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La secta, una respuesta posible al malestar del capitalismo globalizado
Por María Cristina Oleaga
mcoleaga@elpsicoanalitico.com.ar
 
“Nuestro mundo es un mundo en búsqueda de un lenguaje, no sólo ahora sino constantemente, en parte porque el otro mundo, el del trabajo abstracto, nos va robando el lenguaje todo el tiempo, pero también porque nosotros estamos inventando nuevos haceres y nuevas formas de lucha todo el tiempo. La teoría social, el arte y la poesía son parte de esta búsqueda constante.”
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“El sectarismo está basado en el pensamiento identitario (es decir capitalista): pone etiquetas, concibe a las personas como parte de una clasificación. Si nuestro punto de partida es la dignidad, esto implica la aceptación que nosotros, como todos, somos contradictorios, auto-antagónicos, que desbordamos cualquier clasificación.” [1]

Introducción

¿Estaremos también nosotros, psicoanalistas, en búsqueda de un lenguaje?

Creo que, al menos, podemos decir que buscamos revitalizar, recrear un lenguaje. Es así si entendemos por lenguaje un modo de operar, desde lo simbólico sobre lo real que nos concierne: el sufrimiento subjetivo. Asimismo, podemos afirmar que buscamos un lenguaje si pensamos que necesitamos aggiornar herramientas para entender los cambios epocales y los modos en que éstos atraviesan a los sujetos. Desde luego, tenemos un tesoro de recursos, desde Freud en adelante, para servirnos de ellos en esa búsqueda.

Me interesa detenerme en el fenómeno actual de proliferación de las sectas como respuesta posible al malestar en la cultura, tal cual éste se presenta hoy.

Ahondar en los recursos y los modos con los que el Psicoanálisis puede abordar esta problemática sería motivo de otro trabajo. El arte, la poesía, e incluso el humor, estarán en juego en esa apuesta de rescate del sujeto en su singularidad más íntima.

La precariedad 

El cambio epocal toca a los sujetos incluso en el punto mismo de su constitución. Baste considerar las transformaciones que la ciencia y el mercado han aportado en lo que se llama capitalismo global. Desde la posibilidad de la clonación hasta la llegada de un sujeto a familias atípicas, pasando por la desestabilización de todas las creencias e instituciones modernas, todo nos lleva a detectar nuevas condiciones para la constitución subjetiva.

En este sentido, cada vez menos la sociedad valida la particularidad, cada vez más impulsa hacia la uniformidad. Los mandatos actuales, en todos sus aspectos -gozar, ser feliz, ser exitoso económicamente, vivir aceleradamente, ser joven y eficiente- determinan, en su exigencia superyoica feroz, que la amenaza de exclusión esté siempre en el horizonte. Es imposible cumplir y, a la vez, se espera que ese ‘imposible’ sea eliminado. El sujeto vive esa trampa como si el fracaso fuera efecto exclusivo de su propia incapacidad.

En paralelo, apreciamos la caída de ideales, de relatos que antes sostenían a los sujetos en el mundo. Ya ni estudiar, ni trabajar, ni nada parece garantizar cierta estabilidad y mucho menos resulta posible sostener la ‘dignidad’ que se le otorgaba a la bohemia, por ejemplo, si estaba al servicio de alguna ‘causa’, política, artística o del tipo que fuese. Todo se ha precarizado, y, en ese camino, los lazos sociales -y este punto debe importarnos especialmente- se han fragmentado, debilitado, han perdido consistencia. La vida misma, en este contexto, parece desprovista de sentido, fugaz, tipo zapping de pesadilla.


Precariedad subjetiva, precariedad en la pertenencia social son las dos caras de un mismo fenómeno, bien descripto por Bauman como lo ‘líquido’. 

En lo que nos concierne, la constitución del sujeto, si los ideales no tienen peso, si lo simbólico no contiene ni ordena ya del mismo modo, lo que irrumpe es el despliegue pulsional, el desarreglo del goce más allá del principio del placer, por fuera del marco de la sublimación y al ritmo que marca el mercado y la proliferación de los objetos que distribuye. Autoerotismo, pulsión parcial y aislamiento son los rasgos que predominan, y que dan un color tanático a la civilización actual. Entiendo describir en parte lo que Castoriadis conceptualiza como ‘avance de la insignificancia’; ‘crisis de sentido’ en el ámbito social y ‘crisis de representación’ en cuanto a la constitución subjetiva.

Consumo, objetos que el mercado ofrece a todos por igual, exigencia de satisfacción inmediata son los datos que, en la clínica, verificamos en patologías más ligadas al acto que a la represión. La castración parece ser algo de lo que se podría escapar, al menos es la ilusión que vende el mercado, que la ciencia alienta y que los consumidores esperan ávidamente llegar a obtener. Este punto, el rechazo de la castración como rasgo de época, es crucial para entender la proliferación actual de las sectas.

La respuesta de la segregación

Jaques Lacan, preocupado por el futuro del Psicoanálisis y por el rol de los analistas frente al malestar en la cultura, pudo anticipar efectos sociales devastadores ya en el año 1967. Así, vaticinó el daño subjetivo ocasionado por el discurso capitalista, el mercado y la ciencia. Apuntar a un 'para todos' desconoce lo particular del sujeto. El único refugio subjetivo que propone el mercado es la masificación. ‘Ser es ser como todos’.

Se trata de una paradoja ya que, si lo esencial del sujeto es su ‘diferencia’ -su ‘particularidad’- asimilarlo al conjunto implica su desaparición. Pensemos en el consumo masificado que es visto como índice del valor de un sujeto: las marcas, lo unisex, la uniformización. Se alienta un sujeto ‘lavado’ tanto de su sexo como de su historia, tanto de su ideología como de su proyecto más íntimo. Se apunta al surgimiento de un ‘consumidor’ amable y carente de espíritu crítico. La ciencia acompaña cuando pretende subsumir la subjetividad en lo biológico, cuando ofrece psicofármacos y pretende eliminar con ello el sufrimiento humano. Sufrimiento que, por otro lado, la ciencia pretende atrapar con sus casilleros descriptivos, eliminando así al sujeto.

Lacan hizo un llamado de atención a los psicoanalistas acerca del capitalismo, el malestar en la cultura y sus consecuencias. Previó que la instalación de este ‘para todos’ tiránico produciría efectos segregatorios brutales que llegó a denominar como ‘campo de concentración’:

“Abreviemos diciendo que lo que vimos emerger para nuestro horror, hablando del holocausto, representa la reacción de precursores con relación a lo que se irá desarrollando como consecuencia del reordenamiento de las organizaciones sociales por la ciencia y, principalmente de la universalización que introduce en ellas. Nuestro porvenir de mercados comunes será balanceado por la extensión cada vez más dura de los procesos de segregación.” [2]

Lo que tanto la ciencia como el mercado expulsan, forcluyen, la singularidad subjetiva, reaparece, entonces, en lo real.

Así, algunos jóvenes forman tribus a partir del o de los rasgos que los convierten en descartables para la sociedad: la pandilla, ‘los fraca’, los ‘pibes chorros’, etc. Son muestras de modos horizontales de organización a partir de ’hacer de defecto virtud’. Se trata de respuestas segregativas a la universalización que no permiten, sin embargo, una circulación deseante. La droga, asimismo, puede favorecer otras formas de agrupamiento compensatorio con un modo de satisfacción mortífera.

También podemos apreciar los efectos de segregación centrándonos en los sujetos que desconocidos, negados, por esa masificación buscan hacer emblema de su propio modo de ‘ser’, de gozar. De este modo, vemos surgir los grupos, las colectividades. Son los 'diferentes' que reclaman ser reconocidos por su particularidad: gays, transexuales, travestis, la serie es extensa. 

La secta como respuesta posible al malestar

La ‘secta’ es una respuesta segregatoria, y a menudo adictiva, al malestar actual. Se trata de un grupo ‘de riesgo’ que ejerce un control férreo sobre sus miembros, los manipula psicológicamente, y puede llegar incluso a su destrucción física. No interesa tanto el contenido de su ‘doctrina’ pues abarca tanto a grupos religiosos como a ciertas empresas de venta piramidal, tanto a algunos partidos políticos como a pretendidas instituciones gimnásticas, de yoga, de meditación, psicoterapéuticas, etc. Me interesa la estructura de su organización, sobre todo libidinal, la cual determina que sean lugares tan peligrosos y, a la vez, tan atractivos para los sujetos del mundo actual.

Muchos jóvenes, y otros no tan, se ven envueltos en sectas pues aspiran a encontrar allí un lugar en el que se les reconocerá su particularidad más esencial. Es uno de los modos en que se manifiesta la segregación. Es uno de los ‘anzuelos’ que ofrece la secta. En algunos casos, se materializa el aislamiento de los miembros en ashrams, por ejemplo, u otro tipo de comunidades de convivencia cerrada, parecidas hasta en lo fenomenológico al campo de concentración augurado por Lacan.

La prédica de los gurúes, de los maestros de toda clase, religiosos o de otro tipo, ofrece un lugar, explícitamente o no, un refugio, ante alguna agresión calificada como tal según el tipo de rasgo que se tome para agrupar a los adeptos.

Así, existen las sectas religiosas, sincréticas en general, aunque a predomino ideológico oriental, que prometen un ‘renacimiento’, un ‘crecimiento espiritual’, lejos del materialismo del mercado. Otras, más ligadas al narcisismo individualista, ensalzan la ‘vida sana’, cierto tipo de alimentación muy estricta, el retiro de las exigencias ciudadanas e, incluso, el asentamiento en el campo, lo que aseguraría más y mejor vida. La serie de los rasgos que se destacan es extensa.

Las sectas abrevan en la fragilidad del sujeto tal cual la promueve la cultura actual: su intolerancia a la castración. Se nutren del déficit de los ideales, del debilitamiento de los lazos sociales. Todas ellas, explícitamente o no, prometen el triunfo sobre la castración y llegan a montarse, para ello, hasta en la idea de la reencarnación. Se trata del aprovechamiento, por parte de los líderes, de las condiciones de precariedad subjetiva. Se apropian, así, de la economía, libidinal y de la otra, de los miembros. El pensamiento mágico, tan del gusto de los sujetos de la New Age, encuentra un buen lugar en la secta. Asimismo, toques de aseveraciones supuestamente científicas terminan de presentar una oferta de salvación lista para llevar.

En otra época la secta se presentaba como un reducto que sólo ‘atrapaba’ a sujetos psicóticos necesitados de contención extrema, una minoría, caricatura que algunos todavía creen vigente. Hoy la fragilización del sujeto en la civilización permite que la población afectada, grupodependiente, aumente considerablemente.

Las paradojas sectarias

La secta da un lugar de pertenencia, un ‘nosotros’ que, aunque rígido y altamente condicionado al cumplimiento de los preceptos, contrasta con el desamparo de los lazos ‘flojos’ que el sujeto padece a su alrededor. Para ello, le pide aislarse, separarse de sus orígenes, ‘desapegarse’, y concentrarse libidinalmente en el grupo, en los vínculos horizontales, en el ‘todos hermanos’, ‘todos iguales’.

Como consecuencia, las relaciones entre los miembros están afectadas por todos los rasgos del narcisismo, la competencia por el amor del líder, y la rivalidad. Esta circulación libidinal, intensamente descalificada en el interior del grupo, o se desconoce y se oculta o se dirige al ‘afuera’, hacia los ‘otros’ que no entienden, claro está, de qué se trata el ‘amor fraterno’ que une a la comunidad sectaria. Es por ello que los miembros dan muestras, contrastando con el ‘amor’ que suelen proclamar, de intenso despliegue agresivo hacia lo externo al grupo.

Asimismo, los vínculos internos horizontales se tornan necesariamente superficiales para evitar el surgimiento de rivalidades ocultas. El sujeto, tarde o temprano, se encuentra en soledad.

El líder, heredero de los ideales sociales desfallecientes, se convierte en el modelo, el Padre, que amará y protegerá de todos los peligros, a condición -claro está- de que se cumplan sus mandatos. Se escapa de la dictadura del mercado y se cae bajo el autoritarismo de una figura que representa su misma obscenidad, una figura del superyo. Bajo la apariencia de garantizar al sujeto su libertad, la secta lo somete a servidumbre.

Al buscar el reconocimiento de su diferencia, de sus significantes distinguidos o, incluso, al adscribir a los que la secta le ofrece, el sujeto pretende recortarse de una masa y encontrar un lugar. En las sectas cree lograrlo pero sólo para vivir como amenaza de desalojo y desamparo cualquier movimiento crítico o de disidencia que pueda habitarlo.

Hay, entonces, un nuevo encuentro, para el sujeto, con lo que tanto temía, con la amenaza de exclusión. Si no logra cumplir con los mandatos, si no puede seguir los preceptos, si duda, si flaquea enfermará, será expulsado, perderá los lazos con el resto, no alcanzará la sabiduría, la vida eterna, no logrará cambiar el mundo, etc. según sea la promesa sectaria de turno. La secta es la masa en su aspecto más cruel. La secta, como el mercado capitalista, le pide el ‘tener’ y el ‘ser’. El retorno de la angustia, el malestar evitado, puede abrir, entonces, espacio para el encuentro con un analista.

 
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Notas
 
[1] John Holloway. Poesía y Revolución. Ponencia impartida en la Primera Cátedra Latinoamericana de Historia y Teoría del Arte Alberto Urdaneta, Museo de Arte Universidad Nacional, Bogotá, 17 de septiembre de 2007. 

[2] Lacan, J., "Proposición del 9 de octubre de 1967", Manantial, pág. 22.
 
 
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