SUBJETIVIDAD
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Subjetividad en fuga
Por Marcelo Luis Cao
 
 
 
The supermarket, 1972. George Tooker
The supermarket, 1972. George Tooker. Imagen obtenida de: http://www.20minutos.es/fotos/artes/george-tooker-1920-2011-7630/?imagen=4
“Cuando la autoridad suspira...” Fragmentos de intervención
Por Luciana Chairo
lucianachairo@elpsicoanalitico.com.ar
Francisco Maletta
franciscomaletta@gmail.com
Lorena Rossi
lore_rossi@hotmail.com
 

Dice el saber popular que un suspiro representa el aire que a alguien le sobra por la persona que le falta. Es el aire que se escapa a partir de una pérdida, de una falta. El suspiro se filtra- aún sin ser advertido- entre los labios, en cada gesto, en la mirada furtiva y en un semblante librado a la gravedad.

“Cuando la autoridad suspira” es el nombre que decidimos dar a este relato de intervención institucional, donde justamente es la función de autoridad, la capacidad de conducción y de legalidad, las cualidades que vacilan en las personas que, en la institución abordada, deberían ejercerlas. ¿Qué efectos produce esto en la institución y sus miembros?; ¿cómo abordar el malestar que podría conllevar sin caer en intentos de restitución de una autoridad perdida?; ¿qué articulaciones pueden realizarse entre esta vacilación de la función de autoridad y las particularidades de nuestra sociedad contemporánea?

Desde el marco de una actividad de Extensión Universitaria de la Universidad Nacional de La Plata, recibimos un pedido de intervención institucional. Éste  surge a partir de cierto malestar entre los trabajadores que cumplen funciones administrativas en una institución educativa universitaria de nuestra ciudad. Entendemos por intervención institucional o socio-analítica, aquel método de trabajo cuyo objetivo es promover procesos de reflexión colectivos, procurando visibilizar los atravesamientos e inscripciones institucionales, históricas, económicas, políticas e incluso deseantes, que animan a los agrupamientos de la institución. El proceso de elucidación incitado por la labor analítica, busca favorecer efectos singularizantes e inéditos, que logren tener injerencia sobre las acciones colectivas frente al malestar suscitado.

Es importante subrayar que cada realidad institucional presenta sus propias características y sus propios límites, de modo que cada intervención invita al desafío de interrogar certezas y diseñar nuevos dispositivos en función de éstas particularidades.  

Dicha intervención se realiza en el contexto laboral, con lo cual es el trabajo  lo que reúne a las personas que realizan la consulta. Sabemos, en función de nuestra inscripción en el marco de la psicología y del psicoanálisis en particular, que según Freud ninguna otra técnica de orientación vital liga al individuo tan fuertemente a la realidad, a la comunidad humana, como la acentuación del trabajo. La actividad profesional se vincula con componentes narcisistas, eróticos y agresivos de la persona; ofrece una particular satisfacción cuando ha sido libremente elegida, es decir, cuando permite utilizar, mediante la sublimación, inclinaciones preexistentes y tendencias pulsionales.

No obstante el trabajo es menospreciado por el hombre como camino a la felicidad. No se precipita a él como a otras fuentes de goce, dirá Freud.  La inmensa mayoría de los seres sólo trabaja bajo el imperio de la necesidad, y de esta natural aversión humana al trabajo se derivan los más dificultosos problemas sociales. Estos problemas y los síntomas que se aventuran como respuesta individual y colectiva, van cambiando al compás de las sociedades y su historia, y son producto también de las particularidades de cada trayectoria institucional. Yago Franco refiere: “Freud se detendrá en el malestar producido por lo insatisfactorio del lazo con los semejantes, ante lo cual se erige la cultura como intento de poner remedio al mismo. Para esto utiliza a las instituciones de la sociedad. Pero el efecto coercitivo de estas sumerge nuevamente al sujeto en el malestar”. [1]

Si bien a los sujetos de la institución abordada los reúne un mismo espacio laboral, las significaciones imaginarias que presentan en torno al trabajo como institución son muy diversas. Entre otras cuestiones se pone de manifiesto una brecha generacional que demarca un cambio de paradigma: de “estar empleado” a “ser empleable”. El primero, en donde la exigencia tiene que ver con la rutina, con las repeticiones y con el respeto a las normas, mientras que en el segundo se le pide al sujeto que además sea creativo, independiente y que tome decisiones para adaptarse siempre al cambio. Este pasaje no es gratuito, sobre todo para los sujetos que se han visto trabajando en ambos paradigmas. Y no es gratuito a nivel identitario, ni a nivel de las significaciones imaginarias que animan su trabajo.

Están quienes se identifican fuertemente con la institución, es decir quiénes (según sus propios dichos) “se ponen la camiseta” y presentan una exigencia casi sacrificial,  convencidos de que si ellos no avanzan en la tarea, la institución como un todo no avanza tampoco. Por otro lado, quienes desvalorizan su función, y así se sienten desvalorizados por el semejante y por las autoridades; quienes producen pactos pura y exclusivamente económicos, sosteniendo su tarea como un procedimiento técnico y desprovisto de sentido. Son estas dos posturas las que, ya en los primeros encuentros, se expresan, se enfrentan y provocan conflicto.

El malestar como respuesta y –adelantamos-, el maltrato en el vínculo entre los trabajadores, es el asunto principal  que motiva el pedido de intervención. Quién nos convoca es la máxima autoridad de la institución. Manifiesta cierta preocupación y desorientación respecto de cuáles serían las estrategias óptimas para resolver tales conflictos. Una primera pregunta insiste: ¿será que dicha desorientación por parte de la autoridad, respecto de cómo abordar las problemáticas de los trabajadores, es proporcional al aumento de violencia entre ellos?


Cuando la excepción es la regla

Comenzamos un trabajo sistemático en el que la propuesta fue reunirnos bajo la modalidad de grupo de reflexión durante cinco meses, con una frecuencia quincenal.  Uno de los primeros puntos a subrayar es que no se logró, por ningún medio, sostener dicho encuadre de trabajo, ya que las ausencias reiteradas de los miembros del grupo, la impuntualidad y el posterior “abandono” del espacio, se transformaron en regla.  Esto no quita que afortunadamente contemos con material más que suficiente para leer algunas coordenadas de la dinámica grupal instalada en la institución.

De conformación heterogénea (diversidad etaria, de género, de formación profesional, de trayectorias en el trabajo) este “conjunto de personas” (porque es más adecuado que hablar de  “grupo” en sentido estricto) se mostró impermeable a muchas de las consignas propuestas para el trabajo conjunto,  renegó de cualquier intento de coordinación de la actividad, se quejó de problemas estructurales de la institución considerándolos inabordables e insolucionables, expulsó la causa del malestar al exterior de su configuración, anuló cualquier posibilidad de consenso, (entendiendo que no habría consenso sin un agrupamiento consolidado, un “nosotros” como condición de posibilidad);  ante el intento de problematizar aquello que acontecía se replegó con el argumento de no encontrar sentido en ponerle palabras, con lo cual sabemos que tales asuntos serían factible de repetición [2]

Nuestro objetivo en primera instancia estuvo comandado por “dejar en suspenso” las causas del malestar, lo cual tenía el valor de una apertura allí donde la institución intentaba las clausuras propias de su auto preservación. Contábamos con dos primeras hipótesis:  

  • Este conjunto de personas,  al modo de estrategia sintomática, depositaba “afuera” o en “otro”  las causas de su malestar y no lograba asumir ningún tipo de responsabilidad colectiva o singular en tal asunto.
  • El modo en que estas personas se intentaban comunicar en el espacio  propuesto, estuvo signado por el “hablar todos juntos y al unísono” lo cual podemos suponer que funcionaba como un instrumento para no escuchar-se y no decir-se lo que había para escuchar y decir, para desoír del malestar.

En el espacio de reflexión se reunían sujetos con diversos roles al interior de la institución; entre ellos figuras de autoridad con alto rango jerárquico. Eran justamente estas figuras las que, frente a ciertas denuncias respecto de su no idoneidad o simplemente el reclamo para que ejerzan su función de regulación y amparo, se perdían en un suspiro permanente y aletargado, sin advertir que con ello expresaban mucho más de lo que imaginaban. 

Era clara la división en dos “bandos”: aquellos que encarnaban el malestar y con su denuncia daban cuenta de las dificultades que se presentaban a nivel de la conducción y la autoridad; y otro sector para los que no existía ningún problema más que la queja de los primeros. Este enfrentamiento de bandos producía un terreno sumamente violento, tanto por el maltrato verbal que parecía cronificado, como por el destrato y la renegación del sufrimiento del semejante.

Dicho clivaje se sostiene y se agudiza hasta el último encuentro. Desde la coordinación se intentaron varias maniobras para apuntar a la colectivización del conflicto, a producir cierta tensión en dichas posturas enfrentadas con el fin de apaciguar la lógica de enfrentamiento. De una u otra manera el grupo “nos mostró” su padecer, nos mostró el modo de relación entre ellos y con todo aquel que intentara oficiar de coordinación o, más específicamente, de terceridad. Tal como fue previamente presentado, el agrupamiento con grandes dificultades para hablar libremente de su propio malestar, nos lo mostraba en acto, haciéndonos partícipes del mismo.

Es clara la profunda dificultad que presentó el agrupamiento para alojar, dar lugar y entendimiento a las diferentes posiciones o puntos de vista. De alguna manera hemos observado como operó en ellos cierta ilusión de unidad sin fisuras, que cuando comenzó a mostrar las marcas propias de su agrietamiento, o se renegó o se anuló. Así volvió a individualizarse la responsabilidad de los malestares que los aquejaba y se produjo un terreno de conflicto en el uno a uno, en espejo, sin posibilidad de ninguna mediación simbólica que apaciguara la agresión producida.

Yago Franco, en sus análisis del lugar del otro en la vida psíquica, señala que existen “gradaciones” en la relación del sujeto con el otro: de semejante a adversario, de adversario a enemigo; del cuestionamiento de lo idéntico y aceptación de lo alter, de lo diferente,  a la intolerancia e incluso al exterminio. Como él mismo refiere “no podemos ser sin ese otro, y al mismo tiempo ese otro es nuestro infierno (Sartre), nuestra principal fuente de malestar, pero también de bienestar, es uno de los destinos del placer (Aulagnier)” [3]

En el último encuentro que mantuvimos con el agrupamiento deciden abandonar el dispositivo propuesto y argumentan: “que se vayan las autoridades que no cumplen su función”, “que se jubile la persona que maltrata”, “que no se les crea a las personas que se quejan”,  “el espacio de encuentro perdió su propósito original y ya no tiene sentido”. Todas consignas que de alguna manera ubicaron la responsabilidad y culpa en el otro y presentaron el “abandono” como único modo de solución frente a los conflictos.


Cuando las legalidades se cuestionan

Luego de esta breve descripción de algunas de las coordenadas que se produjeron en los encuentros, podemos pensar que estas dificultades que conllevan luego el enfrentamiento especular entre los diferentes actores institucionales, son producto de una crisis a nivel simbólico, crisis de los límites necesarios para la puesta en forma de cualquier relación, de cualquier colectivo.  Crisis de la figura de la autoridad,  de aquellos instituidos que producen la institución, de lo que se tramita a nivel individual y colectivo. Sostenemos que esta es la expresión de una situación mayor que abarca a la sociedad en su conjunto.

Algunos de los participantes se quejaban, otros protestaban, otros se definían como “felices y sin problemas”; fragmentaciones que ponían en evidencia la imposibilidad de construir una grupalidad y lograr que los problemas y dificultades sean abordados de manera colectiva.
 
Sabemos que la descatectización de espacios grupales, institucionales y/o sociales son reacciones frente a ciertas condiciones socio históricas en las que la crisis del sentido gana la partida. Esto suponiendo que son estos mismos espacios los que la cultura oferta para el amparo y el sostenimiento de los proyectos identificatorios e identitarios. 

Toda institución, en palabras de Yago Franco, es fuente de cierto bienestar mínimo [4], y al mismo tiempo lugar de depósito de las tendencias mortíferas del hombre. Ahora bien, cuando a partir de las crisis institucionales o  desfondamientos de sentido, se ve obturada esta posibilidad de alojar allí la pulsión de muerte, ésta se desplaza a los lazos y se filtra en el terreno social. Pues entonces el amparo necesario para vivir en ella se ve amenazado y produce múltiples efectos dañinos.

Dicho desamparo nos habla de un estado de la sociedad contemporánea  donde se pone en juego  la crisis de emblemas identificatorios, la veritiginosidad de la vida cotidiana y la fugacidad de los vínculos, la tendencia a lo ilimitado y a la mercantilización de lo humano en general, la intolerancia a la diferencia en el reinado de posturas narcisistas; entre otras características que producen  alteraciones subjetivas y colectivas profundas, en las que el resarcimiento que el sujeto obtenía de sus renuncias para vivir en sociedad pierde significación.

La sensación de desamparo que invadió cada encuentro, es una significación que podemos relacionar inmediatamente con la idea de dependencia, ya que un sujeto que necesita amparo, lo necesita de otro: otro semejante, otro institucional o social, que en este caso suspira. Nos referimos a un desamparo sin tercero de apelación que medie,  sin la  legalidad suficiente, por lo menos, sin la legalidad de antaño. Y decimos esto porque nos preguntamos ¿es una necesidad imprescindible que este otro ausente esté presente? ¿La solución a estos conflictos la encontraríamos en el momento que se llena ese lugar vacío? o más bien ¿es necesario buscar otros modos, operar con “lo que hay” y disponerse a la tarea de inventar nuevos modos de regulación?

Para finalizar queremos dejar planteada nuestra inquietud en torno a la distancia que se produjo entre las expectativas y la planificación de esta intervención, y lo que efectivamente se suscitó en cada encuentro, precipitando su desenlace en un tiempo acotado. Pensamos que quizá no pudimos maniobrar con lo que la institución efectivamente dejaba ver de su funcionamiento, de sus significaciones y sentidos.  De alguna manera advertimos que hemos intentado operar desde esquemas que quizá ya no sean los apropiados para las nuevas realidades institucionales.

Decidimos escribir y compartir esta experiencia, porque de algún modo nos urge la necesidad de repensar nuestros dispositivos. Este escrito no surge del estudio o de la investigación de textos y materiales teóricos, sino de una práctica que nos interpeló y cuestionó fuertemente aquellos esquemas con los que contamos. 

Las crisis de ciertas significaciones imaginarias sociales,  ponen en  crisis  las prácticas, los sentidos, las subjetividades. Y no sólo las de quienes intervenimos, sino las propias. Podríamos intentar encorsetar la dinámica grupal en nuestros  tradicionales modos de abordaje, y así todo aquello que escapara a los mismos sería leído como una falla, una falta. Pero en esta ocasión nos disponemos a incomodarnos metodológicamente, para abocarnos a la tarea de construir instrumentos clínicos más pertinentes para las nuevas realidades históricas y sociales.


 
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Notas
 
[1] Franco, Y. “Más allá del malestar en la cultura” Revista El Psicoanalítico, Laberintos Entrecruzamientos y Magmas Número 11, enero 2013.
[2] Sugerimos la lectura de Freud, Sigmund Recordar, repetir y elaborar (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, donde pone de relieve cómo la repetición, bajo las condiciones de la resistencia, gana el terreno al recuerdo y a la elaboración.
[3] Franco, Y. “El otro, el enemigo, lo otro” Revista El Psicoanalítico, Laberintos Entrecruzamientos y Magmas Número 22, julio 2015.
[4] Franco, Y. “Más allá del malestar en la cultura” Revista El Psicoanalítico, Laberintos Entrecruzamientos y Magmas Número 11, enero 2013.
 
Bibliografía
 
Castoriadis, C. El avance de la insignificancia, Ed. EUDEBA, Bs. As, 1996.
Fernandez, A. M y Cols. Instituciones estalladas, Ed. EUDEBA, Bs. As, 1999.
Filippi, G. (2010) “Trabajo y subjetividad: ¿el nuevo sujeto laboral?” Publicado en Psicologia y Trabajo, una relación posible. Eudeba. Bs As.
Freud, Sigmund Recordar, repetir y elaborar (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, II), en: Obras completas, vol. XII. Buenos Aires: Amorrotu, 9.ª edición, 1996, Freud S. Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis II) (1914)
Freud, Sigmund, El malestar en la cultura. Obras Completas, Amorrortu Ed. Tomo XXI, Buenos Aires, 1993.
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