Las situaciones que describiremos transcurren en un grupo terapéutico con abordaje psicodramático. Hace un tiempo que el grupo trabaja, por lo tanto no es una sesión de inicio sino un corte del grupo ya avanzado en su dinámica. A partir de diferentes emergentes de las sesiones anteriores, propusimos trabajar la situación triangular con todos los integrantes del grupo.
Metodológicamente realizamos primero un caldeamiento [1]. Dimos en este caso la consigna de jugar de a dos y de a tres, contactándose inicialmente a partir de la mirada y luego a través de diferentes partes del cuerpo, como ser: manos, pies y espalda.
Luego propusimos un psicodrama interno [2] sobre el tema de la relación con los padres, pidiéndoles que a la escena evocada le pongan un nombre, compartiendo cada integrante el nombre de su escena con el grupo.
Acto seguido se conectan con el aquí y ahora, se indaga quién está preparado para empezar a trabajar y se comienza con uno de los participantes, dándose al resto de ellos la consigna de guardar el nombre y la escena propias para poder ir trabajando la de cada compañero del cual serán yo auxiliares [3].
La primera escena que surge es de Lucía, de 45 años, divorciada, sin hijos, quien perdió a su mamá a raíz de un cáncer cuando ella era muy pequeña, siendo criada por su papá y un tío materno, habiendo atravesado diferentes situaciones de pérdidas y abandonos desde su temprana infancia: muerte de su madre, casamiento de su padre con una mujer con quien Lucía no tuvo buena relación, diversas mudanzas siendo adolescente, etc.
Lucía trae una escena en la que está a los pies de la cama de sus padres, estando su mamá hacia un costado, dolorida por su enfermedad y su padre durmiendo al otro lado de la cama. Ella, de dos años de edad, está sentada sola a los pies de la cama sin que nadie la mire ni la escuche.
Al trabajar esta escena y observar la misma desde la técnica del espejo [4], Lucía se conecta con su soledad, siendo la tendencia al aislamiento la defensa con la que se manejó durante toda su vida.
Viendo esta escena en la que se matrizó su defensa de aislamiento y desconexión, Lucía necesita al retomar su lugar en la escena, gritar que la escuchen, como nunca en su vida pudo hacer.
Luego de este momento en que llora amargamente, comienza a elaborar su angustia tantos años guardada, iniciando un proceso de modificación de su conducta a partir de esta catarsis de integración [5].
Desde entonces comienza a registrar qué quiere y qué le molesta, revisando su vínculo con su tío, con quien convive, pudiendo empezar a plantearle a él cosas que le molestaban de la convivencia, pasando de ser un vínculo silencioso, de tipo fusional o diádico a ser un vínculo en movimiento con sus cosas buenas y malas.
Este mismo mecanismo lo utilizaba anteriormente con su ex marido, a quien mantenía, sin sentirse con derecho a protestar ni reclamar, pudiendo volver a revisar esa relación más profundamente.
En la situación grupal pasó de ser la última en hablar, cediendo el espacio a sus compañeros, a hablar en el inicio de las sesiones y hasta levantar la voz, defendiendo su lugar ante una compañera que no la deja hablar.
La modificación en los vínculos de Lucía continuó en su vida de relación donde tomando conciencia de su aislamiento, intentó ampliar su red sociométrica [6].
Carolina, de 40 años, separada recientemente, con tres hijos, vino de Uruguay siendo adolescente por cuestiones políticas de su familia, relata una escena en que sus padres discuten, poniéndola la mamá entre ella y el padre para evitar tener relaciones sexuales, y cuando el padre se enoja, la madre la manda a pedirle al padre que no se vaya.
Esta escena muestra como Carolina fue siempre instrumentada por sus padres para determinadas alianzas, quedando ella en un lugar de tironeo entre ambos, para evitar la amenaza siempre presente de perderlos.
Tuvo la ilusión de quedarse con el padre al viajar la madre a Buenos Aires como refugiada política, viniendo luego a acompañarla y a hacerse cargo de ella, debido a que la madre se enfermó.
Si bien queda instalada en una situación aparentemente triangular entre ambos padres, el lugar que ocupa con cada uno de ellos es un lugar fusional, ya que funciona en diferentes momentos como una extensión de uno o de otro, pasando a ser lo que al otro le falta.
Este modo de funcionamiento pasó a ser su matriz vincular para todas sus relaciones; con su marido durante su matrimonio y en una pareja que tuvo recientemente, en la cual había una tercera persona, lo que dificultaba establecer el vínculo, en el cual había tironeos y falta de cuidado.
En este caso se trabajó en su escena, como tomar un lugar diferente, salir de esos vínculos fusionales donde es la parte que completa al otro o el deseo del otro y poder tener su propio lugar.
El cambio más importante generado con esto fue en su autonomía económica, ya que dependía económicamente de su ex marido, tomó conciencia de sus gastos, se abrió nuevos espacios en lo laboral y generó mayores ingresos propios, además algo que tiene valor real y simbólico, empezó a arreglar su casa a la que describía como abandonada.
En lo transferencial, donde también había tironeos con dejar o no la terapia y descuidos con lo económico, paulatinamente empezó a ocupar su lugar, tomar más compromiso y a ser más cuidadosa.
Nora, de 55 años, casada, tiene 4 hijos ya grandes, su escena transcurre en su adolescencia, en el auto de sus padres, los padres adelante y ella atrás.
El padre no quiere que ella fume y su mamá le pasa un cigarrillo por detrás del asiento para que ella pueda fumar, supuestamente, sin que el padre se de cuenta.
Realiza una alianza con la madre en la cual el excluido era el padre, cosa que luego tendió a repetir a lo largo de su vida.
Se trabajó la escena psicodramáticamente, donde aparece la imagen caricaturizada del padre como el loco, generando temor por las reacciones violentas que podía tener y a quien había que aplacar.
El complementario a este padre loco es la de víctimas sometidas que serían tanto Nora como su madre, no tomando conciencia de la complicidad que la madre realizaba con ella, quedando esto plasmado como un modelo de relación de alianzas en función del género, repitiendo esto Nora en diferentes vínculos además de con la madre, ella con sus hermanas y ella con sus hijas mujeres, dejando a sus hijos varones y al marido afuera, igual que al padre.
Trabajar esto fue muy importante porque pudo verlo en su escena histórica y en la relación con su pareja se dio cuenta de cómo estaba constantemente aplacando los exabruptos de su marido y haciendo alianzas con las hijas.
Tomó conciencia de la connotación de miedo y culpa que tiene en su relación con los hombres.
En relación con la pareja de coordinadores pudo ver in situ, como hacía alianza con la terapeuta mujer, dejando de lado al terapeuta varón y a sus compañeros de grupo.
Trabajar esta situación de Nora, requirió un arduo proceso que apuntó a ayudarla a salir de su rol de víctima, a superar una depresión profunda y a recuperar su autoestima; esto llevó a una fuerte movilización en su pareja, que los llevó a replantearse si continuar juntos o no.
Paula, de 35 años, casada, comerciante, sin hijos, trae una situación de sus doce años, en la que está bailando con el padre en el living de la casa, en una situación de mucha seducción, mientras la mamá está enojada, en su cuarto.
Paula se da cuenta que su papá utiliza esto, usándola a ella para fastidiar a su madre y darle celos.
Asimismo asocia con otra escena en la que, siendo más chica, estaba bañándose con el padre, en la ducha, notando que él estaba en estado de excitación.
Esta relación altamente erotizada con su padre y de competencia con su madre se actualiza constantemente en Paula quien en diferentes grupos, de trabajo, de estudio y en el grupo terapéutico mismo, toma el lugar de la figuras de autoridad, ilegítimamente.
Siente que toda autoridad está descalificada o sospechada, como descalifica y desconfía de su padre, sin figura de ley, se transforma ella en quien pone las pautas compitiendo solapadamente con las figuras de autoridad, quedando luego atrapada en situaciones confusas.
En cuanto a la seducción, se involucra en situaciones donde hay un acercamiento de tono erótico muy fuerte con algún hombre y al querer el mismo tener una relación amorosa hay un corte muy fuerte de Paula, sin registrar cómo se involucró en esa situación.
Su comprensión de las situaciones tiene un fuerte tono intelectual, sin poderse conectar con lo emocional y generar cambios de conducta.
Paula, quien ha trabajado siempre corporalmente con diferentes técnicas y metodologías, luego de trabajar estas escenas, en las sesiones siguientes comienza a darse cuenta de su relación con su cuerpo, dice: mi cuerpo es de mi papá, sintiéndolo enajenado y no propio, dificultándole esto la conexión con el sentir y la posibilidad de hacer proyectos propios.
En los diferentes grupos tiende a ser apéndice de los líderes o los brillantes de cada ámbito, de los cuales buscaba ser la elegida para acoplarse a un proyecto.
En este momento se está replanteando sus propios proyectos laborales, de pareja y la posibilidad de tener hijos y formar una familia.
En otro momento del grupo, se trabajó lo diádico y lo triangular mediante esculturas [7], se les da la consigna de que realicen una escultura en la que estén su mamá, su papá y él o ella, contando con la ayuda de sus compañeros para tomar el rol de los otros integrantes de la misma.
El protagonista arma la escultura con sus compañeros como yo auxiliares y va haciendo cambios de rol con cada uno de los lugares, a fin de entenderla desde los roles de sus padres, que serían el locus [8] de sus matrices [9] de conducta.
Luego él o la protagonista, mira la escultura desde el espejo y suele conectarse con alguna emoción que le permite promover un cambio en la dinámica de la relación en una nueva escultura.
Tomaremos como ejemplo el trabajo con Juan, integrante del mismo grupo, de 32 años, soltero, estudiante de música, ante la consigna de trabajar la relación con los padres por medio de una escultura, realiza una escultura a la que llama la montaña donde él está sentado frente al padre y la mamá está de espaldas a él, siendo ésta, a su vez, el pilar de dicha montaña inaccesible. Dice que su madre nunca lo mira ni lo escucha y se pone a llorar.
Lo angustia mucho mirar esta escultura desde el espejo, ver que la mamá no lo mira y ese desinterés lo conecta con el desinterés que el tiene por todo: estudios, amigos, la vida.
Toma los otros lugares en cambio de rol [10] y se da cuenta de que como su mamá lo abandona, él abandona sus lugares, trasladando este modelo de relación con la madre a todos sus vínculos.
El intento de modificar la escultura lo conectó con la posibilidad de mirar y ser mirado, lo cual ya circulaba en el grupo porque Juan tendía a hablar mirando hacia abajo, no sosteniendo la mirada con sus compañeros.
Este trabajo abrió un camino de revisión y de cambio para Juan.
Algunas de las situaciones mencionadas evidencian la rematrización [11] de la conducta rigidizada o defensiva del protagonista y otras abrieron una línea de comprensión que requirió un trabajo posterior para lograr una modificación profunda.
Consideramos que estas viñetas de un grupo terapéutico sirven para graficar el trabajo con la triangularidad en terapia grupal, desde una perspectiva y abordaje psicodramáticos. |