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Autores
WINNICOTT
Un pensamiento que se renueva y crece en el diálogo con los interrogantes del siglo que se inicia
Por Alfredo Tagle
Psicoanalista
alfredotagle@hotmail.com
 

Creo percibir en los últimos años un creciente interés por el pensamiento de Donald Winnicott. Además de ser uno de los autores más citados, y por psicoanalistas de distintas corrientes, también ha aumentado notablemente la convocatoria de seminarios, cursos y encuentros, abocados al estudio y discusión de su obra. El acercamiento a su legado puede obedecer a diferentes razones, algunas de las cuales intentaré explorar en el presente texto. Interpreto que una parte de este mayor interés pueda ser motivado por la búsqueda de respuestas a los nuevos cuestionamientos surgidos de una práctica que avanza hacia territorios hasta hace no mucho tiempo marginales o incluso inexplorados. Los profesionales con formación psicoanalítica hemos ido expandiendo nuestro quehacer hacia incumbencias cada vez más abarcativas. A la ya asentada incorporación de los niños y la siempre discutida de los psicóticos se han agregado ya hace tiempo, el análisis de parejas, de familias y también de otros grupos de variada conformación.

Sin embargo, la fuente de los mayores interrogantes no se encuentra hoy en estas iniciativas que incorporan nuevos abordajes, sino en el deslizamiento espontáneo en el interior de nuestra propia clínica hacia patologías de menor tradición psicoanalítica. Los desafíos más habituales que nos traen nuestros pacientes se han ampliado, desplazándose hacia modalidades del sufrimiento anímico que podríamos ubicar en la genérica zona de los trastornos narcisistas. Si bien mantienen su vigencia las problemáticas gestadas en  torno a la angustia de castración, es de general reconocimiento entre colegas la progresiva presencia de manifestaciones sintomáticas que responden a la presencia de angustias más primitivas -donde está en juego el ser o no-ser y no solo el tener o no tener- derivadas de deficiencias en la constitución de las fronteras entre el yo y el objeto: las patologías de déficit, las de borde o fronterizos, los esquizoides, algunas adicciones, anorexias o crisis de pánico, y podríamos seguir. Pero no es sólo a través de su descripción sintomática, sino fundamentalmente a partir de la dinámica transferencial puesta en juego, que podemos adscribir estos padecimientos a un “más acá de la neurosis”. El no poder entender a estos pacientes desde los paradigmas del sufrimiento neurótico, pero tampoco poderlos considerar psicóticos, nos pone frente a un excedente a comprender y teorizar.

Por otro lado, y desde una perspectiva institucional, se ha ido consolidando la extensión del Psicoanálisis como referente teórico para los profesionales de muchas instituciones públicas, como por ejemplo para los que se debaten en la práctica de trincheras de la asistencia hospitalaria. A toda  esta ampliación y enriquecimiento de la base empírica de nuestra disciplina debemos agregar la creciente presencia -en instituciones educativas, judiciales, y también de asistencia o contención social- de profesionales que orientan y organizan su práctica desde una concepción psicoanalítica.


¿Por qué Winnicott?

Heredero de una tradición hasta ahora marginal en la historia del Psicoanálisis, en cuya genética no es menor la presencia de autores como Sandor Ferenczi más predispuestos a seguir a sus pacientes -aún más allá de los límites de la teoría “oficial”, y a enfrentarse a sus propias resistencias- que a ubicar prontamente la inanalizabilidad del lado del paciente. Que, por otra parte, es bueno recordar que no de otra manera avanzó Freud en la construcción de sus teorías. Winnicott se manifiesta siempre predispuesto a aceptar el juego que su paciente le propone, exponiéndose a la incertidumbre y a los riesgos de resignar el control y mantenerse disponible para lo que al paciente le fuera necesario desplegar. Actitud clínica que lo mantiene abierto y receptivo a la subjetividad del otro, en la que la técnica es sólo un medio, relativo y adaptable a cada caso, para lograr tomar contacto con la dramática de su mundo interno. Además, no se trata sólo de comprender cómo funciona el paciente, sino también de transitar con él el espacio que se abre entre ambos, donde se pone en juego, en sentido pleno, la propia subjetividad del terapeuta. En total armonía teórica con su concepción del desarrollo temprano, donde no es posible entender a un bebé sin adentrarse en la trama emocional que lo sostiene, Winnicott plantea la ineludible necesidad de trabajar con el entorno, que es lo que, cuando está internalizado, se actualiza en la persona del analista apelando a su disponibilidad y capacidad para interpretar -en los tres sentidos posibles: el semiótico, el teatral y el psicoanalítico- el papel asignado.

Por un lado, esta proclividad a adaptarse a las circunstancias, buscando en encuadres atípicos las formas propicias para lograr comunicarse con el paciente, hace de la clínica que se desprende de sus teorías una herramienta útil para la mencionada y actual clínica de fronteras. A lo que se agrega, por otro lado, la concepción relacional del proceso de constitución de la persona individual y a la vez social que lleva a Winnicott a poner su mirada en el entre, perspectiva que amplía enormemente la posibilidad de operar en situaciones complejas o de recursos restringidos, tenga esta restricción origen material externo o se deba a las psicopatologías en juego, tanto en el paciente como en su entorno.

Una de las varias circunstancias en las que vemos en acto la fertilidad de su pensamiento es cuando, abocado a la supervisión de albergues de niños -evacuados por la guerra y separados momentáneamente de sus familias de origen- no sólo logra significativos progresos en la comprensión de los procesos emocionales que vivían  estos niños como consecuencia de la separación -lo que le dio acceso a mejores formas de ayudarlos- sino que también, y a partir sobre todo de los más problemáticos,  comienza a entender y a teorizar el proceso por el que un niño se hace desafiante, afirmándose en una conducta antisocial.

Si bien la clínica psicoanalítica constituye la parte fundamental de su base empírica, no tuvieron un papel menor en la construcción de su pensamiento las experiencias como pediatra y como psiquiatra en una heterogénea consulta hospitalaria. Es significativa, en este sentido, su resistencia a aceptar la corrección del título en inglés de su primer libro de Psicoanálisis: A través de la Pediatría al Psicoanálisis. La propuesta de su editor inglés: De la Pediatría al Psicoanálisis, como finalmente se tradujo en castellano, parece sugerir el paso de una cosa a la otra y no da cuenta de que, en realidad, a su interés por el Psicoanálisis lo veía como un enriquecimiento y profundización en el ejercicio de la Pediatría. Nunca dejó de sentirse pediatra, y esto es sólo un emergente de su visión integradora, en principio de la psique y el soma, pero que también se extiende más allá, hacia su planteo de un abordaje teórico-clínico desde una concepción intersubjetiva y relacional del ser humano.
 
En su libro Clínica psicoanalítica infantil lo que Winnicott intenta mostrarnos, y lo dice explícitamente en el prólogo, son “ejemplos de comunicación con niños”. La técnica del garabato no es más que un recurso para lograr el estado particular del yo en el que el niño se pone en sintonía con sus objetos subjetivos, cosa que sólo es posible en el espacio potencial, abierto a lo posible, sostenido por un objeto disponible y receptivo. La mayoría son primeras o únicas entrevistas de niños a los que, por diferentes razones, no es posible o conveniente ofrecer un tratamiento psicoanalítico; de allí su intento de lograr -través de una técnica original, que podría ser cualquier otra- una comunicación que permita, en el tiempo disponible, acompañar al niño en una breve, y en algunos casos valiosísima, experiencia. Es difícil estimar su valor; en algunos casos el seguimiento posterior parece revelarnos su enorme potencial como proceso elaborativo y transformador. Como en el caso de Liro (caso I) a quien -a través del sutil y oscilante recorrido entre el mundo subjetivo de los sueños del niño y la realidad de su malformación física-, a lo largo de una hora de juego, lo lleva a desentrañar la encrucijada del vínculo temprano con la madre en que había quedado entrampado su narcisismo. Necesitaba, antes que nada, ser aceptado y querido tal como había nacido. El poder figurar y poner en palabras tal necesidad, junto a la posterior confirmación e iluminación de la confabulación vincular en la entrevista con la madre, hizo posible para ambos una acogida más realista de la enfermedad congénita que Liro compartía con su mamá, de quien la había heredado. También los cirujanos del Servicio notaron cómo la intervención colaboró con la mejor aceptación, por parte de Liro y su mamá, del alcance limitado de la corrección mediante operaciones.
Si bien es cierto que Winnicott  destaca en varias ocasiones que estas “entrevistas terapéuticas” son operativas con niños que no están muy enfermos y cuyo entorno es favorable -con  padres receptivos y con recursos suficientes como para colaborar con la transformación de un círculo vicioso en uno benigno- también es cierto que niños como Bob (caso IV), con perturbaciones serias y con apariencia, e incluso diagnósticos previos, de patologías sumamente graves, pueden cambiar casi abruptamente la modalidad de su relación con el mundo circundante, modificando el rumbo de su evolución a partir de estas intervenciones cuyo núcleo es la comunicación con el niño, aunque considerando siempre el entorno en relación al cuál su mundo subjetivo cobra sentido.

De todas maneras, lo valioso de estos registros clínicos pertenecientes a sus últimos diez años de trabajo, algunos ya publicados previamente, es que a través de ellos se revela la esencia misma de su forma de entender el proceso terapéutico: como un encuentro entre dos personas. Sin embargo, como para Winnicott el contacto con otro es una utopía en el ámbito de la realidad externa, se hace necesaria la apertura de un espacio de otra naturaleza, liberado de la concreción del mundo externo convencional para poder lanzarse a explorar la dramática del mundo subjetivo. La disponibilidad de Winnicott a vibrar en sintonía con su pequeño paciente es lo que pone, en este caso, al frágil territorio de los sueños al servicio del despliegue de las necesidades elaborativas del chico. Tanto en estos relatos clínicos como en sus últimos textos, el encuentro de paciente y terapeuta en territorio de descanso, libre del eterno y permanente esfuerzo de los hombres por diferenciar su mundo interno de la realidad exterior, es la llave que abre para Winnicott la posibilidad del entramado elaborativo de los excesos traumáticos y de los restos que no han podido ser integrados a la historización personal.

En el intento de hacer algo por sus pacientes, más allá de los límites e imposibilidades de cada caso, muchos terapeutas encuentran formas de interactuar que les resultan apropiadas pero  que también los llevan a una dolorosa duda o cuestionamiento de su práctica como silvestre o no psicoanalítica. Es aquí donde el pensamiento de Winnicott trabaja sobre el superyó analítico descentrándolo de recetas técnicas o modalidades de encuadre determinadas para dar crédito a una actitud más creativa en la que el terapeuta se compromete como persona en la búsqueda de un encuentro singular e irrepetible con otro.
Resulta conmovedor ver el compromiso y la entrega de muchos terapeutas que, sorteando las restricciones de su práctica en los consultorios externos del hospital público, logran comunicarse con su paciente en el marco de encuadres originales construidos en el intercambio y adaptados al caso. A veces puede tratarse de algunas pocas entrevistas, o eventualmente de una o dos. En ocasiones estos procesos incluyen entrevistas con terceros, como padres, hermanos, tutores o diferente personal de otras instituciones a las que también concurren o en las que se encuentran internados. Para muchos profesionales en formación psicoanalítica, la pregunta sobre si lo que hacen en el hospital es o no psicoanalítico no les resulta menor. Junto a recursos ya establecidos, como la psicoterapia o el tratamiento psicoanalítico, Winnicott valoriza muy especialmente  estas “entrevistas terapéuticas” como un intercambio mucho más libre en el que no existen dos casos iguales y que es, por lo tanto, imposible de generalizar como una técnica. Pero, si bien no hay caminos preestablecidos, no se trata de una espontaneidad librada a sí misma y basada solo en la intuición; la trama conceptual del Psicoanálisis es la que sostiene y da sentido a estos recorridos clínicos: “La única compañía de que dispongo cuando me interno en ese territorio desconocido de cada nuevo caso es la teoría que siempre está conmigo, que se ha constituido en parte de mi ser y a la que ni siquiera necesito recurrir de un modo deliberado.” (1)

No obstante, el suelo fértil para el creciente interés por los aportes winnicottianos trasciende el ámbito de estas “consultas terapéuticas” -tan compatibles con la consulta hospitalaria- para extenderse a toda la clínica de niños en general. Es aquí donde su ubicación de la psicoterapia en la superposición de dos zonas de juego: la del paciente y la del terapeuta, se hace francamente evidente e ineludible. El concebir el juego como medio técnico para acceder a los contenidos inconscientes, al modo de la asociación libre de los adultos, ya no alcanza a cubrir todo lo que -a los que trabajamos con chicos- se nos revela en el jugar de nuestros pequeños pacientes. Son frecuentes los casos de chicos que vienen a sesión francamente a jugar, oponiendo una resistencia tenaz a las interpretaciones y, sin embargo,  para nuestra sorpresa progresan notablemente. Al dar cuenta del protagonismo de los estados de ilusión en la constitución del psiquismo y en su posterior funcionamiento, el pensamiento de Winnicott nos da herramientas para comprender y poder interactuar con el enorme potencial de este tercer espacio tan esencial a la existencia de los hombres. Su concepción relacional, tanto del enfermar como de la cura, nos permite ver y entender la capacidad transformadora del jugar en análisis, que no es cualquier jugar, y el papel del analista como objeto disponible. También aquí muchos terapeutas, que al seguir a sus pacientes se hallaban perdidos y explorando tierras extrañas, encontraron en Winnicott un referente orientador.

En cuanto a esa gran parte de lo que ocurre en las sesiones de Psicoanálisis que se resiste a ser encuadrado dentro de las modalidades neuróticas de transferencia, también tiene Winnicott mucho para decirnos. En este sentido, nos parece que su concepción de la regresión a la dependencia, como una modalidad no patológica ni defensiva de la regresión, es uno de sus aportes más significativos para la comprensión de algunos casos de esta clínica de fronteras. Se trata de la reaparición en escena de necesidades tempranas,  en momentos de constitución, que no tuvieron lugar o quedaron sin procesar debido a fallas en la provisión ambiental. Necesidades narcisistas, o del yo, que han permanecido disociadas, fuera del ámbito de las relaciones del yo, produciendo malestar o manifestaciones disruptivas incomprensibles.

En otros casos, estas necesidades del  yo se presentan como parte de un verdadero self oculto, protegido por un falso self, y a la espera de condiciones de relacionamiento más promisorias para su despliegue que las anteriormente dadas. Es a partir de la aparente normalidad de pacientes con exitosos tratamientos anteriores en los que, sin embargo, persiste una inconsistencia,  futilidad o falta de realidad en su sentimiento de sí, que Winnicott concibe el falso self como una fachada defensiva en la que se expresa el sometimiento al entorno. La disponibilidad y contención del analista será condición necesaria para la reedición, en transferencia, de las necesidades tempranas que habían sido congeladas ante condiciones no propicias. En contacto con el verdadero self, antes confinado, el mundo y las relaciones de objeto irán cobrando la realidad vivencial y la significación emocional de la que carecían.

La violencia y los límites, tanto dentro del ámbito familiar como en las demás instituciones de la vida social, es otra de las encrucijadas de la clínica actual. Aquí también las ideas de Winnicott hacen una significativa contribución para avanzar en la comprensión. Sus aportes sobre el papel de la agresión en la constitución y funcionamiento del psiquismo son de un inestimable valor clínico. Nacido de la expresión y autoafirmación de sí mismo, el impulso vital se transforma en agresión en el encuentro con lo otro, dando sentido y enriqueciendo la interacción con el mundo. Al ser alojada y procesada en el seno del vínculo maternante se generan las estructuras para regularla, permitiendo su integración. La fusión instintiva es el otro camino por el cual la agresión puede ofrecer su valioso aporte a las demás mociones de la vida psíquica.

Para Winnicott no es la agresividad del hombre la que pone en peligro a la sociedad, sino  que -por el contrario- lo que tiene consecuencias imprevisibles es la represión de la agresividad individual.  El rechazo y la censura, o el sentimentalismo (término en inglés) como intento de negar el odio y la destructividad inherente a todo vínculo, no hacen más que propiciar la disociación de las espontáneas mociones agresivas, impidiendo el entramado con la sexualidad en su vertiente amorosa. Al no encontrar modalidades que puedan ser recibidas y moduladas en la relación con el entorno, la vuelta contra sí mismo o la irrupción imprevisible pasan a ser otras vías posibles para su expresión, con la carga individual y social que ello significa. El despliegue de la agresión y el odio en transferencia será una nueva oportunidad para su procesamiento, siempre que el analista acepte el desafío de sobrevivir como tala los embates. En esta misma línea, el concebir a la destrucción como componente necesario de la creatividad es otro de los valiosos aportes de su pensamiento, sobre todo porque no se trata de un planteo filosófico, sino de la teorización de movimientos observables en la clínica.
 
Para ir concluyendo con esta  desordenada exploración de posibles razones para el resurgir de un pensamiento hasta no hace mucho confinado a la mortífera repetición de algunos clichés, no puedo dejar de considerar lo que podría ser su más significativa contribución, cuyo alcance y profundidad creo que aún no hemos terminado de vislumbrar. Se trata del hecho de haber concebido a aquellos primeros objetos no-yo de los albores de la existencia individual como la matriz genética de la que se desprende todo el rico y múltiple despliegue simbólico de las diferentes culturas, hallazgo que nos aporta una perspectiva realmente innovadora para abordar algunos de los más antiguos misterios de la existencia, como los que se ocultan en el arte o en las creencias. Es que aquella primera creación de la omnipotencia infantil encierra ya los secretos de la paradoja que, como vértice de una pirámide invertida, soporta todo el peso del conjunto de la creación humana. Una realidad creada y a la vez encontrada, que no pertenece al mundo interno pero tampoco a la realidad exterior, ilusión sostenida siempre por otros, locura permitida en la que se cobija el arte, la religión y también “las inconsecuencias, chifladuras y excentricidades de los hombres” que menciona Freud en “Neurosis y psicosis” (1924) con las que “el yo evita un desenlace perjudicial en cualquier sentido, deformándose espontáneamente, tolerando daños en su unidad o incluso disociándose en algún caso” para lograr sortear los conflictos sin represión, es decir sin enfermar (2). Nos encontramos, sin duda, ante un pensamiento original y, además, fértil para una época que padece el vacío dejado por la muerte de Dios, la resignación de los grandes relatos. Ante su luz “la verdad” o “la realidad” pierden parcialmente contundencia y sustancialidad para dejar espacio a un mundo virtual, potencialmente abierto a lo posible en el que se desarrolla gran parte de la vida de los hombres. Entre la madre y el bebé, entre la objetividad y la subjetividad, entre el cuerpo y el habla, lugar del encuentro imposible entre personas donde germina la cultura, y también el self, que surgido del gesto espontáneo, es alojado y cobra consistencia en el seno de ese encuentro. Su ser “verdadero” no se alimenta de lo concreto, deriva del mundo de los sueños  y se sostiene en el vuelo hacia lo posible del proyecto identificatorio, como una íntima y contundente verdad en torno a la que se organiza.

 
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Notas y Bibliografía
 

Winnicott, Donald. Clínica Psicoanalítica infantil, Editorial Horme, Buenos Aires, 1971,  (Pág. 14)
Freud, Sigmund (1924).  Neurosis y psicosis, OC, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968 Tomo II (Pág.500)

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