este psicoanalista argentino propone una crítica abierta a las lecturas psicoanalíticas acerca del aumento de la libido en el yo en la vejez, aunque al mismo tiempo rescata esta perspectiva de análisis. Propone una selección de los conceptos de la obra freudiana donde destaca que: a) “el narcisismo es un estadio necesario en la evolución sexual y, como tal, susceptible de prestarse como punto de fijación de la libido, con la consiguiente posibilidad de constituirse en polo de atracción para la regresión; b) el desarrollo teórico está constituido fundamentalmente en términos económicos, y c) el desarrollo teórico establece una relación estructural entre la constitución del ideal, la autoobservación y la autoestima, haciendo depender esta última del narcisismo.” (Salvarezza, 2002: 147)
Al momento de especificar la cuestión en la vejez, busca plantear los términos en un eje que de cuenta de cómo la autoestima tiene una relación estructural con el ideal. Por ello define, siguiendo los desarrollos de Hugo Bleichmar (1976), al narcisismo como “la valoración que el sujeto hace de sí mismo colocado dentro de una escala de valores, en cuyo extremo más alto está el ideal y en cuyo extremo más bajo está el negativo de dicho ideal” (Salvarezza, 2002:149). La ubicación que el sujeto alcance dará lugar a la autoestima conseguida.
Para Bleichmar (1976) el ideal, en su aspecto positivo y negativo, surgiría a través de identificaciones tempranas que forjarían personalidades narcisistas, que se definen por funcionar con una lógica binaria de dos posiciones y con la lógica del rasgo único prevalente (Salvarezza, 2002). Esto llevaría a un interjuego entre rasgos altamente positivos y negativos interactuando permanentemente, lo que implicaría emociones fuertes y encontradas, especialmente de tensión y angustia, ante la inminencia del caer en el ideal negativo o un colapso narcisista ante la caída. El equilibrio se vuelve precario y con posibilidades de situaciones clínicas tales como la ansiedad y la depresión.
La vejez en este sentido se ofrecería como un campo propicio para incidir negativamente en la problemática de aquellos con personalidad narcisista debido a que no permitiría contar con la flexibilidad del ideal frente a los cambios que propone el envejecer y los prejuicios y estereotipos existentes.
Este modelo sintetiza una perspectiva que plantea rasgos fijos y estructurales desde donde un sujeto enfrenta su vejez. Lectura que permite concebir las dificultades y los fenómenos clínicos que se desprenderían de este tipo de personalidad, aunque reduce el poder pensar el narcisismo como un concepto de mayor amplitud, que permita comprender el modo en que el yo se confronta a los cambios vitales.
Una lectura desde Lacan
Esta temática no fue abordada por Lacan y la lectura que se realizará es fundamentalmente desde su teoría del yo y el desarrollo que se desprende de su particular concepción del narcisismo.
Freud entendía al desamparo como uno de los ejes del futuro psiquismo del ser humano, ya que esta prematuración inicial forjaba la dependencia del niño hacia su madre.
Si la literatura psicoanalítica había descrito los aspectos de omnipotencia infantil, en especial desde Klein, en el que se relaciona con los otros a través del puro capricho, el psicoanálisis lacaniano revela otro aspecto. El capricho se invierte, apareciendo más del lado de quienes ocupen los roles de madre o padre, u Otros con mayúscula, que del lado del niño.
De esta manera la prematuración y el desamparo se presentan bajo una nueva luz, ya que develan la posibilidad de estar sin recursos frente a la presencia inquietante y amenazante del otro. Lugar donde se sitúa la experiencia traumática, ya que el sujeto aparece sin recursos frente al Otro.
Lacan (2006) sostiene que uno de los modos en que el sujeto se defiende del enigmático deseo del otro es a través de la representación del yo, y sus imágenes, las cuales responden a demandas del Otro y por ello contienen ideales y galas narcisistas.
La posición del sujeto es la de buscar adecuarse a dicho deseo y una de las formas de realizarlo es a través de la imagen especular (nuestro yo), la que se origina justamente en la identificación al deseo del otro, es decir a lo que el otro quiere de mi. Por ello, el yo no es más que una respuesta a ese deseo, es decir es lo que se inventa frente a lo enigmático del deseo del otro (Rabinovich, 1993).
La tesis lacaniana piensa un complejo circuito que estructura el orden del deseo al deseo del Otro. El sujeto, entendido como deseante, emerge como tal en la medida que haya otro que lo deseó. La posición del sujeto es la de intentar persistir en el lugar de objeto que causa deseo, ya que la única manera en que se sostiene el deseo es en relación con otro que lo desea.
En este sentido el yo cambia sus imágenes para complacer al ideal del yo (modelo al que el sujeto intenta adecuarse relativo a las valoraciones de los padres) pues es una de las formas en que sostiene ese deseo (Rabinovich, 1993).
La cuestión que puede emerger en el envejecimiento es: ¿de qué modo se presenta el sujeto frente al deseo del otro cuando los ideales sociales rechazan ciertas imágenes de la edad?
Veamos una viñeta:
María
“¿Y estás buscando trabajo ahora?
Yo no estoy buscando nada porque ¿cómo me voy a presentar? Mirame, tengo aspecto de vieja, no tengo pelo, no me pinto, no me arreglo bien ¿quién me va a tomar?” [2]
La viñeta expresa el padecimiento frente a la dificultad que se presenta en el momento en que aparece el deseo del otro y el yo siente que no lo alcanza a colmar, careciendo de recursos adecuados acusados al envejecimiento.
En este sentido, si el yo carece de recursos, en tanto no causa al otro, no podría defenderse de sus intenciones. La idea de intención se refiere a aquello que se quiere de nosotros sin contar con nuestra voluntad, es decir ser tratado como un objeto carente de autonomía.
Esta experiencia imprime una vivencia de desamparo frente a la que el sujeto queda como un objeto que puede ser abandonado, excluido o manejado.
Rabinovich (1993) señala que este lugar es el que el neurótico rechaza por estructura, momento que determina que todos los emblemas ideales, sexuados, representables en el espacio de la visión no sean suficientes para sostener la autonomía que presta el yo frente al otro.
La autonomía que se pierde resulta notoria en el texto de la viñeta en tanto que esa persona siente que ese cuerpo no le permite enfrentar al otro, llevándola a la inhibición o a la autodegradación.
Esta experiencia no resulta propia de la vejez, ya que es estructural al sujeto, la cuestión aparece en las particularidades que se podrían presentar en las contingencias del envejecimiento humano y las lecturas que la sociedad realiza. Sin que por ello supongamos que sea una experiencia de todo sujeto, ni tampoco que existan otros espacios de reconocimiento y deseo posibles.
La metamorfosis que deberá experimentar el yo dará cuenta de un proceso esperable en relación a los ideales sociales actuales y a la propia relación del sujeto con el otro. Es allí donde surge la dificultad del sujeto de posicionarse frente al otro cuando su lugar es cuestionado por la falta de ideales sociales sobre esta etapa vital. Más allá de las variantes estructurales e históricas que hacen que cada sujeto se defienda de maneras siempre singulares.
Mannoni (1992) enfatiza esta posición señalando que “El derrumbe psíquico de ancianos enfermos, aislados o mal tolerados por su familia o por la Institución, se debe a que en su relación con el otro la persona de edad ya no es tratada como sujeto sino solo como un mero objeto de cuidados. Su deseo ya no encuentra anclaje en el deseo del Otro. En su relación con el otro, el anciano instala juegos de prestancia y oposición de puro prestigio. La rebeldía es la única manera de hacerse reconocer, y la forma en la que puede subsistir una posibilidad de palabra. No preparados para vincularnos con las personas de edad, nuestra sordera nos quita recursos para que vuelvan a arrancar como sujetos deseantes” (Mannoni, 1992: 24-25)
Desde esta cita podemos entender cómo frente a la posibilidad de “ya no ser nada para el otro” aparecen otras alternativas por fuera de los marcos del deseo que llevan desde esta psicoanalista a lo que se denomina experiencias gozosas las cuales no refieren al disfrute sino por lo contrario a un tipo de relación al otro por la vía del padecimiento.
Mannoni (1992:10) remarca que “la persona se aferra a las vías del displacer por no poder poner en palabras la vivencia de un presente en el que el sujeto ya no encuentra su sitio. La mirada del otro, lejos de ser un soporte, lo fragmenta”.
Si el yo se presenta, particularmente en el espacio de la visión, como imágenes, la mirada del otro puede dar o no cabida. Dicha mirada podría devenir en soporte o en fragmentos, como en las viñetas antes señaladas.
En algunos momentos de la vejez hallamos que la ilusión frente al espejo puede devenir en ruptura más que encuentro, ya sea porque el otro no refleja ningún aspecto deseable, como el sentirse útil, importante, bello, poderoso, lo que podría generar, en ciertos casos, que se produzca una distancia entre el cuerpo y el sujeto.
Sin embargo, la relación del sujeto al otro no se reduce, a lo que Lacan denomina registro imaginario, basado en las integraciones de imágenes que identifican al sujeto con el yo desde una cierta lectura del Otro, sino que existen otros modos de relación que llevan al sujeto a poder sobrepasar esta dimensión.
Por ello Lacan consideraba un narcisismo suficiente cuando puede llegar a libidinizar el cuerpo propio, y un narcisismo insuficiente cuando aparece una rigidificación del yo con una incapacidad de libidinización del mismo.
Es importante tener en cuenta que este modelo teórico se refiere a experiencias que no son totalizantes a nivel del sujeto, sino que se establecen en relaciones, momentos y situaciones específicas, lo cual no invalida que en otras el sujeto pueda situarse de formas alternativas.
El recorte que se desprende desde esta concepción del narcisismo permite situar este concepto más allá de una estructura psicopatológica, pudiendo dar cuenta de la incidencia de los ideales sociales en las lecturas del sujeto, y su relación con el deseo, entre el sujeto y el otro.
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