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Psicoanalistas. Miembros del Colegio de psicoanalistas
 

Dos empleados del Panteón de Dolores, en México, cavan para desenterrar el ataúd de Rodolfo Puiggrós. Su hija, Adriana, representa a la familia en la gestión necesaria para hacer cremar los restos y repatriarlos a Buenos Aires, al panteón de la familia en el Cementerio de la Chacarita. Una de las palas golpea de pronto contra algo metálico. Los hombres cavan enérgicamente. Cuando se despeja un poco la tierra, uno de ellos empalidece y grita en pánico: “¡Ay, hijo de la chingada!”, y sale corriendo. De inmediato el otro se pliega a los gritos. Adriana los escucha: “¡¡¡Su papá está vivo, tan vivo como yo!!!”.

Una pequeña ventana cubierta de vidrio grueso permite ver la cara del muerto. Adriana escucha los argumentos, como ausente: “Su papá está como tratado, los embalsamados no se queman, no se puede, no se debe”.

No deja de asombrarnos, tratándose de quién se trató y perteneciendo a la organización a la que perteneció, que haya sido éste el destino elegido para los restos fúnebres de un militante, presumiblemente distante de toda noción de trascendencia.

Podríamos empezar por decir que concebimos el embalsamamiento como una práctica que proviene de culturas pasadas. Su procedimiento nos promueve el sentimiento que se experimenta ante lo ajeno, ante aquello que proviene de modos de pensar y de actuar propios de un sujeto muy diferente. Sin embargo, la historia reciente presenta muchos casos en los que esta práctica tuvo lugar y con incidencia sobre nuestra actual trama social: Lenin, Mao y, en nuestro propio país, Evita.

El caso de Evita resulta particularmente significativo porque no sólo fue embalsamada con el fin de preservar su cadáver, sino que, luego, sangrientas disputas de la segunda parte de siglo veinte tuvieron relación cercana con el destino de ese cadáver.

En noviembre de 1955, el cadáver de Eva Perón fue secuestrado por la llamada “revolución libertadora” de la sede de la CGT. Nada se supo de su paradero hasta la dictadura de Agustín Lanusse en 1971.

La agrupación Montoneros elige como acto de fundación el secuestro de Pedro Eugenio Aramburu. Proclama entre sus principales objetivos la recuperación del cadáver de Eva. Roberto Perdía relató en 1997 que Aramburu le dijo al comando que lo asesinó: "Evita está en Italia, pero no sé dónde y si lo supiera no se los diría".

La operación resulta exitosa: Aramburu es juzgado, condenado a muerte y fusilado allí mismo. Los integrantes del grupo no son apresados (casi todos ellos terminaron sus vidas, en el marco de la lucha armada, tiempo después, cada uno en diferentes circunstancias. Mario Firmenich los sobrevivió a todos, hasta nuestros días).

Pero podemos decir que la operación fracasa en un punto sustantivo: se produce, al poco tiempo, el hallazgo del lugar donde el cadáver de Aramburu estaba enterrado. El objetivo original del grupo montonero había sido el de usar el cadáver de Aramburu para lograr que el ejército entregara el de Eva. Lanusse empieza por admitir que está enterrada en Italia bajo una lápida de nombre falso: María Maggi de Magistris. En 1974, en una operación que es también parte ilustrativa de nuestra historia nada lejana, Montoneros secuestra el cadáver de Aramburu presionando al gobierno de Isabel para que traiga a Buenos Aires el de Eva. Finalmente, la dictadura de Videla la entierra en la Recoleta, a seis metros de profundidad, bajo una plancha de acero.

Hemos elegido empezar por aquí. Ilustrando, con ejemplos vívidos para todos nosotros, hasta qué punto historias de cadáveres, de prácticas de preservación de restos, de enterramientos y desenterramientos, de posesiones fúnebres son parte indisoluble y marcan nuestra historia personal y social. La Historia demuestra que no siempre los muertos descansan en paz. A algunos se los priva de ese descanso: se los roba, se los esconde, se los negocia. Y a sus restos se les impide el paso natural del tiempo. Hay muertos que tienen prohibido terminar de morir. Son obligados a pasar a la eternidad, a los pósters, a ser momias.


Al decir de Freud

La metapsicología de Freud fue precisa al respecto: no existe registro inconsciente de la muerte. ¿Se trata de una falla? ¿Se trata de una ausencia, de un punto ausente en una cadena?

El aparato psíquico neurótico quedará organizado alrededor del Edipo y de la angustia de la castración. Muchas veces es desde allí que se aborda el tema de la muerte. ¿Será entonces una dificultad de representación debida a las limitaciones de una lógica binaria, fálico/castrado?

En una síntesis elocuente Freud ubica los dramas humanos en dos cuestiones fundamentales: la sexualidad y la muerte. Los ubica como los grandes desafíos de la psique humana. En el campo de la sexualidad, la representación inconsciente es materia prima sustancial de la dinámica que allí se juega. El orden libidinal hace su juego bajo el principio del placer. En el caso de la muerte, en cambio, es una afirmación radical sobre su ausencia de registro ¿Será una diferencia de recursos del aparato psíquico para abordar cada una de estas cuestiones?

Por un lado, la sexualidad -apoyada en las pulsiones de autoconservación- fluye y se organiza desde los primeros momentos de la vida. Ante el enigma de la sexualidad, el psiquismo recorre toda una historia libidinal, inscribe representaciones fruto de las experiencias (de satisfacción) que, como reservorio, permiten abordar lo enigmático bajo relativo saber. Pero Freud también supone una ausencia representacional en lo que atañe a la representación inconsciente de la vagina. La sexualidad humana –lejana, pero no del todo ajena, a la sexualidad animal- cuenta con dificultades intrínsecamente neuróticas. ¿Cómo acceder a una diferencia que, por otro lado, no puede ser registrada en su singularidad? Es aquí que el complejo de castración encuentra pleno sentido; la diferencia sólo puede ser concebida bajo la universalidad fálica. Queda establecido, así, un reconocimiento paradojal de la diferencia por el cual, si bien se la registra, no se llega a darle una representación propia. Y se la traduce con su única herramienta: “o se es esto o no se lo es”.

¿Se podría asimilar la dificultad del aparato psíquico ante la muerte a estas cuestiones? Son ambos enigmas que el aparato psíquico se ve obligado a abordar y que demandará gran parte de sus esfuerzos de elaboración. Pero, en el terreno de la muerte, el aparato enfrenta un registro consciente, que no puede desconocer totalmente, con el que lidia a lo largo de toda la vida, acaso valiéndose como parapeto de los relatos que se fraguan en cada época, en cada comunidad.

Tomemos en cuenta también que el yo es representación. La ausencia de representación es la muerte del yo. El yo no puede representarse su muerte porque ésta sería la misma ausencia de toda representación. El miedo al derrumbe es el miedo a lo irrepresentable, el derrumbe del yo ("terror sin nombre", "angustia inconcebible”).


Acerca de la representación de la muerte

En 1915, en De guerra y muerte, Freud lanza la famosa frase: “La muerte propia no se puede concebir; tan pronto intentamos hacerlo podemos notar que en verdad sobrevivimos como observadores. Así pudo aventurarse en la escuela psicoanalítica esta tesis: en el fondo, nadie cree en su propia muerte, o, lo que viene a ser lo mismo, en el Inconsciente cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad.” Frase polémica esta última, en tanto para esa supuesta convicción de la inmortalidad, harían falta, a su vez, representaciones que la sustentaran. Y representaciones de la inmortalidad son, tanto como la de la muerte, difíciles de conceptualizar si se concibe al aparato sólo como un sistema de huellas.

Si bien Freud habla de la ausencia de representación inconsciente de la muerte, caben algunas reflexiones a la luz de otros desarrollos del mismo Freud y de autores post freudianos. En la medida en que actualmente tendemos a pensar en términos de heterogeneidad de lo inconsciente, tenemos la posibilidad de acercarnos a concebir la representabilidad diversa de la muerte en los diferentes niveles preconscientes e inconscientes. La fórmula "no existe representación icc. de la propia muerte" parece tributaria de una concepción del psiquismo en la que sólo adquiere representación aquello que ha sido previamente experimentado. Algo así como un aparato formado sólo a partir de huellas perceptivas, en el cual los fenómenos de la imaginación no tendrían un lugar claro.


La inmortalidad

La inmortalidad sería la traducción al sistema preconsciente/consciente de la omnipotencia de la psique, por lo tanto, de su rechazo a la castración, a la muerte. Pero, por otra parte: ¿acaso hay representación inconsciente de la vida? Podría ser que coincidieran la vida y la muerte en el Inconsciente, tanto como en la pequeña muerte orgásmica de la que nos habla Bataille. Es el encuentro con el cero, la descarga absoluta, la ausencia de tensión, la exhalación de todo conflicto, el apaciguamiento de Eros. Eros y Tánatos coincidiendo en su objetivo, por fin. El Nirvana, cuya representación inconsciente es la que Freud describe en Los dos principios del suceder psíquico: estado de reposo en el que el infans se halla en el origen de la vida psíquica. Esa representación-cosa (¿o signo perceptivo?) y el afecto concomitante serían los fundamentos, conjuntamente con los elementos que le ofrezca la cultura (religión, arte, filosofía), que le permitirían al sujeto pensar sobre la propia muerte, esa que habita en lo real, y que no cesa de no representarse. Esa que es la última roca contra la que puede partirse el análisis, sostiene Castoriadis, y debiera el sujeto ser acompañado por el analista hasta ese punto para que el análisis esté terminado.

Una apostilla: la sociedad capitalista -que contiene en su núcleo la promesa de siempre más (objetos, juventud, vida, viajes, dinero, etc.)- reforzaría la omnipotencia de la psique, por lo tanto, sería un obstáculo para que la mortalidad como representación halle un lugar, apartando de este modo al sujeto de su condición trágica, tal como la conservó durante la modernidad.

Si bien ya hace unos siglos la filosofía entabló la discusión con Dios, sigue vigente, bajo distintas formas, alguna modalidad de representación de algo más allá de la muerte. Son formas de “lo sé pero aún así”.

Si la cuestión central que les estamos proponiendo con relación a la muerte es la de la representación, propongámonos -a continuación-  bucear un poco en los orígenes del término. Y nos sorprendemos, a poco de andar, cuando descubrimos un nudo estrechísimo entre las dos nociones.


Representatio

El concepto medieval de representatio está referido a un objeto muy particular. Ese objeto es una suerte de efigie normalmente hecha de madera -para que no fuera demasiado pesada- que remedaba el contorno del cuerpo del rey muerto y que se colocaba por encima del féretro. Su uso se extendió con los años a otras figuras de poder.

Nos estamos remontando a una época en la que las técnicas de conservación de los cuerpos estaban a enorme distancia de la sofisticación de los antiguos egipcios. Situémonos en que hubiera resultado inimaginable la exhibición de ese cuerpo investido imaginariamente, en estado de incipiente descomposición.

Y es por ello que se lo paseaba por las calles, así recubierto por su respectiva y propia representatio. (Esto serviría para hacer una interesante metáfora sobre eso que se llama la crisis de representación en el campo de la política).

Pero veamos algo más en las raíces etimológicas de los términos que estamos explorando. Re-presentatio (presente): La partícula re implica la iteración, el retorno de algo, la vuelta a su estado original. Volver a hacer presente. Y presente proviene de pre-essere: lo que está por delante, lo que está a la vista. Ausente, por el contrario, designa justamente a los muertos, y también desde el punto de vista etimológico, porque viene de ab (partícula privativa) essere: ser. O sea, lo que no tiene vida. Lo que carece de ser.


Las diversas representaciones sociales y su relación con la muerte

La muerte, y las formas que las diferentes culturas le atribuyeron a sus deidades, estuvieron ligadas al origen de expresiones tanto artísticas como políticas. Los rituales mágicos, sus máscaras, pretendieron alejar el temor, organizar el recuerdo, recuperar -por algún medio- el mundo de los que, despidiendo al muerto, debían recobrar de alguna manera la confianza en su mundo.

Las religiones que rigieron los últimos años de occidente debatieron las formas bajo las cuales la vida cedía paso a un algo difícil de representar. Los primeros actores, primeros representantes, fueron los que participaban de rituales funerarios. Estaban llamados a re-presentar escenas de la vida del muerto. Relatos biográficos, como los que el cine o la literatura abordarían siglos después; sólo que allí, apenas sucedida la muerte, con el cuerpo aún tibio. La religión más poderosa predicó un más allá para las almas. Insistió, para aventar distorsiones, en que sólo sería para el espíritu, ese aire sin carne. Que el lugar no sería éste que conocemos, que nunca más se residiría ni en ese ni en otro cuerpo. Pero que habría Otro Lugar. “Sabemos que los muertos son poderosos señores”, diría Freud abriendo con esta frase su “tabú a los muertos”.

Si en nuestro Inconsciente somos omnipotentes, eternos, inalcanzables por la muerte, ¿cómo no tambalear ante aquellos próximos (afectivamente) a nosotros que, al sucumbir a la muerte, nos demuelen aquella ilusión megalomaníaca? A partir de su muerte son ellos los que encarnarán esa omnipotencia hasta aterrorizarnos. ¿Dónde están? ¿Se nos pueden aparecer? (películas de terror, pesadillas)

Las tribus estudiadas por la antropología de la época de Freud realizan ceremonias que nos resultan infantiles. Su magia nos recuerda nuestros primeros años y lo que de ellos heredó la neurosis. Sin embargo, hemos naturalizado todo lo de ritual y lo de fantástico que penetra e impregna la práctica social de los tiempos llamados modernos.

El turismo, una costumbre generalizada en un mundo cada vez más global, incluye de manera infaltable la visita a mausoleos, tumbas, cementerios, pabellones de homenaje, monumentos, placas conmemorativas, tumbas de soldados desconocidos, parques memoriales. ¿Cómo no ver en ello una dimensión ritual? (Página 12, jueves 6 de octubre: Rituales funerarios de hoy - Cada quien con sus cenizas, Andrea Buscaldi).
Existe la impresión de que una enorme porción de la humanidad ya no cree en vida alguna más allá de la muerte. Aun aquellos que reconocen algún sentimiento religioso dicen dudar seriamente de aquellas afirmaciones que, desde su más temprana formación, les señalaban alguna forma de eternidad.

Walter Benjamín, en su genial ensayo  La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica, se  dedicó a explorar  la relación entre las formas de representación artística tradicionales y aquellas surgidas del avance tecnológico moderno.

Un concierto, una pintura, eran actos únicos que guardaban gran parte de misterio en el hecho de haber ocurrido por única vez. Residía en ello una relación con el tiempo que no podía menos que evocar la fugacidad y la eternidad de un solo golpe. La infinita capacidad de reproducción de las técnicas modernas parece haber dado por tierra con todo aquello. La obra de un maestro, de un valor incalculable por su excepcionalidad, hoy en día puede ser reproducida por millones. Entonces pareciera que las cosas ya no mueren. Han perdido para siempre el valor del instante. Han conquistado, a cambio, una garantía ilusoria de perpetuidad.

Por eso mismo, Barthes se detiene en la fotografía, el arte del instante llevado al extremo. Y aun así, o por eso mismo, es allí en donde ve la muerte patentizada más que nunca: “esto será y esto ha sido; observo horrorizado un futuro anterior en el que lo que se ventila es la muerte…la fotografía me expresa la muerte en futuro. Lo más punzante es el descubrimiento de esta equivalencia. Ante la fotografía de mi madre de niña me digo: ella va a morir: me estremezco como el psicótico de Winnicott, a causa de una catástrofe que ya ha tenido lugar”.

Más allá de la fotografía, podemos tomar otra forma artística que trata de acercarse a la representación de la muerte: el cine.
A pesar de que la violencia, la amenaza letal y las formas más variadas de la muerte aparecen con profusión en el cine, no hay muchas películas que indaguen de forma rigurosa en el hecho en si de la muerte.


Muerte de película en 1°, 2° y 3° persona

Entre las temáticas que tocan el tema se sitúan aquellas en donde la experiencia de la muerte de una persona querida lleva a los personajes a una rememoración del tiempo pasado, a la constatación de la imposibilidad de revivirlo, o al impacto en sus existencias, de tal magnitud que replantea por completo el futuro... El cine fue el primer espejo en el que el hombre pudo contemplar el proceso espacio -temporal de su propia muerte sin tener que experimentarla directamente. El espectador podía ser testigo de cómo una vida se apagaba, en directo

Dice Francisco Pérez en su articulo, La muerte en cine, la imagen como mortaja:

“La representación de la muerte en cámara ha evolucionado considerablemente con el paso del tiempo. Las nuevas formas de narrar historias también incorporan nuevas formas de contar la muerte. El crítico Sergi Sánchez ha observado esta evolución en las formas de representar la muerte atendiendo a la taxonomía que el filósofo francés Vladimir Jankelevitch articula de cara a la proximidad de la muerte en el sujeto. La muerte en 3º persona es pues la concepción abstracta del hecho de morir, remite al pasado, al hecho biológico y distanciado de que la muerte es una etapa final por la que se ha de pasar. La muerte en segunda persona remite a otro tipo de muerte con una cercanía más acentuada. Es la muerte del ahora, la muerte del prójimo, una muerte que se puede contemplar, que afecta, pero que no puede sentirte como propia. Sin embargo, se participa de ella, se experimenta dolor, como la muerte inesperada que sobreviene a aquel personaje a cuyas andanzas el espectador ha asistido en el film…pero se aprecia como alteridad, pues es la muerte del ‘ ‘otro’, por muy cercano que se encuentre al ‘yo’”.

Empero, la muerte en primera persona tiene ya una inmediatez absoluta y un valor de futuro, un valor de pronóstico. No se sabe cuándo acontecerá, pero la muerte va a llegar y recaerá directamente sobre el yo. Para Sergi Sánchez este tipo de muerte puede representarse ahora en un cine actual, marcado por la irrupción de la tecnología digital. Son films en los que, durante todo el metraje, el espectador se adentra en la perspectiva subjetiva de uno de los personajes protagonistas padeciendo, así, la propia muerte del personaje. Puede evidenciarse que esta variable representacional también responde al desarrollo de la industria del videojuego; en concreto, a la aparición de títulos para ser jugados en primera persona. Una técnica empleada para dotar así cotas más elevadas de realismo y verosimilitud a la experiencia de juego. Las aventuras gráficas en primera persona o el género shoot em´up sirven de ejemplificación a esta modificación del punto de vista.

La muerte en el cine no tiene límite temporal, una vida puede irse en un chasquido de dedos y -de la misma forma- puede prolongarse en su agonía fatal, segundos, minutos, horas… El relato de la muerte en el cine, al mantenerse suspendido, dota de una mayor complejidad trágica el fallecimiento   del personaje.

Ahora bien, la muerte de un personaje no necesariamente ha de implicar la muerte del relato. Lo fantasmal abre una posibilidad a la vida más allá de la muerte, y el cine -máquina de sombras y arte de lo posible- ha explorado esa vía en infinidad de ocasiones.


Representaciones del siglo XXI. La muerte como espectáculo

En un ensayo de Michela Marzano, que lleva por título La muerte como espectáculo. La difusión de la violencia en Internet y sus implicancias ética, se presenta un lado poco explorado, pero de particular interés, en la compleja trama que se va anudando día a día en torno a Internet [1]. A lo largo de una prolija investigación, la filósofa italiana propone una contextualización histórica de los diversos espacios que -a través de las pantallas- tuvo la presentación de la violencia en sus distintas formas: torturas, violaciones, muertes. Y de ello deduce una veloz transformación hacia lo hiperduro, producido desde finales de los años 90, momento a partir del cual los trabajos guionados con actores y realizadores fueron dejando espacio –proponiendo una metáfora fílmica- a la reproducción del material en crudo.
De modo paralelo, crece de un modo exponencialmente vertiginoso el número de personas que se muestran interesadas y convocadas a ver estos particulares videos -que en algún momento estaban destinado a unos pocos-, conforme al aumento de su divulgación y dejando a su paso una dificultad importante en el abordaje interpretativo.

Según la autora, a partir de 2004 comienzan a circular videos de ejecuciones y degollamientos reales de prisioneros occidentales en Irak. Se pasó, de ese modo, a una situación de hiperrealismo crudo. La expresión de la crueldad en estado puro.

Entonces y para sumar a la discusión: ¿de qué representación de muerte habla este hecho? ¿Las múltiples representaciones de la muerte, como intento de poder representarse lo irrepresentable?

* Presentado en el Colegio de Psicoanalistas, 2011

 
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Nota
 

[1] Para un mayor desarrollo ver De la sociedad del espectáculo a la muerte como protagonista, por Martín Vul.

 
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