Si bien
la psicopatología recién se delimitó
como disciplina en el siglo pasado dentro del campo
y con los criterios de la medicina y la psiquiatría,
es dable pensar hoy en la posibilidad de una psicopatología
psicoanalítica que constituya un avance más
de la psiquiatría dinámica. Es decir,
un movimiento, un corrimiento de la psicopatología
de la mera clasificación nosológica,
hacia “el campo
de la relación humana en tanto problemática”
(Rafael Paz).
Entre las concepciones más clásicas
ligadas a lo clasificatorio, y las concepciones más
dinámicas; entre las superposiciones de la
psiquiatría y el psicoanálisis (las
dos grandes prácticas que dibujan el campo
de la psicopatología); la pluralidad de “psicopatologías”
(como disciplina) con fundamentaciones y referencias
diversas, las definiciones comunes y el diferente
uso de los mismos términos; entre todo esto,
reiteramos, tomaremos para pensar la idea de “formaciones
psicopatológicas”.
En este sentido, parece fructífera
esta idea de formaciones psicopatológicas,
porque delimita y también posibilita pensar
un conjunto de fenómenos y problemas, y por
lo tanto significa una idea flexible y concordante
con la clínica actual, más que la de
psicopatología a secas.
La clasificación psicoanalítica clásica
de Freud, que incluyó sucesivamente primero
la distinción entre neurosis de defensa y neurosis
actuales, con la inclusión posterior de las
neurosis narcisistas, finalmente se organizó
(también para entender lo básico de
algunas cuestiones clínicas) en el esquema
tripartito neurosis – psicosis – perversiones.
Este modelo tiene la ventaja de centrarse más
en la observación de modos de funcionamiento
mental, que en una descripción de conductas
clasificables por la observación externa, modalidad
descriptiva que está hoy, por ejemplo, representada
en el furor diagnóstico a través del
uso del manual de psiquiatría DSM IV.
En esas tres estructuras freudianas distinguimos
tres modos de funcionamiento, entonces (según
el Diccionario de Psicoanálisis de Laplanche
y Pontalis):
Neurosis: “afección
psicógena cuyos síntomas son la expresión
simbólica de un conflicto psíquico que
tiene sus raíces en la historia infantil del
sujeto y constituyen compromisos entre el deseo y
la defensa. La extensión del concepto de neurosis
ha variado, actualmente el término cuando se
utiliza solo, tiende a reservarse a aquellas formas
clínicas que pueden relacionarse con la neurosis
obsesiva, la histeria y la neurosis fóbica.
Así, la nosografía distingue, neurosis,
psicosis, perversiones y afecciones psicosomáticas...”
Psicosis: “En
clínica psiquiátrica el concepto “psicosis”
se toma casi siempre en una extensión extremadamente
amplia, comprendiendo toda una serie de enfermedades
mentales, tanto si son manifiestamente organogenéticas
(como la parálisis general progresiva) como
si su causa última es problemática (como
la esquizofrenia).
El psicoanálisis no
se ocupó en un principio de construir una clasificación
que abarcara la totalidad de las enfermedades mentales
de las que trata la psiquiatría; su interés
se dirigió primero sobre las afecciones más
directamente accesibles a la investigación
analítica, y, dentro de ese campo, más
restringido que el de la psiquiatría, las principales
distinciones se establecieron entre las perversiones,
las neurosis y las psicosis.
Dentro de este último
grupo, el psicoanálisis ha intentado definir
diversas estructuras: paranoia (en la que incluye,
de un modo bastante general, las enfermedades delirantes)
y esquizofrenia, por una parte; por otra, melancolía
y manía. Fundamentalmente, es una ‘perturbación
de la relación libidinal con la realidad lo
que, según la teoría psicoanalítica,
constituye el denominador común de las psicosis,
siendo la mayoría de los síntomas manifiestos
(especialmente la construcción delirante) tentativas
secundarias de restauración del lazo objetal”.
Perversión: “Desviación
con respecto al acto sexual ‘normal’ definido
como coito dirigido a obtener el orgasmo por penetración
genital, con una persona del sexo opuesto.
Se dice que existe perversión:
cuando el orgasmo se obtiene con otros objetos sexuales
(homosexualidad, paidofilia, bestialidad, etc.) o
por medio de otras zonas corporales (por ejemplo,
coito anal); cuando el orgasmo se subordina imperiosamente
a ciertas condiciones extrínsecas (fetichismo,
transvestismo, voyeurismo y exhibicionismo, sadomasoquismo);
éstas pueden incluso proporcionar por sí
solas el placer sexual.
De un modo general, se designa
como perversión el conjunto del comportamiento
psicosexual que acompaña a tales atipias en
la obtención del placer sexual”.
Si bien Laplanche en esta última definición
(perversión) registra los conceptos freudianos
clásicos de este grupo psicopatológico,
hoy es poco sostenible esta concepción de las
perversiones como desviaciones, o de las distintas
conductas sexuales como perversiones o desviaciones,
morales o estadísticas.
Según la psicoanalista argentina Silvia Bleichmar
la perversión – hoy después de
muchos desarrollos – puede ser entendida como
“el proceso en el cual el goce está implicado
a partir de la des – subjetivización
del otro”. Así, la perversión
está puesta más del lado de un funcionamiento
mental (con predominio del ejercicio directo de lo
impulsivo – pulsional parcial no reprimido)
que de un lado moral o estadístico en cuanto
a cuál es la conducta sexual que se desvía
de la norma. En este sentido pueden ser entendidas
también las psicopatías, o toda aquella
conducta antisocial (Winnicott) o que implique la
falta de control de los impulsos (adicciones, actuaciones,
etc.).
Hacia una psicopatología
psicoanalítica
Para comenzar a pensar en una psicopatología
psicoanalítica, debemos pensar en un modo de
constitución del aparato psíquico humano,
constitución que necesita del equipamiento
biológico cerebral, pero que crece y se constituye
en torno a una historia de relación con otros
humanos y de procesamiento y expresión de un
mundo interior.
Es así como las favorables condiciones de
la crianza, la “madre suficientemente buena”
(Winnicott), capaz de contener las ansiedades y propiciar
el comienzo de la capacidad humana para pensar (Bion),
será lo que posibilitará todos los aprendizajes
humanos posteriores posibles. Estas condiciones harán
que la mente, el aparato psíquico, el “aparato
para pensar los pensamientos” según las
palabras de Wilfred Bion, se organice, y funcione
de una manera organizada. Todo esto daría como
resultado – simplificando y abreviando un poco
el recorrido que estamos haciendo – una mente
organizada, con el establecimiento del básico
mecanismo psíquico de la represión,
que diferencia lo inconsciente del resto de lo psíquico
– sistema preconsciente - consciente - .
Así, nos encontraremos con una mente y un sujeto
organizado, no “libre de conflictos”,
pero sí a resguardo de la desorganización
propia de las patologías graves (por ejemplo
las psicosis).
Ese aparato psíquico conformado, formado organizadamente,
es el propio de la neurosis. Y como dijimos, no implica
la ausencia de conflictos (por el contrario el conflicto
y la ansiedad es su motor) y sí un funcionamiento
organizado que permite entre otros logros la distinción
– grandes rasgos, pues esto también es
relativizado – entre fantasía y
realidad, y mantener su funcionamiento aunque aparezcan
síntomas neuróticos o cuadros clínicos
neuróticos.
Las formaciones y las interferencias
Además de todo lo antedicho, y después
de avances y desarrollos de la teoría y la
práctica clínica psicoanalítica,
podemos también pensar en una gran cantidad
de sujetos y de pacientes que pueden ser entendidos
como funcionando con una psiquis no homogénea,
y que sin llegar a la gravedad o desorganización
de las psicosis, tampoco pueden ser comprendidos exclusivamente
con los parámetros clásicos que definen
a las neurosis. Es decir, que aquí estaríamos
hablando de un aparato mental con aspectos neuróticos
y otros no tanto (o directamente psicóticos);
con interferencias de estructuras y la presencia de
“corrientes de la vida psíquica”
(Freud) que coexisten en el mismo sujeto. Estos sujetos,
con una constitución psíquica diferente
a la de la neurosis clásica, podrían
darnos una pista acerca de esa variedad clínica
que se presenta bajo distintos modos, como particulares
formaciones psicopatológicas, y que quizás
desafían el diagnóstico rígido.
Allí encontramos, entre otras:
- las patologías del desvalimiento o
vacío
- los déficits diversos
- las somatizaciones o actuaciones
- la clínica de los ataques de angustia
- las inhibiciones severas
- distintas formas de las depresiones, como
la abulia o la depresión muda (si bien esto
requeriría precisiones nosológicas o
semiológicas)
- la sobreadaptación y la normopatía,
normalidad patológica (“excesiva normalidad”
sin conflicto
- los cuadros donde domina la deprivación
(Winnicott se refiere a este cuadro como el de aquellos
sujetos que sin llegar a la psicosis clínica,
tienen una constitución psíquica fallida,
interrumpida por traumatismos severos en la temprana
infancia o por situaciones familiares o individuales
que impidieron la progresión del desarrollo
que llevaría a la neurosis y al sujeto sano).
Y demás etcéteras que nos convocan
a pensar en los cuadros fronterizos, “borderline”,
que algunos autores también proponen como una
estructura propia, y no sólo como una bolsa
donde va a caer todo aquello que no es ni neurosis
ni psicosis en el diagnóstico.
La propuesta, entonces, de una psicopatología
basada en las formaciones psicopatológicas,
es la de pensar toda esa rica y variada zona, y por
lo tanto, un campo definido no sólo por clasificaciones
sino por – como dijimos citando a Paz –
el de la relación humana en tanto problemática,
no fijada instintivamente.
“Formación”, entonces, nos remite
aquí a algo que no es un estado fijo ni dado
naturalmente, sino algo que “se forma”,
que tiene una etiología, un origen multicausal,
y que no es estanco, se modifica. Y que se puede modificar,
con todas las consecuencias y el alcance clínico
y subjetivo que esto implica (resuena aquí
el concepto de “neogénesis” de
Silvia Bleichmar).
Distintas concepciones, distintas
organizaciones
Existen en la historia del psicoanálisis distintas
concepciones que sostienen la idea de estas organizaciones
dinámicas que desafían la concepción
de tres estructuras psicopatológicas “puras”,
sin zonas grises.
La escuela psicoanalítica inglesa ha desarrollado
diversas ideas en este sentido. La obra de Melanie
Klein se ocupa en varios momentos de la idea de que
las primeras ansiedades humanas, muy tempranas, tienen
el carácter que podemos encontrar en los cuadros
psicóticos infantiles o adultos, por la predominancia
de una angustia de aniquilamiento, de despedazamiento,
terrorífica (“terror sin nombre”
para uno de sus continuadores, Wilfred Bion).
Es así como en los cuadros psicóticos
nos encontramos también con estados donde predomina
la vivencia de fragmentación, de desorganización
del sujeto. Winnicott también desarrolla algo
similar, haciendo hincapié en que la vivencia
de integración subjetiva es un índice
de salud mental, al contrario de la fragmentación
de los cuadros más graves (por ejemplo esquizofrenia).
Por lo tanto, estas concepciones sostienen la idea
de que el crecimiento mental del sujeto está
dado por la integración en el psiquismo de
estas ansiedades más básicas. Así,
el psiquismo se va construyendo en base a una organización
neurótica que progresa por sobre estas ansiedades
psicóticas más primarias.
Esto permite a Bion hablar de la parte psicótica
de la personalidad (o personalidad psicótica)
y la parte neurótica. Pueden coexistir, con
predominancia de lo neurótico. Es decir, que
un sujeto al que podemos diagnosticar y ver funcionar
como un neurótico, puede contener dentro de
sí aspectos psicóticos aunque no sea
un psicótico clínico (por ejemplo, esquizofrénico
o paranoico). Su traducción en la clínica
puede verse en este tipo de neuróticos (en
todos podría observarse) o en la que Bion llama
“psicosis limítrofe”, es decir,
un cuadro no manifiestamente psicótico, cercano
a lo que otros autores llaman organizaciones limítrofes,
o las “barreras autistas en pacientes neuróticos”,
que describiera Frances Tustin.
Un autor inglés contemporáneo, Robert
Young, rastrea cómo en la infancia o en los
recuerdos preconscientes de sujetos sanos, neuróticos,
se hallan sensaciones de miedo irracional, por ejemplo
a determinados personajes de una película o
relato, a zonas oscuras de la casa, de un espacio
natural, o a algunas expresiones o palabras que convocan
algo dominable en cierto modo (no completamente desestructurante)
pero cercano al terror, más allá de
lo estrictamente racional. Propone la idea de que
cualquiera puede rastrear este tipo de sensaciones
o recuerdos, que ayudan a comprender qué es
la angustia psicótica, o las zonas psicóticas
de la personalidad. Dice: “Cuando yo era niño
vivía en una casona emplazada en un gran terreno
en una hondonada, amurallada y con una entrada en
la que, además de pesadas cadenas, había
una leyenda en hierro forjado: “DRIVERDALE”.
No podía acercarme
sin experimentar una angustia intensa. (Una hazaña
de mi adolescencia consistía en atravesar el
campo a gran velocidad en mi bicicleta motorizada).
Me provocaba el mismo terror una casa verde que estaba
en nuestro camino a la piscina, y la mujer que vivía
allí; la llamábamos “la bruja
verde”. Yo creía en el Cuco y le temía;
no me acostaba a menos que la puerta de mi guardarropa
estuviera cerrada. Le tenía un miedo mortal
al monstruo de Frankenstein y a la Momia (de la película
La maldición de la momia), y hasta que entré
en la universidad no entraba en la cocina antes de
que se encendiera el tubo fluorescente, que tardaba
un siglo en hacerlo. Lo mismo me ocurría con
el porsche trasero, y ni a punta de pistola entraba
en el jardín del fondo antes de que oscureciera.
Mi niñez y adolescencia estuvieron llenas de
terrores, imaginaciones, fantaseos, y algunas actividades
que me daría vergüenza describir: todo
esto desgarraba la trama de la sociedad civilizada.
Entre esos terrores se destacaba el que sentía
ante la palabra “Terrell”, el nombre del
hospital cercano para enfermos mentales. No recuerdo
ningún tiempo en el que esta palabra conjurara
en mí la idea de un infierno indescriptible,
al que estábamos en inminente peligro de ser
arrojados mi madre deprimida y yo (...) ahora sé
que detrás de esas experiencias conscientes
había angustias psicóticas”.
Estos aspectos, que pueden coexistir y permanecer
en el sujeto adulto sano, han quedado oscurecidos
detrás de la estructuración neurótica
y son poco reconocidos, pero coexisten y pueden tener
diferentes expresiones. Se señala que en pacientes
con todos los grados de perturbación se pueden
observar estos aspectos coexistentes en mayor o menor
medida.
Así, la intensidad y cualidad de la angustia,
se convierten en indicadores clínicos importantes
para el diagnóstico y la comprensión
psicopatológicas, sumándose a los tradicionales
criterios semiológicos (de los signos que permiten
inferir la presencia de síndromes o cuadros)
y de duración de los cuadros (lo agudo o lo
crónico).
Quizás aquellos dichos como “de cerca
nadie es normal” o “hay de todo en la
viña del señor”, nos ayudan a
pensar al sujeto en sus determinaciones y singularidades,
en contexto de relaciones con otros humanos y expresión
de sus propias limitaciones y potencialidades, en
un “más allá” (o un “junto
con”) los diagnósticos psicopatológicos.
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