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Clínica
Viena Siglo XX, Buenos Aires Siglo XXI
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maechegaray@hotmail.com
 

Desde hace varios años que la vigencia del Psicoanálisis nos preocupa a muchos psicoanalistas, porque se plantea sobre el fondo de su sobrevivencia en el futuro. ¿Y por qué esta preocupación después de más de un siglo de existencia en que ha dado muestras de su capacidad de obtener logros clínicos? El Psicoanálisis, a lo largo del siglo XX, ha penetrado los diversos territorios de la cultura y del quehacer humanos a tal punto que incluso algunas corrientes artísticas que marcaron el siglo serían impensables sin él. Sin embargo, la pregunta acerca de su vigencia sigue presente.


Algunos problemas actuales

El Psicoanálisis ha sido y es jaqueado por las llamadas Terapias Alternativas y la Psicofarmacología, que prometen soluciones inmediatas acordes a lo que propone el ideal de época en relación a la vertiginosidad y la necesidad de respuestas inmediatas  al sufrimiento para no claudicar en el afán de eficiencia. El Psicoanálisis no es simplemente  un calmante, se propone aliviar el sufrimiento mediante la perlaboración, propiciando la ampliación de las posibilidades simbolizantes de los sujetos. El Psicoanálisis, en todo caso, se sirve del dolor para los fines del conocimiento emancipador.

Parece que la “promesa” agorera de la muerte del sujeto y el fin de la historia,  formulada en el siglo XX,  ha calado hondo en las prácticas  del neoliberalismo: se pretende que los sujetos que sufren ni se pregunten siquiera acerca de las causas de su padecer, que cada quien sea tratado “como un ser anónimo perteneciente a una totalidad orgánica” dice Elisabeth Roudinesco [1], quién agrega: “Frente al cientificismo erigido religión, y frente a las ciencias cognitivas, que valorizan al hombre máquina en detrimento del hombre deseante, vemos florecer, como consecuencia, toda clase de prácticas surgidas, ya de la prehistoria del freudismo, ya de una concepción ocultista del cuerpo y del espíritu: magnetismo, sofrología, naturopatía, iriología, auriculoterapia, energética transpersonal, prácticas mediúmnicas y de sugestión, etc.” Si bien no todas las prácticas que menciona esta autora tienen el mismo estatuto epistémico, acuerdo con la idea de que frente a la desesperanza se disemina en la sociedad la creencia en prácticas que no tienen ningún sustento científico y en otras, lo que es peor, que se amparan a la sombra del prestigio del Psicoanálisis, pero que no tienen una propuesta respecto de una teoría del sujeto.


Algunas afirmaciones

El Psicoanálisis no es una técnica ni una Terapia Alternativa, es la única teoría del sujeto que propone un método de tratamiento para el padecer psíquico.
El Psicoanálisis desde su creación fue un revulsivo; en sus orígenes la cuestión fue la sexualidad, la sexualidad infantil, hoy banalizada hasta el cansancio aunque no por ello comprendida en la profundidad de su significación. Hoy el Psicoanálisis sigue siendo un revulsivo en cuanto que -no siendo una Terapia Alternativa sino una teoría del sujeto- se plantea como un lugar donde no sólo la  miseria neurótica pueda convertirse en padecimiento común sino donde los sujetos puedan recomponerse subjetivamente, sintiéndose protagonistas de su propia historia.


Problemas del Psicoanálisis y de los psicoanalistas

Pero el Psicoanálisis también está jaqueado por una profunda crisis hacia el interior de sus fronteras. Más de cien años de existencia han llevado la teoría a una acumulación, por momentos abigarrada, de conceptos y a vías improductivas de desarrollo o a ecolalias mortíferas.  Sin embargo, hay a esta altura muchos autores que -advirtiendo la situación- han trabajado  para realizar lo que Silvia Bleichmar [2] llamó una limpieza de paradigmas.

El Psicoanálisis como ciencia tiene un objeto y método adecuado para capturar ese objeto, y ese objeto debe ser estudiado por la ciencia. Dice Freud en “Dos artículos de Enciclopedia” en 1922 [3]: “Psicoanálisis es el nombre:  1) de un procedimiento que sirve  para indagar procesos anímicos difícilmente accesibles por otras vías; 2) de un método de tratamiento de perturbaciones neuróticas, fundado en esa indagación, y 3) de una serie de intelecciones psicológicas, ganadas por ese camino, que poco a poco se han ido coligando en una nueva disciplina científica.” La existencia del Inconsciente, su necesariedad y su legitimidad como concepto científico tal cual Freud lo planteó en 1914, sigue siendo válida. La producción de sujetos humanos está condicionada a la existencia del Inconsciente. No habría sujeto humano si, aun en sus fallas o fracasos en la constitución psíquica, no hay atisbo de Inconsciente. Entonces me estoy refiriendo a la vigencia del Psicoanálisis como producción científica en tanto siga teniendo existencia su objeto de estudio. Sin embargo, para que el Psicoanálisis se mantenga, a la vez que vital, riguroso en sus propuestas epistémicas, debemos seguir trabajando sobre el legado no sólo de Freud sino de los autores post freudianos para que podamos diferenciar “los núcleos de verdad que el Psicoanálisis encierra, de los modos de repetición bajo los cuales se empobrece el discurso psicoanalítico de rutina, que corre el riesgo consiguiente de enmohecerse y tornarse rancio. Y, si bien es cierto que el mundo en el cual nos toca desplegar nuestra tarea actual no es proclive a profundidades, eso no excusa las dificultades internas de la ciencia que pretendemos defender, y los impasses y aciertos de un siglo de ejercicio que nos obligan ahora a replanteos profundos”, como nos proponía Silvia Bleichmar.

Silvia Bleichmar [4] también  nos enseñó a distinguir entre  constitución del psiquismo y producción de subjetividad, vale decir que “la diferenciación tópica  en sistemas regidos por legalidades y tipos de representación diversas es del orden de la constitución psíquica”, mientras que lo que se llama producción de subjetividad es del orden de lo histórico social, es del orden político e histórico. Respecto de la constitución psíquica es que encontramos los universales que constituyen la base del edificio teórico del Psicoanálisis: Inconsciente, sexualidad, represión, instancias psíquicas. Del lado de la producción de subjetividad es desde donde podemos conceptualizar todas las variaciones que se producen en los sujetos de acuerdo a los cambios epocales,  históricos y geográficos.

 Vale decir que la invariante conceptual universalizable en Psicoanálisis es la sexualidad pulsante que constituirá los fondos del Inconsciente, pero sus modos de tramitación estarán marcados desde los inicios por los modos históricos sociales. Hace unos años,  frente a los cambios subjetivos de los adolescentes en cuanto a que no eran como los adolescentes de antes, algunos colegas se planteaban que las nuevas generaciones no tenían Ideal del Yo, sin advertir que lo que se había modificado profundamente era el contenido del mismo o que no se había constituido por déficit en los intercambios narcisizantes con los otros significativos.


Nuevos paradigmas, antiguos malestares

Los nuevos paradigmas científicos nos permiten pensar el aparato psíquico como un sistema abierto, abierto al otro, al traumatismo, y constituido a partir del otro y de un traumatismo necesario -en los orígenes- que fractura las líneas de lo biológico por la sexualidad. Desde los inicios de la vida se introduce, más bien se produce, el aparato psíquico a partir de la sexualidad implantada por el otro pero siempre según los modos culturales en que la crianza ocurre.

No hay sujeto humano antes de la cultura, no hay buen salvaje roussoniano: hay un malestar que  es inherente a la vida en el interior de la cultura. “Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones con la leche templada y en cada canción” dice Serrat.

La siguiente cita, aunque un poco larga, es explícita en cuanto a algunos de estos malestares:
“Ya en una serie de hechos generales se destaca con nitidez lo siguiente: los extraordinarios logros de los tiempos modernos, los descubrimientos e invenciones en todos los campos, el mantenimiento del progreso frente a la creciente competencia, sólo se han logrado mediante un gran trabajo intelectual, y sólo éste es capaz de conservarlos. La lucha por la vida exige del individuo muy altos rendimientos, que puede satisfacer únicamente si apela a todas sus fuerzas espirituales; al mismo tiempo, en todos los círculos han crecido los reclamos de goce en la vida, un lujo inaudito se ha difundido por estratos de la población que antes lo desconocían por completo; la irreligiosidad, el descontento y las apetencias han aumentado en vastos círculos populares; merced al intercambio, que ha alcanzado proporciones inconmensurables, merced a las redes telegráficas y telefónicas que envuelven al mundo entero, las condiciones del comercio y del tráfico han experimentado una alteración radical; todo se hace de prisa y en estado de agitación: la noche se aprovecha para viajar, el día para los negocios, aun los “viajes de placer” son ocasiones de fatiga para el sistema nervioso, la inquietud producida por las grandes crisis políticas, industriales, financieras, se trasmite a círculos de población más amplios que antes; la participación en la vida pública se ha vuelto universal: luchas políticas, religiosas, sociales; la actividad de los partidos, las agitaciones electorales, el desmesurado crecimiento de las asociaciones, enervan la mente e imponen al espíritu un esfuerzo cada vez mayor, robando tiempo al esparcimiento, al sueño y al descanso; la vida en las grandes ciudades se vuelve cada vez más refinada y desapacible. Los nervios embotados buscan restaurarse mediante mayores estímulos, picantes goces, y así se fatigan aún más; la literatura moderna trata con preferencia los problemas más espinosos, que atizan todas las pasiones, promueven la sensualidad y el ansia de goces, fomentan el desprecio por todos los principios éticos y todos los ideales; ella propone al espíritu del lector unos personajes patológicos, unos problemas de psicopatía sexual, revolucionarios, o de otra índole; nuestro oído es acosado o hiperestimulado por una música que nos administran en grandes dosis, estridente e insidiosa; los teatros capturan todos los sentidos con sus dramatizaciones; hasta las artes plásticas se vuelven con preferencia a lo repelente, lo feo, lo enervante, y no vacilan en poner delante de nuestros ojos, en su repelente realidad, lo más cruel que la vida ofrece. (W. Erb. 1893) [5]

De no ser por algunos anacronismos, esta cita podría haber sido escrita por algún pensador actual,  en Buenos Aires, la semana pasada; sin embargo, fue escrita en 1893 por W. Erb, a quien Freud menciona en “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna” de 1908. La nerviosidad puede ser interpretada, sin demasiado forzamiento, como el malestar inherente a la condición humana  que Freud planteó más acabadamente en “El malestar en la cultura” en 1930. Que la cultura y la vida en sociedades, vale decir que  la vida humana se edifica sobre la renuncia de lo pulsional que debe encontrar caminos de sustitutivos de satisfacción, es una cuestión que a lo largo del S. XX  ha sido pensada desde por lo menos dos posturas diversas: El carácter antropológicamente constitutivo de ese malestar y por lo tanto ineliminable, postura fiel a la formulación  freudiana y la posición del marxismo que veía  ese malestar determinado históricamente y por lo tanto pasible de ser eliminado. El Psicoanálisis se proponía curar los modos neuróticos en que dicho malestar se hace presente en los sujetos.

Freud descubre el Inconsciente sexual y reprimido en los albores del siglo XX y levanta el edificio teórico del Psicoanálisis en pleno auge de la modernidad con su ilusión de progreso y los malestares que el mismo trae aparejados.

Sin embargo, ese malestar se ha profundizado en el transcurso del siglo XX:   la deshumanización del semejante, la falta de proyecto de futuro, las crisis económicas, políticas, la cultura de la inmediatez, el consumismo propiciado por el sistema neoliberal que construye  consumidores o usuarios y que aun en crisis -como la que actualmente parece afectarlo- no deja de engendrar desigualdad de oportunidades entre los seres humanos. Y todo ello  de un modo tan global y prolongado en el tiempo como nunca se había visto antes en la historia. Sin duda, esto promueve cambios en la producción de subjetividades. ¿Pero qué clase de cambios?


¿Algo cambia cuando todo cambia?

El ser sujetos de nuestro tiempo supone una limitación en cuanto a mirar panorámicamente el presente, y formular apreciaciones sobre el porvenir,  y sabiendo que la mirada en perspectiva enriquece el juicio que se puede emitir sobre determinada época y poder apreciar con más justeza los cambios en la subjetividad, y teniendo en cuenta lo que Freud advertía en el “Porvenir de una Ilusión” que   “en un juicio de esta índole las expectativas subjetivas del individuo desempeñan un papel que ha de estimarse ponderable”, entonces podemos concluir que conviene acotar el punto de vista de vista subjetivo cuando se abordan estas cuestiones. Lo que propongo es que no nos enseñoremos.  en posiciones exacerbadamente narcisistas, ya sea del lado apocalíptico como del de  la apología. Es una verdad de Perogrullo que vivimos en un mundo complejo y, como decía más arriba, con características inéditas.

Sin duda la revolución mediática y el predominio de la cultura de la imagen están produciendo cambios en la subjetividad de nuestro tiempo. Dice Franco Berardi [6]: “La activación de redes cada vez más complejas de distribución de la información, ha producido un salto en la potencia, y en el propio formato de la infosfera (que es la interfaz entre el sistema de los medios y la mente que recibe sus señales). Pero a este salto no le corresponde un salto en la potencia y en el formato de la recepción. El universo de los receptores, es decir los cerebros humanos, las personas de carne y hueso, de órganos frágiles y sensuales, no está formateado según los mismos patrones  que el sistema de los emisores digitales. El paradigma de funcionamiento del universo de los emisores no se corresponde con el paradigma de funcionamiento del universo de los receptores. Esto se manifiesta en efectos diversos: electrocución permanente, pánico, sobreexcitación, hipermovilidad, trastorno de atención, dislexia, sobrecarga informativa, saturación de los circuitos de recepción”. Pero me parece que el problema central y el cambio que me interesa plantear es si está habiendo un cambio en el modo de funcionamiento del Preconsciente o si - como plantea Berardi y otros- el paso del modo alfabético al modo video electrónico le impone al Preconsciente condiciones de funcionamiento que lo ponen al borde del estallido. Sabemos que el Preconsciente funciona según las leyes del proceso secundario y que la pertenencia sistémica de sus representaciones presupone la ligazón al afecto.

Ya en el año 1964 Marschall McLuhan había visto los cambios que se producían en las generaciones post-alfabéticas, efecto de los medios electrónicos. “Sostuvo que cuando a la tecnología alfabética le sucede la electrónica y en consecuencia, a lo secuencial le sucede lo simultáneo, las formas de comunicación discursiva dejan paso a formas de comunicación  y el pensamiento mítico tiende a prevalecer sobre el pensamiento lógico-crítico” [7]. El cambio de paradigma de lo secuencial a lo simultáneo de las imágenes, impide por ejemplo el posicionamiento crítico del pensamiento. Ese gesto común de levantar la vista del papel que uno está leyendo y que tiene el sentido de un instante de reflexión o  de apropiación o  de diálogo aunque silencioso con el autor del texto en cuestión, no es posible frente a la vertiginosidad sucesiva de las imágenes, de modo que la elaboración de la información recibida se ve por lo menos impedida. Existe además el riesgo de merma en la racionalidad de los enunciados que se formulan en beneficio de creencias fundadas en argumentos más o menos arbitrarios, preñados de idealización.
Pareciera que estamos delante de un psiquismo en estado permanente de traumatismo.


Para terminar

Otra de las condiciones que me parecen fundamentales para la vitalidad del Psicoanálisis es la evitación de las clausuras, que siempre son mortíferas. No es bueno que el psicoanalista esté solo, es necesario que comparta su teoría y su clínica con otros colegas; dicho intercambio es la cuarta pata en la que se asienta la formación de los psicoanalistas. Las otras tres son, como ya sabemos, su análisis personal, la supervisión del material clínico y la formación teórica.  Pero no es menos importante que el Psicoanálisis no se aísle, que sostenga el diálogo con otras disciplinas. Es  una de las maneras fecundas de evitar reduccionismos que siempre son esterilizantes y empobrecedores de los diversos campos científicos.

Vale la pena recordar lo que proponía el epistemólogo Gastón Bachelard, para quien el estado más elevado del espíritu científico es el estado abstracto: “en el que el espíritu emprende informaciones voluntariamente substraídas a la intuición del espacio real, voluntariamente desligadas de la experiencia inmediata y hasta polemizando abiertamente con la realidad básica, siempre impura, siempre informe”. [8] Una experiencia científica es, pues, una experiencia que contradice a la experiencia común. Una hipótesis científica que no levanta ninguna contradicción no está lejos de ser una hipótesis inútil. Una experiencia que no rectifica ningún error, que no provoca debates, ¿a qué sirve?

 
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Notas
 

[1] Roudinesco, E. Por qué el psicoanálisis. Ed.  Paidós. (2000)
[2] Bleichmar,  S. La subjetividad en riesgo. Topía Editorial. (2005)
[3] Freud, S. Dos artículos de enciclopedia. (1922) Obras completas. Amorrortu Editores.
[4] Bleichmar, S. La subjetividad en riesgo.  Topía Editorial (2005)
[5] Freud, S. La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna (1908) Obras completas. Amorrortu Editores.
[6] Berardi, F. Mediamutación (Página web)
[7] Berardi, F., Ob. Cit.
[8] Bachelard, G. La formación del espíritu científico. Contribución a un Psicoanálisis del conocimiento objetivo. Siglo veintiuno editores. (1982)

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