El
Cine es un instrumento de pensamiento.
Jean Luc-Godard
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Globalización estética y cine dromocrático
Una de las trampas de la cultura (que no es lo mismo
que decir la cultura de la trampa) es esta suerte de
globalización que es también estética,
y que no es más que un avance de la insignificancia
propuesto e instalado por el sistema capitalista.. Esta
“significación capitalista” es un
proyecto de expansión ilimitada y de dominio
ilimitado, que tiene que ver incluso, con la aceleración
del tiempo, el exceso de velocidad que en definitiva
es un envejecimiento y un agotamiento. La velocidad
“es un poder anidado en el lema capitalista por
antonomasia: el tiempo es dinero y la velocidad es poder”.Las
consecuencias que producen estas imágenes, íntimamente
relacionadas con el avance de la insignificancia, y
que básicamente tienen que ver con el consumismo,
es la construcción de situaciones efímeras
para ser vividas de forma colectiva, un proceso de reinvención
perpetua de la propia conciencia ante la seducción
de la mercancía. “Pasividad”, aislamiento,
resignación., nihilismo complaciente Culto exagerado
y pornográfico de lo corporal, hiperquinesis
y supuesta comunicación, aunque habría
que hablar más de conexión febril
y permanente mediante todo tipo de artefactos.
Hasta la década del 80, cuando uno iba al cine,
sabía de antemano que un film japonés,
chino, ruso, francés, italiano, etc, nada tenía
que ver con la máquina de triturar hollywoodense,
incluso nada tenían que ver con un film norteamericano.
Sencillamente, eran diferentes. Y no sólo por
los distintos códigos, vestimentas, ideales de
belleza, usos, costumbres e idiomas tanto verbales como
visuales-estéticos.
En cambio hoy en día, estas diferencias se han
vuelto insignificantes. ..uno ve ahora “Héroe”
de Zhang Yimou (yo agregaría su último
film, el de “las dagas
voladoras”) y se pregunta, dónde
quedó el director de Sorgo
Rojo y Judou.
Otra vez profusión de guerreros que vuelan en
graciosa coreografía como en El
tigre y el dragón o en Matrix”.
En consecuencia, una única estética (aunque
sería mas pertinente hablar de “dictadura
de efectos especiales”), una única identidad.
Donde Troya se mimetiza
con Rey Arturo de
R.Scott (sí el mismo de B.
Runner, Thelma y Louis, Los duelistas) o
con Alejandro Magno,
la última de O. Stone (sí el mismo de
J.F.K, o Pelotón).
“¿Cruce de culturas o mera globalización
estética? En Venecia, Cannes, San Sebastián
o Berlín no se sabe qué premiar. Poca
creatividad y mucho refrito de probadas recetas”,
En este sentido, la producción cinematográfica
mundial (salvo muy contadas excepciones) de las últimas
dos décadas, parece estar empeñada en
castigar sistemáticamente a la creación
cinematográfica, y por ende a la capacidad de
asombro y reflexión del espectador. Incluso parece
que estamos asistiendo al epílogo del cine de
autor. Y más que asistir a la tan mentada (“lavada”)
postmodernidad artística, nos encontramos con
un verdadero “amanecer crepuscular”,: no la
aparición de un nuevo horizonte de expectativas,
sino más bien una devaluación y/o agotamiento
de ciertos valores de la modernidad. Una especie de
era “neobarroca” , donde la tiranía
de los efectos especiales, que son el aspecto más
exterior de la velocidad, se han transformado en el
poder que rige al cine. Poder que es esencialmente (todo
poder lo es de alguna manera) “dromocrático”,
ya que descansa sobre la rapidez y la eficacia de sus
transmisiones, como así también de la
circulación para controlar su territorio. Y que
hoy pareciera ser global, total y planetaria (¿El
imperio contraataca?, ¿La
guerra de las galaxias de G.Luckas? o ¿la
remake de Spilberg, La guerra
de los mundos?). En este sentido, no es casual el
rescate que hace Hollywood de determinados géneros:
el peplum, los biopic de grandes conquistadores, o la
ciencia ficción (quizás el género
más político), justo ahora que el imperialismo
capitalista (esencialmente destructivo) pareciera consolidarse,
como en otro período de la historia rescató
por ejemplo, al Western o a los films de espionaje,
después de la segunda guerra mundial y el inicio
de la guerra fría. Es que como dijo Román
Gubern en su historia del cine, Hollywood a través
de sus mega-producciones, “también va a
la guerra”.Los géneros en cine, mejor dicho
el rescate que hace Hollywood de los mismos, según
el momento histórico, y su real conveniencia,
se debe a que los mismos son eficaces vehículos
de transmisión ideológica, al mismo
tiempo de ser fuertes manipuladores de las emociones.
Es que cuando E.E.U.U. “desembarca”, no
sólo lo hace con su poderoso y sofisticado armamento,
sino también con toda la heráldica de
sus masas, o sea con toda su mitología. Recordemos
por ejemplo, algunas de las escenas más críticas
hechas por el cine a la guerra de Vietnam, filmadas
por Coppola para su genial Apocalypse
now. Sin embargo, Coppola no necesitó
del despliegue barroco (en cuanto llenar un vacío)
de los efectos especiales, para su emblemático
film sobre la guerra, o para su histórica saga
de El Padrino. No hay vacío que rellenar, porque
hay un sólido, contundente y gran relato que
narrar en imágenes. Y básicamente un autor,
un sujeto creador autónomo. Recordemos que la
autonomía, relacionada con la creación
artística está ligada a la libertad, a
“un hacer” como la actividad de la elucidación
crítica del sujeto y de una sociedad. Donde la
idea de autonomía del cine de autor está
en las antípodas y en clara tensión–oposición
al totalitarismo o dictadura estética que impone
la “globalización de los efectos especiales”.
Y no olvidemos, que en el plano histórico-social
el proyecto de autonomía, y no sólo en
el ámbito del cine, implica básicamente
un punto de resistencia en la lucha por la emancipación.
Hasta la década del 80, el espectador todavía
contaba con “saludables antídotos”
que nos proporcionaban cineastas como Hitchcock, Buñuel,
Welles, Fellini, Bergman, Visconti, Pasolini, Kurosawa,
Godard, Truffaut, Cassavetes, Tarkovski, Coppola, el
primer Scorsese, etc. Pero a partir del avance vertiginoso
de la imagen computarizada, y de la ilusión tecnológica
que proponen los efectos especiales de la mega industria
cinematográfica, el cine de autor ha llegado
al máximo de su tensión crítica,
en lo que respecta a la pérdida de su trascendencia.
Sólo queda “algo” que no le exige
casi nada al espectador, sino que por el contrario le
ofrece aparentemente “todo”. Este “obsceno”
despliegue técnico dilata el espacio, y viene
a llenar el vacío narrativo que antes ocupaban
los grandes relatos cinematográficos. Una de
las consecuencias finales es la desmesura, la sobrecarga
tan propia de esta era neobarroca del cine.
¿Y qué es lo que “ofrece”
este cine “vertiginoso” de la última
década?
Como la mayoría de los films pensados sólo
en torno a los efectos especiales y de su asegurado
éxito de taquilla, esta globalización
estética “ofrece” varias opciones:
- la progresiva amnesia del lenguaje.
- la muerte definitiva de los grandes relatos
- el reemplazo de ciertos valores trascendentes
por el culto a determinadas constantes: dinero
– cuerpo – éxito - fama – banalización
del dolor y el duelo o directamente la negación
de la muerte.
El poco espacio destinado a la reflexión y a
la indagación crítica, dentro de un hegemónico
sistema ideológico, donde la velocidad de los
medios es superior a la capacidad que poseemos para
retener e historizar
sus mensajes, atenta contra la densidad y el espesor
de las propias imágenes cinematográficas
que han perdido intensidad, o sencillamente se han tornado
insignificantes: no producen asombro, ni perplejidad.
Sólo están allí un instante, para
que otra imagen más insignificante la reemplace.
“El medio es más
veloz que lo que transmite”, y la atracción
“hipnótica” de la imagen se ha convertido
en una atracción sólo sustentada en y
por la velocidad. Es como si el espectador no necesitara
recordar las imágenes anteriores para pasar a
las siguientes. Es más, si el espectador se detuviera
a recordar, reflexionar o profundizar, quedaría
automáticamente “retrasado” y fuera
del juego. Esta combinación de velocidad y borramiento,
es uno de los signos más patéticos de
esta época, lo medular del esquema postmoderno
(neobarroco): la desmemoria y la pura superficialidad.
En este sentido el cine de la última década
ha sepultado la pausa, el silencio, la lentitud necesaria
para la retención de los elementos más
sutiles cargados de intensidad y significancia. La gran
mayoría de las producciones del cine actual,
que pretende ofrecernos un mundo lleno de matices confunde
matiz con brillo superficial, y creatividad con la “variada”
repetición de lo mismo. Un cine paradójicamente
homogéneo. Cine fábrica que inventa una
matriz sobre la que se proponen débiles variaciones
en el resto de la serie. Aquí no interesa cómo
se cuenta una historia sino hasta dónde se puede
impactar (que no es lo mismo que con-mover) al público
con los efectos especiales. El cine de esta última
década ha totemizado las imágenes a partir
de un despliegue técnico sin precedentes que
ha transformado a la técnica en un fin en sí
mismo y no en una mera herramienta al servicio del relato.
De ahí la literalidad omnipresente y la obscenidad
pornográfica de los mismos. Todo está
contado en un “presente puntual” y fragmentado.
Porque hay que “estar al día”, borrar
en lo posible toda huella, y olvidar. Porque no hay
pasado que recuperar o del cual aprender. Este cine
que “ofrece tanto”, se ha olvidado de lo
fundamental: la mirada. Se ha olvidado del espectador
en cuanto sujeto activo, y lo ha convertido en un autómata,
que atraído por el falso confort de “la
plenitud” del consumismo, ya nada tiene que imaginar,
o indagar. Mejor dicho elucidar, que recordemos, es:
pensar sobre lo que se hace, y saber sobre lo se piensa.
Según Paul Virilio, el exceso de velocidad produce
una patética paradoja: andamos
hacia atrás, pero cada vez más rápidamente.
Se acelera la involución que conduce a la inercia.
Ante este “panorama” , el sujeto pasa de
la activa reflexión al reflejo pasivo. Y el paisaje
se vuelve pasaje: ahora
al miedo al futuro viene a sucederle el miedo al pasado.
Esta otra trampa de la cultura, cínicamente
nos repite que de repente, todo ha pasado: los ideales
éticos y políticos; las utopías,
las reivindicaciones sociales, la distribución
de la riqueza, la lucha de clases.
“La simulación hechicera”
Sin dudas el cine –y en especial el de autor-
es un potente instrumento de especulación y de
reflexión; y como “máquina”
para viajar en el espacio y el tiempo, también
suele poseer una aguda mirada
sobre la subjetividad y los distintos modos de ser en
determinado histórico social. El cine se ha convertido
en referencia cultural para el público en gral.,
en un fenómeno sociológico. Y es por ello
que el cine suele ser un catalizador muy eficaz de indagación
sobre el estado actual de nuestra cultura. Empeñada
en remarcar la idea de esta nueva era capitalista-globalizadora,-consumista
de expansión ilimitada del “dominio”.
Donde todo lo que el capitalismo “crea”,
es creado para ser destruido. Desde este punto de vista
el capitalismo produce sin sentido, “una vida”
que no puede traducir el presente, y que debe destruir
para generar más necesidades de consumo. Su afán
es el de producir más, acumular más en
el menor tiempo posible. Esta “forma de acción
inactiva”, en la que son transformados los sujetos-consumidores
de los productos culturales que este mismo sistema ofrece
con tanta eficacia técnica, nos dice: desde
ahora no hay más relieve que el acontecimiento,
al punto de que el horizonte temporal de expectativas
que propone sea establecido sólo por la línea
constituida por los hechos y anécdotas de un
presente sin memoria, y por lo tanto sin futuro.
Esta fascinación que produce la tiranía
de los efectos especiales –verdaderas “prótesis”
que tratan de sostener la ausencia de relato, la voluntad
de la forma, y una sólida construcción
estética sostenida por las actuaciones y las
historias que se cuentan- se encuentra ligada al paulatino
crecimiento de las imágenes tecnológicas,
que a medida que se van haciendo más “convincentes”
para el espectador, parecieran alejarse cada vez más
de la representaciones tradicionales, y quedaran atrapadas
en modos de autorreferencialidad seriales repetitivas.
Una especie de juego con la realidad que Baudrillard
denominó “simulación
hechicera” (quizás una de las trampas más
eficaces de esta cultura). Esta fascinación
por las imágenes se encuentra ligada a un tipo
de seducción muy propia del sistema consumista
capitalista: seducción que constituye, por un
lado, una reafirmación de las apariencias, y
pertenece por lo tanto al “espacio del artificio
de las apariencias”; pero, simultáneamente,
representa la estrategia esencial de este juego de superficie. Y
que en realidad no es otra cosa que un “abismo
superficial”, y uno de los síntomas más
significativos de esta era “neobarroca”:
el horror al vacío. Esta
verdadera “trampa al ojo” lanzada por las
imágenes de simulación del cine dominante,
juegan con lo real y revelan para el imaginario del
espectador, la falsa concepción de que la realidad
está construida y predeterminada, y que poco
se puede hacer para modificarla. Asimismo estas
imágenes constituyen elementos fundamentales
en la producción y el mantenimiento de una condición
general de “simulación hipócrita,
cínica y desencantada”.
Sin embargo, a diferencia de la vertiginosidad propuesta
por la “estética dominante” de la
última década, hay algunos focos de resistencia
(y qué otra cosa es el arte), incluso la búsqueda
de una instancia reflexiva desde este mismo discurso
cinematográfico. Como por ejemplo el cine de
Tarantino, Kitano, o las nuevas experiencias del cine
coreano, chino, el de los países de la ex unión
soviética, y algún que otro film que suele
sorprendernos en los festivales de cine independiente,
y que por supuesto no tienen una significativa distribución
masiva y comercial. Como así también la
recuperación del cine documental (en especial
en la argentina) donde el olvido suele ser más
tenaz que la memoria, los documentales se presentan
como posibilidad de reparación de zonas profundas
de la simbolización y construcción
de valores sobre los espacios ocupados por el olvido
impuesto por el poder, cuya única verdad se presenta cristalizada
e indiscutible. Es indudable que este cine contesta
a las trampas culturales propias de las políticas
de olvido con una reivindicación de la memoria.
Por otro ¿toda esta “parafernalia”
técnica, de la cual hace ostentación este
“nuevo” cine (postmoderno o neobarroco),
cambió los modos de percepción de los
problemas y conflictos fundamentales que planteaban
los grandes relatos del cine de autor, considerado hoy,
despectivamente como “viejo”, “obsoleto”
o sencillamente “clásico”?.
Recuperar el cine de autor (actualidad
versus contemporaneidad)
Para ir finalizando, y para no caer en una visión
meramente apocalíptica o “nostalgiosa”,
convendría recordar aquella frase de Gramsci,
repetida hasta el cansancio por Pasolini ante ciertas
situaciones como las descriptas anteriormente,
“seguir luchando con el pesimismo* del pensamiento
y con el optimismo de la voluntad”.
De ahí que, ante esta globalización
estética (como uno de los aspectos más
notables del avance de la insignificancia en el ámbito
del cine), entre otras cosas, habría que recuperar
el cine de autor. Esta recuperación amerita
una aclaración: una cuestión es la
actualidad y otra la contemporaneidad. La actualidad
es el cine “del día”, lo efímero,
un cine hijo de la moda, y que podríamos llamar,
utilizando la metáfora “gastronómica”
que usó Coppola, a propósito: cine
hamburguesa, tan instantáneo como fugaz,
films que como las hamburguesas están producidos
industrialmente no para ser “saboreados”,
sino para ser”tragados”. En estos “menús
cinematográficos” como los que ofrece la
cadena Mc.Donalds, no hay muchas opciones, y sus productos
son iguales en todo el mundo. Es más, no ofrecen
ninguna resistencia, incluso como si se tratara de una
regresión infantil, son tragados con la sola
ayuda de las manos, sin la necesidad de cubiertos. Y
en el menor tiempo posible. Estos films se consumen
en el presente, con la misma rapidez que una hamburguesa.
En oposición, el cine de autor, tiene que ver
con la contemporaneidad,
entendida como lo que resiste y dura. Films que se “anclan”
en el pasado, no reniegan de la historia ni del sujeto,
ni de la ideología, ni del mensaje y se proyectan
hacia el futuro. En este sentido Welles, Fellini,
Visconti, Eisenstein, Coppola, Pasolini, Kurosawa etc..,
no son actuales, sí contemporáneos. Para
Truffaut, el cine de autor se asemejaría a la
persona que lo hiciese, no tanto a través del
contenido autobiográfico como merced a su estilo,
que impregna el film con la personalidad de su director.
Estos directores intrínsecamente “fuertes”
y resistentes, exhiben con el paso del tiempo una “personalidad”
una identidad estilística y temática reconocible
que los hace únicos e irrepetibles, incluso algunos
de ellos como Hitchcok, mostraron
autonomía dentro del marco “insignificante”
de los estudios de Hollywood. En
síntesis, en cierta forma la recuperación
del cine de autor, frente a la globalización
estética imperante, se relaciona muy directamente
con el avance de
la insignificancia, (el desierto crece decía
Nietzche) y creo también,
con la idea de Italo Calvino, y la de Coppola, expresada
anteriormente a propósito de una obra clásica,
o sea contemporánea.
–sólo voy a recordar
tres- Un clásico
es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos
críticos, pero que la obra se sacude continuamente
de encima. Un clásico es una obra que nunca termina
de decir lo que tiene que decir. Y por último,
es clásico lo que persiste como ruido de fondo,
y resiste, incluso allí donde la
actualidad más
incompatible se impone.
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