SUBJETIVIDAD
OTROS ARTÍCULOS
Perspectiva del narcisismo en la vejez
Por Ricardo Iacub

La vejez, la memoria y la piel
Por M�nica Laszewicki
 
 
 
Título: Espero (1923), de Xul Solar.
Título: Espero (1923), de Xul Solar. Imagen obtenida de: http://www.allpaintings.org/v/Surrealism/Alejandro+Xul+Solar/?g2_page=3
�Todo bien? Sufrimiento y experiencia en el escenario adolescente
Por Magdalena Echegaray
[email protected]
 

�Primero hay que saber sufrir, despu�s amar, despu�s partir y al fin andar sin pensamiento...�

Virgilio y Homero Esp�sito.

“Todo bien” es una frase polisémica. Fiel a una tradición en psicoanálisis intentaré ponerla trabajar, vale decir  interrogarla. “Todo bien o te cuento” suele ser el modo en que es usada coloquialmente y por lo tanto queda de algún modo naturalizada. Es ese modo el que interrogaré. Vale decir, todo bien y les cuento.

Formulada a veces como una pregunta y otras como una afirmación en general por los adolescentes, la voy a poner a trabajar en relación a la noción de experiencia.  

Giorgio Agamben, en Infancia e Historia analiza el lugar que ocupa y el significado que tiene la experiencia para los sujetos en la actualidad. Dice: “En la actualidad, cualquier discurso sobre la experiencia debe partir de la constatación de que ya no es algo realizable”. Y continúa: “más bien la incapacidad de tener y transmitir experiencias quizás sea uno de los pocos datos ciertos de que dispone sobre sí mismo (el hombre de hoy)”.Los elementos de una concepción diferente del tiempo yacen dispersos en los pliegues y en las sombras de la tradición cultural de Occidente” [1]. Para Agamben la experiencia es experiencia del tiempo:
Voy a tratar de cercar la noción de experiencia en uno de los sentidos posibles en psicoanálisis: la experiencia es aquello vivido y sentido que es habitado por el sujeto. En este sentido se contrapone a vivencia: la vivencia no es habitada por el sujeto aun cuando  se inscribe en el aparato psíquico. El sujeto desde el punto de vista tópico se emplaza del lado del yo. Es sujeto capaz de autorreflexión, de interrogación para lo cual debe estar emplazado del lado del yo en donde impera la lógica de los procesos secundarios e investidura ligada. En la experiencia hay un sujeto que puede dar cuenta de ella.

Entonces en los primeros tiempos de la constitución del aparato psíquico cuando aún no hay sujeto del lado del infans y sí lo hay del lado del adulto, lo vivido por el infans pertenece a la categoría de la vivencia. Una vez constituido el aparato psíquico, la vivencia tiene lugar  cuando el sujeto es arrasado por efecto de traumatismos. Respecto del primer caso veamos que Freud en el “Proyecto de una psicología científica” [2] escribe  vivencia de satisfacción para referirse al momento inaugural de la constitución de la psique.

La experiencia se inscribe en las distintas instancias psíquicas del modo determinado en que cada una de ellas aloja sus representaciones específicas. Dice Silvia Bleichmar: “... lo que es del orden externo al aparato  ingresó por dos polos al mismo tiempo: desarticulado del lado del inconsciente, pero produciendo movimientos e investimientos  que generan cambios en la cualidad afectiva de lo inscripto, de modo tal que le da “sentido” a lo que ingresa sin que ello implique “significarlo”, y del lado del llamado polo perceptivo, que en realidad podríamos considerar como organización discursivo- significante, interpretante del mundo exterior” [3].

Respecto del preconsciente  y el Yo que se superponen  sin recubrirse, el primero aporta – sostiene en el mismo texto - las herramientas de conocimiento del mundo. Y también dirá que yo inviste el mundo para que surja el deseo de su conocimiento a la vez que opera de modo defensivo y pudiendo obstaculizar el contacto con lo vivido desde sus propios enclaves narcisistas.

La experiencia entonces se inscribe en el aparato produciendo recomposiciones y complejizaciones en el psiquismo y agregando capacidad simbolizante. Este es un aspecto de la experiencia, su aspecto enriquecedor.

Hay otra clase de experiencias que lejos de enriquecer, desmantelan la capacidad de metabolización del sujeto, experiencias de carácter traumatizante en las que la ausencia de respondiente representacional, enfrentan a la psique a lo nuevo, radicalmente otro  y el traumatismo es el efecto del exceso a que es expuesto el yo.

La experiencia es aquello que difícil de definir, tiene algo de intransmisible en tanto atraviesa la dimensión emocional, afectiva y de lenguaje del sujeto.  Coincido con Martín Jay, historiador especialista en la Escuela de Frankfurt,  quien prefiere pensar la experiencia  como “el punto nodal de la intersección entre el lenguaje público y la subjetividad privada, entre lo compartido, culturalmente expresable, y lo inefable de la interioridad individual [4].

Entre las tareas que deben afrontar los adolescentes habida cuenta que el embate puberal exige al aparato psíquico un esfuerzo de  trabajo, de procesamiento.

Cuando emerge la  sexualidad biológica encuentra todo el territorio ocupado por la sexualidad en el sentido psicoanalítico. En el sujeto humano lo adquirido precede a lo innato en relación a la sexualidad. Lo sexual innato decía J.Laplanche, aparece en el sujeto humano en un momento relativamente tardío del desarrollo en el período puberal o prepuberal. Pero esa sexualidad innata no encuentra el territorio virgen sino completamente ocupado por lo que Freud llamó la sexualidad infantil. Sexualidad implantada por el otro humano, erogeneidad abierta por el encuentro temprano con el otro adulto que debe ser ligada en términos de fantasmatización de sus excedentes excitatorios como respuesta a los enigmas.

La puesta a prueba, el poner a jugar en la escena de la realidad la genitalidad y la agresividad son parte de las tareas y de los desafíos que deben emprender.

La confrontación con las generaciones anteriores con vistas a conquistar un territorio propio en el campo social y cultural es otra de las tareas a las que se disponen los adolescentes. Tarea esta que en los últimos tiempos se ve dificultada ya que la rebelión necesita de algo contra lo que hacerlo. Los adultos depreciados y con escasas posibilidades de transmitir su propia experiencia como algo valioso, no aparecen como referentes interesantes a la hora de rebelarse. Los adolescentes corren el riesgo de quedar a la deriva.  

La identidad se construye en los primeros tiempos de la vida y en  la adolescencia se consolida, a través de la negación determinada. De allí la importancia de estos movimientos confrontativos.

Los adolescentes están ávidos y temerosos de experimentar la vida.

Hacer la experiencia para tener la experiencia, he ahí la cuestión… y el desafío para los adolescentes. Hacer la experiencia no es lo mismo que tenerla. Se puede hacer la experiencia sin que el sujeto se apropie de ella. Puede hacerla sin estar allí donde la experiencia tiene lugar.


Retomo la frase que atrajo mi atención

El “todo bien” aun en su polisemia remite al aplanamiento de la experiencia. Aleja y defiende de cualquier sentimiento vinculado al dolor o al sufrimiento. No hay contacto con la densidad de lo vivido.

Si “todo bien” es una pregunta, no es una que espere respuesta y menos que contradiga su enunciado. Como afirmación el “todo bien” que aparece en boca de los adolescentes por ejemplo al inicio de una sesión dirigida a mí, analista, como descripción de un modo de sentir y sentirse en el mundo, se cierra sobre sí misma. No interroga nada. Cierra el diálogo, no le hace lugar al otro.
Otras veces después que una paciente relata casi con entusiasmo y sin angustia la ruptura de un incipiente noviazgo que la había tenido muy ocupada en el último tiempo, agrega “pero, todo bien, eh”.

La aplicación del método, esa pareja despareja que es la libre asociación por parte del paciente y la atención parejamente flotante del lado del analista podrán ayudar a salir de este “no ha lugar”.

El “todo bien” puede ser uno de los modos en que se manifiesta la defensa frente al sufrimiento  que, sintónica con cierto aspecto de la subjetividad de época, banaliza la experiencia, y se presenta como una de las operatorias de desinvestidura de la pulsión de muerte. Piera Aulagnier ha trabajado lucidamente en esa dirección planteando como una de las respuestas posibles de la psique  frente al exceso de sufrimiento es la desinvestidura,  no sólo del objeto agente del mismo si no también de su representación y de la capacidad de la psique para producir representaciones. La muerte psíquica amenaza así en el horizonte. 

Los y las adolescentes que parten alcoholizados al encuentro con las o los del otro sexo, estarían actuando el “todo bien”, una suerte de anestesia que pretenden los proteja de una experiencia tan deseada como temida: la experiencia de la sexualidad.
En mi experiencia clínica ciertos modos del consumo de algunas drogas se perfilan en la misma dirección.

Un autor que trabaja especialmente la noción de experiencia es Winnicott para quien va ligada a la noción de creatividad, a un modo de relación con la realidad exterior que está en las antípodas del acatamiento. El sujeto que hace y tiene la experiencia, se siente vivo  y real.

En el artículo “Sueños, fantasía y vida” [5] Winnicott  describe y analiza un modo peculiar de la disociación donde la persona no está donde están sus sueños y su vida, donde se agitan sus deseos y donde transcurre  el tiempo y se siente interesante para sí misma. Me parece que el “todo bien” alude a esa clase funcionamiento defensivo. La persona (modo ficcional de referirme a un conglomerado representacional investido con afecto) está escondida en algún lugar donde se pretende que está “todo bien”, donde no pasa nada, ni bueno ni malo, donde casi no hay vida. No hay allí sufrimiento pero tampoco investimiento libidinal.

En el texto “Defensa maníaca” Winnicott  dice: “Las fantasías omnipotentes  no constituyen tanto la realidad interior misma como una defensa contra la aceptación de esa realidad” [6].  Los “todo bien” que exploro me parece que se corresponden  a una de las formas que el autor desarrolla como defensa maníaca y sus fantasías omnipotentes que pretenden  poner al sujeto a buen reparo de la agitación interior. La capacidad de cada sujeto para entrar y salir de la defensa maníaca reflejará mayor o menor capacidad para afrontar y hacer la experiencia.

Silvia Bleichmar nos enseñó a diferenciar entre psiquismo y su constitución y lo que es del orden de la  subjetividad. Al psiquismo le pertenecen aquellas invariantes a través del tiempo que corresponden  a los elementos universales  de la  constitución psíquica: la tópica tripartita, el concepto de sexualidad ampliada, el concepto de pulsión, la capacidad representacional  y de producir enigmas del sujeto humano.  

La subjetividad se trata del “posicionamiento del sujeto de cogitación ante sí mismo y los otros, sujeto “de inconsciente”, atravesado por el inconsciente, pero articulado por la lógica que permite la conciencia de la propia existencia.” [7]

El “todo bien” puede estar indicando una de las formas en  que la subjetividad fue desmantelada representacionalmente.
Por eso reivindico el espacio de análisis como un lugar no sólo de alivio del sufrimiento producto de los conflictos sino como un lugar de producción de subjetividad, lugar de ligazón, de entramado representacional y afectivo de la experiencia, para tenerla.



 
Compartir
 
Notas
 

[1] Agamben, G., Infancia e Historia, Adriana Hidalgo editora, 4ª Edición. Buenos Aires. 2007, págs. 7 y 147.
[2] Freud, S. Proyecto de una psicología científica. Amorrortu Editores.
[3] Bleichmar S. “Las formas de la realidad”, en La subjetividad en riesgo, Topía Editorial, Buenos Aires, 2005, págs.68/69.
[4] Jay, Martín.  “La experiencia no se rinde”, Página/12, Radar Libros, 30/12/2001.
[5] Winnicott D.,  “Sueños, fantasía y vida” en Realidad y Juego, Gedisa Editorial, Buenos Aires, 2009.
[6] Winnicott D., “Defensa maníaca”, en Escritos de pediatría y psicoanálisis, Ed. Paidós,  Psicología Profunda, España, 1999, Pág.179.
[7] Bleichmar S., “Estallido del yo, desmantelamiento de la subjetividad”, en El desmantelamiento de la subjetividad. Estallido del yo, Topía Editorial, Buenos Aires, 2009, pág 11.

subir