O sea que es necesario que algo
tenga que ser tenido por verdadero,
no que algo sea verdadero. |
Nietzsche |
Freud escribe en Análisis terminable e interminable (1937) que “la relación psicoanalítica está basada en la verdad, es decir, en el reconocimiento de la realidad”. Son varias las preguntas que pudieran hacerse al respecto: ¿A qué se refiere con verdad? ¿De qué realidad se trata? ¿Qué relación existe o puede pensarse entre ambas?, etc.
Preguntas complejas que llevan a revisar varios conceptos y sus articulaciones posibles. Lacan mismo se ocupó de estas cuestiones en más de una ocasión, sosteniendo que “la palabra define el lugar de lo que se llama la verdad” [1]. Así, la palabra, el lenguaje, sería el elemento pivote para pensar estas cuestiones.
El lenguaje dispone de una combinación de significaciones compartidas que ordenan y prestan coherencia a la realidad humana; realidad humana que, si bien puede tener la apariencia de un “conjunto sistemático” gracias a dicha función lingüística, pone sobre el tapete la problemática de lo verídico y lo falso y de lo subjetivo y lo objetivo.
Si consideramos a la filosofía clásica, la verdad surge en términos de adecuación entre las cosas y el intelecto.
Sin embargo, en la primera clase de su seminario acerca de La ética del psicoanálisis, Lacan, comentando un trabajo de J. Bentham acerca de la dialéctica de la relación del lenguaje con lo real, pronuncia lo que ha cobrado cierto carácter aforístico: que la verdad tiene estructura de ficción, es decir, también de mentira. En este sentido, el engaño y la mentira no se oponen a la verdad como contrarios. Al menos no estructuralmente, y esta aclaración no es menor ya que si lo planteamos a nivel fenoménico podemos encontrar, por ejemplo, que las “mentiras reiteradas” constituyen una de las pautas de diagnóstico de los “trastornos disociales” según la CIE-10, o sea, pueden ser parte de un cuadro patológico en la infancia (y ni hablar de la simulación, la mitomanía y la fabulación). O también podemos encontrar que, desde el punto de vista moral, la mentira constituye una declaración de alguien que supone que es falsa o parcial, con intención de que los oyentes le crean, ocultando siempre la realidad parcial o totalmente. Y este acto es considerado como condenatorio e incluso pecaminoso. Mentiras, calumnias, difamaciones… y nada de esto es sin consecuencias. [2]
Pero decíamos que, en tanto fenómenos del lenguaje, mentira y verdad son equivalentes a nivel estructural. Esto significa que la realidad, tal como la conocemos, organizada a partir del lenguaje, no necesariamente se ajusta al “suceder efectivo” de los hechos. Más allá del consenso acerca del acontecer cotidiano, la realidad humana supone una interpretación de éste. Y es aquí donde se introduce el concepto freudiano de “realidad psíquica”, que designa “lo que, en el psiquismo del sujeto, presenta una coherencia y una resistencia comparables a las de la realidad material; se trata fundamentalmente del deseo inconsciente y de las fantasías con él relacionadas” (Laplanche-Pontalis, 1993).
En resumen, es posible pensar que la realidad humana no es otra cosa que la realidad psíquica, esto es, una interpretación de la realidad material influida por deseos, fantasías, conocimientos y experiencias previas, y puesta en forma a partir del código común del lenguaje.
Por lo tanto, no porque el lenguaje no se asemeje de inmediato a las cosas que nombra, está por ello separado del mundo; es parte de él, lo constituye, “continúa siendo, en una u otra forma, el lugar de las revelaciones y sigue siendo parte del espacio en el que la verdad se manifiesta y se enuncia a la vez” (Foucault, 1968). Y su “eficacia simbólica” es un fenómeno observable tanto en nuestra práctica clínica como en la vida diaria de cada quien.
Cito a modo de ejemplo –y para salir de tanta especulación–, la película Gossip, estrenada en el 2000, que si bien se encuentra lejos de ser una buena película y, más aún, podría considerarse como otra de las tantas películas norteamericanas sobre estudiantes, ilustra en su argumento, con todas las salvedades que implica el caso, muchos de los asuntos aquí propuestos.
El término gossip puede traducirse tanto como el acto de “charlar” o “conversar” como el de “chismear” o “rumorear” y sus efectos: los “chismes” o “rumores”. Ahora bien, estos no son otra cosa que productos del lenguaje hablado, y como tales influyen sobre la percepción que tenemos de la realidad.
La historia tiene tres personajes principales: Derrick Webb, Cathy Jones y Travis, estudiantes de periodismo, que conviven en un amplio departamento; y desarrolla los devenires a partir de un rumor principal que hace a la trama y dos o tres rumores secundarios.
Un primer rumor, sin ser el más importante, muestra la estructura de estas formas discursivas y las consecuencias que su difusión acarrea: los tres personajes están en un salón de baile, Travis intercambia miradas con una chica y Jones lo anima para que la encare. Travis se acerca y le ofrece la mano como saludo. El barman del lugar opina que Travis es “patético” en su trato con las mujeres, entonces Derrick inventa que Travis es hijo de una estrella de rock –sin mencionar cuál– y una súper modelo. Como ambos padres no tienen tiempo libre, Travis creció en hoteles entre mucamas y botones.
Travis regresa junto a sus amigos y propone irse del lugar porque no le fue bien con la chica, pero el barman lo interrumpe y les ofrece bebidas gratis como “cortesía de la casa”.
El barman cree en la historia inventada por Derrick, y la mentira comienza a circular entre los concurrentes al lugar, quienes observan a Travis y se preguntan acerca de la identidad del padre: Mick Jagger, Kurt Cobain, Bob Dylan...
En determinado momento, una de las personas se acerca a Jones y le dice que a todos les gustaría que Travis cantara para ellos. Los tres salen del lugar riéndose a carcajadas. “Mentira blanca” la llama Derrick.
Al día siguiente, camino a la Universidad, la chica con la cual Travis tuvo aquel “encuentro fallido” lo saluda de la manera más interesada.
El diccionario define al término rumor como una “noticia vaga u oficiosa” o un “ruido confuso, sordo e insistente”. Un rumor no es, para este escrito, otra cosa que una ficción discursiva que como tal no presenta la necesidad de confirmación empírica, no obstante lo cual se difunde de boca en boca, dando lugar a un modo particular de concebir ciertas realidades. En este sentido, G. Allport y L. Postman se refieren al mismo como una “proposición para creer” [3]. Por lo tanto, el rumor es un generador de ilusiones perceptivas: a partir de la “mentira blanca” que inicia Derrick, Travis deja de ser “patético” para ser visto como una “persona especial”, cualidad que le da el ser hijo de un rockero famoso y una súper modelo. Aquí, toda vaguedad, todo carácter confuso, es sustituido por una certeza sin asideros y la realidad deja de ser lo que es para ser lo que de ella se percibe. El campo de la percepción es entonces un campo ordenado en función de las relaciones del sujeto con el lenguaje, y es en este punto en donde se juega la tesis lacaniana para la cual el lenguaje no es un instrumento del sujeto sino un “operador”, en el sentido que el lenguaje “produce” al mismo sujeto. [4]
Una escena que resulta interesante y que agrega un dato más que considerable para pensar la construcción y percepción de realidades es la que se sucede en el escenario de una clase y que presenta el siguiente diálogo:
«Profesor Goodwin: - En 1995, la prensa amarilla publicó una historia en primera plana. [En una pantalla se observa la nota periodística con la foto del actor norteamericano Orenthal James Simpson y el siguiente titular: O. J. Cracks. Prosecution demands over 10 years in jail.] [5]¿Qué les parece?
Alumnos: - ¡Asesino!
Profesor: - Bien, al día siguiente el New York Times publicó esta historia. El máximo exponente del periodismo americano citó, sin disculpas, a una revista de chismes como su fuente. ¿Qué les parece? ¿Srta. Waters?
Waters: - Pues, las noticias y el entretenimiento parecen ser exactamente la misma cosa, ¿cómo saber si es verdad o no?
Profesor: - ¿Tiene alguna opinión sobre el asunto?
Waters: - ¿Una opinión?
Profesor: - Ocasionalmente, en el ambiente académico nos gusta pensar sobre el mundo en que vivimos. Pero quizá eso sea pedir demasiado de alguien que desperdicia gran parte de su creatividad en su pelo.
Derrick: - Creo que la Srta. Waters fue brillante.
Profesor: - Webb ha venido al rescate de la Srta. Waters. De seguro su gratitud será reconfortante. Pero al menos tenemos a alguien dispuesto a dar una opinión. Intentemos con otra empresa académica. Sustente su opinión con un argumento.
Derrick: - Bien, los rumores y las noticias son la misma cosa. Siempre han sido lo mismo. La gente cuenta historias. Es lo que nos hace humanos.
Profesor: - Vamos, Webb. Ate cabos. Sea claro.
Derrick: - Las personas contaban historias en sus tribus. Finalmente las escribieron y después vino la religión. Los evangelios son un montón de historias que se contradicen unas a otras. San Mateo dice esto y San Lucas dice “No, yo oí esto”.
Profesor: - ¿Cuál es su tesis?
Derrick: - Sólo digo que la gente es así. Hacemos cosas y chismeamos sobre ellas. Sería grandioso si fuéramos más nobles pero las historias no serían tan buenas. Me gustan los rumores. Son divertidos.»
En este diálogo se presentan varios puntos que quizás merezcan consideración siguiendo con las ideas expuestas, pero me interesaría hacer una pequeña digresión a partir de uno en particular: el papel del llamado “cuarto poder” como formador de opiniones. El funcionamiento que los medios de comunicación despliegan en las sociedades configura en gran parte el horizonte cognitivo, valorativo y existencial propio de cada época. Los temas de interés público, la constitución de hábitos y prácticas como modelos, la conformación y el reforzamiento de pautas de conducta que rigen tanto vidas públicas como privadas, e inclusive la propia concepción de lo social se enmarcan en el cuadro multifacético que constituye la información periodística.
Ahora bien, el diálogo precedente muestra que la lógica y la percepción de los hechos que ofrecen los medios distan mucho de ser inequívocas. La ideología que sustentaba en sus orígenes el rol social de la prensa y que sostenía el “dar a conocer los hechos tal como han sucedido en la realidad” o, al menos, de la manera más objetiva posible, ha dado paso a las ideas de “fabricación” de la realidad por parte de los medios, dando lugar a una distinción –para nada simple– entre un hecho ocurrido y un acontecimiento como puesta en escena en el discurso de la información.
Son múltiples y variados los factores que influyen y determinan el contenido de la información que nos llega a través de periódicos, radio, televisión, revistas o internet. Leonor Arfuch destaca las lógicas de mercado, la pugna de poderes, la diversidad de instancias de producción y recepción –como despachos de agencia, redes informáticas, fuentes oficiales, cronistas, testimonios, desmentidos, opiniones, voces de expertos, etc.–, la competencia inter-medios, y demás; todos factores que hacen que cada noticia sea el resultado de un sinnúmero de mediaciones. Ahora bien, la consideración que hago de este modo de funcionamiento de los medios de comunicación, o incluso de cualquier instancia que detente por designio o derecho un cierto poder o lugar de privilegio desde el cual influir sobre opiniones y concepciones, no pretende fomentar un escepticismo radical, sino dejar abierta la posibilidad del ejercicio de una mirada crítica sobre los mismos. De hecho es claro que las intenciones se tejen, se visten, se disfrazan en y por el lenguaje.
Retomando la película, el rumor a partir del cual se desarrolla el nudo del conflicto es sembrado por los tres protagonistas y gira en torno a dos personajes llamados Noami y Beau. Es vox populi en el campus que Noami prefiere esperar un tiempo antes de mantener relaciones sexuales con su novio Beau. En una fiesta ambos suben hasta una habitación, se besan y Beau pretende algo más pero Noami, quien se encuentra borracha, lo rechaza. Los efectos del alcohol hacen que Noami se quede dormida, entonces Beau la deja acostada y vuelve al salón principal.
Mientras ambos estaban en la habitación, Derrick espió lo sucedido desde el baño contiguo y tras la fiesta, junto a Jones y Travis deciden inventar un rumor como proyecto para la clase y seguirlo en sus sucesivas transformaciones. El rumor propuesto es el de que Beau y Noami efectivamente tuvieron relaciones sexuales aquella noche.
La gente hace circular –“como una balacera”, dice Travis– el rumor deformándolo en cada transmisión: se acostaron, tuvieron sexo oral, lo hicieron de pié, ella usa ropa interior de plástico, a ella le gusta tener varios compañeros, lo hicieron en la escalera de emergencia, mientras ella se quedó dormida debido al alcohol él abusó de ella...
El rumor llega a oídos de Noami, quien, al no recordar lo sucedido esa noche, cree en esta última versión y realiza la denuncia policial por violación.
La película muestra la manera en que todo rumor, que por definición no deja de ser una ilusión, es eficaz, ya que consolida escenas y situaciones. Pero además tiene consecuencias no esperadas, porque ilusionar no es sólo dar esperanza, sino también engañar, y ese engaño en la ficción lleva a una expropiación de la realidad y a que todas las acciones incrementen este desfasaje entre lo realmente vivido y la suposición sobre lo vivido.
“-¿En serio crees que puedan arrestar a alguien porque lo que la gente cree es más real que la verdad?-“, le dice Travis a Jones. ¿De qué verdad hablamos entonces? El lenguaje nomina, ordena, desordena e, incluso, constituye la realidad compartida, la cual sólo puede ser medio-dicha a partir de la palabra. Tiene sus efectos y consecuencias previstas e imprevistas, con buenas y malas intenciones. Pero ni victimas ni victimarios… ¿o sí?... depende. En todo caso, y como escribía un colega “la máquina formal morfa al hombre” [6], y esto simplemente porque no podría ser de otra manera.
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