En Mar del Plata y Otros lugares y viajes, Osvaldo Picardo propone un recorrido por la ciudad, por la propia aldea, de acuerdo a un movimiento en clave musical.
Para ello se vale de las marcas que le han conferido un lugar singular dentro de la poesía argentina, una lengua medida, no exenta de gravedad, donde la descripción y la reflexión se embridan hasta corresponderse, al tiempo que se imprime al texto cierto efecto de clasicidad: esa “mezcla de memoria y deseo” que, lo mismo que en Kavafis, figura tan cara al autor, dialoga con la herencia de Occidente.
Es que cuando leemos a Picardo tenemos la impresión de leer otra lectura, una lectura poseída por la escritura: el poema se escribe desde la evocación, no del pasado –no hay melancolía en estos poemas- sino el deseo de poetizar, escena en la cual se actualizan los siglos de escritura ( no son tantos, después de todo ) que salen al encuentro del texto.
El poema en Picardo no está escrito bajo la vigilancia de sus mayores sino en convivencia con ellos, en un presente menos condensado por la ansiedad de sus propósitos que denso por el amor al tratamiento, menos en la solemnidad del legado que en la estela de una complicidad que sobrevive.
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