“Nuestro
mundo es un mundo en búsqueda de un lenguaje,
no sólo ahora sino constantemente, en parte
porque el otro mundo, el del trabajo abstracto,
nos va robando el lenguaje todo el tiempo, pero
también porque nosotros estamos inventando
nuevos haceres y nuevas formas de lucha todo el
tiempo. La teoría social, el arte y la
poesía son parte de esta búsqueda
constante.” |
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“El sectarismo está
basado en el pensamiento identitario (es decir
capitalista): pone etiquetas, concibe a las personas
como parte de una clasificación. Si nuestro
punto de partida es la dignidad, esto implica
la aceptación que nosotros, como todos,
somos contradictorios, auto-antagónicos,
que desbordamos cualquier clasificación.”
[1] |
Introducción
¿Estaremos también
nosotros, psicoanalistas, en búsqueda de un
lenguaje?
Creo que, al menos, podemos decir que buscamos revitalizar,
recrear un lenguaje. Es así si entendemos por
lenguaje un modo de operar, desde lo simbólico
sobre lo real que nos concierne: el sufrimiento subjetivo.
Asimismo, podemos afirmar que buscamos un lenguaje
si pensamos que necesitamos aggiornar herramientas
para entender los cambios epocales y los modos en
que éstos atraviesan a los sujetos. Desde luego,
tenemos un tesoro de recursos, desde Freud en adelante,
para servirnos de ellos en esa búsqueda.
Me interesa detenerme en el fenómeno actual
de proliferación de las sectas como respuesta
posible al malestar en la cultura, tal cual éste
se presenta hoy.
Ahondar en los recursos y los modos con los que el
Psicoanálisis puede abordar esta problemática
sería motivo de otro trabajo. El arte, la poesía,
e incluso el humor, estarán en juego en esa
apuesta de rescate del sujeto en su singularidad más
íntima.
La precariedad
El cambio epocal toca a los sujetos incluso en el
punto mismo de su constitución. Baste considerar
las transformaciones que la ciencia y el mercado han
aportado en lo que se llama capitalismo global. Desde
la posibilidad de la clonación hasta la llegada
de un sujeto a familias atípicas, pasando por
la desestabilización de todas las creencias
e instituciones modernas, todo nos lleva a detectar
nuevas condiciones para la constitución subjetiva.
En este sentido, cada vez menos la sociedad valida
la particularidad, cada vez más impulsa hacia
la uniformidad. Los mandatos actuales, en todos sus
aspectos -gozar, ser feliz, ser exitoso económicamente,
vivir aceleradamente, ser joven y eficiente- determinan,
en su exigencia superyoica feroz, que la amenaza
de exclusión esté siempre en el horizonte. Es
imposible cumplir y, a la vez, se espera que ese ‘imposible’
sea eliminado. El sujeto vive esa trampa como si el
fracaso fuera efecto exclusivo de su propia incapacidad.
En paralelo, apreciamos la caída de ideales,
de relatos que antes sostenían a los sujetos
en el mundo. Ya ni estudiar, ni trabajar, ni nada
parece garantizar cierta estabilidad y mucho menos
resulta posible sostener la ‘dignidad’
que se le otorgaba a la bohemia, por ejemplo, si estaba
al servicio de alguna ‘causa’, política,
artística o del tipo que fuese. Todo se ha
precarizado, y, en ese camino, los lazos sociales
-y este punto debe importarnos especialmente- se han
fragmentado, debilitado, han perdido consistencia.
La vida misma, en este contexto, parece desprovista
de sentido, fugaz, tipo zapping de pesadilla.
Precariedad subjetiva, precariedad en la pertenencia
social son las dos caras de un mismo fenómeno,
bien descripto por Bauman como lo ‘líquido’.
En lo que nos concierne, la constitución del
sujeto, si los ideales no tienen peso, si lo simbólico
no contiene ni ordena ya del mismo modo, lo que irrumpe
es el despliegue pulsional, el desarreglo del goce
más allá del principio del placer, por
fuera del marco de la sublimación y al ritmo
que marca el mercado y la proliferación de
los objetos que distribuye. Autoerotismo, pulsión
parcial y aislamiento son los rasgos que predominan,
y que dan un color tanático a la civilización
actual. Entiendo describir en parte lo que Castoriadis
conceptualiza como ‘avance de la insignificancia’;
‘crisis de sentido’ en el ámbito
social y ‘crisis de representación’
en cuanto a la constitución subjetiva.
Consumo, objetos que el mercado ofrece a todos por
igual, exigencia de satisfacción inmediata
son los datos que, en la clínica, verificamos
en patologías más ligadas al acto que
a la represión. La castración parece
ser algo de lo que se podría escapar, al menos
es la ilusión que vende el mercado, que la
ciencia alienta y que los consumidores esperan ávidamente
llegar a obtener. Este punto, el rechazo de la castración
como rasgo de época, es crucial para entender
la proliferación actual de las sectas.
La respuesta de la segregación
Jaques Lacan, preocupado por el futuro del Psicoanálisis
y por el rol de los analistas frente al malestar en
la cultura, pudo anticipar efectos sociales devastadores
ya en el año 1967. Así, vaticinó
el daño subjetivo ocasionado por el discurso
capitalista, el mercado y la ciencia. Apuntar a un
'para todos' desconoce lo particular del sujeto. El
único refugio subjetivo que propone el mercado
es la masificación. ‘Ser es ser como
todos’.
Se trata de una paradoja ya que, si lo esencial del
sujeto es su ‘diferencia’ -su ‘particularidad’-
asimilarlo al conjunto implica su desaparición.
Pensemos en el consumo masificado que es visto como
índice del valor de un sujeto: las marcas,
lo unisex, la uniformización. Se alienta un
sujeto ‘lavado’ tanto de su sexo como
de su historia, tanto de su ideología como
de su proyecto más íntimo. Se apunta
al surgimiento de un ‘consumidor’ amable
y carente de espíritu crítico. La ciencia
acompaña cuando pretende subsumir la subjetividad
en lo biológico, cuando ofrece psicofármacos
y pretende eliminar con ello el sufrimiento humano.
Sufrimiento que, por otro lado, la ciencia pretende
atrapar con sus casilleros descriptivos, eliminando
así al sujeto.
Lacan hizo un llamado de atención a los psicoanalistas
acerca del capitalismo, el malestar en la cultura
y sus consecuencias. Previó que la instalación
de este ‘para todos’ tiránico produciría
efectos segregatorios brutales que llegó a
denominar como ‘campo de concentración’:
“Abreviemos diciendo
que lo que vimos emerger para nuestro horror, hablando
del holocausto, representa la reacción de precursores
con relación a lo que se irá desarrollando
como consecuencia del reordenamiento de las organizaciones
sociales por la ciencia y, principalmente de la universalización
que introduce en ellas. Nuestro porvenir de mercados
comunes será balanceado por la extensión
cada vez más dura de los procesos de segregación.”
[2]
Lo que tanto la ciencia como el mercado expulsan,
forcluyen, la singularidad subjetiva, reaparece, entonces,
en lo real.
Así, algunos jóvenes forman tribus
a partir del o de los rasgos que los convierten en
descartables para la sociedad: la pandilla, ‘los
fraca’, los ‘pibes chorros’, etc.
Son muestras de modos horizontales de organización
a partir de ’hacer de defecto virtud’.
Se trata de respuestas segregativas a la universalización
que no permiten, sin embargo, una circulación
deseante. La droga, asimismo, puede favorecer otras
formas de agrupamiento compensatorio con un modo
de satisfacción mortífera.
También podemos apreciar los efectos de segregación
centrándonos en los sujetos que desconocidos,
negados, por esa masificación buscan hacer
emblema de su propio modo de ‘ser’, de
gozar. De este modo, vemos surgir los grupos, las
colectividades. Son los 'diferentes' que reclaman
ser reconocidos por su particularidad: gays, transexuales,
travestis, la serie es extensa.
La secta como respuesta posible
al malestar
La ‘secta’ es una respuesta segregatoria,
y a menudo adictiva, al malestar actual. Se trata
de un grupo ‘de riesgo’ que ejerce un
control férreo sobre sus miembros, los manipula
psicológicamente, y puede llegar incluso a
su destrucción física. No interesa tanto
el contenido de su ‘doctrina’ pues abarca
tanto a grupos religiosos como a ciertas empresas
de venta piramidal, tanto a algunos partidos políticos
como a pretendidas instituciones gimnásticas,
de yoga, de meditación, psicoterapéuticas,
etc. Me interesa la estructura de su organización,
sobre todo libidinal, la cual determina que sean lugares
tan peligrosos y, a la vez, tan atractivos para los
sujetos del mundo actual.
Muchos jóvenes, y otros no tan, se ven envueltos
en sectas pues aspiran a encontrar allí un
lugar en el que se les reconocerá su particularidad
más esencial. Es uno de los modos en que se
manifiesta la segregación. Es uno de los ‘anzuelos’
que ofrece la secta. En algunos casos, se materializa
el aislamiento de los miembros en ashrams, por ejemplo,
u otro tipo de comunidades de convivencia cerrada,
parecidas hasta en lo fenomenológico al campo
de concentración augurado por Lacan.
La prédica de los gurúes, de los maestros
de toda clase, religiosos o de otro tipo, ofrece
un lugar, explícitamente o no, un refugio,
ante alguna agresión calificada como tal según
el tipo de rasgo que se tome para agrupar a los adeptos.
Así, existen las sectas religiosas, sincréticas
en general, aunque a predomino ideológico oriental,
que prometen un ‘renacimiento’, un ‘crecimiento
espiritual’, lejos del materialismo del mercado.
Otras, más ligadas al narcisismo individualista,
ensalzan la ‘vida sana’, cierto tipo de
alimentación muy estricta, el retiro de las
exigencias ciudadanas e, incluso, el asentamiento
en el campo, lo que aseguraría más y
mejor vida. La serie de los rasgos que se destacan
es extensa.
Las sectas abrevan en la fragilidad del sujeto tal
cual la promueve la cultura actual: su intolerancia
a la castración. Se nutren del déficit
de los ideales, del debilitamiento de los lazos sociales.
Todas ellas, explícitamente o no, prometen
el triunfo sobre la castración y llegan a montarse,
para ello, hasta en la idea de la reencarnación. Se
trata del aprovechamiento, por parte de los líderes,
de las condiciones de precariedad subjetiva. Se apropian,
así, de la economía, libidinal y de
la otra, de los miembros. El pensamiento mágico,
tan del gusto de los sujetos de la New Age, encuentra
un buen lugar en la secta. Asimismo, toques de aseveraciones
supuestamente científicas terminan de presentar
una oferta de salvación lista para llevar.
En otra época la secta se presentaba como
un reducto que sólo ‘atrapaba’
a sujetos psicóticos necesitados de contención
extrema, una minoría, caricatura que algunos
todavía creen vigente. Hoy la fragilización
del sujeto en la civilización permite que la
población afectada, grupodependiente, aumente
considerablemente.
Las paradojas sectarias
La secta da un lugar de pertenencia, un ‘nosotros’
que, aunque rígido y altamente condicionado
al cumplimiento de los preceptos, contrasta con el
desamparo de los lazos ‘flojos’ que el
sujeto padece a su alrededor. Para ello, le pide
aislarse, separarse de sus orígenes, ‘desapegarse’,
y concentrarse libidinalmente en el grupo, en los
vínculos horizontales, en el ‘todos hermanos’,
‘todos iguales’.
Como consecuencia, las relaciones entre los miembros
están afectadas por todos los rasgos del narcisismo,
la competencia por el amor del líder, y la
rivalidad. Esta circulación libidinal,
intensamente descalificada en el interior del grupo,
o se desconoce y se oculta o se dirige al ‘afuera’,
hacia los ‘otros’ que no entienden, claro
está, de qué se trata el ‘amor
fraterno’ que une a la comunidad sectaria. Es
por ello que los miembros dan muestras, contrastando
con el ‘amor’ que suelen proclamar, de
intenso despliegue agresivo hacia lo externo al grupo.
Asimismo, los vínculos internos horizontales
se tornan necesariamente superficiales para evitar
el surgimiento de rivalidades ocultas. El sujeto,
tarde o temprano, se encuentra en soledad.
El líder, heredero de los ideales sociales
desfallecientes, se convierte en el modelo, el Padre,
que amará y protegerá de todos los peligros,
a condición -claro está- de que se cumplan
sus mandatos. Se escapa de la dictadura del mercado
y se cae bajo el autoritarismo de una figura que representa
su misma obscenidad, una figura del superyo. Bajo
la apariencia de garantizar al sujeto su libertad,
la secta lo somete a servidumbre.
Al buscar el reconocimiento de su diferencia, de
sus significantes distinguidos o, incluso, al adscribir
a los que la secta le ofrece, el sujeto pretende recortarse
de una masa y encontrar un lugar. En las sectas cree
lograrlo pero sólo para vivir como amenaza
de desalojo y desamparo cualquier movimiento crítico
o de disidencia que pueda habitarlo.
Hay, entonces, un nuevo encuentro, para el sujeto,
con lo que tanto temía, con la amenaza de exclusión.
Si no logra cumplir con los mandatos, si no puede
seguir los preceptos, si duda, si flaquea enfermará,
será expulsado, perderá los lazos con
el resto, no alcanzará la sabiduría,
la vida eterna, no logrará cambiar el mundo,
etc. según sea la promesa sectaria de turno. La
secta es la masa en su aspecto más cruel. La
secta, como el mercado capitalista, le pide el
‘tener’ y el ‘ser’. El retorno
de la angustia, el malestar evitado, puede abrir,
entonces, espacio para el encuentro con un analista.
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