Durante una inspección a la frontera en los confines de Grecia con Albania, un soldado le muestra a un reportero de televisión un poblado en el que se amontonan refugiados de varias nacionalidades esperando para poder partir a ‘otro lugar’ (MERTEN, 2009). Una franja tricolor separa el espacio entre los dos países. Un paso adelante es considerado invasión y los soldados del otro lado están preparados para abrir fuego.
Mientras Alexandre, el reportero, observa los rostros estáticos de turcos, albaneses y curdos sin nombre, en la puerta de los vagones del tren le parece reconocer a un famoso político, desaparecido ya hace algunos años. De vuelta en Atenas, busca a la esposa del congresista para obtener mayores informaciones. Convencido de que el vendedor de papas del pueblo es el político griego de otrora, el joven retorna para revelar el misterio. Alexandre, reportero de la vida en la gran ciudad: ¿conseguirá articular, a través de los registros de la memoria, los restos perdidos y sueltos de las narraciones de una comunidad?
Esta película, “El Paso Suspendido de la Cigüeña” (Ta meteoro vim atou pelargou, 1991), de Theodoros Angelopoulos, puede ser vista desde la perspectiva de una escucha sobre la vida en cadencia de espera de los expatriados y extranjeros. Para esos ‘sin lugar’ en una espera sin fin, el tiempo se presenta en cámara lenta, al permanente “ralentí”.
La cámara se mantiene alejada y paciente, como en las escenas de casamiento donde los novios surgen, uno de cada lado, separados por un río impasible y despreocupado, perezoso en la expectativa de un encuentro difícil, casi imposible. Miradas distantes, gestos, ritmos, movimientos en suspenso, intentando volver a conectarse sin palabras, prolongar tiempo y espacio, en la esperanza de registrar de modo indeleble una presencia-ausencia. Cambios y permanencias.
Ríos y lugares fronterizos delimitan dos lados, acá y allá, dentro y fuera, conocido y extranjero, separando/aproximando espacios. Cruzar un puente o atravesar el río en dirección al otro margen indicaría un sentido de cambio, pasaje para otros escenarios o escenas no vislumbradas. Curiosamente peligro (tentativa, riesgo) y experiencia (pasar por pruebas, salir de sí, arriesgar, ir más adelante) tienen la misma raíz: del latín periri. Alexandre, el reportero, porta-palabras y porta-imágenes ¿ocuparía una tercera margen del río, ni de allá ni de acá, para dar sentido, rompiendo o articulando tiempo–espacio? ¿Y cuando tales fronteras o ríos que pasan en nuestras vidas pierden los contornos, enmudecen o presentan límites inundados y oscuros, sin nombre?
En la literatura: el Ulises de Joyce, Leopold Bloom vaga sin rumbo por la ciudad de Dublín. En la película de Angelopoulos, solo se ven las ruinas, pues este cineasta del tiempo transpone el mito de la búsqueda y del andar sin rumbo a otros tiempos, lugares y ríos a ser descubiertos/creados; “espacios inexplorados, ausentes de todos los mapas y que ningún atlas o viajero puede describir” (SERRES, 1997, pág. 24).
La narración de Angelopoulos gira en torno a ambos márgenes o fronteras, ni allá ni acá, medio-río, medio-puente, incluso si es dramatúrgicamente en el límite, para el día a día de las guerras civiles y los desplazamientos poblacionales en tiempos de globalización. Ante la experiencia del espanto y del horror, no se construyen experiencias para sí mismo y para los otros, más bien se da el silencio y el vacío en los diferentes espacios intra e intersubjetivos. Como queda claro en la película, lo que se produce es fugacidad, precariedad y desertificación de los lazos sociales, al margen de la palabra y de la comunicación silenciosa.
Las ideas asociadas a la posmodernidad, súper modernidad, híper modernidad, modernidad líquida, modernidad radical, la era del vacío y otras designaciones han sido discutidas por diversos autores (Lyotard; Castoriadis; Giddens; Baudrillard; Agamben; Žižek; Lipovetsky; Bauman; entre nosotros, Birman, Calligaris, Freire Costa, para citar algunos). Con diferentes énfasis y partiendo de perspectivas no siempre coincidentes, lo que existe en común en tales “terminologías” o “construcciones subjetivas” es el acento en la dispersión y fragmentación de los lazos sociales, sobre todo a partir de los años 80 del siglo XX (intensificación de la globalización, del ultra liberalismo y de las nuevas tecnologías de la comunicación, sobre todo de Internet).
Con la expansión de la modernidad, los organizadores tiempo y espacio son separados de la práctica de la vida y entre sí, con una determinación precisa de la vida social e imprecisa en términos globales: “el tiempo adquiere historia una vez que la velocidad del movimiento a través del espacio (…) se vuelve una cuestión del ingenio, de la imaginación y de la capacidad humanas” (Bauman, 2001, pág. 16). Los tiempos modernos se transforman en armas para la conquista del espacio; la velocidad y los recursos para la movilidad se presentan como herramientas de poder y dominio.
En la súper modernidad se acentúa el acortamiento y achatamiento de los espacios, la individualización de lo colectivo. Se intenta abolir los vínculos entre el pasado y el presente, transponiendo el flujo del tiempo, “como si fuera una recolección de algo suelto, una secuencia arbitraria de momentos presentes” (Bauman, 2001, pág. 113). El hombre contemporáneo vive en permanente enfrentamiento con una multiplicidad de identidades posibles y mutables, con las que se puede identificar temporariamente: “vivimos en un mundo en el que todavía no aprendimos a ver” (Augé, 2003, pág. 33). Si hoy el mundo se transforma de una manera más acelerada que antes, esto también implica cambios en la producción de las subjetividades, en la construcción de nuevos tiempos sociales.
La llamada posmodernidad acentúa la violencia intrusiva al generalizar el exilio, el desarraigo y la ruptura de los lazos sociales, la experiencia de los no lugares (Augé, 2003), espacios anónimos, sin rostro; un tiempo vertiginoso hecho de fluctuaciones, de discontinuidades y “figuras de exceso”.
Con la aceleración del tiempo, buscamos incesantemente un sentido para el “mundo” (presente y pasado). Somos instados a atribuir sentido a una sobrecarga de acontecimientos, a un exceso de estímulos (“superabundancia de hechos”). Al mismo tiempo, se produce una comunicación instantánea entre los diferentes espacios (reales, imaginarios, virtuales), una información que invade, especialmente a través de los medios de comunicación y la publicidad, diferentes áreas del sí-mismo, incorporando nuevos escenarios de necesidades a ser realizadas o incesantemente buscadas (“superabundancia espacial”), con perturbación en el pensamiento y fuerte sumisión a ideales arcaicos. Cada uno desearía para sí el derecho de decidir sobre su vida, sobre aquellas informaciones que llegan de todos los frentes y con diferentes intensidades. Tal sujeto se fuerza a sí mismo y es forzado a hacer interpretaciones de todo y de todos (“superabundancia de las referencias individuales”).
Como consecuencia en este mundo del desborde, dislocamiento y exceso (tiempo, espacio, interpretación), existe un sentimiento que recorre la sociedad contemporánea y la película de Angelopoulos: la soledad y el anonimato, aquí destacados como sinónimos de aislamiento y abandono, por la amenaza de la pérdida del sentido de pertenencia y de vinculación a redes de sustentación.
Las “figuras de exceso” o no-lugares (Augé, 2003) designan dispositivos o métodos que se proponen la provisoriedad, la circulación rápida de las personas. Se oponen a la noción sociológica de “lugar”, o sea, a la idea de enraizamiento y expresiones simbólicas de la identidad, relacionales e históricas. Según dice el etnólogo francés, la sociedad súper moderna crea espacios de tránsito, pasaje y nomadismo constantes, en los que casi impide los investimentos afectivos, a pesar de ser lugares muy habitados. Lo que se desvanece o deja de ser “sólido” son los eslabones que entrelazan las elecciones individuales en proyectos y acciones colectivas.
“Lo que se ausenta no es simplemente el relato de lo vivido, sino que se pulveriza la experiencia misma como suceso comprensible. (…) llamamos experiencia a lo que puede ser puesto en relato, algo vivido que no sólo se padece, sino que se transmite. Existe experiencia cuando la víctima se transforma en testigo” (Sarlo, 2005, pág. 31. Traducción del autor).
En la vida moderna, las personas están sometidas a la dictadura del “tiempo homogéneo y vacío, un tiempo saturado de ahoras”, afirmaba Benjamin, en El narrador, (1994, pág. 229). En el mundo de la alegoría propio de la gran ciudad, las personas son llevadas de una alusión a otra, sometidas a una presencia artificial, a la transitoriedad del momento, a experiencias fragmentadas, a una existencia como si. El fenómeno de la publicidad, de la tele e Internet acentúa este carácter de irrealidad, ese sentimiento de virtualidad. Tal cuadro amenaza seriamente el reposo y la reflexión, necesarios para el descubrimiento de la palabra en la experiencia colectiva (Erfahrung).
Los fundamentos de la identidad y del sentido de pertenencia a redes de sustentación se encuentran debilitados, afectando los procesos de ligazón y religazón en el campo la cultura, del trabajo y de la vida social. Con el debilitamiento o ruptura de estas redes de articulación tiempo-espacio, se provoca una confusión entre el decir y el hacer, entre acción y representación. Lo humano se metamorfosea en autómata, como un acosado. Este tiene miedo, desamparado y sin rumbo, pues el tiempo subjetivo no puede ser proyectado hacia el futuro; su proyecto se intercala entre el imperio del presente y la certeza de la muerte.
En la contemporaneidad, los lugares que ocupamos o que nosotros habitamos en movimiento y en el tiempo se escurren en acciones simultáneas que desalojan a los que pretenden sentir-pensar-conocer su propia temporalidad, cadencia y carencia. La metáfora, paradigma de lo humano y dimensión que busca liberar una realidad presa rígidamente, pretende ser abolida…, con poco ‘tiempo al tiempo’, tiempo para recordar, entretejer y llevar adelante lo que esta adormecido (cum versare) , ¡para vivir!
Tal vez el gran desafío de la contemporaneidad sea que cada uno se sienta arraigado, tenga una morada, la acogedora permanencia en una casa propia, “una habitación enteramente suya”, diría Virginia Woolf, la protección y sustentación de los grupos y redes de referencia. Al mismo tiempo y paradojalmente, poder transitar, sentirse ciudadano del mundo, eterno viajante, la expansión dionisíaca de las calles, buscar la multiplicidad de los nuevos espacios y la fluctuación de las fronteras, un lugar de permanente devenir…, colocarse en un luto permanente. La libertad de “ser siempre un poco extranjero” (Calligaris, 2004, pág. 12).
Un tercero en constante interlocución
En un trabajo en grupo, como parte de una tesis de doctorado en psicología social (Volpe, 2007), fueron utilizadas fotografías personales traídas por los integrantes del trabajo. Angélica, una de las participantes, presenta una foto que ella había tomado durante el curso de arquitectura. Se trataba de un paso de nivel de las vías del ferrocarril: “Un lugar donde yo siempre pasaba cuado iba de un barrio a otro. Fue cuando comencé a descubrir la ciudad, lo que estaba a mi alrededor… nunca había parado para observar… ¡fue cuando descubrí este gusto por los intersticios de la ciudad!”
Continúa Angélica: “El paisaje urbano cambió mucho en estos últimos 8, 10 años, hay más y más casas, la vía del tren que cruzaba esta calle de mi infancia fue retirada…, ocupada por ranchos, después por casas de cemento. La idea de apertura y de pasaje que existía ya no existe más. ¡Las cosas fueron deteriorándose! Las condiciones de salud… ¡hoy las personas no se encuentran más!” Aquí se puede pensar en tentativas de elaboración e integración de diferentes experiencias intermediadas en el tiempo y en el espacio: en los umbrales de la adolescencia; el estrechamiento y el pasaje de lo conocido/familiar que se volvió repetitivo, pobre, en dirección a lo extraño/extranjero que tiene que ser develado en la otra ciudad. Mirar los “intersticios”, como ella misma dice, nuevos dislocamientos y otros lugares.
Intersticios, brechas, grietas que se entreabren, espacios entre-dos que conectan dentro y fuera, privado y público: pasaje del tiempo; el luto por los padres de la infancia… Enseguida, la entrada al mundo del trabajo, nuevos vínculos socio afectivos… ¡mundo, vasto mundo! Al referirse a tales tentativas de articulación de tiempo y espacio, Kaës evoca (2003, pág 15-16) el adelgazamiento de los mapas mentales, de las instancias de continuidad y permanencia: “la mutación de las estructuras familiares y la fractura de los vínculos intergeneracionales; el notable cambio en las relaciones entre los sexos (marcadamente en el estatuto de la mujer); la transformación de los lazos y de la sociabilidad, de estructuras de autoridad y de poder; y la confrontación violenta que resulta del choque entre las culturas”.
Cuando Angélica finalizaba de hablarle al grupo, muestra la foto de un gato estilizado, pintado sobre el paredón de una calle, la primera foto que la alemana Ingrid había sacado, “la amiga de la antigua Alemania Oriental que me acogió durante el año y medio que estuve enPraga… Ingrid también estaba sola”.
Al traer las experiencias compartidas con la amiga que conoció después de terminar la facultad, Angélica habla de un viaje al sur de la República Checa y del importante encuentro entre ella, Ingrid y un rabino chileno que conocen al entrar en una sinagoga vacía situada en el camino. Durante dos horas comparten sus diferencias, tiempos y espacios “modernos”, la singularidad de cada uno: lo familiar/lo extranjero; lo colectivo y el mundo subjetivo; alemán/judío; alemán/chileno; “soy brasileña/ soy alemana/ soy chileno”; “hablar español/portugués/alemán/checo/hebreo/inglés”; “ser judío/todavía creer en el comunismo”, estar sola con…
La presencia y la escucha del rabino en el espacio de la synagogé (en griego, lugar de encuentro, de reconexión y articulación tiempo-espacio), le permiten a Angélica transitar entre la tradición heredada y aquello que descubre en el camino entre “Praga”, - hasta aquel momento, lugar de frontera y delimitación de lo conocido y familiar -, y el “sur de la República Checa”, la llegada a nuevas fronteras, revelando diferentes espacios entre-dos de su vida: la separación de la casa de los padres; la casa de la infancia/adolescencia; la ciudad de San Pablo/arquitectura en Oro Preto [1]; República Checa/Brasil… Nuevos horizontes e intersticios se entreabren y se desdoblan cuando Angélica comparte estas experiencias con el grupo. Como en el silencio sustentador de la sinagoga, en el espacio del grupo también se siente escuchada… La palabra vuelve a tornarse fundante. El curso de Planificación de Espacios Públicos que realizó en la República Checa alcanza un nuevo contorno y significado en su vida.
Frente a la “cultura del vacío” posmoderno, de la ruptura de las solidaridades de los grupos, los seres humanos buscan insistentemente rostros que acojan, gestos que den nombre y presentifiquen el andar. Una respuesta singular… otra escucha. El descubrimiento de un saber enraizado en la vida misma, la elaboración de una experiencia propia. Afirma Ricoeur (1994, pág.15) “el tiempo se torna tiempo humano en la medida en que es articulado como una narrativa. En compensación, esta narración es significativa en la medida en que bosqueja los trazos de la experiencia temporal”. En otras palabras: la narrativa humaniza el tiempo y éste, a cambio, le da su condición de inteligibilidad.
En los espacios de frontera creados/descubiertos en el día a día, existe (todavía) un trabajo de costura artesanal, marcado por la entrega paciente, por intensidades y rupturas, lugares de resistencia y posibilidades singulares que distinguen la vida de (muchos) niños, el tallar del poeta, del contador de cuentos, de los que retratan y narran lo cotidiano, que se vuelcan sobre lo imaginario y la memoria del oyente/lector. Como los payadores, los cantantes de rap y de hip-hop, algunos periodistas y escritores, en fin, profesionales (o no) que auscultan la intimidad, los silencios y la explosión dionisíaca de la vida… Tales artesanos transforman palabras, sueños, fantasías, imágenes, objetos -la vida y la muerte -, en música, historia, fotografía, relato biográfico, literatura, arte, escritura, drama psicosocial, mil y una noches…, un tercero en constante interlocución, productor de sentidos.
Al transformar experiencia en relato, tales barqueros o parteros de las fuerzas creativas descubren espacios sociales para vivir, para compartir experiencias en los grupos de referencia, ingredientes básicos de humanización. Es una tentativa de darse una historia, de estar en el mundo y habitarlo, de contar la realidad, de dar un contorno a las experiencias atemorizantes o desconocidas, a fallas de sustentación y a las agonías primitivas, haciendo aproximaciones con áreas del sí mismo hasta entonces aisladas e incomunicables.
Si la vida acontece como un saber sorprendido en los intersticios del lenguaje y en las posibilidades de lo cotidiano, significa que es una narrativa siempre en construcción, una tentativa fragmentaria de capturar el mundo y sus instantes decisivos, dándoles un sentido.
Para que el tiempo humano no se petrifique o se torne insensible, para que las angustias no se conviertan en aniquilamiento de sí y del otro, como un antídoto a diferentes intrusiones, violencias o situaciones de ruptura, las personas trabajan, hacen arte(s), escriben, juegan y conversan en medio de diferentes ríos o fronteras. Encuentran en estos espacios intersubjetivos protección frente al dolor y la muerte, espacios donde respirar y ritmos que liberen a las personas de la inundación y del ahogo, como expresa el poema “Emergencia”, de Mario Quintana (1976):
Quien hace un poema abre una ventana.
Respira, tú que estás en una celda asfixiante,
Ese aire que entra por ella.
Por eso es que los poemas tienen ritmo
para que puedas profundamente respirar.
Quien hace un poema salva un ahogado.
(Traducción: Carlos Humberto Llanos)
Descubrimiento de experiencias propias
El papel de los objetos como elementos de articulación de la historia y de la tradición de un grupo de referencia, de proyectos colectivos compartidos por una comunidad de destino, se fue rasgando y fragmentando, en el contexto de la ampliación y predominio de las relaciones configuradas por el sistema capitalista, como ya recordaba Benjamin en 1936. Al mismo tiempo, Moreno, en la propuesta de descubrimiento y construcción colectiva de acontecimientos espontáneo-creativos y Winnicott, en la creación de áreas de experimentación entre ilusión y desilusión, sostienen la posibilidad de que los objetos y algunas situaciones, grupos e instituciones de lo cotidiano constituyan lugares de reposo y de pasaje de la vida humana. En este sentido, tales prácticas pueden tornarse espacios potenciales, lugares de experiencias previas a la simbolización y a la búsqueda de autonomía.
Específicamente en relación con los grupos, Kaës propone (2005) un trabajo a partir de las formaciones intermediarias entre crisis, ruptura y superación - teniendo en vista un cambio y una distribución -, en una multiplicidad de tiempos, espacios, sentidos y voces. A su modo de ver, la crisis libera al mismo tiempo las fuerzas de muerte y de regeneración. El dice (Kaës, pág. 11):
“Pensar el hombre en crisis es pensarlo como capaz de tener crisis, como un ser vivo en organización, desorganización y reorganización permanentes. Pensar la crisis, es intentar mentalizar una ruptura. (...) Es posible que no podamos encontrar una salida en dirección a la vida, pero estamos obligados a buscarla (…) El hombre se hace hombre gracias a la crisis, y su historia transcurre entre crisis y resolución, entre ruptura y sutura.” (Traducción del autor)
Cada uno expresaría su estar–en-el-mundo en diferentes espacios potenciales compartiendo la transitoriedad de las formas en el presente, las ambigüedades, los giros e incertidumbres del camino (presencia y ausencia)… para encontrarse. ¿Sería posible discernir los intervalos entre el progreso científico, tecnológico y cultural traído por la globalización y las interrogaciones humanistas descubiertas/creadas por la tradición? ¿Si lo que cambió no fueron solamente las respuestas sino también las perspectivas y la nuevas configuraciones de tiempo y espacio? No hay certezas. Solamente una apuesta, una esperanza, “recurriendo a la experimentación creadora de nuevos estilos de relacionamiento y de expresión… la invención de nuevos equilibrios” (Kaës, 1979, pág. 10).
Se puede pensar que la inseguridad de los lazos fragmentados y la incertidumbre en cuanto al futuro, características propias de la contemporaneidad, llevan a los sujetos a experimentar fuertemente la ambigüedad de los tiempos modernos. Lo que hace pensar que es siempre entre el riesgo continuo de pérdida de las referencias y la posibilidad de constitución de nuevos espacios creativos o de la búsqueda de reaseguramiento, que se va procesando el intenso trabajo propio del devenir humano.
Angélica, por medio de su escucha silenciosa y participativa, recoge a lo largo de la actividad del grupo algunos fragmentos de la vida de los demás (relatos familiares; rutinas de la infancia y adolescencia; juegos marcados por el humor; procesos de separación o ruptura; transformaciones en el tiempo–espacio) ampliándolos y trayendo otras versiones y significados a su historia y a la de los otros participantes del grupo. Por otro lado, la escena final de “El Paso Suspendido de la Cigüeña”, de Angelopoulos, permitiría algunas conexiones y construcciones en la línea del horizonte…
Los sentidos de la vida, con esta otra forma de mirar, residirían tal vez en el constante movimiento de transformación y de ampliación de los dispositivos psíquicos y culturales para tornar pensable lo no-significado, lo no-nombrado. Dispositivos grupales, nuevos encuadres y configuraciones en las prácticas comunitarias, institucionales y familiares podrían, quien sabe, organizar una escena en la escena, lugares donde las ventanas y los párpados se entreabran.
El trabajo psicoanalítico intensifica y potencializa mas allá de las amarras de la realidad, de las fronteras de tiempo y espacio, la mediación con lo simbólico y lo imaginario, con los sentimientos, objetos, hechos y palabras. La construcción de puentes entre diferentes mundos, personas y otros contextos. Desdramatizar lo no-dicho, inaudito, extraño/extranjero, lo sublime o lo inexorable de la existencia. Atravesar fronteras, cruzar ríos y mares, tornándose un hombre “con tanta experiencia”, como dice Kaváfis, en Ítaca:
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias. (…)
Que sean muchas las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos antes nunca vistos. (…)
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguardar a que Ítaca te enriquezca. (…)
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.
(Versión de Pedro Bádenas de la Peña) |