La práctica psicoanalítica persigue, como una de sus más importantes finalidades, que el sujeto pueda trabajar sobre sus diversas servidumbres: entre ellas y sobre todo, las que ignora que lo habitan, tanto sean identificaciones, tiranía superyoica, compulsividad pulsional (que incluye las tendencias mortíferas de la pulsión de muerte), etc. Trabajo que parte de la siguiente consideración: todo sujeto está habitado por un discurso que lo antecede y lo instituye como tal, que vive en su Inconsciente, en sus identificaciones, en sus modos de conducir su mundo pulsional. Que en los orígenes el sujeto se encuentra (y es necesario que así sea) alienado al mismo. Dicho discurso, proveniente de sus otros primordiales, es transmisor de enunciados identificatorios concernientes a su prehistoria y porvenir, los deseos y anhelos con los que llega a este mundo, y lo es también del sentido común de la sociedad, de sus expectativas, valores, ideologías, creencias, etc., y da un basamento de certeza indispensable hasta para llevar a cabo su cuestionamiento. Para ello el sujeto debe poder realizar una operación de desdoblamiento – un mirar-se – que es lo que debería producirse en un tratamiento psicoanalítico. Una mirada sobre todas sus instancias, tomando contacto con sus tendencias en juego, sus incoherencias y contradicciones, y sin intentar llegar a una unidad. La apuesta analítica – para el caso de las significaciones individuales - es que pueda adquirir otra relación con dicho discurso, sin pretender eliminarlo: hacerlo sería eliminar su propia base de apoyo, sus identificaciones originarias. Con respecto a las significaciones colectivas, su cuestionamiento será posible mediante la práctica política, el arte, el pensamiento, etc.
Servidumbre y alienación
Entonces, hay una suerte de servidumbre del infans en relación al otro y a través de este, al Otro, servidumbre que es estructurante y que ofrece una base de sentido sobre la cual el sujeto podrá edificar el propio. Pero de perpetuarse dicho estado de servidumbre, nos encontraremos con estados de alienación (que no equivalen a la psicosis, diferenciación lúcidamente establecida por Piera Aulagnier). Podemos observar también que en diversos momentos de la vida, determinadas circunstancias pueden desencadenar dichos estados, en los cuales el sujeto pierde por lo menos en buena medida su condición de tal, para devenir objeto del deseo de otro. Entonces, dentro de la serie de las servidumbres es necesario incluir una que no es solamente intrapsíquica: las relaciones de alienación. Es decir, el estado de servidumbre en relación a otro sujeto, que puede producirse debido a las condiciones de origen del humano – sobre las que volveremos más adelante -. Es también el caso de un discurso social impuesto -como en el caso de los totalitarismos- bajo amenaza y terror que puede desencadenar en un estado de alienación, de servidumbre en relación a un régimen; también es el caso de grupos de los que las sectas son un claro ejemplo. Así, la servidumbre puede ser en relación a instancias del aparato psíquico, a un régimen, a una formación grupal, y también en relación a otro sujeto. Nos ocuparemos aquí de los estados de alienación, tanto sean referidos a otro sujeto, a un régimen, o al que puede producirse en un tratamiento psicoanalítico.
Sobre la servidumbre voluntaria
Hace ya mucho tiempo, fue Etienne de La Boetie [1] quien se preguntó – refiriéndose al sujeto en tanto formando parte del colectivo – acerca de qué es lo que permite que se produzca la servidumbre voluntaria. Servidumbre voluntaria: servir a un amo sin protestar, es más, voluntariamente. Inclinarse ante otro que somete, sin conflicto alguno: sometimiento voluntario. Pero también, servidumbre no reconocida como tal.
También Freud – en Psicología de las masas y análisis del Yo - se ocupó de tratar de entender aquellos mecanismos colectivos que llevan al sujeto a estados de alienación en relación a un líder – inaugurando una reflexión sobre le presencia en la psique del poder instituido -, elevado al lugar de su Ideal del yo, desplazando al Yo del sujeto. Wilhelm Reich inauguró una serie de reflexiones sobre las condiciones que permitieron el sometimiento de los sujetos y su participación en el nazismo – para ampliar esta visión a la socialización misma de los sujetos [2]. Se abrirían, luego, diversos desarrollos que llevarían a pensar los modos de establecerse el poder en la psique de los sujetos, realizados por la Escuela de Frankfurt (sobre todo Adorno y Marcuse); también encontramos las obras de Piera Aulagnier y Cornelius Castoriadis, quienes avanzaron en formalizar los mecanismos de la socialización de la psique, las interfaces entre esta y la sociedad, incluyendo los modos específicos de ataque a la autonomía del sujeto y por lo tanto, la caída en estados de alienación. Y en nuestro medio León Rozitchner y Fernando Ulloa – entre otros – hicieron desarrollos sobre la temática de la subordinación al poder y el quedar a merced de la perversidad de otro sujeto o a un poder político.
Estas reflexiones sobre las servidumbres del sujeto, han permitido pensar tanto en las cuestiones propias de la psique misma – de su estructuración - , como así también en vicisitudes de los lazos, o de un colectivo.
Así, podemos establecer condiciones tanto desde la psique como desde la sociedad que favorecen los estados de alienación, o como hemos preferido denominarlos en este texto: de servidumbre.
Del lado del sujeto: la servidumbre originaria
Ahora bien, la pregunta es ¿cómo es posible la existencia de una servidumbre voluntaria? Retomando lo expuesto al inicio de este trabajo: sabemos del estado de desamparo e inermidad en el que se encuentra el humano en sus primeros tiempos de vida, y de su dependencia en relación a quienes se hacen cargo de él. La psique del sujeto se encuentra en un estado originario que es vivido por este como de completud (mónada psíquica la denomina Castoriadis). Ese estado es también el prototipo de todo sentido. Y es cerrado, total, totalitario. Sabemos que, perdido el estado originario de completud, el infans deviene en un buscador de sentido para escapar del horror al vacío de sentido (la psicosis es la última defensa). Tuvo un sentido originario, ya perdido, e intentará recobrarlo a través de la proyección de la omnipotencia originaria en las figuras parentales, y en las que vengan a ocupar ese lugar. El infans necesita creer que hay un dueño de la significación, alguien no alcanzado por la castración, que sea dueño de un discurso que oficie de certeza, incuestionable. Los adultos que lo rodean deben poder transmitir lo imposible de esa búsqueda, a la que previamente deben haber renunciado. A la finalización del complejo edípico el sujeto quedará ubicado entre las demandas de renuncias y amenazas de castigo del superyó, su masoquismo originario, y el sentimiento inconsciente de culpabilidad, uno de los residuos del final del Edipo. Esto permite el anclaje del sentido social en la psique –dado a cambio del abandono de la situación edípica, efecto del complejo de castración-. En sucesivas fases, se habrá pasado de la incorporación de un sentido de uno (mónada psíquica), a uno de dos (el lazo con la madre), a otro de tres (con la incorporación de la figura paterna), y finalmente al sentido colectivo; los primeros nunca son plenamente abandonados, permanecen en diferentes estratos, y pueden ser activados por algún desencadenante o formar parte de la neurosis del sujeto. De ellos es el primero el que más nos interesa en lo relativo a los estados de alienación. Con respecto al sentido del colectivo social, para poder ser cuestionado será fundamental el encuentro con una instancia del poder que no pretenda imponer el sentido social por medio del terror, o de un dogma religioso. Como comentario al margen: vemos aquí la importancia fundamental de una educación democrática, y de una crianza que acentúe valores de autonomía, para mitigar esto que llamaremos el aspecto psicogenético que permite entender qué es lo que favorece desde la psique del sujeto el estado de servidumbre voluntaria: una suerte de falla propia del psiquismo humano.
Servidumbre voluntaria: del lado del otro
Y como hemos sostenido en otro lugar [3]: el poder se vale del malestar en la cultura para abrirse espacio en la psique de los sujetos; de ese malestar originado en las renuncias pulsionales (comenzando por la exigencia de abandono del estado monádico originario) exigidas para vivir en sociedad, renuncias a cambio de las cuales ofrece su propio sentido social. Este sentido es el que le permite al poder reproducirse como tal, produciendo subjetividades acordes con sus objetivos [4], y al sujeto le permite sobrevivir al abandonar paulatinamente el lecho mortífero monádico. Pero cuando se trate del caso de una alienación secundaria (ejercida sobre el Yo: violencia secundaria denominada por Piera Aulagnier), se satisfará la tendencia a volver a ese estado oceánico, de completud y reposo, descrito por Freud en El malestar en la cultura.
La alienación es un estado a-conflictivo, entre el Yo, sus deseos y los de los otros catectizados, que no necesariamente supone patología previa. Cualquier sujeto podría caer en un estado tal cuando se trata de lo colectivo, cuestión – por cierto -sumamente inquietante. Aulagnier señalará así que puede no ser un fenómeno singular, y requerir de otros que también idealicen y estén alienados (vemos aquí la presencia del esquema de Psicología de las masas). Se apoya en un deseo previo presente en el sujeto de anular el pensamiento, su interrogación, por lo tanto, de eludir la incompletud a nivel del Yo: es el deseo de volver al estado originario de reposo psíquico. Y en la realidad, se tratará del encuentro con el deseo de una instancia que puede ser la de quienes detentan el poder político, o más ampliamente, la de quienes dominan el espacio de poder de una sociedad, y mantienen dominado al resto. Así, este estado de servidumbre puede producirse por adhesión o por amenaza. Con respecto a la adhesión (mecanismo habital en las sociedades teocráticas), podemos sostener que en la actualidad es posible pensar la misma como consecuencia de la promesa de lo ilimitado que produce la sociedad capitalista actual. Se le ofrece al sujeto, mediante maniobras cuasi hipnóticas (hiperpresencia en los medios videoelectrónicos combinada con aceleración de la temporalidad [5], la posibilidad de llegar a ese estado de completud; y veladamente (y a veces no tanto) se blande la amenaza de exclusión, de no pertenecer si no se adhiere. La absoluta e insidiosa presencia de un discurso monolítico referido al consumo, a la posesión ilimitada de objetos, y la negación, que ese discurso hace de los efectos devastadores de esa producción y consumo ilimitados, habría hallado en el Inconsciente de los sujetos un aliado perfecto. La idealización ya no es la de algún sujeto entronizado en el poder, sino que es la de una idea, la del bien encarnado en el consumo, en la acumulación, y en que eso no tendría límites. Y que para pertenecer a la sociedad, es necesario participar de dicha idea. La clínica va demostrando día a día las consecuencias destructivas para la psique de tal servidumbre del sujeto, en un estado que hemos situado más allá del malestar en la cultura [6].
Servidumbre y relación analítica: la cuestión del abuso de transferencia
Finalmente aparece la cuestión de la servidumbre que puede producirse en un tratamiento analítico. Es también Piera Aulagnier quien ha señalado y descrito minuciosamente esta cuestión, que denomina abuso de transferencia.
La situación de asimetría que tiene lugar en la práctica analítica, remeda la situación originaria del sujeto, favoreciendo la instalación de una ilusión que permite el inicio del análisis, pero que de perdurar generará un estado de alienación. Lo que debiera haber sido el encuentro con un analista a quien se le supone un saber sobre el sujeto, se transforma en la certeza de haber hallado una fuente de saber absoluto, que se impone sobre su propio pensamiento, sobre su Yo, quedando éste a la sombra del saber del analista. Esto colma el deseo de no tener que pensar más, presente tanto en el analizando como en el analista. Así, el abuso de transferencia es “toda práctica y toda conceptualización teórica que amenacen confirmar al analizado la legitimidad de la ilusión que le hace afirmar que lo que se tiene que pensar sobre el sujeto y sobre este sujeto, ya fue pensado de una vez para siempre por UN analista y, por lo tanto, que el analista no puede esperar ni oír nada nuevo de y en el discurso que se le ofrece” [7]. La causa de este abuso es el displacer que para el analista sería pensar nuevos pensamientos y renunciar a otros, el temor a dudar sobre lo que él mismo ha tomado como certeza, en lo que podemos hallar además perniciosos efectos de pertenencia institucional o grupal. Este estado de abuso de transferencia cursa con la permanencia indefinida de un amor de transferencia y de contratransferencia, que señala en realidad que la relación analítica ha dejado de ser tal. El paciente se transformará en una suerte de seguidor de su analista, de su estilo, de su teoría, inhibiéndose de toda crítica, generalmente tratada por aquél como resistencia.
Funesto destino del Psicoanálisis en estos casos, aquello que debiera haber estado al servicio de permitirle al sujeto tomar contacto con sus servidumbres para cambiar su relación con ellas, se transforma en una más poderosa que ellas, incuestionable e invisible.
Servidumbre y dignidad
Finalmente: hemos visto así que tanto los estados de alienación a otro o a la sociedad tienen mecanismos en común, que se asientan en las condiciones de subjetivación de la psique humana. Y que también es necesario que en ese otro, grupo o instancia del poder social, exista un deseo de dominio sobre el pensamiento del sujeto.
En todos los casos un sujeto sometido a servidumbre ha perdido su dignidad: ha sido rebajado en su condición de sujeto, ha advenido un objeto de otra instancia que habita en la escena de la realidad. Indignarse es un paso hacia recobrar la condición de sujeto, saliendo de una posición pasiva, de objeto.
Es instituirse o rescatarse como sujeto, instancia que pudo haberse perdido o no haberse adquirido. Accidente identificatorio al que todos los sujetos están expuestos. La educación, la práctica política, la psicoanalítica, la creación artística, el pensamiento, muchas veces los lazos amorosos, están al servicio (potencial) de que el sujeto se rescate de dichos estados, ya que permiten crear brechas en el muro de sentido producido en las diversas instancias de socialización del sujeto, destituyendo sentidos pretéritos, y creando nuevas significaciones, individuales o sociales.
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