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Jacobo Fijman o la poesía en los límites
Por Héctor Freire
hectorfreire@elpsicoanalitico.com.ar
 

Hace un tiempo nos encontramos en otra región. Cuando lo vi, estaba como despejándose del sueño. Estaba con aguas, con algas, pero no con peces. Los peces se habían ido. Estaban acostados en el mar. Yo caminaba sobre las aguas y lo llamé: Lautréamont, Lautréamont, le dije, soy Fijman. Y el me contestó que me quería. Que seríamos amigos ahora en el mar, porque los dos habíamos sufrido mucho en la tierra. Pero no lloramos. Nos abrazamos. Después quedamos en silencio” (¿Jacobo Fijman?)

La primera impresión que recibimos ante los textos de este singular creador dentro del mapa de la poesía argentina, es la sorpresa y la recuperación de la capacidad de asombro, ante la complejidad y la ambigüedad de su discurso poético, que exige la penetración de la obra de Fijman, desde sus primeros poemas de Molino Rojo (1926), pasando por Hecho de estampas (1930), hasta Estrella de mañana de 1931, su último libro
Discurso poético que se realiza y des-realiza, creando un nuevo espacio semántico tal, que viene a unirse a una reflexión sobre el carácter agónico (en el sentido griego) del poeta.Y donde los límites entre la desolación y la aceptación de lo inevitable de su destino trágico y lo inefable de su obra se funden. Sus poemas son, en este sentido, un intento desesperado por arrebatar a la energía propia de su ser, una convulsiva “luz de sabiduría insensata”, alcanzando una significación, dentro de este encuadre, solo comparable a la de aquellos otros poetas que, para el propio Fijman, al final de su vida fueron los únicos interlocutores válidos. Creadores desterrados y marginados –pero demasiado lúcidos- para una sociedad que sistemáticamente intentó silenciar sus voces. Poetas como Rimbaud, Lautréamont, Artaud. Verdaderos deicidas o asesinos simbólicos que, al igual que Fijman, crearon mundos aparentemente caóticos pero al mismo tiempo deslumbrantes y conmovedores.

Mundos infinitamente abiertos a partir de sí mismos. Poesía-límite entre la destrucción de un mundo inocente y la orfandad del presente:

“Sangró mi corazón como una estrella crucificada..../Dolor./del sándalo purísimo del sueño/trabajaron la balsa de mi vida.”....  “y todavía el muelle de mi ser bosteza... / El silencio le ha puesto al viento un candado de horas”. (Leemos en el poema Máscaras)

En el resplandor de estas imágenes, inusuales e inéditas para su época, resuenan los ecos de un pasado lejano. La novedad de la imagen es un salto súbito del psiquismo. De ahí la adhesión casi total a una imagen aislada como “una estrella crucificada”, que, en esa resonancia simbólica, tendrá una sonoridad de Ser. Es como decir, y así lo expresa Fijman en otro poema, “Murió mi eternidad y estoy velándola”. Dos principios de veracidad e integridad: Fijman debe esforzarse por lograr una expresión concreta y vigorosa de su experiencia humana, aunque para Leopoldo Marechal en su Adan Buenos Aires,  Fijman será el “hermafrodita, psíquico y filósofo” Samuel Tesler. Sin embargo, su núcleo central no será el tema de la ambigüedad del doble, sino su condición de absoluto desamparo y orfandad. La encarnación misma de la  angustia humana. Su escritura brota de ese preciso lugar, como un aullido semántico ante el intento de una pretendida reducción hipócrita, ante ese supuesto principio de realidad sólo que, a pesar de todo, no ha logrado silenciar su fuerza creadora.  Pareciera que los poemas de Fijman, se encontraran siempre al borde de la disolución y que una extraña atmósfera rodeara la existencia del poeta. Límite. Ni un paso atrás ni uno adelante. Esa postura fronteriza le permite permanecer en un estado de asombro continuo, de sospecha, de liquidación. Y al mismo tiempo, de bondad, de permanente inocencia ante cualquier estímulo externo.

Su privación de indigente es tan absoluta que apenas tiene una existencia física miserable. Es desgraciado en cuanto su destino es sufrir, pero -al mismo tiempo- recupera el estado de Gracia en la concreción de cada uno de sus poemas. Como comentara Bajarlía en La vida apócrifa de Fijman: “Sólo los locos creen en el bien y la eternidad, y por lo tanto, el lugar de Fijman será el hospicio. Salvado de un Infierno caerá en otro del que sólo saldrá en el momento de morir”. Sin embargo su poesía es incesante, no se detiene.

En el poema Despertar del libro Molino Rojo, el poeta, a pesar de todo,  nos presenta un “Revuelo de silencios aromados. Estrellas- pájaros de fuego/ dichosos de infinito./ Música de las nieblas y risas de las selvas./ Se enardecen de llamas y de gritos los desiertos...”

Estos versos, al igual que la mayoría de muchos otros, nos obligan a tomar al conjunto de su obra no como un objeto- menos aún como un sustituto del objeto o de la razón perdida- sino como una realidad más íntegra y total, por lo tanto contradictoria y paradojal.

De ahí que preguntar qué es la poesía en Fijman es una pregunta que no tiene sentido, ya que interroga por un objeto y la poesía no es un objeto sino una experiencia. Habla mediante quien la vive. Y también es una aventura hacia lo absoluto. Es decir: la explicación de lo que no se comprende. La necesidad de un pensar mayor. La poesía de Fijman como una mirada en y desde los límites. Donde las imágenes son antes que el pensamiento, ya que no son ideas entrelazadas sino analogías y correspondencias, que no necesitan un saber racional pero sí, cierta conciencia ingenua y creativa. A propósito, el poema anterior termina diciendo: “Locos de eternidad/ los pies del viento danzan en el mundo”. Platón escribió que la mayor desgracia que puede ocurrirle a un hombre es que llegue a despreciar la razón. Fijman ama a sus perpetuos enemigos: la paradoja, lo absurdo.

Instaura fuera de los límites de la razón un mundo de imágenes que le son propios, un cierto conocimiento nómada obtenido en su errar por los abismos y, en sus dislocaciones, sabe que la poesía es también una de las grandes pruebas del espíritu. Los poemas de Molino Rojo se nutren de la experiencia del abandono, la ausencia y el descentramiento. Pero siempre sabe que existe un funcionamiento mental distinto, diferente del habitual, prodigiosamente difícil de captar. Y en esa tarea, Fijman esta realmente solo; en exilio, sin moverse. Aislamiento sin abrigo, soledad sin gozar de estar solo. Ante sus poemas no nos mueve la admiración sino la desesperación. Toda su obra se podría concentrar en la frase de Kierkegaard: “Como la voz que clama en el desierto. Con temor y temblor trabajad por vuestra salud”. Y he aquí todo lo que Fijman opone a la Necesidad, el Arte como única arma para combatir contra la soledad de la locura. En cada verso, una experiencia irreducible está en juego. Problemática que lleva al poeta a romper con los moldes formales y estereotipados de su generación, y con las convenciones oficialmente aceptadas en la década del 20. Esta actitud formal se observa también en la producción de otros grandes como Macedonio Fernandez y Oliverio Girondo. Poemas como Alegría o Mediodía, tienen una posición de eje móvil y pendular que oscila entre la búsqueda de la paz y la unidad, y el desarraigo de la vida cotidiana que lo llevó a la demencia: allí donde la realidad se esfuma como “un espanto de luz en nuestras manos”, al decir de Fijman.

De la lectura total de su obra, se desprendería una pregunta, que no es más que un adecuado tipo de silencio y que ocupa el lugar del decir: después de tanto intento: ¿La oscuridad ha sido franqueada? La respuesta es anticipada a modo de indicio o sospecha en el poema que abre el libro Molino Rojo, Canto del Cisne: “Demencia: el camino más alto y más desierto/Se erizan los cabellos del espanto. La mucha luz alaba su inocencia. El patio del hospicio es como un banco a lo largo del muro. Cuerdas de los silencios más eternos. Me hago la señal de la cruz a pesar de ser judío/¿A quién llamar?/¿A quién llamar desde el camino tan alto y tan desierto?”

Los límites que operan en la obra son caracterizados por los nombres que la sociedad, al decir de Foucault, a lo largo de la historia, les ha dado: mística, desviación, erotismo, locura, inconsciente. O, al decir de Fijman: “noche, extravío, desierto”. Pero hay un rasgo distintivo: la multiplicidad, que obliga a cambiar el sistema de lectura lineal- el mismo que percibe a este discurso poético como delirio, fantasma, hermetismo y desviación- por otro donde el lector des-cubre y re-genera. Así, la lectura de poemas tales como: Máscaras, Mañana de sol, Mortaja, Hambre, El otro, Despertar, El hombre del Mar (Molino Rojo), o los poemas V y VI de Hecho de estampas, (que complementan el emblemático poema Canto del cisne) hasta los poemas I y II del último libro Estrella de la Mañana, se vuelven el gesto de la escritura puesto en juego por esos mismos textos. De ahí que sea indispensable dejarlos re-presentar en la lectura, para captar al mismo tiempo su articulación y consumación. Dice Daniel Calmels en su libro El Cristo  Rojo, “la huella que la mano deja cuando escribimos palabras, acaso puede ser una forma de recuperar el gesto. La escritura de Fijman es particular, no se afirma sobre una recta horizontal sino que se construye sobre una línea imaginaria de forma ondulante, al modo de la escritura sobre un pentagrama”. Cuando Fijman en el poema Canto del Cisne se pregunta, también nos pregunta a nosotros como lectores hipotéticos: “¿A quién llamar?/ ¿A quién llamar desde el camino tan alto y tan desierto?”. También nos está dando una clave de inferencia para comprender cuál es su botón de arranque, cuál es el mínimo común denominador de su poesía, y cuáles son los límites de su escritura: el destierro y el sentido de orfandad. “Lautréamont, Lautréamont, le dije, soy Fijman, Y el me contestó que me quería. Que seríamos amigos ahora en el mar, porque los dos habíamos sufrido mucho en la tierra”, leíamos en el  acápite con el que se inicia este artículo.

Esta des-gracia, esta desesperación, lleva a Fijman a una aventura sin retorno, a una existencia dominada por la febril necesidad de acceder a lo absoluto, ante la pérdida de la Gracia. Por eso el poeta transvierte la pesadilla cotidiana en la realidad de su lenguaje poético y emerge no derrotado ni alienado, sino triunfal en la concreción de su escritura.

Fijman es, en realidad, el bíblico y humilde Job que soporta a ese Dios injusto, colérico y prepotente: “Se acerca Dios en pilchas de loquero, y ahorca mi gañote/ con sus enormes manos sarmentosas; y mi canto se enrosca en el desierto. ¡Piedad!” (¡Qué final desgarrador y elocuente para un poema, yo diría “El Poema de Fijman”: ¡¡Piedad!!).

El camino a la demencia permanece abierto, pero habiendo logrado, al mismo tiempo, un significativo grado de calidad estética. Creo, en este sentido, que el sujeto poético en Fijman es un individuo  en proceso, una construcción, que busca una suerte de pensamiento imaginario, para desafiar y contrarrestar al mundo de lo real y sus prácticasde rechazo y negación. A esta actitud le corresponde, por tanto, un discurso que desgarra, un lenguaje que disloca y despedaza, haciendo estallar la unidad impuesta por los sistemas represivos. La locura nunca le impidió la creación, Fijman no le debe nada a la locura. Según Manuel Gálvez y Jules Supervielle, Fijman fue uno de los poetas más importantes de la generación del 22. Y es de recordar que, mientras su generación abusaba de la metáfora, Fijman utilizaba la imagen. Para descubrir el vacío, la falta, para hacer presente lo ausente.

Imágenes que se transformarán en su último libro, Estrella de la Mañana, en los símbolos de su nuevo mundo cristiano, como un último intento de comunicación con Dios. Por un lado, en lo alto, la paloma, el cordero, Cristo, la espada del ángel, la luz; por el otro, en la tierra el llanto, el dolor, la condena de vivir muerto. Como anota Carlos Ricardo en el prólogo a la edición de la obra poética: “Estrella de la Mañana, a la vez dramático y seráfico es el trabajo de la experiencia en Dios. Estrella de la Mañana, no sólo es el libro de un poeta, sino de un místico, de un santo.” Por último, al recorrer los poemas de su segundo libro, Hecho de estampas, observamos una detención de la estructura representativa en el mecanismo mismo de la ambigüedad que produce el texto: es que a veces, en Fijman, lo lejano es estar demasiado cerca, hasta no poder verse ni reconocerse. Hecho de estampas es un libro de implacable belleza, donde el universo de Fijman tiende a calmarse. Libro de transición. Los versos se alargan y el poema se acorta, y la estructura se refleja sobre sí misma. Leo en el Poema X del libro: “Reposan los sagrados pinos/ y mi voz arrollada en la tristeza de una luz rota/ Paz, Paz sobre los días y las noches cansadas de recogerlas,/voces falsas, que el mar hace sonar/cáscaras de nuez de la maravilla,/y vuelvo a oír la guía de mi ánimo/ dentro de primicias celestes./ Huye la soledad,/Adiós, belleza.”

Como vemos, la objetivación poética, o “el correlativo objetivo” al decir de Eliot, transforma en Fijman, lo permanente en movimiento y lo cotidiano en inquietante extrañeza; ¿y qué es esto sino la poesía misma? La poesía, la pintura que en Fijmanse imponen sobre la locura y la enfermedad. Quizás porque Jacobo Fijman se atrevió a vivir plenamente la poesía, que no es lo  mismo que realizar el ejercicio de la misma.
                               
Leo en el catálogo que Daniel Calmels confeccionó para la muestra de las pinturas de Fijman, en la Galería Rubbers:

“En el mes de diciembre de 1970, un enfermero del hospital Borda, anuda en el dedo de un pie, el rutinario epitafio de la muerte en el hospicio: ‘Jacobo Fijman, 72 años, muerto de edema pulmonar agudo’.

Unos años antes le había dicho a Vicente Zito Lema: ’lo terrible es que nos traen para que uno no se muera por la calle. Y luego todos nos morimos aquí. Y sin embargo, existe la muerte. Ella también se corporiza. Pero aquí, en el hospicio, sus apariencias son las más terribles. ¿Acaso imaginan el velorio de un loco?
... ‘Sin embargo, he hecho tal cantidad de dibujos y poemas que convendría reposar un poco. Y este no es ambiente para la poesía. Hasta ella se espanta en este sitio. Sí. Estoy aquí de paso. Veintiocho años que estoy de paso.... Quizás por eso, me hago la señal de la cruz a pesar de ser judío’.”

 
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