Venimos del caos. De un vacío de sentido, y al mismo tiempo de un desorden en la psique producto de la irrupción en ésta de la fuerza instintual. Desde los momentos inaugurales de la vida, la presencia del Otro, y el propio movimiento de la psique, empujarán al sujeto a imponer un cosmos a dicho caos: el primer paso es crear la pulsión (ver Sobre los límites, en El Psicoanalítico N° 16). La búsqueda de ese cosmos está el servicio de Eros: darle forma al caos, darle sentido. Es lo que se hace presente desde la experiencia de satisfacción. Ante el desorden producido por la necesidad vital de alimento, la psique – en el estado de encuentro con el Otro - impone un sentido alucinatorio: primer escándalo de la psique dirá Piera Aulagnier, al crear una alucinación que ocupará el lugar de la satisfacción real. Doble creación, de la pulsión y de figuras de ésta en el aparato psíquico. Prototipo del sentido, del cosmos, es creación. La psique humana es creación a partir del caos. Creación de afectos, representaciones, deseos, o sea representantes de la pulsión en la psique. Diremos entonces que en el caos habita una fuerza formadora, fuerza que impulsa a la creación de figuras de la psique. Así como en el Otro habita una alianza con esa fuerza formadora que habita la psique del infans.
El caos, entonces, es condición de la creación. No hay creación sin caos. Desde el punto de vista metapsicológico: no es posible la figurabilidad psíquica sin la presencia disruptiva de la pulsión, que previamente fue instinto y que en el encuentro con el Otro se transforma en algo figurable para la psique. Ese quantum que es la pulsión es el motor de la psique: la obliga a la figuración. La figuración es tarea de la imaginación radical (tal el nombre que le daremos a la fuerza formadora), que provee a la pulsión de representantes representativos. Y estos son creación ex-nihilo: es decir, son a partir de nada, de una nada de forma previa y de una nada de sentido, pero no quiere decir que no sean condicionadas por lo ya existente – la historia, y en el origen el Otro y su discurso y deseo - o que no surjan a través de lo que está presente en un momento dado. Tomemos como ejemplo el sueño: la psique crea una escena que impacta en el sujeto por su sin sentido o por un sentido que lo asombra, porque hay elementos familiares (está condicionado por lo ya vivido, incluyendo su mundo fantasmático) y también por las circunstancias (restos diurnos, pensamientos, preocupaciones actuales, conflictos a resolver, situaciones a enfrentar). El sueño tiene tras de sí el caos, el abismo, el sin-fondo de sentido, lo que puede apreciarse en lo que ya anticipara Freud: ningún sueño puede interpretarse de modo absoluto. Siempre hay algo que permanece obscuro, no puede reconducirse a sus condiciones de origen. Es lo que conocemos como ombligo del sueño, que lo liga a lo desconocido. El sueño reúne las condiciones que permiten pensarlo como surgido del caos (desorden, vacío de significación). No puede volverse al origen del mismo, y no estaba previamente: es una forma nueva, creación ex-nihilo, que contiene un punto indescifrable. Aun así, están lo denominados por Freud como sueños de abajo, que reúnen la condición de una creación exnihilo, y los sueños de arriba, que representan pensamientos ligados al yo. En este último caso vemos la presencia de una creación de bajo nivel, más que nada producida como efecto de permutaciones y combinaciones de elementos ya existentes. Ciencia, sociedad y caos
La física cuántica es pensable como creación ex-nihilo: sus formulaciones son originales, es una nueva forma dentro de la física. Pero, sin embargo, no es sin lo que la antecede (la física newtoniana), y se da en medio de circunstancias, de pensamiento de su época. Otro tanto le cabe al psicoanálisis: el genio freudiano toma algo preexistente (el interés histórico por los sueños y su sentido) y le da otro lugar, crea una metapsicología, un modelo de funcionamiento del aparato psíquico, el lugar del deseo, de la sexualidad, etc. y hace entonces del sueño otra cosa. Freud lo imagina en un momento dado (pone en juego el análisis de sus propios sueños, en medio del descubrimiento del Complejo de Edipo), luego le da forma transmisible. No podemos volver esta creación freudiana a su punto de origen: ¿son sus sueños?, ¿sus elucidaciones previas? ¿su análisis de histéricas? Imposible saber en qué momento se origina. Tanto como no es posible establecer plenamente cómo se pasó en muchas sociedades feudales al capitalismo, o por qué se hizo de modo diferente.
Estamos siempre obligados a volver sobre el origen (en la historia de un sujeto, de una sociedad o de un pensamiento), pero es finalmente inaprensible ese momento de creación, ese caos que dará lugar a esa nueva forma, que tampoco es anticipable. La creación no puede volverse al punto de origen (ya no puede volverse a la física newtoniana a un psiquismo sin la teorización psicoanalítica) y al mismo tiempo no pudieron ser anticipables dichas creaciones. Se debe decir que la verdadera creación de lo nuevo debe contener “la indeducibilidad y la improducibilidad, es decir, la inconstruibilidad de X a partir del conjunto de la situación precedente” [1]. Al igual que en la cura analítica. Así como no podemos volver al caos de ese sujeto, aunque la transferencia nos permita elucidarlo, asomarnos a partes del mismo, a ese sin fondo del ser: ese abismo, ese caos, ese sin fondo del ser que, al mismo tiempo es fuerza formadora (Castoriadis).
Clínica, caos y creación
La clínica psicoanalítica, la curación psicoanalítica, es un lugar en el cual debe hacerse presente (debería hacerse presente) la creación. Pero antes de avanzar, digamos que caos y creación no pueden estar presentes sin la alteración. ¿De qué alteración hablamos? Creación y alteración van de la mano.
Considerar la cuestión de la creación y de la alteración implica consideraciones de índole ontológico, que si bien pertenecen al terreno de la filosofía, están presentes (aunque no sean mencionadas, pensadas siquiera) en todo pensamiento, en toda concepción sobre el sujeto, la psique, la sociedad. ¿Qué idea del ser es la idea que considera la alteración en su núcleo, y que da lugar a pensar por lo tanto en la creación al interior del mismo? ¿Y qué consecuencias tiene para la práctica del psicoanálisis tomar en consideración dicha tesis ontológica? ¿Cómo puede advertirse en la cura la presencia de la alteración y de la creación? ¿De qué creación se trata en psicoanálisis? Estas enormes preguntas no pueden ser abordadas acabadamente en este escrito, pero sí podemos aproximarnos en algo a ellas.
Brevemente: es necesario que el Ser no esté plenamente determinado para que pueda producirse una alteración en el mismo, que cobra la forma de nuevas determinaciones. Volvamos al sueño: la interpretación del mismo y/o el impacto que el mismo puede producir sobre el sujeto crea nuevas determinaciones, abre nuevas vías de significación, al mismo tiempo que deja de lado otras, que puede destituirlas, suplantarlas. Este modo de pensar el Ser es heredero de lo sostenido por Anaximandro: el origen de todas las cosas es lo indeterminado (ápeiron). La creación de nuevas determinaciones implica una alteración en el Ser.
He insistido en que es necesario extender la tríada del recuerdo, la repetición y la elaboración, incluyendo a la creación (ver seminario virtual De la repetición a la creación en psicoanálisis). Si – como fue dicho al inicio de este texto – la creación está desde el origen mismo del aparato psíquico, en el hecho de la transformación del instinto en pulsión y en la creación de representantes representativos de ésta, también fue remarcado que estas creaciones – producidas a partir de un caos originario – están al servicio de Eros. Esto es fundamental: la repetición muestra sobre todo la presencia de la pulsión de muerte, la persistencia de un sentido, de una representación, de una figura, de la presencia una y otra vez de un modo de descarga pulsional. En cambio la creación – precedida generalmente por la elaboración – señala la presencia de Eros, de las formas nuevas. En la cura la repetición de un síntoma, de una significación, de una pesadilla, de una identificación, de un malestar, de un modo fijo de satisfacción pulsional, y del otro lado, la aparición de nuevas significaciones e identificaciones y de modos de satisfacción del mundo pulsional: la creación, presencia de Eros.
Esto permite pensar al inconsciente de modo positivo, creador, y pensar en una clínica más asentada en Eros, aunque no deseche la presencia de la pulsión de muerte. Lo que es fundamental para la práctica del psicoanálisis hoy, dado que los sujetos que consultan presentan en su amplia mayoría formaciones clínicas alejadas de los síntomas, es decir, con escasa o nula significación en juego, y atrapados entre angustia de desamparo y repetición, tal como hemos sostenido en otros lugares (seminario virtual Problemáticas clínicas actuales) como consecuencia de su participación en una cultura situada más allá del malestar en la cultura. Señalar la repetición obstinadamente puede arrojar al sujeto a un callejón sin salida. La creación, lo que no se repite, abre las puertas para nuevas significaciones individuales, abre la lógica del deseo.
Por supuesto que de ninguna manera debe considerarse a la creación como sinónimo de lo bueno: sabemos que hay creaciones aberrantes, tanto a nivel colectivo como individual. Está claro que nos referimos a las creaciones en tanto están sujetas a una ética de reconocimiento de la alteridad como principio básico de lo humano, de la alteridad en relación al semejante pero también en relación al sujeto mismo, en sus contradicciones y aspectos nunca conocidos plenamente, siendo él mismo una alteridad en relación al semejante.
Entonces, reiterando lo ya manifestado en otro lugar: “Si Freud intentaba a través de su método dar expresión a aquello que era reprimido por la cultura oficial (produciendo aquella nerviosidad moderna de la que nos hablara en 1908), hoy se trata de dar expresión a lo que carece de representantes para hacerlo (…) Si el psicoanálisis es creación, si es actividad práctico-poiética, hoy, de lo que se trata, es de un dispositivo que ayude a los sujetos a hallar condiciones para que tenga lugar la figurabilidad psíquica. Que es lo mismo que decir que puedan crearse representantes representativos de la pulsión, cuya ausencia se observa cotidianamente en el empobrecimiento tanto del mundo afectivo como representacional de buena parte de los sujetos que consultan, más allá de sus diagnósticos.” [2]
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