En 1896, el editorial Nº 1 del periódico anarco-feminista La voz de la mujer decía: “Hemos decidido levantar nuestra voz en el concierto social y exigir, exigir decimos, nuestra parte de los placeres en el banquete de la vida”. Esta reivindicación a fines del siglo XIX buscaba subsanar en parte la larga tarea de expropiación padecida por las mujeres. Especialmente, la expropiación de sus cuerpos, de sus saberes y de sus placeres.
El proceso de conformación del capitalismo requirió, entre otras violencias, la exterminación de muchas mujeres sabias y, en todo caso, el debilitamiento de sus poderes sobre la vida acompañado de la deslegitimación de sus conocimientos sanadores que constituyeron la farmacéutica de otras épocas.
A fines del siglo XIX, y en clave anarquista, implicaba además la consideración de que para las mujeres la conquista del sufragio sería insuficiente. Porque si esta lucha no se acompañaba con el desafío de asumir una voz propia, serviría solo para reproducir el orden establecido.
Así, “exigir nuestra parte de los placeres en el banquete de la vida”, implica entre otras cosas exigir la inclusión de las perspectivas de las mujeres, desde las mujeres, en la producción de la realidad, de las metas sociales, de los órdenes institucionales, de la cultura.
En consecuencia conlleva autorizar la voz de la mujer en el espacio público, hacerla audible, sacarla del estigma de la “locura”. Tomar la palabra en este sentido es posicionarse en tanto actitud política. Gesto así de resistencia al confinamiento de las mujeres y su palabra en el espacio privado, propio de la modernidad.
La primera mitad del siglo XX trajo paulatinamente el logro de la ciudadanía para las mujeres y mandatos contradictorios según diferentes necesidades geopolíticas. En tiempos de guerras mundiales, transformar a las mujeres en mano de obra; en épocas de recuperación económica, persuadirlas de que el hogar es para ellas el mejor de los mundos posibles, con su refugio en los roles de esposa y de madre. Al llegar a la década del 60 el nuevo orden farmacológico diagnosticó la resistencia de las mujeres a estos mandatos como depresión y las medicó hasta hacerles olvidar el malestar que les provocaba la reducción a lo doméstico.
En ese contexto, las mujeres organizaron su voz dando forma a la lucha feminista bajo el lema “lo personal es político”. Profundizaban de este modo la reivindicación del acceso a los placeres al develar el carácter político del espacio privado y sus asuntos; especialmente los relativos al cuerpo y la sexualidad. De esta manera cobrará especial relevancia el cuestionamiento a la imposición del sexo reproductivo, la penalización del aborto y la legitimación de la violencia hacia las mujeres.
En la misma coyuntura, el nuevo orden farmacológico dará un salto cualitativo, especialmente en dos sentidos. Desde una perspectiva comercial, por la consolidación de emporios farmacéuticos multinacionales. Desde un enfoque tecnológico, por la utilidad de las consecuencias de sintetizar químicamente hormonas.
Respecto de la perspectiva de las mujeres, un beneficio inmediato de estas novedades fue el acceso a la píldora anticonceptiva que incrementó la eficacia de la separación entre sexualidad y reproducción. En el mismo contexto, las nuevas posibilidades de hormonación desde la perspectiva biomédica generan taxonomías para clasificar enfermedades mentales, en vinculación con identidades de género que no encajan en la dicotomía varón / mujer. La confluencia de estas problemáticas redundará en que la categoría mujer vaya profundizando su desbiologización. Ese es el sentido en que la estamos tomando en el relato, una identidad inestable, que puede plenificarse con personas diversas.
En cuanto a la síntesis química de hormonas, el filósofo Paul B. Preciado considera que la misma constituye un punto de inflexión a partir del cual se puede visibilizar un fármaco-poder que llega a nuestros días: “El estrógeno y la progesterona, bases moleculares de la producción de la píldora anticonceptiva, son hoy, incrementándose desde su invención en 1951, las sustancias más fabricadas por la industria farmacéutica mundial, convirtiéndose así en las moléculas sintéticas más utilizadas de toda la historia de la medicina. Lo curioso no es esta producción masiva e industrial de las hormonas denominadas “sexuales”, sino el hecho de que estas moléculas sean utilizadas con prioridad y casi exclusivamente sobre el cuerpo de las mujeres, al menos hasta principios del siglo XXI. La bio-feminidad tal y como la conocemos hoy en Occidente no existe sin un conjunto de dispositivos mediáticos y biomoleculares. Las bio-mujeres son artefactos industriales modernos, tecnoorganismos de laboratorio, como las hormonas”. (Preciado, 2008: 126).
Una consecuencia de este fármaco-poder es el condicionamiento de los estilos corporales y de los modos de vida contemporáneos: “En 1946, se inventa la primera píldora antibaby a base de estrógenos sintéticos -el estrógeno se convertirá pronto en la molécula farmacéutica más utilizada en toda la historia de la humanidad-. […] En [1947] el pseudopsiquiatra norteamericano John Money inventa el término “género”, diferenciándolo del tradicional “sexo” para nombrar la pertenencia de un individuo a un grupo culturalmente reconocido como “masculino” o “femenino” y afirma que es posible “modificar el género de cualquier bebé hasta los dieciocho meses”. […] El lifting facial y diversas intervenciones de cirugía estética se convierten por primera vez en técnicas de consumo de masas en Estados Unidos y Europa. […] Al mismo tiempo, se generaliza el uso del plástico para la fabricación de objetos de la vida cotidiana. […] En 1953, el soldado [norte]americano George W. Jorgensen se transforma en Christine, convirtiéndose en el primer transexual mediatizado; Hugh Hefner crea Playboy, la primera revista porno norteamericana difundida en quiosco, con la fotografía de Marylin Monroe desnuda en la portada del primer número”. (Ibíd: 28-29)
Durante el siglo XX, la psicología, la endocrinología, la sexología, han establecido su autoridad material transformando los conceptos de psiquismo, de libido, de conciencia, de feminidad y masculinidad, de heterosexualidad y homosexualidad en realidades tangibles, en sustancias químicas, en moléculas comercializables, en cuerpos, en biotipos humanos, en bienes de intercambio gestionables por las multinacionales farmacéuticas: “El éxito de la tecnociencia contemporánea es transformar nuestra depresión en Prozac, nuestra masculinidad en testosterona, nuestra erección en Viagra, nuestra fertilidad / esterilidad en píldora, nuestro sida en triterapia. Sin que sea posible saber quién viene antes, si la depresión o el Prozac, si el Viagra o la erección, si la testosterona o la masculinidad, si la píldora o la maternidad, si la triterapia o el sida. Esta producción en auto-feedback es la propia del poder fármaco”. (Ibíd: 33)
En principio, el panorama que nos muestra Preciado parece agobiante, como si solo estuviéramos bajo el sometimiento de los efectos del fármaco-poder. Sin embargo, las articulaciones teóricas que encontramos en su propuesta nos permiten comprender que desde el mismo lugar del fármaco-poder que nos constituye, podemos apropiarnos de sus operaciones y hacerlas jugar a nuestro favor.
Si saltamos de mediados del siglo XX a los actuales inicios del XXI, un indicio de esta torcedura en nuestro contexto local lo constituye la Ley de Identidad de Género que descriminaliza, despatologiza y desjudicializa las identidades genéricas, disputando el poder fármaco a los órdenes médico y jurídico que en principio lo hegemonizan.
Otro plano de las conflictividades políticas contemporáneas lo constituye la lucha por el acceso al aborto legal, seguro y gratuito. En esta dimensión el panorama sigue siendo menos auspicioso desde el punto de vista institucional, a pesar de la visibilización y problematización del tema, vividas social y políticamente durante el último año en Argentina. Sin embargo, en la última década, a lo largo de nuestro país se han formado grupos de socorristas que, retomando el ejemplo de feministas de la década del 60, se dedican a acompañar a mujeres que no quieren continuar su embarazo, para hacerles accesible la práctica clandestina del aborto.
La novedad ahora es que la práctica puede resultar más autónoma y segura que en otros momentos, a raíz de la posibilidad de proceder químicamente; es decir, constituye una oportunidad de agenciamiento del fármaco-poder. Esta instancia implica un fuerte gesto de resistencia que hace posible una práctica libertaria a pesar de la clandestinidad y no contra ella.
Pero un punto de especial importancia en los modos en que se están implementando los socorros es la recuperación y la constitución de un saber de mujeres, entre mujeres y para mujeres. Gesto que recupera a la vez que resignifica el pasado sanador y curandero de las brujas.
Así, en esta apretada genealogía de “la voz de la mujer”, particularmente un grupo
reivindica la necesidad de que la experiencia del aborto sea relatada por las mujeres que han pasado por ella porque, más allá de la posibilidad material y económica de acceder a la práctica que diferencia a las mujeres, todas están íntimamente implicadas en la condena subjetiva que les impone vivirnos como “pecadoras y/o delincuentes”. En este sentido, el grupo Lesbianas y Feministas por la Descriminalización del Aborto, aboga por la recopilación de relatos de abortos “tan eficaces como felices” (2013). En sintonía con ello, la activista valeria flores (1) propone generar “reescrituras del cuerpo y el deseo con menos sangre y más voces”.
Entonces, la voz de la mujer en épocas de fármaco-poder es diversa y multifacética, a pesar de nuestra enunciación en singular; pues mientras el fármaco-poder hace posible que tenga diferentes timbres y en consecuencia desnaturaliza la voz (puede ser incluso masculina, pero “de mujer”), habilita un agenciamiento que permite aumentar nuestros grados de libertad. Aumentan por tanto, nuestras voces en los placeres del banquete de la vida.
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