Belli teje este libro con varias madejas simultáneas. Entrecruza las épocas, los lugares y también las posiciones que ella misma sostiene en cada ocasión. Es su historia la que se trama de este modo sutil y, a la vez, contundente. Así, nos lleva desde su infancia y su pertenencia a una clase acomodada en Nicaragua a su vida de guerrillera sandinista, pero los hilos que nos transportan de uno a otro sitio nos permiten hallar a la primera en la segunda, tanto como nos dejan entrever a la madre que hay en ella incluso cuando está dispuesta a seguir a un hombre más allá de lo que cree mejor para sus niños. Todo el tiempo, hablando por las muchas Giocondas, la poeta está presente, es un libro en prosa poética.
Además de la multiplicidad -propia de las mujeres- que la Belli tan bien combina, encontramos en ella otro rasgo femenino que contrasta con lo que nos cuenta acerca de algunos de los personajes masculinos. Sobre todo en relación con la mirada política, ella es capaz de desprenderse del peso de las teorías y buscar lo singular, lo que se le ocurre que encajaría mejor con lo que aprecia en su país. Es una posibilidad creativa que no teme salirse de los carriles esperables, que no teme inventar lo nuevo: “No podría vivir si no creyera que la imaginación puede crear nuevas realidades”. Se cruza con personajes antológicos, como Fidel Castro o Julio Cortázar entre muchos otros, sin perder por ello su personalísima mira.
Es el amor, quizás, su flanco más débil, cuando se entrega sin reservas y sufre la separación, los duelos, el desamor: “No sabía estar sola. Me había arriesgado a las balas, a la muerte, traficado con armas, pronunciado discursos, ganado Premios, tenido hijos, tantas cosas, pero no sabía cómo era la vida sin que la ocupara el pensamiento de un hombre, el amor de un hombre. No sabía quién era realmente yo sin la referencia de alguien que me nombrara y me hiciera existir con su amor”. Es significativo, en este sentido, el modo en que su madre la autoriza en cuanto al sexo, si tenemos en cuenta su pertenencia de clase: “Una mujer”, le dice antes de partir hacia la luna de miel, “debe ser una dama en su casa, pero no en la cama. En la cama, con tu marido, podés hacer lo que quieras. Nada está prohibido. Nada”. Es la misma madre que la acompaña incluso en momentos en que no comparte el modo en que Gioconda resuelve privilegiar su lugar como sandinista antes que su deber maternal.
Mujer, madre, guerrillera, poeta; es un gusto acompañarla en una vida tan rica. Es destacable el modo en que deja ver sus rasgos más íntimos, incluso aquellos de los que no se enorgullece, así como nos comparte sus alegrías y sufrimientos.
|