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La mayor unión admite excepción.
Segunda parte: Juntos a pesar del desprestigio del Otro

Por María Cristina Oleaga
 
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Imagen obtenida de: http://theseekexperience.blogspot.com.ar/2011/07/ishida.html
“La mayor unión admite excepción” *
Primera parte: Juntos, siempre y cuando seamos iguales ante el Otro.
Por María Cristina Oleaga
mcoleaga@elpsicoanalitico.com.ar
 
“En la vida anímica del individuo, el otro cuenta, con toda regularidad, como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo, y por eso desde el comienzo mismo la psicología individual es simultáneamente psicología social en este sentido más lato, pero enteramente legítimo.” [1]

“Lo que más tarde hallamos activo en la sociedad en calidad de espíritu comunitario, esprit de corps, no desmiente ese linaje suyo, el de la envidia originaria.” [2]

 










La fratria freudiana

Freud fue pesimista respecto de muchos temas, seguramente por haber penetrado tan hondo en los orígenes de la subjetividad y –por lo tanto- en sus límites. No escapa a su desesperanza el carácter de los lazos sociales. Para él, la ley -tanto la internalizada como la escrita- es la que puede preservarlos, ya que lo que acecha desde el Inconsciente hace verdad de la máxima: Homo homini lupus. Así, define “justicia social”: “(…) quiere decir que uno se deniega muchas cosas para que también otros deban renunciar a ellas o, lo que es lo mismo, no puedan exigirlas. Esta exigencia de igualdad es la raíz de la conciencia moral social y del sentimiento del deber.” [3]

Si rastreamos el mito de la horda primitiva y sus efectos en la subjetividad de los hermanos, encontramos que Freud resalta el rasgo -que también hallará en sueños de sus pacientes- relativo a los lazos fraternos.  Se trata de la hostilidad. Los hijos mayores la experimentan frente a los menores, en tanto su llegada se significa como amenza de pérdida irreparable de amor del Otro, del amor que es imprescindible para el sujeto.  Ni el amor por el Otro ni la fraternidad son datos primarios: “Aun a las personas a quienes parece amar desde el principio, las ama ante todo porque le hacen falta, no puede prescindir de ellas; por lo tanto, otra vez por motivos egoístas (…) De hecho, el niño ha aprendido a amar en el egoísmo.” [4] La muerte de los hermanos como idea, bajo la forma de no retorno que –dice- está presente en el niño,  acecha, siempre, desde el deseo inconsciente. Así como los hermanos de la horda deponen su actitud  de lucha para convivir bajo una ley, el niño en la familia, dice Freud, al fracasar su deseo de mantener al hermano lejos del amor de sus padres, al ver cómo lo perjudica su actitud hostil, se identifica con los otros niños  y así se forma el sentimiento de masa o comunidad que luego desarrollará la escuela. Freud define este resultado como “formación reactiva” y dice que su primera exigencia es la de justicia, “el trato igual para todos.” “(…) Si uno mismo no puede ser el preferido, entonces ningún otro deberá serlo.” [5]


Lacan; el pequeño otro y la agresividad; la segregación y el odio

Lacan retoma los planteos freudianos respecto de la fraternidad y propone, al comienzo de su enseñanza, el Complejo de la Intrusión: los lugares en la determinación de las posiciones –del heredero o del usurpador-, el surgimiento de los celos y su fundamento en la identificación mental, así como el surgimiento de la agresividad. Establece diferencias, en cuanto a la gravedad de las consecuencias para el sujeto, según el intruso llegue antes o después del complejo de Edipo y define la constitución misma del yo en la dialéctica narcisística especular. Los celos serían el “arquetipo de los sentimientos sociales”. [6]

Más de diez años después, Lacan vuelve sobre el  origen especular del Yo (moi) en la dialéctica especular: “Esta forma por lo demás debería más bien designarse como yo-ideal, (…) será también el tronco de las identificaciones secundarias, cuyas funciones de normalización libidinal reconocemos bajo ese término.” [7] Hay una anticipación en la captura de la identificación imaginaria. Ese otro de la completud que soy en la imagen esconde -a la vez que inaugura- el dato de la prematuración y la incompletud: “(…) el estadio del espejo es un drama cuyo empuje interno se precipita de la insuficiencia a la anticipación; (…)” [8] Esa discordancia se sortea y la identificación se realiza a condición de que el marco simbólico -el Otro del lenguaje, incluso bajo la forma del que garantiza con su mirada de aprobación que soy ése que veo delante de mí- sostenga la ilusión.

Respecto de sus destinos, dice Lacan: ”Este momento en que termina el estadio del espejo inaugura, por la identificación con la imago del semejante  y el drama de los celos primordiales (…) la dialéctica que desde entonces liga al yo (je) con situaciones socialmente elaboradas.” [9] La lucha con el otro, la agresividad en relación con ese lugar del Yo Ideal tiene allí su fuente.

Asimismo, Lacan señala lo que denomina “juntura de la naturaleza con la cultura”  y habla de la “locura”, tanto de la que “yace entre los muros de los manicomios como de la  que ensordece la tierra con su sonido y su furia”. Dice: “(…) sólo el psicoanálisis reconoce ese nudo de servidumbre imaginaria que el amor debe siempre volver a deshacer o cortar de tajo.” Se refiere, así a los sentimientos altruistas y a la lucha agresiva que los subtiende.   [10] Tampoco Lacan es optimista en este punto.

En el Seminario XI Lacan destaca  -retomando la descripción que hace San Agustín en sus “Confesiones”- el dato de la envidia y el “apetito del ojo” o “mal de ojo” –en tanto órgano- como paradigmático del niño que mira a su hermano mamar del pecho de su madre “(…) con una mirada amarga, que lo deja descompuesto y le produce a él el efecto de una ponzoña.”  Dice que no debemos confundirla con los celos -inscriptos en la terceridad-; el niño no envidia (recordemos que envie remite también a deseo) algo apetecible para él. “(…) Todos saben que la envidia suele provocarla comúnmente la posesión de bienes que no tendrían ninguna utilidad para quien los envidia, y cuya verdadera naturaleza ni siquiera sospecha.

(…) Hace que el sujeto se ponga pálido (…) ante la imagen de una completitud que se cierra, y que se cierra porque el ‘a’ minúscula (…) puede ser para otro posesión con la que se satisface, la Befriedigung.” [11] La envidia es una verdadera caída del erotismo referida a la pulsión escópica que Lacan homologa con el lugar del asco en relación con la pulsión oral.

Cuando, en el Seminario XVII,  Lacan revisa el mito freudiano de Totem y Tabú, mito en tanto “contenido manifiesto”, dice: “Este empeño que ponemos en ser todos hermanos prueba evidentemente que no lo somos. Incluso con nuestro hermano consanguíneo, nada nos demuestra que seamos su hermano, podemos tener un montón de cromosomas completamente opuestos. (…) Sólo conozco un origen de la fraternidad (…), es la segregación. (…). Incluso no hay fraternidad que pueda concebirse sino es por estar separados juntos, separados del resto, (…).” [12]

La concepción lacaniana de la segregación resulta crucial para entender los fenómenos de la civilización actual. En la Proposición del 9 de octubre, ya en 1967, advierte sobre los efectos terribles a esperar de la universalización que imponen los mercados y la ciencia. Ese ‘para todos’ que ejercen resulta pensable si nos limitamos al campo simbólico, del significante, pero no se puede extender ni a los modos de gozar ni al deseo inconsciente: “Abreviemos diciendo que lo que vimos emerger para nuestro horror, hablando del holocausto, representa la reacción de precursores con relación a lo que se irá desarrollando como consecuencia del reordenamiento de las organizaciones sociales por la ciencia y, principalmente de la universalización que introduce en ellas. Nuestro porvenir de mercados comunes será balanceado por la extensión cada vez más dura de los procesos de segregación.” [13]

Así, los modos de goce que se pretende ignorar retornan incluso bajo formas monstruosas de defender lo singular desde el odio. No hace falta detallar lo que implica el fanatismo de la secta, producto segregativo extremo, cuando retorna, por ejemplo, en la bomba humana que se autodestruye y siembra el terror en nombre de algún ‘Bien’. Al respecto, es interesante la película Mil veces buenas noches, en la que se ven los rituales que rodean dicha operación, la trágica relación del Bien y el Mal. Vemos, así, caminos que van  desde lo constitucional – desde el origen de lo fraterno- hacia destinos  que pueden darse cuando el nosotros que nos ocupa es tomado por lo social específico de una época.


La perversión del sistema y la precariedad de los lazos

Nos hemos ocupado, en esta revista y en repetidas ocasiones, de caracterizar la subjetividad actual. Me importa ahora referirme al modo en que se vinculan entre sí los  sujetos en este sistema, sobre todo los pertenecientes a sectores más vulnerables,  así como imaginar qué condiciones harían posible cambios en la sociedad. Vemos diferencias llamativas entre los rasgos de solidaridad presentes tradicionalmente en las barriadas, entre los sujetos de la pobreza, y las características de ley de la selva en las que viven y de las que se quejan hoy también los excluidos del sistema. Las violencias que padecen se generan no sólo desde afuera sino inclusive entre ellos.

El así llamado Estado de bienestar, en el que anidó la pobreza, cedió lugar a un Estado que abusa más francamente de la mayoría de los seres que se supone tiene que proteger. Parece hoy más dispuesto a mantenerlos en una supervivencia condenada a la desnutrición simbólica [14] más severa y, a la vez, a disponer de sus votos al ejercer la dádiva desde un lugar discursivo de benefactor único. El populismo en el Estado benefactor se ha sostenido a partir de la figura protectora del líder, supuesto sustituto paterno, y de la identificación horizontal de los hermanos   frente a un enemigo que los amenaza con la destrucción. El líder/Padre promete garantizar la justicia distributiva que permitirá el mantenimiento del lazo fraterno horizontal. Recordemos que la fragilidad de ese lazo, debida a su origen, requiere del cumplimiento de ese requisito de justicia.

Sin embargo, otra característica de los Estados actuales, desde los monárquicos, pasando por los religiosos y siguiendo por los de países emergentes y demás Estados formalmente democráticos, es la abierta descomposición producto de la corrupción así como de la impunidad. Es difícil otorgar, en este contexto, veracidad ni al relato  populista ni a los demás.  Hay una permanente divergencia entre los discursos y los hechos constatables: el enriquecimiento permanente de unos pocos y la caída fuera de toda existencia digna de muchos. Sabemos cómo, en el terreno de lo intrapsíquico, funciona esta divergencia. Es el caso paradigmático del padre abusador que, sin embargo, se ocupa de dirigirse permanentemente a su víctima por medio de un discurso amoroso, que la halaga con el privilegio de su elección perversa. La víctima sobrevive gracias al uso de mecanismos defensivos, básicamente de la negación y de la disociación, que la empobrecen y fragmentan. Todo para sostener al abusador en su lugar de protector. No debemos olvidar que, en el caso de los hijos, éstos dependen del adulto en cuestión para sobrevivir.

No es lícito trasladar los datos intrapsíquicos sin las consideraciones y diferencias que corresponden a su inserción en el plano social. Sin embargo, hay un punto, la dependencia necesaria, que puede funcionar de denominador común. Extensas poblaciones, compuestas por varias generaciones que han dependido y dependen de  subsidios y de dádivas, desconocen su propia potencialidad y permanecen en el pánico de perder las migajas que vienen recibiendo. La identificación vertical, al Padre protector, no logra sostenerse en este marco de descomposición. Han perdido historia y proyecto, para refugiarse en un permanente día a día de supervivencia. Esta característica cercena, sin duda, las posibilidades de mantener y de desarrollar lazos fraternos libidinizados. El rasgo necesario y constitutivo de la fratria, tanto social como familiar, es el del imperio de la justicia: trato igual para todos. Asistimos, ante el fracaso de ese punto, al desprestigio de los líderes y al despliegue de todo tipo de violencias en el interior de esos agrupamientos, condiciones más próximas a la ley de la selva que al imperio de la Ley. [15]


(*) Baltasar Gracián.


Segunda parte


 
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Notas
 
[1] Freud, Sigmund, Obras Completas, Tomo XVIII, Psicología de las masas y análisis del yo, pág. 67, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1986.
[2] Ibid (1), pág. 113/14.
[3] Ibid (2).
[4] Freud, Sigmund, Obras Completas, Tomo XV, Conferencias de introducción al psicoanálisis, Conferencia 13: Rasgos arcaicos e infantiles del sueño, pág. 186, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1986.
[5] Ibid (1).
[6] Lacan, Jacques, La Familia, El Complejo de la Intrusión, pág. 33/48, Ediciones Homo Sapiens, Buenos Aires, 1977.
[7] Lacan Jacques, Escritos 1, El Estadío del Espejo como formador de la función del Yo (Je) tal como se nos revela en el experiencia psicoanalítica, pág. 87, Siglo veintiuno editores, Buenos Aires, 1988.
[8] Ibid (7), pág. 90.
[9] Ibid (7), pág. 91.
[10] Ibid (7), pág. 92/93.
[11] Lacan, Jacques, El Seminario, Seminario XI, Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis, De la mirada como objeto a minúscula, IX ¿Qué es un cuadro?, pág. 122, Ediciones Paidós, Buenos Aires, 1987.
[12] Lacan, Jacques, El Seminario, Seminario XVII, El reverso del Psicoanálisis, Capítulo VII: Edipo, Moisés y el Padre de la Horda, pág. 119/24, Ediciones Paidós, 1992.
[13] Lacan, Jacques, Proposición del 9 de octubre de 1967, Manantial, pág. 22.
[14] Oleaga, María Cristina, Desnutrición simbólica y desamparo, El Psicoanalítico 3, Afectuosa-mente.
[15] Oleaga, María Cristina, Revista El Psicoanalítico, Sección Último Momento, Violencias.
 
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