El fenómeno migratorio bien puede observarse y pretender entenderse como un fenómeno objetivo, que atravesaron, atraviesan y atravesarán muchas personas; y también puede abordarse desde lo subjetivo, comprendiendo cada situación particular. Dentro de este abordaje, el término “atención” merece considerarse. La atención podría pensarse como un modo de asistencia estándar, lista a ser ofrecida cuando sea requerida -necesaria en un primer momento-; o bien podría pensarse como “el prestar atención”. Se trata de estar atento a lo que le sucede al otro –y a uno mismo- en su individualidad. Prestar, donar, ofrecer atención, y, a la vez, estar expectante con una atención parejamente flotante. Actitudes en apariencia activas y pasivas respectivamente.
Los motivos de las migraciones han ido variando. Desde el exilio obligado por las guerras hasta el exilio voluntario-obligado de estos tiempos del mundo globalizado, que puede mostrarse disfrazado, engañando respecto de las verdaderas vicisitudes con las que deberá enfrentarse quien transite este fenómeno. En todos los casos, conlleva la pérdida extraordinariamente significativa de los vínculos con la tierra y con la gente que los vieron crecer. Las rupturas, las muertes, las separaciones, son pérdidas que a nivel individual y familiar necesitan ser elaboradas. Esta elaboración consiste en un proceso, el proceso de duelo. El fenómeno migratorio posee ciertas características: es un duelo parcial, recurrente y múltiple; que generalmente se vive de manera ambivalente y que afecta a la identidad.
La miniserie “Vientos de Agua”, permite pensar cuántas dimensiones abarca este tema y, principalmente, que no hay maneras a priori de atender o de intervenir en situaciones de este tenor -vividas como crisis y sentidas como catástrofes- sino que cada caso se debería abordar de una manera particular, según la subjetividad de cada uno y los recursos que cada cual tenga la posibilidad de desplegar. Es necesario, entonces, articular conceptos que posibiliten, por un lado, reconocer la complejidad del tema y, por otro, ampliar el pensamiento, la mirada y la escucha frente a la vasta problemática del fenómeno migratorio.
El proceso de duelo en el fenómeno migratorio.
Se puede definir el duelo (del latín dolus que significa dolor, lástima, aflicción) como “la respuesta emotiva a la pérdida de alguien o de algo. No es un momento, no es una situación o un estado, es un proceso de reorganización, algo que tiene un comienzo y un fin”(2). El duelo es un proceso que está íntimamente relacionado con las pérdidas, las separaciones, las rupturas y las muertes. Si el proceso de elaboración del duelo es ignorado, retrasado, demorado, aparecen las complicaciones.
Si para ningún duelo es recomendable el olvido, ocurre lo mismo para el duelo migratorio. La elaboración de los duelos se caracteriza por un equilibrio entre la asimilación de lo nuevo y la reubicación de lo dejado atrás. Es un proceso complejo de elaboración, de integración, no exento de dolor y de sufrimiento.
Ahora bien, la postura del psicoanálisis sostiene que -en cada caso, en cada vivencia y en cada elaboración- se pone en juego la responsabilidad del sujeto; a través de un proceso que culmina en una elección. Se trata de la realización de un acto. Acto que tiene efecto subjetivador en la medida en que interpela al sujeto, produce un sujeto. El acto incluye una decisión que no se calcula, tomada por fuera. Una decisión sin los otros, que implica algo que no es la muerte, pero donde uno mismo está solo.
La complejidad del acto en el proceso de duelo
El acto, planteado de este modo, implica atravesar muchas cuestiones. Habrá que pensar en este punto, cuáles son las características del fenómeno migratorio y sus posibles consecuencias. En “Vientos de Agua”, la migración se produce de manera abrupta y disruptiva, por esa razón es que este tema es abordado desde algunos conceptos como “trauma”, “evento”, “desastre”, “acontecimiento”, “catástrofe”, “disruptivo”, “duelo”, “invención”, “elaboración”, “decisión”, “responsabilidad subjetiva”.
Se puede afirmar que las migraciones siempre implican pérdidas y elaboraciones. El sujeto se encuentra tarde o temprano frente a una crisis, a “su” crisis personal. Freud se refiere al trauma como la contingencia de un encuentro, caracterizado por la sorpresa y la extrañeza, sobre la cual no se tiene explicación. El trauma remite a la suspensión de una lógica por la presentación de un término que le es ajeno. Se trata de un estímulo excesivo que no puede ser captado por los recursos previos. Exceso cuantitativo que desborda las cualidades destinadas a incluirlo, y se torna inasimilable, que indica el sitio del acontecimiento en la estructura.
El acontecimiento es la posibilidad efectiva de ese imposible estructural, que requiere un esfuerzo más. Hay que inventar otra cosa. El acontecimiento requiere de una transformación subjetiva para ser tomado, puesto que se ha producido una alteración de los parámetros que organizaban la experiencia. Se precisan recursos y operaciones capaces de leer la novedad en su especificidad radical.
El término “desastre”(del latín astra) alude a una alteración de la configuración astral, un desorden del cosmos. Se trata, por lo tanto, de un trastocamiento de los elementos que están por fuera de la órbita del sujeto. La situación de desastre puede ser pensada como un “entre”, algo golpea y despierta. El sujeto se tiene que ubicar frente a este entorno y el problema es que no hay ni tiempo ni espacio. Desastre identifica, por lo tanto, al evento cuya gran magnitud lo torna potencialmente disruptivo.
Ahora bien, ¿qué sucede con la catástrofe? Si el trauma es concebido como el impasse en una lógica que trabajosamente pone en funcionamiento los esquemas previos; el acontecimiento, como la invención de otros esquemas frente a ese impasse; el desastre –que pondría el acento en el fenómeno objetivo, definido en términos sociales, físicos y sanitarios- se torna a su vez catástrofe subjetiva. La catástrofe sería algo así como el retorno al no ser, ubicando el acento en el fenómeno subjetivo. En este sentido, la catástrofe (del griego trophe, darlo vuelta todo) es posible pensarla como una dinámica que produce desmantelamiento; pero sin armar otra lógica distinta, equivalente en su función articuladora.
De esta manera, lo decisivo de la causa que desmantela es que no se retira; esa permanencia le hace obstáculo a la recomposición traumática y a la fundación del acontecimiento; refiere a la alteración de las referencias simbólicas en los sujetos cuando la magnitud del evento excede las capacidades singulares y colectivas. Dicho de otro modo, esta vez la inundación llega para quedarse. Así definidas, estas nociones, más allá de las diferencias, comparten un suelo común. Se trata de afecciones diversas sobre una lógica consistente. En definitiva, son avatares que sobrevienen a una estructura.
Pero la cuestión no termina aquí. Llega, al fin, un momento: el de la catástrofe después de la catástrofe, un “después”, “en que uno se declara náufrago, pierde importancia la estructura que se ha desarticulado y cobra importancia la inmanencia de lo que hay” (3). Una cosa es pensar la situación actual en nombre de lo que se ha desvanecido y otra es pensar la situación actual en sus posibilidades o dificultades internas.
La catástrofe antes de la catástrofe es puro fenómeno de ruptura, de desligadura, y nada más que eso; es pensar la catástrofe desde lo que queda, como el resto de una operación de sustitución. La catástrofe después de la catástrofe, en su inmanencia de ocurrir, es otra cosa. Es pensar desde la catástrofe, es pensar desde lo que hay; desde el inventario que precede a una operación. Consiste en una dinámica, con un cambio que deviene radical puesto que exige un cambio de los modos de leer el cambio.
La posibilidad de elaboración dependerá, entre otras cuestiones, de dónde se ubique el sujeto sobre el cual impacta el evento traumático. Retomando el concepto de acto, se trata de que el actor sea responsable de él. Si, frente al evento, queda sumido en una categoría como “víctima” o “damnificado” -colaborando en la economía cultural del goce, enmudeciendo al síntoma en una identificación colectiva, absorbido por lo que queda- o si, desde lo que hay, logra subvertir el carácter mortífero del silencio, apelando a la invención y a la ficción que, sujeta a una legalidad, instaura una realidad donde el sujeto encuentra alojamiento.
La serie “Vientos de Agua” testimonia de una buena manera lo que el presente ensayo pretende transmitir. Invito a quien lo desee a acompañar este recorrido. |