Acá estoy, dónde no sé
La luz de la tarde blanquea aún más los blancos de la sala, la gran mesa transparente hacia un lado, los sillones también blancos hacia el otro. De fondo el ventanal livianamente acortinado. En breve el gran espacio queda reducido a los dos butacones enfrentados de costado, dispuestos en “S”. Estamos tan cerca, tan solas, casi como en un rincón de juegos donde se cuentan secretos en voz baja. Todo interroga en este lugar, en este momento: las palabras en miradas, los silencios.
- Dónde está la que yo era...- pregunta.
- Estará perdida, escondida...- digo bajito.
- La extraño. No sé.
Parece haberse abierto un espacio más allá o más acá de las dos, donde flotan imágenes misteriosas en busca de palabras que expliquen.
-Se me fue yendo de a poco, sin decir nada...- agrega.
-Quizás dio señales con las cosas que fuiste dejando...- le digo.
-Eso es lo que extraño, era lo mío, era yo.
Como tantas veces le saltan las lágrimas en el contacto con lo perdido y busca otro contacto, el de mi mano.
-¿Volverá aquella que podía con todo y con todos? - me pregunta.
-No lo sé – contesto vacilante.
-Yo tampoco quiero saberlo.
Mientras la luz de la tarde se pierde los grises ocupan el lugar apagando los blancos de la sala, y como si las lágrimas humedecieran su esperanza, ella en el abrazo murmura “no puedo irme todavía, sabés, no puedo”.
Esta viñeta clínica corresponde a la parte final de un largo tratamiento psicoanalítico que pone en consideración de la analista y del grupo de trabajo psicoanalítico, la demanda de plasticidad que un proceso de cura requiere. Y digo cura aún cuando la asistencia médica sea sólo paliativa.
Se abre el interrogante: ¿es posible hablar de cura cuando la salud es irrecuperable y la muerte inminente? Y qué hace el Psicoanálisis aquí, casi sin palabras.
Curar del latín “curare”: cuidar.
El encuadre de trabajo que contuvo esta relación terapéutica en sus términos durante tanto tiempo vuelve a temblar aunque esta vez con un horizonte quieto, cercano, alcanzable, la muerte.
El Psicoanálisis aplicado en este encuadre se mueve entre cuerpos y fantasmas, con máscaras cambiantes, en entrañables escenas y escenarios inestables.
Este tratamiento, de supervivencia prolongada, de muchos años ganados al pronóstico médico, transcurrió en distintos escenarios: en el consultorio la mayor parte del tiempo; muy al principio en internaciones de aislamiento, el último año en el domicilio de la paciente, en terapias intensivas y terapias intermedias. Lugares nuevos, espacios físicos ajenos, lugares diversos en la teoría, en la técnica, en la experiencia clínica, en el soporte del grupo psicoanalítico.
“Cuidar” del latín cogitare: pensar.
Pienso. Se trata de partir y despedir, al otro lado de nacer y recibir. Otro parto... ¿qué hace un analista en lo que podemos llamar, la contracara de un parto de nacimiento, cuando la escena corresponde a una partida sin retorno? La angustia de lo nuevo siempre misterioso de la muerte, está cada vez más visible en quienes rodeamos a la paciente circulando alrededor de la cama, en el ámbito blanco de la asepsia.
Mientras tanto, Ester yace y espera; algo de su imagen va mutando hacia lo espectral; sus manos delicadas, son las que conservan más movimiento y expresión y se extienden como zarcillos hacia las otras manos buscando asirse, sostenerse. Algo de lo transicional sucede en cada encuentro devenido en espacio sin palabras. Espacio de transición, cuando lo imaginario se mezcla con lo real.
Mi actitud asistencial pervive también en estas condiciones y los encuadres de trabajo se ajustan proponiendo distintas configuraciones.
La paciente en sedación y con respirador tiene un entorno inmediato médico y familiar que requiere cuidado. Todo parece paradójico y también pleno de sentido; se suceden los momentos de desorden y confusión con otros de serenidad reflexiva.
El bienestar llega con el alivio de los síntomas físicos y queda el dolor del alma en la espera incierta del corte con la vida. La asistencia médica, las manos de enfermería, la mirada psicológica, la cercanía de los afectos: el cuidado.
Como analista cuido mi lugar en este espacio emocionante y emocional, limitado y limitante, redefiniendo mi quehacer y pensando qué hacer en cada momento, ahora también con el entorno de la paciente que se relaciona con ella: los hijos, los parientes, las amigas, las cuidadoras, el personal de enfermería, los médicos. Los hijos comparten algunos momentos de acompañamiento buscando palabras que los ayuden a nombrar lo que les pasa en el despegue de este vuelo.
Decía que el vínculo terapéutico formal se “partió” en el temblor del encuadre (esta vez “partir” como dividir en partes) pero lo que aún respira en la paciente y su entorno inmediato me mantiene en funciones. También decía que el encuadre tembló, se desconfiguró y debió ser reformulado: aquellas voces que en el “relato de consultorio” de la paciente eran los otros, ahora encarnan, pasan al plano de lo real tangible y mi trato es con ellos, en cuerpo y alma. Cambia el escenario, el elenco circula arbitrario y es a la paciente a la que vuelvo recurrentemente el foco de la acción terapéutica. Terapia sin interpretaciones ni señalamientos ni asociaciones de la estricta órbita de la historia personal, de la historia del tratamiento, ni siquiera del consabido campo transferencial. Apenas esos gestos expresivos, de lo preverbal, lo semiótico, de la plurisensorialidad (Kristeva) que rebasa los sentidos pero que tiene como objetivo ayudar al contacto de la paciente con lo suyo más amado y primordial.
Este caso en particular me sacó por largo tiempo y literalmente del consultorio en su obligada soledad, con la resonancia en mí, de lejanas voces incorporadas: la “medicina-médico” de Balint, la innovadora experiencia de E. Rodrigué en sus recorridas domiciliarias, la “Clínica con la muerte” de A. Alizade, Susan Sontag “Ante el dolor de los demás” y tantas otras voces iluminadoras.
Entonces, cuando ya no hay más “psicoanálisis de la palabra” para definirlo brevemente, hay analista que haciendo su oficio busca aperturas desde su saber, su “caja de herramientas” (M.J. Buchbinder) para habilitar y enriquecer el campo terapéutico,moviéndose en cambiantes escenarios intentando la meta de la cura, jugando a las utopías, cuando curar es cuidar tratando de lograr el mejor contacto con la vida mientras todavía es.
“La soberanía en la clínica está en la relación con el paciente” escribe Buchbinder y la pregunta es qué “manda” en la clínica si no ese poder supremo, esa sinergia de las transferencias dentro del encuadre psicoanalítico que se constituye en la sustancia de los cuerpos, las escenas y las máscaras.
Esa mágica re-edición de escenarios de la historia personal- social para re-visar y re-significar con nuevos actores los viejos dramas.
Lo cierto es que cuando los principios generales sobre la práctica clínica, las reglas del juego instituidas tiemblan en impuestas escenas dramáticas, el analista sin sillón pasa del estado de escucha en observación a la materialidad de otro personaje en otro escenario clínico, donde la clínica se cumpla (de klinos - inclinarse). Y otra vez, es ahí donde hay un requerimiento de “arte” para crear nuevos colores o sonidos o movimientos a las posibilidades terapéuticas. De modo tal que el analista-artista que ejerce su clínica con amor, se ve andando casi inevitablemente, en los bordes de las generalidades de lo instituido, habilitado para crear con el paciente recursos de expresión propios de las particularidades de cada caso en cada encuentro dentro del marco teórico que sustenta la praxis.
Es el andar, en esta tensa cuerda, que me hace valorar tanto la red que significa el grupo de colegas psicoanalistas, el trabajo compartido en juego de libre asociación entre artes y ciencias, en amistad y confianza.
El recorrido de este tratamiento se detuvo oportunamente en el espacio de reflexión del seminario de Aperturas del Psicoanálisis donde tuve la posibilidad de desentrañar el dilema que se sumaba a la difícil relación terapéutica, con el insistente pedido de la paciente desde sus momentos más estables, expresando su deseo de que yo escribiera su historia, en realidad, sus memorias; “mi libro” como ella decía con entusiasmo de niña, libro que para ella ya estaba “escrito” sin grafía, en sus grabaciones a modo de diario.
De la reflexión grupal y mi decisión personal surgió entonces, la idea de abrir una especie de encuadre anexo, donde estuviera presente acompañándola en sus encuentros con la escritora a cargo de la tarea de escribir.
Este espacio daba un marco de trabajo nuevo donde ambas volvíamos a encontrarnos con y en el relato de su historia, vista como desde una estación terminal, en el viaje que muchas veces pareció interminable.
Esta experiencia de articulación entre literatura y psicoanálisis en un clima de despedida, de cumplimiento de la última voluntad, se extendió durante casi un año, hasta tres semanas antes de su muerte; tarea que tuvo a la paciente ocupada en un proyecto apasionante, a su estilo, y la mantuvo animada mientras su estado de salud le permitió ponerle atención. Alcanzó a ver y tocar su libro en papel, encarpetado, días antes de entrar en estado de coma.
Ha sido para mí emocionante y enriquecedor participar en esta experiencia clínica excepcional, porque además, se dio en simultaneidad con la evolución del grupo psicoanalítico hacia la conceptualización de su hacer clínico, buscando las formas transmisibles de los contenidos en cuerpo-escena-máscara y en la labor de delinear en el transcurso, una clínica abierta, generadora de aperturas.
[*] El actual Seminario de "Aperturas del Psicoanálisis" deviene de un trabajo grupal dedicado al estudio investigación y supervisiones clínicas, iniciado en 2004. Varios artículos son publicados en forma individual por los integrantes del grupo con un título o subtítulo en común: “Aperturas del Psicoanálisis”. Creación y coordinación: Dr. Mario J Buchbinder. Co-coordinación: Lic. M. Cristina Pausa.
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