Una nueva incursión en el Delta Panorámico, un mundo imaginario, onírico, aterrorizante y tierno a la vez, poblado de personajes ásperos que necesitan ser dichos en palabras nuevas, desbordantes. Allí transcurre una búsqueda, la de Lerena, una mujer que –cuando todo parece abandonarla- cree encontrar la ‘salvación’ de la mano de otra mujer. La protagonista, junto con su viejo amor -un psicólogo raído, venido a menos- emprende el viaje, quiere encontrarla, pagar la deuda que siente haber adquirido.
No es común que una mujer quiera pagar, con tanto empeño, su deuda con otra. La protagonista sin embargo, está decidida, tanto quiere pagarle a la que supone su salvadora como darle a su madre, una mujer que la ha rechazado, y a su hermano. No retrocede frente a ningún peligro, incluso insiste cuando encuentra a su benefactora y ésta se resiste a recibir el pago. La mujer es Dielsi Munava, la Maestra de la secta de los Atinados. El ‘pago’ finalmente se realizará, de algún modo, simbólicamente, ya que a la Maestra, como suele suceder, se le atribuirá todo cambio y mejoría, se le agradecerá eternamente. Además, revelando la misma posición, Lerena insistirá en comprarle un piso a su madre y en darle a su hermano la prótesis que precisa para su hijo.
Hay en Cohen una fineza, una agudeza en el tratamiento de sus personajes. Los toma con cariño, con humor; se diría que los ve “de trasluz”; acompaña sus penurias, sus gozos y sus cambios muy de cerca, con un uso del lenguaje -de los neologismos incluso- gracias al cual nos permite atisbar lo indecible. El tiempo y la geografía parecen ser accidentales, pues hay algo profundo de la naturaleza humana, si la hubiese, que está en juego en la novela más allá del escenario que nos propone: un no lugar y un no tiempo.
Es, sin duda, una novela de amor y una historia “de deseo y sacrificio” como dice el autor. Uno puede deducir que hay un precio a pagar para acceder al amor y al deseo. Sabemos desde el Psicoanálisis, y se verifica en esta Balada, que las mujeres tienen un ‘viaje’ por delante, de búsqueda y de aceptación, de revinculación con alguna suerte de ‘madre’ a la que sí se le pueda deber y agradecer. Lerena juega esa partida junto a un hombre que la sigue por amor, más allá de sus razonamientos: “No me habría gustado el mundo sin vos”. Y ella: “(…) fui mejor cuando estaba con vos; más suelta”. Y concluye el relator: “La soltura es la primavera del sujeto”. Son muchas las ‘perlas’ que le agradecemos a Cohen, para leer y releer.
|