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Título: Cuatro plurentes (1949), de Xul Solar. Imagen obtenida de: http://www.allpaintings.org/v/Surrealism/Alejandro+Xul+Solar/Alejandro+Xul+Solar+-+Cuatro+plurentes.jpg.html
La vida,
¿un soplo?
Por Yago Franco
yagofranco@elpsicoanalitico.com.ar
 

¿Es un soplo la vida? Reformulemos la frase: ¿es un soplo la vida para el sujeto? ¿Para qué del sujeto es un soplo, siendo que el sujeto no es una unidad? Reformulemos la frase nuevamente: ¿es para la psique humana un soplo la vida? ¿Lo es para todas sus instancias?
“Aire, pensó, la vida está hecha de aire, un soplo y ya está, y por lo demás nosotros tampoco dejamos de ser soplo, aliento, nada más; después, un día, la máquina se detiene y el aliento se termina”. [1]
El Yo es el lugar de residencia del tiempo socialmente instituido. ¿Tiempo socialmente instituido? Es que no hay un tiempo natural. Hay temporalidades relativas a los ciclos de la naturaleza, a la siembra y la cosecha, a los diversos dogmas religiosos, o ese tiempo de la prehistoria – sin pasado, sin futuro - que le hace decir a Herzog (en su film La cueva de los sueños olvidados) que nosotros vivimos atrapados en el tiempo. O sea, vivimos en una temporalidad desconocida para quienes vivieron durante milenios sin preocuparse por el tiempo.

Vivimos sumergidos en una temporalidad ligada al ritmo de producción y consumo. Un tiempo que dejó de ser impuesto por los dioses a partir del momento en el que las fábricas necesitaron ordenar su producción. La secularización del tiempo liberó a los humanos de un poder extraterreno, les otorgó libertad, pero al mismo tiempo los encadenó a una temporalidad que volvió a hacérseles extraña, temporalidad nacida en los las fábricas y oficinas, temporalidad del comercio, de las bolsas y bancos, de las comunicaciones al servicio de dicha circulación. Estamos atrapados en el tiempo: un tiempo socialmente instituido que designa edades de acuerdo a la lógica de producción, consumo y creación de riqueza, de obsolescencia de los productos, actividades y modas, un tiempo que ha ido acelerándose merced a la explosión tecnológica. Una temporalidad que está ligada a nichos de consumo: se es sujeto en tanto consumidor, y a cada grupo etario le es asignado un lugar en esta sociedad de consumidores.


Tiempo y alteración

El tiempo social y el individual lo son de creación y destrucción/caducidad de significaciones, y sobre todo: de la alteridad en el ser del sujeto, de sus alteraciones. Para Aristóteles: “… todo cambio por naturaleza hace salir (de un estado) (phúsei ekstatikón); y todo es engendrado y se corrompe con el tiempo. (…) Y ante todo tenemos el hábito de atribuir esta corrupción al tiempo; sin embargo el tiempo ni siquiera cumple esta (corrupción), pero sucede que por accidente (sumbaínei) este cambio se produce en el tiempo” [2]. “Sucede que el paso del tiempo acompaña siempre a la destrucción” [3]. De lo que hablamos es – por una parte - de distintas significaciones para el sujeto a lo largo de su vida: ligadas a las diversas temporalidades de cada una de sus edades. Pero también hablamos de la finalización de la vida de un sujeto, su muerte, cuya consciencia lo hace único entre los seres vivientes. Sabe que va a morir.

El horizonte de la finitud, efecto paulatino del destronamiento de la omnipotencia de la psique y del narcisismo, hace acelerar el tiempo. Y lenta, pero insidiosamente, va instalando en su horizonte a la muerte. El tiempo de la infancia, el de la juventud, el de la adultez y el de la vejez son tiempos distintos, que tampoco escapan a lo epocal, y a la significación que se le otorga al tiempo para las distintas etapas de la vida. Significación transmitida por el Otro: es aquello que el Otro espera, designa, obliga de alguna manera, a vivir en cada momento de la vida de un sujeto. Ninguno de estos tiempos llega de un día para otro, y la sensación subjetiva – en nuestra sociedad al menos – es la de su aceleración constante. El tiempo – la vida – parece pasar cada vez más rápido en la medida en que el sujeto acumula años.

El tiempo que habita en el sujeto es una aleación del tiempo individual con el colectivo. El individual es a su vez una aleación de las temporalidades de los distintos estratos de la psique: pero esta es una pseudoaleación, ya que el conflicto y la incoherencia están presentes. El yo con su pasado, su presente, su futuro: y en la Otra escena, una temporalidad que desconoce dichas diferencias.


Tiempo y sentido

Entonces, la vida es un soplo para el Yo. El tiempo es un soplo. Un Yo que vive atrapado en el tiempo. Cuánto más veloz es éste, más dificultades el Yo encuentra para la traducción/elaboración/historización. Se trata de ese Yo aprendiz de historiador, a la búsqueda de un sentido. Una instancia a la que le cuesta aceptar que la vida no tiene sentido: no tiene sentido dado de antemano. “¿Era eso pues, era el tiempo aire y ella lo había dejado exhalar por un agujerito minúsculo del que no se había percatado? ¿Pero dónde estaba ese agujero?, no era capaz de verlo” [4].  

El ser humano puede crearse dioses para darse un sentido, puede inventar leyes de la historia para tranquilizarse, pero la historia, la vida, no tienen sentido: decíamos que no tienen sentido dado de antemano, aunque haya emergencia/creación de sentido. Reconocer el sinsentido abre la posibilidad de la libertad, de elegir un sentido con conocimiento de que se elige, pero también abre la dimensión de la angustia. El sentido es dado por la significación, y no es posible vivir por fuera de ella. La verdad no es lo que está por fuera de la significación, sino el hecho de la precariedad de todo sentido, de su carácter de provisorio, de lo inevitable de su caducidad, y sobre todo, de que es creación de los sujetos.

Entonces, no se trata de hacer un elogio del sinsentido, sino de alertar sobre el riesgo para el sujeto de quedar atrapado en el mismo. Por no poder apreciar que el sentido es precario, que es una creación. Vuelta a la libertad y a la angustia. El sentido, los objetos, las actividades, son precarios. Y la muerte nos enfrenta a “lo sin-sentido de todo sentido”. [5]


Inconsciente y tiempo

Se dice que en el inconsciente no hay tiempo. Sería más apropiado decir que no hay tiempo del modo en el cual lo conoce el proceso secundario. En el inconsciente el pasado, el presente, el futuro, están indiferenciados.  El inconsciente vive en y vive en el inconsciente un perenne e indestructible presente, el presente del deseo inconsciente, en el cual la niñez está siempreviva, al igual que los deseos, los fantasmas y las angustias. 

Para el inconsciente vale lo que sostiene Spinoza respecto de la intemporalidad de lo eterno. El inconsciente no tiene tiempo, no es tiempo, no necesita del tiempo. Aunque es afectado por la institución social del tiempo - tal como lo es por la represión originaria - que lo ordena y estructura parcialmente sin poder evitar que se conecten pasado, presente y futuro (que solamente lo son para el Yo) y haya irrupciones de anacronismos en los sueños, las ocurrencias, la creación artística y los síntomas. En el inconsciente reina lo ilimitado, hay desconocimiento de la muerte por lo tanto, aunque sea afectado por la muerte, como puede apreciarse en los fantasmas de disolución (vivencia de fin de mundo en la psicosis, por ejemplo). Desconoce la muerte pero no escapa a sus marcas. No hay ningún ser-para-la-muerte en el inconsciente. No lo hay en absoluto para el sujeto, cualquiera sea su instancia psíquica, no hay una idea de muerte a priori para el sujeto: así como no recuerda que ha nacido – todo lo que sabe es lo que los otros le han relatado sobre su nacimiento – no puede saber que morirá: “se lo dijeron, y ha visto morir a otros. Nada hay en mí, nada mío y propio, que me diga que he nacido y que moriré – nada “psicológico” y nada “trascendental”. El hecho de que nací y moriré es un saber esencialmente social, que me es transmitido/impuesto (y que, por supuesto, el núcleo más íntimo de la psyché ignora sin más)”. [6]


Tiempo, envejecimiento, muerte

Así como con el tiempo, la relación con la muerte tampoco es natural, y tampoco lo es con la vejez; para las sociedades ésta puede pasar de la veneración y el privilegio a un ser desecho, o a quedar atrapada en las redes del consumo.
En una sociedad en la cual la significación central exalta el imperio de lo nuevo por lo nuevo mismo, la vejez, la muerte, deben ocultarse necesariamente. Nunca tuvieron tan mala prensa. En tiempos de lo ilimitado, los límites de la vida humana son vistos como insoportables. Justamente por cuestionar la demanda del Otro que clama por lo ilimitado. La obsolescencia debe serlo solamente para los objetos.

Gran paradoja: cuanta más lentitud se apodera del sujeto, más vertiginosidad le exige el tiempo socialmente instituido. No hay un tiempo social para la enfermedad, la caducidad, la muerte. Se trata de una cultura en la cual la significación de la mortalidad no encuentra lugar.

Así, la institución imaginaria de esta sociedad tiende a no ofrecer elementos para la psique de los sujetos para la elaboración – hasta donde esta sea posible – del tiempo de la vejez -.  Hay una suerte de destitución de la significación de la mortalidad. Que no es solamente algo referido a la muerte. La significación de la mortalidad es aquella que se opone a la desmesura (la hybris), a la falta de límites, a lo ilimitado, hoy encarnado en el núcleo de la “racionalidad” de esta sociedad. La tragedia (tanto la griega como la isabelina, así como lo hacen tantos mitos y leyendas) alertaba contra el riesgo de traspasar determinados límites. Límites que no están dados de antemano sino que deben ser producto de la elucidación constante de los sujetos y de las sociedades sobre su mundo instituido.

De lo que se trata para el sujeto en análisis es de poder asomarse al abismo del sin-fondo del ser (Castoriadis), del sinsentido de todo sentido, y verse apresado en un doble nudo, “vive como un mortal, vive como si fueras inmortal” [7]. Es también el doble nudo en el que se encuentra el sujeto, entre los deseos omnipotentes del inconsciente, y su yo. Es tomar contacto con el saber sobre la responsabilidad de lo hecho, de las obras, de las ideas, de los efectos que tendrán más allá del sujeto: los efectos de su accionar y de su pensar sobre las generaciones venideras. Pero también es tener un cierto saber sobre su finitud. Esto va de la mano de la destitución (absolutamente parcial) de la omnipotencia de la psique. Pero resulta que esta sociedad si algo exalta es esa omnipotencia. El destino de lo que trasciende al sujeto es algo que puede acompañarlo benévolamente en el tránsito hacia su muerte: el orgullo, la trascendencia de lo realizado, la alegría por lo logrado, y la aceptación –benévola– de los imposibles que halló en su camino. Hay también un hacer y un placer en la vejez (cuya fecha de inicio depende sobre todo de la institución social del tiempo) que puede hacer de quienes transitan esa etapa sujetos responsables, nunca caducos en su pertenencia al proceso productivo de vida, ideas, deseos, actos. Lugar difícil de hallar en la sociedad occidental actual. Que – como decíamos - se caracteriza por la exclusión de los no-consumidores y de los que no se adaptan al tiempo vertiginoso. Como decíamos, para el sujeto se trata de la lucha entre el rechazo de los límites y la finitud. El reino de la omnipotencia sigue presente en el fondo de la psique, haciendo imposible para el yo pensar su decadencia y desaparición. Mientras que se debe enfrentar a aquello difícil de ser renegado, relativo a las marcas del tiempo en el cuerpo y en las funciones del yo, las enfermedades, y el enfrentar la muerte de otros. En la vejez se hace imprescindible hallar un placer en la recepción que los otros hagan de su experiencia y legado, hallar un lugar activo en la sociedad (que llama a los viejos “clase pasiva”) así como el saberse ocupando un lugar en el deseo de los otros, tanto cercanos como para el Otro.


La vejez del señor que consultó en invierno

El señor que consultó en invierno tenía ya más de 70 años, y lo hizo por algo que describió como una depresión, con momentos de ansiedad y rabia que lo acosaban. Se había separado de su amante de años, su esposa había fallecido en el interín, una serie de catástrofes físicas lo habían aquejado, uno de sus hijos lo odiaba ilimitadamente, su ocupación laboral de toda la vida había llegado a su final. El abismo de un estado melancólico o alcohólico se abría delante suyo... ¿Qué esperar? Lo inesperado, que hizo irrupción en su análisis y que sirvió de guía para su cura: disfrutar de su erotismo vigente - produciendo que fuera más vigente aún – haciendo manifiesto su deseo por las mujeres, que al principio lo avergonzaba y que le permitió iniciar diversas aventuras hasta volver a estar en pareja; también disfrutar de nietos para los cuales era la figura paterna, y del tiempo libre y la posibilidad de hacer viajes, de revisar su historia encontrando una traducción más amable de la misma, de encontrarse con proyectos, ahora cerca - muy cerca - de los 80, y eludiendo toda posible jubilación, permaneciendo parcialmente activo tanto laboral como deportivamente. ¿Por qué irse entre lamentos? El deporte, lo amoroso y el disfrute de su sexualidad, el afecto de sus nietos/hijos, el encuentro con amigos (aunque algunos comiencen a "irse") van aportando luminosidad en lo que suele anticiparse como la obscuridad de la soledad, de la mano de un humor ácido con el que se refiere a este período de su vida, sabiendo que el final puede acontecer con poco aviso. Entre su humor, los recuerdos - para nada nostálgicos sino historizantes - y sus diversos placeres y dolores, más algunas despedidas, va jalonándose esta parte del sendero de su vida.


¿Final?

Más allá de todo lo expuesto en este texto, se abre otra perspectiva a partir de las promesas (y de ciertos logros que van haciéndose presentes) de la ciencia en lo respectivo a la abolición de enfermedades, y a la posibilidad de prolongar la vida cuasi indefinidamente, o – de mínima – de alterar considerablemente lo que conocemos como vejez. Esto complejizaría todo lo aquí expuesto, en un futuro que puede no ser muy lejano. ¿Qué implicancias tendría para la psique humana la ausencia del contacto (o una notable minimización del mismo) con la enfermedad y la muerte? ¿Y para la vida social? ¿Dejaría el tiempo de ser un soplo?

Una cosa es cierta, de ser esto posible, ya no podría Marguerite Yourcenar escribir estas bellas frases de su Adriano:

“Pero de todos modos ha llegado la edad en que la vida, para cualquier hombre, es una derrota aceptada. Decir que mis días están contados no tiene sentido; así fue siempre; así es para todos. Pero la incertidumbre del lugar, de la hora y del modo, que nos impide distinguir con claridad ese fin hacia el que avanzamos sin tregua, disminuye para mí a medida que la enfermedad mortal progresa [8] (…) Mínima alma mía, tierna y flotante, huésped y compañera de mi cuerpo, descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, donde habrás de renunciar a los juegos de antaño. Todavía un instante miremos juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a ver…Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos…”. [9]

 

 
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Notas
 

[1] Tabucchi, Antonio. El tiempo envejece deprisa, Anagrama, Buenos Aires, 2010, pág. 116.
[2] Aristóteles citado por Castoriadis, Cornelius, El mundo fragmentado, Altamira, Uruguay, pág. 15
[3] Castoriadis, Cornelius, ob.cit., pág. 15.
[4] Tabucchi, Antonio, ob. cit., pág. 21
[5] Castoriadis. Cornelius, ob. cit., pág. 110
[6] Castoriadis, Cornelius, ob. cit., pág. 156.
[7] Castoriadis, Cornelius, ob. cit., pág. 110.
[8] Yourcenar, Marguerite, Memorias de Adriano, Debolsillo, Buenos Aires, 2006, pág. 12
[9] Yourcenar, Marguerite, ob. cit., pág. 262.

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