El objetivo
de este trabajo es pensar sobre cómo y cuánto
es afectada nuestra subjetividad en el contexto social
actual.
Pensamos la subjetividad como: sujetos de una historia,
produciéndonos en un devenir, con otros, afectados
por el entorno, cambiantes, en continuo movimiento,
tanto enriquecidos por avances científicos
y tecnológicos como empobrecidos con prácticas
des-humanizantes.
Tomamos las siguientes variables: la vertiginosidad,
el hiperconsumo, la violencia social y la inseguridad
para profundizarlas y discutirlas con el objeto de
ampliar su comprensión.
La inseguridad y la violencia, tanto real como simbólica
nos producen miedo y desconfianza, la falta de ley
genera un “vale todo” en nuestra convivencia
diaria.
La red vincular, que nos proporciona sostén,
se ve amenazada, se debilita, aparece el temor a la
pérdida y nos lleva a preguntarnos “¿qué
quiere el otro de mí?” [1]
(García Reinoso, G. 1995).
En este escenario de labilidad vincular se puede
dar una fuerte adhesividad al otro que abre la puerta
al sometimiento y al maltrato, como también,
puede generar conductas de aislamiento.
El concepto de autonomía está en jaque.
Por otro lado, el sistema político-económico
que nos llevó a índices de desocupación
sorprendentes, con la consiguiente precarización
en el trabajo, sobre-ocupación y dis-ocupación:
¿cómo afectaron y afecta aún
a la población?
¿Cómo afecta a los jóvenes en
su capacidad de soñar un futuro?, ¿Cómo
afecta al interior de las familias y a la relación
de pareja esta situación laboral?
En la misma línea de afectación de
la subjetividad incluimos a las nuevas tecnologías.
No se trata de estar en contra de su existencia, por
el contrario, las valoramos en tanto facilitan y enriquecen
nuestras habilidades con su uso adecuado, lo que si
ponemos en cuestión es su inadecuado y excesivo
uso como también los efectos que esto produce.
También observamos cómo el mercado
en su insaciable voluntad de convertirnos en consumidores
tergiversa mediante la promoción y propaganda
las bondades de tal o cual objeto como indispensables
para nuestra existencia.
¿Será este consumo compulsivo un intento
de dar sentido al sentimiento de “insignificancia”
actual, un modo de construir una subjetividad protésica?
A su vez esta lógica capitalista del consumo,
promueve una dialéctica de inclusión-exclusión,
ya que pertenecen al sistema quienes acceden a las
propuestas que el mismo sistema inviste y quedan afuera
quienes no pueden acceder a ellas, dando como resultado
la marginación y el aislamiento.
Dice Ana Ma. Fernández [2]
“Nada de lo social es homogéneo.
Mientras en algunos sectores sociales, el vaciamiento
de sentido tiene que ser llenado desde prácticas
consumistas, en otros la ferocidad capitalista que
los expulsa hacia el hambre y la desocupación,
hacen que la pelea cotidiana por la supervivencia
constituye un pleno de sentido, el único posible”.
Ejemplo de esto es la crisis del 2001 que ha generado
altos índices de desocupación y marginación,
haciendo que muchos trabajadores queden excluidos
del sistema y con pocas posibilidades de reinserción.
Vertiginosidad
Consiste en un registro particular del tiempo, caracterizado
por inmediatez, aceleración, no demora,
no capacidad de espera, sin dar lugar a los procesos.
Son tiempos de simultaneidad.
Podemos preguntarnos ¿Cómo afecta a
la subjetividad esta particular significación
del tiempo en el contexto actual?.
Dice Cecilia de 23 años: “tengo una
relación tan particular con el tiempo, siento
como si todo lo que voy haciendo ya es un recuerdo”.
Esta breve viñeta, habla del tiempo como algo
evanescente que ni siquiera permite registrarlo en
su aquí y ahora, casi como si el tiempo fuera
un consumo más, que se tiene y se esfuma.
Esta vertiginosidad se expresa también, en
que todo es efímero y descartable, desde los
electrodomésticos hasta las personas y los
vínculos.
Dice Eduardo Galeano [3]
“Me muero por decir que hoy no sólo los
electrodomésticos son desechables; que también
el matrimonio y hasta la amistad es descartable. Pero
no cometeré la imprudencia de comparar objetos
con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad
que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se
va tirando, del pasado efímero. No lo voy a
hacer”.
No hay tiempo de pensarse ni de tener-se. El tiempo
del ocio es un tiempo que nos caracteriza como humanos.
"Es un tiempo exento de labor, dedicado a una
actividad autotélica sin otra finalidad que
ella misma. Es el tiempo recreativo por excelencia,
el tiempo de las artes, de la política, el
tiempo de la formación y el mejoramiento personal,
el de la contemplación y la creatividad."
[4] (Pujo, M.)
Hoy, la tecnología, borra las fronteras entre
el espacio laboral o neg-ocio y el del ocio.
A modo de ejemplo, el Blackberry, mezcla de computadora,
agenda electrónica y teléfono celular,
puede funcionar como una oficina móvil. Al
usarla sin moderación se está a expensas
de la demanda laboral a toda hora con el agravante
de no preservar horas para el descanso. Se está
conectado todo el tiempo.
No hay cierre y apertura de un quehacer a otro.
En referencia a estos aspectos de lo social como
la inmediatez, la falta de reflexión en la
vida diaria concordamos con lo que dice G. Agamben
[5] “El hombre
moderno vuelve a la noche a su casa extenuado
por un fárrago de sucesos.... sin que ninguno
de ellos se haya convertido en experiencia. Esa incapacidad
para traducirse en experiencia es lo que vuelve hoy
insoportable -como nunca antes- la cotidianeidad…”
La palabra “experiencia”, según
el diccionario de la Academia Real de la Lengua española es:
“la práctica prolongada que proporciona
conocimiento o habilidad para hacer algo”, o
en otra acepción: “es el conocimiento
de la vida adquirido por las circunstancias o situaciones
vividas”.
El hombre actual vuelve vacío o “vaciado”
a su casa.
A este contexto vertiginoso, confuso y caótico,
“sin experiencia, sin representación
que permita registrar una biografía”
(G. Agamben) [5']
podemos asociarlo con lo que Piera Aulagnier denominaría
“violencia secundaria” que produce “un
ataque al pensamiento” que trasladado a lo social,
provocaría que toda la sociedad esté
presa de esa alienación.
Pensando en el concepto de “contrato narcisista”
formulado por Piera Aulagnier, [6]
¿qué sucede si una de las partes del
contrato, la que le incumbe al conjunto social, produce
una ruptura del contrato o no da lugar al mismo?.
Si consideramos que toda persona tiene derecho a
incluirse en la sociedad ¿qué sucede
si desde la realidad histórico social se le
transmite a un niño la posición de excluido,
de explotado, de víctima?, Piera dice: “si
se le niega ese derecho, debe renunciar a no ser otra
cosa en su devenir, más que parte de una máquina
que no oculta su decisión de explotarlo y excluirlo”.
Hiperconsumo
En cuanto a este aspecto social observamos que la
respuesta de los sujetos es muchas veces reactiva
al estímulo externo, con poca posibilidad de
reflexión y simbolización, siendo el
consumo una sobrecompensación de una vivencia
de vacío e insignificancia.
Este sujeto con vivencia de vacío, con déficit
en sus enunciados identificatorios, que no puede consolidar
un proyecto, construye una identidad protésica
mediante el consumo de objetos y tecnología
buscando, tal vez, una ilusión de solidez en
esta cultura líquida.
Crear necesidades es uno de los objetivos del consumo.
En esta cultura de consumos compulsivos, que actúan
como supuesto “sostén identificatorio”,
aparecen constantemente productos nuevos que no estaban
significados y pasan a estarlo por el sólo
hecho de que “es lo último que salió”
o “lo que tienen todos” o “lo que
nadie tiene”, imprimiéndose en el psiquismo
como necesarios más allá de que aporten
un real beneficio.
La capacidad simbólica de la sociedad está
perturbada por el predominio del consumo.
En términos de Castoriadis,”avanza la
insignificancia tomada (la sociedad) por la significación
imaginaria del capitalismo”.
Dice Galeano [3’]:
“Lo que me pasa es que no consigo andar por
el mundo tirando cosas y cambiándolas por el
modelo siguiente sólo porque a alguien se le
ocurre agregarle una función o achicarlo un
poco.”
Así los objetos ligados a la electrónica
invaden nuestra cotidianeidad: celulares, palm, Blackberry,
Mp3 , Mp4. Ipod ,etc.; además de los ya
instalados que acompañan nuestras noches funcionando
como luciérnagas que están presentes
en nuestra vida diaria.
Podríamos decir, con cierta ironía,
que “no estamos solos”: estamos con la
luz de contacto de la TV, del DVD, del estabilizador
de la PC, de la impresora, del radio reloj con sus
números luminosos, del celular y de las alarmas
de seguridad de nuestras casas.
Lo que nos parece importante destacar es que “la
nueva tecnología favorece aún mas la
aceleración de la temporalidad”.
Franco Berardi hace hincapié en los efectos
de lo simultáneo y no de lo secuencial, lo
cual produce un cambio psíquico, lingüístico
y social que no permite dar lugar temporalmente a
la reflexión. (Franco, Y. Seminario 2008).
Violencia social
Así, en estos tiempos de capitalismo salvaje,
todo el conjunto social aparece las más de
las veces, violentado, con vivencias de vacío
y de insignificancia, de “sin sentido”,
produciendo un sujeto con escasa posibilidad de advenir
sujeto autónomo, sin acercamiento a una real
comprensión de lo que ocurre en su contexto
y del impacto que causa en su subjetividad.
Esta falla en la representación y el pensamiento
que describimos, da lugar, cada vez más, al
despliegue de impulsividad, conductas adictivas y
depositación masiva en el cuerpo de lo que
no fue representado por el psiquismo.
Es ingenuo pensar que dicho sistema no intervenga
en el campo de la salud mental de la población,
es decir en la psicopatología de los sujetos.
Este escenario social violentado también se
presenta violento en la exclusión y marginación
que produce.
En el 2001 asistimos a un empobrecimiento generalizado
de los sectores medios y bajos de la sociedad, muchos
de los cuales volvieron a la dependencia de sus padres
cuando ya habían alcanzado su autonomía.
También asistimos al deslizamiento progresivo
de sectores empobrecidos y desamparados hacia la condición
de indigencia.
No se trata solamente de sectores determinados, sino
que en estas condiciones la sociedad toda está
comprometida, sufre y siente amenazada su subjetividad.
Esto promueve la operatoria defensiva de “no
ver”, o “a mí no me va a pasar”
y la naturalización de la violencia social
que lleva a estados de insensibilidad y no-percepción
que finalmente nos desprotege.
Se ejerce violencia cuando se desconoce al “otro”
en su singularidad, y se lo convierte en víctima
cuando esa violencia real o simbólica es efectiva.
En cuanto al terreno político, predominan
los intereses económicos y de poder más
allá de las ideologías, la corrupción
generalizada, la falta de ley, es una de las múltiples
caras de la violencia social.
En la película “El juego del poder”,
que cuenta la historia real de un diputado corrupto
de los EEUU, dice el protagonista que su mayor mérito
consiste en que puede negociar con todos: países
de ideologías opuestas y políticos de
diferentes partidos, porque todos le deben algún
favor y en ese intercambio circulan armas, dinero,
votos, mujeres, etc., mostrando de nuevo el todo vale
imperante en el capitalismo de mercado.
En nuestros días la realidad supera al discurso.
Un político, hoy, puede fundamentar su campaña
electoral con un discurso altamente opositor al gobierno
y luego pasarse a las filas del gobierno, estafando
la buena fe de millones de votantes.
El no poder confiar en los índices que arroja
el INDEC, da como resultado el desconocimiento de
varios ítems, entre otros: el índice
de pobreza e indigencia que tenemos en nuestro país.
Ese dibujo oculta y desmiente la realidad social,
no permitiendo tener acceso a las mediciones reales
para poder actuar sobre ellas, si hubiere intención
desde el poder político.
Inseguridad
Constituye otra de las caras de la violencia social
y la marginación, dando lugar a la desconfianza
generalizada, produciendo como resultado un mayor
aislamiento social.
Así, en las calles, estamos cuidando quién
se nos acerca a nuestro auto, o en las casas, con
quien se conectan nuestros hijos por Internet, quién
tiene nuestros datos personales, cuando por medio
de la tecnología y bases de datos mediante,
todos pueden tener fácil acceso a los datos
de todos. El otro se convirtió en una amenaza
constante de la que debemos defendernos.
Esto condiciona el modo en que vivimos, dónde
vivimos, cómo nos desplazamos, con qué
recaudos y garantías. A la hora de tener seguridades,
ninguna es suficiente ya que los medios de comunicación
nos muestran constantemente tragedias en los lugares
supuestamente más protegidos que el sistema
genera: countries, barrios privados y cerrados; etc.
Esta inseguridad flagrante nos genera una subjetividad
en alerta constante, ya que no sabemos dónde
y en qué momento se puede producir una situación
violenta.
Vivimos con “ansiedad paranoide social”
o una “paranoiquización”, como
dicen los adolescentes, como fenómeno subjetivo.
La falta de ley y la inseguridad pueden dar como
resultado la fantasía de que una mano
firme es necesaria para resolver el problema,
teniendo sobrado registro en nuestra memoria colectiva
de experiencias nefastas sostenidas sobre tal postulado.
Efectos en la subjetividad
En este contexto de velocidad, hiper-consumo, violencia
social, vínculos fugaces y lábiles,
nos preguntamos que subjetividades se producen, nos
preguntamos si las mismas son tan fragmentadas como
el escenario social.
La modernidad líquida ( Z. Bauman) [7]
impone un modo de morada en el mundo donde el des-compromiso,
la evanescencia, la aceleración, lo instantáneo
son valores irrenunciables para pertenecer a este
mundo globalizado.
El capitalismo líquido, liviano, veloz, fluído,
abjura de las instituciones y promueve un veloz movimiento
de conquista y descarte del individuo. Conquista y
descarte, ambos evanescentes. En este movimiento no
cuentan las huellas del pasado y se hacen cada vez
más inciertas las metas de realización
personal.
Claro está, que en nuestros países
latinoamericanos estos valores adquieren características
especiales.
¿Qué sucede cuando desde el campo ideológico-
socio- económico- cultural predominante no
se promueve la inserción activa del conjunto
de los sujetos que la integran?
Una encuesta de la Universidad de Belgrano nos muestra
que hay 400.000 jóvenes, entre 15 y 24 años,
que no estudian ni trabajan.
Esta impronta social da lugar a que vastos sectores
de la población se vean impedidos en la consolidación
de un proyecto de realización personal produciendo,
de este modo, frustración, desánimo
y marginación social.
No se trata de “un Malestar de la Cultura”
freudiano, provocado por el disciplinamiento dentro
de las instituciones sociales, se trata del capitalismo
salvaje que descarta a grupos sociales por considerarlos
superfluos, sin que se vislumbre una alternativa social
integradora.
“La falta de inserción social del grupo
familiar, o de uno de sus miembros preeminentes incrementa
en el joven la violencia en el momento del pasaje
del código endogámico al exogámico,
violentando de este modo la capacidad de autonomía”
(H. Rotemberg) [8]
“La falta de reconocimiento del otro, la inestabilidad
en el ámbito laboral recae en el seno familiar
al exigirle, a su pareja, por ejemplo, el reconocimiento
del que carece en el ámbito laboral”
(Aguiar, E. 2003)
“El vaciado de lugares en el trabajo hace emerger
vivencias de vacío y minusvalía, lo
que se liga a ansiedades primitivas de desamparo y
abandono que se reactualizan en los vínculos
de la pareja y familia”. (Aguiar, E. 2008)
La desesperanzada vivencia de inestabilidad, desconfianza,
acompañada de sentimientos de orfandad desestiman
y anulan las capacidades propias de las personas.
Se vive el hoy y en eso se resume la vida, el “vale
todo” y “el todo ya” son tributarios
de ese vivir el “ahora”, anulando la capacidad
de demora y de proyecto que tenemos como humanos.
La sociedad de consumo, con artilugios cada vez más
sofisticados de propaganda promueven artículos
cada vez más evanescentes tentando al consumidor
a comprar cada vez más compulsivamente como
modo de tapar su vacío existencial, efecto
evanescente también.
Un participante de un grupo de desocupados decía:
“Con la permanente actualización y cambio
de la tecnología se apropian de lo propio inutilizándolo
y te obligan a un nuevo consumo para estar actualizado”.
Así la capacidad simbólica de la sociedad
está perturbada por el predominio del consumo
y por la violencia simbólica.
Se banaliza el malestar, se insensibiliza frente
al sufrimiento, no hay reconocimiento del “otro”,
se lo invisibiliza mediante diferentes estrategias
defensivas: disociación, a mí no me
va a tocar, se desmiente el registro de la percepción,
se tolera por demás y se genera un mecanismo
de sobreadaptación para vivir.
Desde el Psicodrama y el Sociodrama
El psicodrama es una herramienta que permite investigar
por medio de escenas, las situaciones vinculares y
su inscripción en el mundo interno de cada
protagonista.
Al dramatizar se objetiva
en un espacio protegido la trama vincular en juego,
desplegándose en escenas e involucrando el
cuerpo de los que intervienen en la ella. Muchas veces
un gesto o un microgesto pueden develar también
un conflicto latente.
El sociodrama, a su vez, nos permite trabajar con
grupos tomando al mismo grupo como foco de abordaje
más allá de las individualidades, pudiendo
trabajar los aspectos que resultan de la compleja
interrelación entre lo social y lo subjetivo.
En un grupo de desocupados que coordinamos, ante
la sensación de desánimo y de falta
de reconocimiento que presentaban sus integrantes,
decidimos trabajar con los recursos que cada uno tenía
para ofrecer. Trabajamos poniendo dos sillas en el
centro del grupo, una con un yo auxiliar en el rol
del posible empleador y en la otra iban pasando cada
uno de ellos, con la consigna de decir: yo ofrezco
esto, quedando al descubierto que al inicio del ejercicio
sociodramático tenían el convencimiento
de que no tenían nada para ofrecer, encarnando
así la humillación y desvalorización
que la situación de desocupación les
produce.
En un segundo momento, con ayuda de diferentes consignas
y con la colaboración de sus compañeros
de grupo, se reconectaron con recursos que creían
perdidos u olvidados, pudiendo decir: yo ofrezco mi
capacidad organizativa, mi experiencia, mi habilidad
para las relaciones interpersonales, etc. según
cada caso, generando en todo el grupo una sensación
de alivio al ir recuperando su autovaloración.
El abordaje sociodramático es un método
eficiente a partir del cual pequeños y medianos
grupos pueden conectarse con necesidades, deseos,
conflictos y frustraciones, concientizarlos, revisarlos,
darles un espacio de elaboración “con
otros” y de ser posible, vehiculizar propuestas
que apunten a producir cambios.
Una de las funciones o posibilidades que brindan
el psicodrama y el sociodrama es cambiar en el “aquí
y ahora” la disociación, la amenaza y
lo extraño en lo coherente, amigable y familiar.
Es útil para explorar nuestro entorno y comprender
nuestra inserción en ese medio.
Su aplicación es eminentemente grupal, con
ello queremos decir que necesitamos de otros, con
sus diferencias, para lograr una tarea creativa y
potente. Desde el pensamiento en acción, vamos
dejando fluir escenas para luego traducir ese material
simbólico, producto del grupo, en lecturas
de la realidad.
Bajo ciertas leyes del encuadre, teoría y
técnica psicodramáticas todo puede ser
representado. Las escenas hablan por sí mismas,
detienen el tiempo, ya sea de la historia, del futuro
o del presente, en múltiples escenarios que
van cambiando como caleidoscopios, impregnados siempre
por múltiples atravesamientos.
“Cuando se logra que un grupo desbloquee su
creatividad”, (Martínez Bouquet, C. 2006)
[9], aparece lo novedoso
y junto con ello se produce en el protagonista y en
el grupo todo, sentimientos de expansión, de
vitalidad.
El psicodrama expande la conciencia, opera en el
preconciente y produce nuevas significaciones, nuevos
sentidos, promoviendo la reflexión.
La escena tiene tiempos propios, detiene la aceleración
en que vivimos y nos transporta a un sinnúmero
de momentos significativos. En la dramatización
los cuerpos hablan un lenguaje que en discordia con
lo discursivo, dan lugar a la aparición de
escenas impensadas que se hallaban ocultas en los
pliegues del discurso. Discurso empobrecido- destruído
en su significación, (Franco, Y. 2008) [10].
Desde los argumentos de las escenas manifiestas nos
aproximamos, con todo el grupo, a la lectura de otras
escenas, latentes, es decir que múltiples lecturas
de los participantes del grupo permiten coagular en
el sharing o comentarios lo que fue sucediendo en
un plano latente grupal durante las dramatizaciones.
Su producto es puesto en palabra y sometido a la
reflexión.
El psicodrama es una metáfora de la realidad,
ya que la simboliza y amplifica mediante las diferentes
escenas o por medio de la multiplicación dramática,
donde un mismo hecho puede tener diversos desarrollos
con la posibilidad de darle diferentes sentidos.
En nuestra realidad reciente, hay métodos
de expresión social espontáneos, como
los cacerolazos, bocinazos, abstención en el
consumo de teléfono, las fábricas recuperadas,
entre otros, que son modos sociodramáticos
de resistencia al poder que se halle en juego.
Si pensamos en estas manifestaciones sociales espontáneas,
podemos considerar a un piquete como una expresión
sociodramática primera de un conflicto que
sale a lo social, sería como el argumento o
la escena manifiesta social, que es pura expresión
y favorece la catarsis.
Esta escena primera sería sólo el comienzo
del trabajo sociodramático, donde profundizando
a partir de diferentes abordajes técnicos pudiera
llegarse a comprender el conflicto y las vías
de resolución posibles.
Para lograr esto se requiere previamente salir del
campo tenso y crear un espacio de trabajo con seguridad
psicológica que permita la reflexión
y la producción de pensamiento en escenas que
acerque las posiciones antagónicas y facilite
los procedimientos necesarios para llegar a acuerdos.
Un ejemplo posible es que luego de trabajar con producción
de escenas, a partir de técnicas psico y sociodramáticas
podríamos proponer que ellos redacten y concreticen
mediante una escultura (lenguaje psicodramático),
la carta que indicaría la solución más
aceptable al conflicto planteado.
Lo privilegiado de este abordaje es que nos salimos
del paradigma de este contexto histórico social
de aceleración, vertiginosidad e invisibilidad
del otro y de perentoriedad en la obtención
de resultados.
Un ejemplo de esta posibilidad es lo que se llamó
“Escenas de los pueblos” un socio- psicodrama
que se realizó en el año 2002 en dos
oportunidades en simultaneidad en plazas de todo el
país y en otros países como Brasil,
México, España e Inglaterra.
A modo de ejemplo en la plaza de Jean Jaurès
y Paraguay (ciudad de Buenos Aires) dos escenas representativas
fueron la de un hombre sin techo, que vivía
en la plaza y la cuidaba por propia iniciativa, cuyo
pedido era que la plaza la cuidemos entre todos y
la de un chico de once años que expresó
que su mayor deseo era tener una casa donde vivir
con su familia, ya que vivían muchas familias
en una casa tomada.
Ambas escenas muestran la ausencia de un estado protector
y la situación de indefensión y abandono
que padecen muchas personas.
El objetivo de este sociodrama, tal como fue su idea
original en San Pablo, Brasil fue trabajar escenas
de lo social en los barrios: deseos, necesidades,
problemas y propuestas posibles, apuntando a que ese
mínimo espacio de resistencia produzca otro
espacio de producción de pensamiento y de apertura.
El sociodrama pionero que mencionamos, partió
de un proyecto grupal que se llamó “Ética
es Ciudadanía” que el 21 de marzo de
2001 realizó un “Sociodrama de la ciudad”
en 153 puntos simultánemante, con la participación
de unas ocho mil personas. “En este caso la
alcaldesa de la ciudad, Marta Sulpicy, Psicóloga,
fue quien convocó a psicodramatistas y coordinadores
de grupo para hacer un especie diagnóstico
inédito sobre el humor social de la ciudad
de San Pablo. Alrededor de 700 profesionales respondieron
al llamado y organizaron un gran psicodrama colectivo
para poner en escena los problemas cotidianos de los
ciudadanos” [11]
Los temas fueron muchos: la violencia doméstica,
el alcoholismo, el desempleo, el abuso policial, la
desprotección de la niñez, etc., culminando
en la creación de un Movimiento de Ética
y Ciudadanía, como una forma nueva de hacer
política ciudadana y promover cambios que generen
políticas públicas.
Mediante el sociodrama abrimos una cuña en
el escenario social y creamos un tiempo diferente,
cambiamos vertiginosidad por espacio de pensamiento,
impulsividad y violencia por posibilidad de diálogo,
construyendo en el escenario sociodramático,
otro contexto donde se pueda estar en contacto con
los otros en diversidad de posiciones, pudiendo dar
lugar a que se produzca un nuevo espacio que permita
acercarnos creativamente a la resolución de
conflictos. |