EL
ASEDIO
Avanzaban despacio. A veces vislumbraba el brillo
de sus armas por entre los matorrales; de noche, el
resplandor de sus fuegos rompía la oscuridad
del bosque. De manera que no había sido un
sueño. Habían desembarcado realmente,
y en ese momento estaban formando un gran círculo
alrededor de mi casa.
Cada vez resultaba más evidente que me estaban
asediando a mí; precisamente a mí. Una
tarde, cuando se estaba poniendo el sol, vi venir
a uno de ellos hacia el chalé a galope tendido:
se detuvo de pronto a la entrada del jardín,
miró la casa, los alrededores, me miró
también a mí un buen rato, lanzó
un corto grito gutural y, girando el caballo, volvió
a desaparecer en el bosque con la misma velocidad
desenfrenada con la que había venido.
Me quedé aterrorizada. Era la primera vez
que veía a uno de cerca, y su aspecto era verdaderamente
espantoso.
También su caballo, a diferencia de todos
los que había visto siempre, parecía
un animal feroz: arisco, con ojos de fuego, rezumando
una fuerza salvaje.
La idea de lo que podría ocurrirme si cayera
en manos de aquellos hombres se apoderó de
mí y ya no me abandonó. Se fue haciendo
cada vez más obsesiva a medida que los oía
aproximarse inexorablemente formando un cerco
alrededor de mí.
Empecé a quedarme vigilando de noche, encogida
bajo las mantas, con las orejas bien abiertas, mientras
mi corazón latía con fuerza. A ratos oía
sus voces, así como sus cánticos, que
parecían gritos de muerte. Y por último
me pareció oír un ruido sordo, hueco,
reiterado, que venía de debajo de la tierra:
era como si alguien estuviera cavando sin descanso
en mi dirección. Quizá estaban construyendo
una galería subterránea para aparecer
de pronto en mi jardín o incluso dentro de
la casa... O quizá querían minar la
casa desde sus cimientos...
No eran sospechas infundadas. Pronto apareció
la primera grieta en la pared de la cocina. Otra la
descubrí una mañana en el techo del
cuarto de baño. Y el ruido iba en aumento;
ya llegaba a oírlo hasta de día.
En ese momento se hallaban a una distancia de unos
cincuenta metros de la casa. |