“Una novela profunda surge frente a situaciones límite de la existencia, dolorosas encrucijadas en que intuimos la insoslayable presencia de la muerte. En medio de un temblor existencial, la obra es nuestro intento, jamás del todo logrado, por conquistar la unidad inefable de la vida.” |
Ernesto Sábato “Antes del fin” |
Introducción
Martes 2 de Abril del año 2013: feriado Nacional que conmemora el “Día del Veterano y los Caídos en la Guerra de las Malvinas”. La ciudad de La Plata, mi ciudad, amanece con el silencio y la calma a la que los días feriados nos tienen acostumbrados. En la televisión se suceden una tras otra imágenes desoladoras de la Capital Federal asediada por un fuerte temporal que inunda sus calles, sus viviendas y sus habitantes…testimonios desbordados de agua, miedo y denuncia… Una catástrofe natural convertida en catástrofe social por los efectos de la impunidad y de la negligencia humana. Nadie quizá podía imaginar que en algunas horas nos encontraríamos nosotros en similares condiciones, viviendo una de las mayores inundaciones de la historia argentina.
Una alerta meteorológica, anunciada cerca del mediodía, no pudo anticipar los aproximadamente 400 milímetros de lluvia que cayeron en apenas dos horas. Las zonas principalmente afectadas fueron el centro y el casco urbano, donde avenidas y calles quedaron cubiertas y el agua ingresó en viviendas y comercios; miles de personas divagaron por las calles tratando de llegar a destino. En esta oportunidad el principal problema, y causa de las evacuaciones, fue el anegamiento de las calles completamente inundadas. La ciudad vivió una de las jornadas más desoladoras y terribles de los últimos tiempos: pérdidas materiales y humanas; miles de sujetos evacuados y sin lugar donde regresar; una ciudad conmocionada y hundida en la desesperación.
Fueron y son múltiples las versiones acerca de las causas de lo acontecido, pero en ninguna de tales hipótesis puede desconocerse la falta de planificación y una urbanización realizada de modo irresponsable.
Como correlato de esta catástrofe, devino la puesta en marcha y consolidación de lazos solidarios que desbordaron lo esperable. Miles y miles de personas colaborando, tanto en los momentos más álgidos -rescatando vidas de la intensa corriente de agua-, como en las diferentes colectas que se organizaron en todos los barrios y la incansable reconstrucción de viviendas. Hospitales ambulantes y unidades sanitarias contaron con médicos, psicólogos, trabajadores sociales y otros agentes de la salud pública, que abandonaron sus espacios de labor cotidiana y salieron a la comunidad con el objetivo de reforzar la asistencia. Del mismo modo diferentes organismos estatales y no gubernamentales diagramaron algunas estrategias de intervención apuntando a trabajar sobre los efectos sobrevenidos ante la tragedia.
Todos fuimos, de alguna manera, asediados por los acontecimientos que se precipitaron en aquellos días, y esto es insoslayable a la hora de planificar, desde la especificidad que me enmarca como psicóloga, una estrategia de acción que supere lo que uno puede hacer como ciudadano ante la impotencia de lo perdido. Una serie de preguntas interrogan nuestros marcos cotidianos de intervención: ante estas situaciones de catástrofes sociales y colectivas, de surgimiento precipitado e imprevisible ¿desde qué lugar posicionarse para realizar un abordaje de lo colectivo sin dejar de estar atento a lo singular?; ¿contamos con herramientas desde nuestra formación académica para ello?; ¿disponemos de instrumentos para operar en las particularidades del espacio público?; ¿es posible aplicar la teoría psicoanalítica producida para ciertos marcos preestablecidos en la práctica extramuros?. [1]
Son por lo general urgencias históricas las que crean condiciones de posibilidad para interrogar y cuestionar nuestros supuestos teóricos y clínicos, habilitando de este modo diversas elaboraciones conceptuales. Así como para Freud lo fue el terrible escenario de sufrimiento y devastación durante la Primera Guerra Mundial, lo cual conduce al psicoanálisis a re-examinar la neurosis traumática a la luz de la experiencia de los soldados en la guerra; para Winnicott fue el contexto de la Segunda Guerra Mundial, donde los bombardeos alemanes obligaron a la evacuación de cientos de niños ingleses sin sus madres, lo que da a este autor la posibilidad de advertir el peligro de tal situación en lo que respecta a los avatares del desarrollo emocional de un niño. Del mismo modo, y más recientemente, podemos encontrar todo el trabajo realizado por colegas en torno a las apropiaciones producto del golpe de Estado en el ’76, trabajos que han dado a luz diversas elaboraciones y herramientas de intervención. Silvia Bleichmar, por su parte, revisa algunas conceptualizaciones freudianas y de teoría de grupos, para intervenir en el trágico terremoto que afectó a México en 1985. Y así Cromañón, la Amia, entre otros. En nuestro caso, producto de la ausencia de políticas públicas tendientes a planificar y regular la caótica urbanización que se viene produciendo hace años, contamos con esta catástrofe natural, convertida en potencial trauma colectivo, como acontecimiento histórico provocador de la elucidación acerca de las herramientas que, como analistas, podemos ofertar para abordar los efectos producidos sobre las subjetividades dañadas.
En el presente trabajo intentaré rodear algunos de los interrogantes mencionados, tomando como eje cuestiones relativas al problema del traumatismo y de la neurosis traumática, para luego ver cómo se juegan estos modelos en la población que asistimos. Intentaré abordar también las particularidades del trauma colectivo y su inscripción en los sujetos singulares. Para ello será fundamental dar cuenta del modo en que vamos a concebir lo psíquico y sus relaciones con lo histórico social, teniendo en cuenta que partimos de una noción de subjetividad como producción socio-histórica, es decir como una formación que corresponde simultáneamente al sujeto singular y al conjunto.
De la catástrofe a lo traumático
Es una evidencia clínica, y en lo personal íntima, la no correlación punto a punto entre la catástrofe natural que hemos padecido como sociedad, y su inscripción como experiencia traumática. Si bien desde el sentido común muchas veces puede no diferenciarse la noción de catástrofe y la de trauma, considero pertinente deslindar sus definiciones para precisar sus verdaderos alcances. En este sentido, cuando hablamos de catástrofe pensamos en aquellos sucesos que alteran, de algún modo, un orden regular e instituido de los elementos, produciendo así ciertos efectos. El traumatismo, por su parte, determina el modo por el cual estas catástrofes padecidas en común, atacan cada subjetividad de manera diferente en aquellos que la padecen. Por lo tanto, si bien toda catástrofe, de una u otra manera, produce cambios sustanciales en el ordenamiento cotidiano de una sociedad, no podemos deducir directamente de ello la instalación de un traumatismo singular. Sí tendremos oportunidad como psicólogos de relevar la situación subjetiva de los afectados, localizar síntomas que den cuenta de lo traumático y brindar herramientas de intervención para trabajar sobre tales efectos.
Ahora bien, ¿a qué nos referimos específicamente cuando hablamos de trauma?; ¿cuáles son las condiciones de su inscripción? A partir del rastreo realizado en torno a dicha noción puede localizarse que, desde una perspectiva psicoanalítica, las tres significaciones inherentes al mismo (choque violento, efracción y las consecuencias sobre el conjunto de la organización afectada), fueron traspuestas desde el dominio físico y orgánico al plano psicológico [2]. De este modo se lo define como un exceso de estímulos que el psiquismo no alcanzaría a elaborar y por tal motivo produciría un impacto desorganizador en la vida psíquica. Freud en las Conferencias de Introducción al psicoanálisis de 1915 a 1917 dice: “Llamamos así (en relación al traumatismo) a una vivencia que, en breve lapso, aporta un exceso tal en la intensidad del estímulo que su tramitación o finiquitación por las vías habituales y normales fracasa, de donde por fuerza resultan trastornos duraderos para la economía energética” [3]. Esta noción de trauma en psicoanálisis fue tributaria de una nueva concepción de la neurosis, basada primero en la teoría de la seducción, y luego en la de conflicto defensivo.
Entonces Freud recorta tres elementos centrales para la instalación de un hecho como traumático para la vida psíquica: una experiencia vivida, un estímulo excesivo y su consecuente excitación, más el fracaso de tramitación por vías habituales.
Ahora bien, dicho autor también señala que todo trauma cuenta con dos tiempos. Es decir, no bastaría con un accidente o una fuerte emoción para sancionar que allí hay trauma; sino que se precisan por lo menos dos hechos, junto a las ideas y deseos asociados, que se encuentren en conflicto. En este punto ya podemos advertir una de las condiciones centrales de la experiencia traumática, que de alguna manera delimitan su cerco y la diferencian de la catástrofe en general. Para ser más precisa, no todos los habitantes de la ciudad de La Plata, por el solo hecho de haber padecido la inundación y sus consecuencias, hoy presentan sintomatología propia de lo traumático. En el caso de ser así, Freud refiere que luego del momento del accidente devendría un tiempo de latencia que llevaría o a un cuadro de neurosis traumática o a la manifestación de una neurosis preexistente revelada, en un segundo tiempo, por tal acontecimiento (patología neurótica previa).
En 1919, el contexto de la Primera Guerra Mundial, lleva a Freud a re-situar la preeminencia de los conflictos internos, para considerar en cambio el papel determinante del terror, es decir, la estimulación excesiva que abruma el funcionamiento del organismo suspendiendo así las reglas del principio del placer. En “Acerca de las neurosis de guerra” [4] Freud advierte que dichas neurosis (concibiéndolas como una modalidad de las neurosis traumáticas) se producen en los soldados de la retaguardia y no en los sujetos que están en el frente del combate. Pareciera que lo capital para que se desencadene una neurosis traumática es que no haya habido trauma físico. Con este planteo cuestiona en alguna medida la idea de que es el estímulo externo el que ocasiona dicha neurosis. Más bien se correlacionaría con el vínculo existente entre el estímulo externo y aquello que precipita en el sujeto y propicia la emergencia de patología. Entonces se comienza a manejar una nueva hipótesis “…el efecto traumático no es el producto directo del estímulo externo, sino que es producto de la relación existente entre el impacto y el aflujo de excitación desencadenada” [5].
El análisis de este tipo de neurosis da cuenta de un punto de concordancia con las neurosis actuales: en ambas hay un monto de excitación que no logra ser procesado. Es decir, el Yo encontraría dificultades para llevar a cabo su principal tarea de dar sentido, procesar, derivar y ligar.
En “Más allá del principio del placer” [6] Freud profundiza su elaboración en torno a las neurosis traumáticas y afirma que el trauma constituye la respuesta del organismo a una excitación excesiva del mundo externo que rompe la barrera protectora del Yo y que sobreviene de manera tan repentina que no es completamente asimilada por éste. El Yo, contradiciendo la economía psíquica del Principio del Placer, se ve en la necesidad de repetir la experiencia a través de pesadillas o acciones conscientes e inconscientes con el objeto de reducir a su dominio de experiencia el evento acontecido. Sin embargo, dicha repetición no logra captar por completo ese conocimiento y termina formándose una conducta compulsiva evidenciada en múltiples síntomas. El Yo entonces se presenta en un estado de desvalimiento, desamparo y angustia, al que las señales de alerta, al igual que las de aquel mediodía del 2 de Abril, no logran disipar.
Pues entonces, se puede precisar que la problemática de la elaboración del trauma está vinculada, muy especialmente, al sentido que éste adquiere para cada sujeto y a la posibilidad de encontrar y mantener apoyos adecuados para el psiquismo. Es importante, según Silvia Bleichmar, localizar la capacidad con la que cuenta el aparato psíquico para reestablecer redes de ligazón que puedan trenzar los elementos que apuntan a romper sus defensas habituales. Si el entramado Yoico no logra capturarlos, porque están más allá de las simbolizaciones que se han ido estableciendo a lo largo de las experiencias significantes que la vida ofrece, quedarían librados, produciendo síntoma o una modificación general de la vida psíquica.
Llegado a este punto considero que es conveniente diferenciar la situación traumática del traumatismo efectivo, justamente para dar lugar a las diversas respuestas que los sujetos tienen frente a los acontecimientos disruptivos.
Luis Hornstein refiere: “El sujeto está abierto a su historia, no sólo en el pasado sino en la actualidad. Está entre la repetición y la creación. No es un sistema abierto porque algunos psicoanalistas hayamos decidido aplicarle la teoría de la complejidad. Es abierto porque los encuentros, vínculos, traumas, catástrofes, realidad, duelos, autorganizan al sujeto y él recrea todo aquello que recibe. Ciertos ruidos devienen información complejizante y no desorganizante. La estabilidad psíquica se reconstruye según condiciones que surgen y se desvanecen sin cesar” [7].
El traumatismo, en este sentido, es además de un elemento desencadenante el productor de algo nuevo, al resignificar las representaciones previamente inscriptas en el aparato psíquico. El Yo, es además de una instancia defensiva, el responsable de ir tejiendo significaciones y tramas de sentido que sostienen, de alguna manera, todo el aparato psíquico. Pues entonces, cuenta con una doble función: por un lado, defensiva y por otro creadora e instituyente.
El quehacer del analista: ‘entre’ lo colectivo y lo singular
En función de lo desarrollado hasta aquí, podemos pensar que los efectos que una catástrofe social produce en el sujeto dependen de: la posición de éste frente al traumatismo, las primeras formas de simbolización espontánea y los modos en que pueda seguir resignificando, entramando dicho acontecimiento en su historia vivencial singular.
Ahora bien, si consideramos a la subjetividad como producción histórico-social, cobra relevancia la lectura de las formas que el suceso vaya tomando en el imaginario colectivo y las respuestas sociales que el conjunto social, político, cultural y jurídico pueda ir brindando frente a esa catástrofe. Por tanto, si bien podemos hablar del sentido individual del trauma como la posibilidad de contar con los apoyos adecuados para responder, cuando se trata de un trauma social, dichos apoyos están vinculados también al procesamiento colectivo de la situación traumática. En la coyuntura que estamos abordando, pienso que es complejo delimitar cuáles han sido los soportes colectivos para el apuntalamiento singular de tal elaboración. Por un lado contamos con una vasta red de solidaridad construida por los vecinos en las primeras semanas luego de la inundación. Quizá la urgencia de un contexto convulsionado despertó en muchos la necesidad de reparar tanto dolor. Ahora bien, esta escena se sostiene sobre otra que alude a la falta de planificación y de políticas públicas tendientes a configurar un proceso de urbanización atento al bienestar de la población, no solo actual sino futuro [8]. En este sentido si hoy, a más de dos meses de la tragedia, volviera el clima a ensañarse con nuestra ciudad, no caben dudas que estaríamos en iguales condiciones que en Abril; este planteo no intenta ser alarmista, sino diagnosticar y en alguna medida denunciar, la pérdida colectiva en la trasmisión de experiencias y en la capacidad de historización social, con las múltiples consecuencias que esto conlleva. Yago Franco analiza la preponderancia de lo actual en nuestras sociedades, actualidad que implica la urgencia del minuto a minuto, y donde el recorrido por la historia es vivido como pérdida de tiempo. Este autor refiere que tal situación responde a un modo de ser de la sociedad que tiende a ser inasimilable para la psique y produce graves dificultades en la capacidad de representación y simbolización social [9]. Tanto en el año 2002, como en el 2005, el 2008 y el 2010 la ciudad de La Plata y zonas aledañas al casco urbano, padecieron terribles inundaciones que produjeron múltiples pérdidas; sin embargo la mayor pérdida es la de la memoria colectiva de dichos acontecimiento. No se crearon en todos estos años, ni comunalmente ni desde la planificación estatal, medidas tendientes a la prevención de nuevas catástrofes [10]. ¿Cómo concebir que en menos de dos años nos hayamos “olvidado” de tales situaciones?
Podemos hipotetizar que estos “olvidos” históricos se producen por cierto empobrecimiento progresivo del campo simbólico colectivo, promovido por el modo de ser de la sociedad actual donde la significación del capitalismo, preeminente como significación central, justamente apunta a la degradación de lo simbólico, a la fragmentación de los lazos, a la ahistorización y obstaculiza, en gran medida, la elaboración colectiva, por ejemplo, de las catástrofes. Son los discursos dominantes (hoy el papel de los medios de comunicación y algunos sectores estatales -aún en su ausencia efectiva-), los modelos identificatorios y los ideales colectivos los que actualmente, animados por la significación capitalista, otorgan sentidos y representaciones específicas a los fenómenos sociales y son, además, con lo que cuenta un sujeto para su elaboración singular. Cuando dichos soportes son frágiles, engañosos o contradictorios los sujetos se presentan desbrujulados, con el malestar inevitable y la retraumatización que produce aquello que no encuentra canales factibles de elaboración.
Frente a este panorama, quizá una de las tareas que como profesionales de la “salud mental” se nos convierte en ineludible, es la de trabajar a contrapelo de dicha degradación simbólica, apostar a la reconstrucción de las tramas narrativas que el agua parece haber arrastrado, favorecer la creación de nuevos sentidos y recomponer algo del "sujeto de deseo" desbastado por el "sujeto de la catástrofe".
Lo anterior, de alguna manera, es proceder en la vía contraria al desmantelamiento defensivo, cotidiano en el análisis. En este sentido nos confrontará al desafío de repensar la posición del analista.
Apuntar a lo identitario del sujeto en la numerosidad social [11], implica ir uniendo los fragmentos producidos por una sociedad que no cuenta, o sólo lo hace de modo endeble, con los baluartes identificatorios necesarios para sostener las subjetividades en momentos de crisis como las que vivimos en nuestra ciudad.
Ahora bien ¿el dispositivo tradicional del psicoanálisis individual es el apropiado para estas situaciones?; ¿lo es en un segundo tiempo, si algo de lo traumático produce efectos sintomáticos?; ¿los dispositivos grupales pueden ser pertinentes?
No considero que existan recetas ni “La” función del analista propia para estas experiencias. Justamente creo que es un campo a construir, y por qué no, reconstruir. Esto último lo planteo teniendo en cuenta la fuerte pregnancia de lo grupal y las particularidades del trabajo psicoanalítico propio de otras décadas en Argentina, que arrasadas luego por la dictadura militar perdieron su lugar central dentro de la formación académica del psicólogo. Esto es muy importante a la hora de pensar con qué herramientas contamos como psi para el abordaje de estas coyunturas. A todos nos costó (y aún nos cuesta) delimitar nuestra función, nuestro quehacer allí y su pertinencia en situaciones de crisis. Nos cuesta porque en alguna medida no estamos muy acostumbrados a intervenir en “lo extramuros”, lo cual desafía nuestros marcos.
Los dispositivos grupales, sobre todo en un primer tiempo, constituyen un instrumento privilegiado para el trabajo elaborativo del impacto traumático. Quizá de ello luego pueda desprenderse lo individual. Si bien la catarsis (sobre todo la colectiva) no produce en sí misma una resolución sintomal a largo plazo, sí aporta cierto alivio circunstancial del síntoma. En los primeros días luego de la inundación, la gente se agolpaba en diferentes espacios públicos para hablar y llorar, para compartir experiencia. Había una necesidad enorme de empatizar y descargar algo del exceso producido. En otros casos el silencio y la entereza, el llanto nocturno y a solas. El miedo al clima, al cielo cubierto de nubes, a las gotas de lluvia… señales de angustia para el Yo, aún desvalido y sin demasiada capacidad de elaboración.
Una de las tareas del analista podría ser la de abrir un espacio común para el despliegue de la palabra, sin forzarla, solo habilitar un espacio-tiempo para que se anuden y desanuden simbolizaciones, significaciones que no han logrado insertarse aún en las cadenas psíquicas que organicen nuevas formas de sentido opuestas a la compulsión de repetición.
El trabajo del analista consistirá en construir, crear, producir nuevo entramado psíquico allí donde quedó arrasado. Para ello Silvia Bleichmar propone que el analista ofrezca simbolizaciones de transición: el analista puede sentirse convocado por los indicios que el sujeto ofrece, trozos intactos vistos y oídos en la situación traumática, para darles un modo de ensamblaje particular, que es lo que el paciente solo no puede hacer. [12]
Un punto importante a señalar es que en lo personal, somos nosotros mismos los afectados, con lo cual en muchos casos tal exceso de realidad inunda el sistema de teorizaciones y significaciones del analista. Por ello es primordial el análisis de implicación constante y el control metodológico y ético permanente, su distancia operativa, para no saturar de sentido el material escuchado, monopolizándolo bajo la égida del trauma social y borrando así las formas particulares en que cada sujeto engarza lo colectivo con su historia psíquica-vivencial.
En fin, habría mucho más para pensar, y quizá el tiempo nos dé la posibilidad de que algunas cuestiones decanten. Esta es una temática que nos sitúa, una vez más, en la compleja trama psique-sociedad, campo heterogéneo y en permanente tensión, territorio siempre fecundo de nuevos interrogantes e hipótesis.
El agua se ha llevado mucho, pero también nos deja algo. Apuesto a que luego de escurrirnos un poco y secarnos al calor de la creación, este puede ser un nuevo punto de partida y un escenario propicio para inscribir la historia, habitar con lucidez el presente y (re) construir las herramientas necesarias para lo que vendrá.
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