“La categoría básica de nuestros buenos
ciudadanos consiste en pensar que lo que no es ciudad, ni prócer, ni pulcritud no es más que un simple hedor susceptible de ser exterminado. Si el hedor de América es el niño lobo, el borracho de chicha, el indio rezador o el mendigo hediento, será cosa de internarlos, limpiar la calle e instalar baños públicos. La primera solución para los problemas de América apunta siempre a remediar la suciedad e implantar la pulcritud”
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Kusch Rodolfo, América Profunda, en OC, Tomo II ,p.13 |
Introducción
El presente trabajo se propone indagar partiendo de los conceptos de fagocitación, par ser/estar, hedor; y asimismo, en qué medida se mantienen éstos aún fértiles para interpelarnos como sociedad. Dichos conceptos en los que se basó su filosofar eran considerados por el propio Kusch con el provocativo mote de heréticos, en el sentido de que su pensamiento propondría, siempre, subvertir el pensar occidental como piedra angular de una posible filosofía, aun en ciernes; inmediatamente confrontaremos estas ideas con el texto Radiografía de la Pampa de Martínez Estrada que intenta mostrar una original ontología de lo americano en la que algunos de sus elementos constitutivos son también tema central en el Kusch de Seducción de la barbarie: análisis herético de un continente mestizo, pese a que el diagnóstico hecho por el ensayista/profeta M. Estrada dista por mucho del realizado por Kusch.
La cultura del ser y la del estar
Es menester comenzar por uno de los pilares que sostienen el pensar kuschiano y que remiten a dos improntas de cuño muy diferente: pensar desde el ser o hacerlo desde el estar. La diferencia entre ser y estar o mero estar. La cultura del estar es la existencia misma; la cultura del ser toma al mundo como aquello que debe conquistarse; la cultura del estar entiende que el mundo es refugio y amparo. Que Kusch insista y defienda el estar respecto del ser no implica que desconozca que la cultura europea ya habita en la americana, su actitud es, por un lado una reacción frente a lo europeizante; por otro, un intento que Kusch considera fundamental: traer al presente la cultura precolombina rescatándola en tanto en ella se halla una sabiduría que se encuentra negada frente al predominio de la racionalidad europea. La mirada kuschiana estriba en una construcción de las identidades de América, no a partir de una mirada nostálgica del pasado prehispánico, sino a través de la definitiva asunción de la identidad mestiza entendida ya no como un conflicto que ha de resolverse, sino como la imperiosa tensión que no es sino el combustible de lo viviente.
El ejemplo del símbolo de Cristo que nos propone Kusch es especialmente esclarecedor: “El símbolo de Cristo es rígido y no lo es. Participa de la eternidad y no participa de ella. (…) Un Cristo que sólo ‘es’ no pasa de un simple signo, y como símbolo es una mentira. El sacerdote que así diga, sólo es un administrador del ser de Cristo. Ha subordinado la fe en Cristo a la definición de Cristo. [Puesto que ] la vida no se impone, se encuentra, en tanto se deja estar en el vivir mismo (…) El ser de Cristo no es más que un punto de vista, una referencia para informarse sobre qué es” [1]
Cuando occidente se ha empeñado en conjurar esas fuerzas en tirantez constante ha creado como sustituto meras ficciones que, unas tras otras, iban recreándose; así se sucedieron en su historia guerras entre dos naciones, entre dos credos religiosos que se disputaban la verdad, etc. Pero la situación se hace palmaria en el propio hombre occidental actual, en lo que Kusch entiende es la mostración más estentórea de su decadencia: “los aspectos más negativos y antivitales de ésta- de la cultura de occidente-, especialmente esa cultura del burgo con ese hedonismo material y exterior” [2].
El pensamiento americano debe entonces tomar nota de los efectos perjudiciales para su existencia que traen aparejados ciertos intentos de occidentalizar nuestra cultura so pretexto de su pulcritud y su mensaje que pregona el progreso, por ello es que Kusch entiende que sólo a partir de la negación de aquello que hemos naturalizado se nos revelará la figura del hombre americano.
El hombre occidental ha desencantado la naturaleza y absorto en una lógica del progreso de acumulación infinita ya no se reconoce como parte de ella. En ese sentido puede ser considerado como “no hombre” o “medio hombre”, tal el mote que le aplica Kusch. De esta forma se evidenció que las distorsiones que se producían en el reflexionar sobre América procedían del basamento tenido hasta entonces como indiscutible, y que éste refrendaba como válido el falaz argumento de que las culturas nativas de América se encontraban en una situación de inferioridad respecto de la racionalidad occidental.
“La intuición que bosquejo aquí oscila entre dos extremos. Uno es el que llamo el ser, o ser alguien, y que descubro en la actividad burguesa de la Europa del siglo XVI y, el otro, el estar, o estar aquí, que considero como una modalidad profunda de la cultura precolombina y que trato de sonsacar a la crónica del indio San Cruz Pachacuti. Ambos son dos raíces profundas de nuestra mente mestiza –de la que participamos blancos y pardos- y que se da en la cultura, en la política, en la sociedad y en la psique de nuestro ámbito” [3].
La filosofía de Kusch es entonces una filosofía práctica, o lo que es lo mismo, en definitiva, un proyecto eminentemente ético-político, por ello, su parte esencial no puede estar exenta del contacto con el pueblo americano. El verdadero pensar lo americano, una vez superada la occidental dicotomía del par ser-no ser, posibilita el pensamiento situado en tanto pensamiento de grupo permitiendo comprenderse sin que esto implique que no se resista (en términos de negación) a toda interferencia del mundo exterior y que sea imprescindible en un análisis de dicho pensamiento observar que éste suministra el horizonte simbólico que inviste la realidad y que, además, se halla en un plexo donde se encuentran entrecruzados por una parte las decisiones prácticas del grupo ante el medio geográfico donde se emplazan y, por otra, la sabiduría autóctona acumulada a través de los siglos. Así es cómo Kusch nos lo aclara:
“De la conjunción del ser y del estar durante el Descubrimiento surge la fagocitación que constituye el concepto resultante de aquellos dos y que explica ese proceso negativo de nuestra actividad como ciudadanos de países supuestamente civilizados. (…). El calificativo hediento, que esgrimo a veces, se refiere a un prejuicio propio de nuestras minorías y nuestra clase media, que suelen ver lo americano, tomado desde sus raíces, como lo nauseabundo, aunque diste mucho de ser así. Evidentemente, tuve la deliberada intención de mostrar el hondo sentido positivo que tiene ese presunto hedor.” [4]
Kusch refiere a la fagocitación como a una extraña dialéctica que se produce en nuestro continente; en América Profunda la define como “la absorción de las pulcras cosas de occidente por las cosas de América, como a modo de equilibrio o reintegración de lo humano en estas tierras” [5] esta dialéctica no puede operar sino en un sentido positivo, ya que negar que América sea irremediablemente mestiza conllevaría negar su historia, Kusch encuentra que la diferencia ontológica entre el ser occidental y el estar americano no destruye ni a un polo ni al otro. La fagocitación acontece también por fuera de la vida americana, “ocurre en la gran historia- o sea la del estar- distorsiona, hasta engullirla, a la pequeña historia-la del ser-” [6]. Si el ser es fagocitable es por su carácter de absoluto pues carece de lazos vivientes que sólo el estar posee y le provee al ser para que el mundo cobre su necesaria dinámica.
En Esbozo de una antropología filosófica americana Kusch expone de qué forma el pensamiento occidental ha visto al hombre de América en una supuesta carencia, torpe e incapaz de comprender la tecnología y la lógica propia de la cultura occidental que se habría impuesto en América, es por eso que el occidental tampoco ha sabido entender al campesino y su cultura. Kusch plantea que para comprender el pensamiento popular éste debe basarse en la negación.
El hombre americano resiste el pensamiento occidental, porque éste no sabe entender su cultura. La cultura indígena, tal como lo establece el trabajo de campo y la perspectiva antropológica, es una cultura completa en sí misma, con su propio horizonte simbólico. Kusch muestra cómo la racionalidad occidental no admite otra lógica posible que la propia, es por ese motivo que Kusch se abocó a conocer a ese Otro en su derrotero y se propuso delinear un pensamiento emancipador que tuviera su centro no en el pensamiento colonizador sino partiendo del hombre de América, buscándolo en su propio hábitat e interpretando su vida cultural y espiritual.
Es América pues quien debe mostrar a sí misma su cultura, pero la base necesaria es partir de lo popular donde la lógica formal no es un elemento rector, su rol es secundario para el nativo americano. Si la lógica occidental es quien nos somete en nuestros modos de entendernos es en gran medida porque el argentino siente a América como lo ajeno; pone allí la barbarie a la que teme fundamentalmente por su ignorancia a la hora de responder qué es América, las categorías con que se intenta asir lo americano hacen que ésta se le vuelva constantemente incomprensible.
Kusch y Martínez Estrada: dos miradas sobre América
Difícilmente pueda decirse de Martínez Estrada lo que él dijo de Sarmiento: que quien estaba en contra suyo sin embargo estaba a su favor. Pero si ha de denegarse a Martínez Estrada esa centralidad que confirió a aquella figura intelectual con quien siempre quiso medirse, las razones para hacerlo tienen menos que ver con el calibre multiforme e inigualable de su obra que con el carácter no menos multiforme e inigualable, aunque no siempre por felices motivos, de la cultura argentina del siglo XX. Con todo, en el escenario del siglo pasado, en el que el repertorio de sus voces salientes nunca llegan a formar un coro tan nítido como en el siglo XIX, la de M. Estrada adquirió sin embargo un peso propio, a tal punto que su obra pudo ser largamente sostenida en el tiempo por figuras por doquier dispares, pero que convergían entre sí bajo la creencia de que en la reescritura de la obra del radiógrafo podían dirimirse asuntos centrales de la política y la sociedad argentina.
La obra de Ezequiel Martínez Estrada plantea ante todo un problema de límites; se trata de los límites literarios y epistemológicos del ensayo. Radiografía de la Pampa, inserta su discurso en una amplía tradición ensayística, la argentina.
Como ensayo, Radiografía de la Pampa asume –si bien pasible de impugnaciones- la tarea de mostrar, de señalar lo que hay y cómo ese mundo está atravesado por diversas formaciones de sentido.
En plena Argentina peronista, Martínez Estrada escribía que la realidad nacional estaba enteramente habitada, como en una pesadilla kafkiana, por espectros cuyas raíces se nutrían del seno mismo de una sociedad desquiciada; de este modo, en el mismo momento en que se establecían inéditos mecanismos de integración social para quienes habían vivido como verdaderos exiliados en su propia patria, el radiógrafo, crispado con un movimiento político en el que no veía mucho más que la forma rabiosa en que se reaccionaba contra los efectos disgregantes provocados por los poderes innominados de la civilización, anunciaba que la Argentina no era el nombre de una nación, sino la palabra que designaba un campo inhóspito, una frontera.
No había que creerle entonces a las memorias liberales que afirmaban que ese límite era el último paso a conquistar para ganarle el territorio a la barbarie y mucho menos aceptar, como hubiera querido Alberdi, que en este espacio fronterizo habían germinado las condiciones propicias para el vínculo entre los distintos. De la Babel sudamericana no surgía nítidamente la nacionalidad argentina, sino el monstruoso experimento por el cual la civilización se había convertido en la más cabal transfiguración de la barbarie.
Martínez Estrada hizo suyo, a lo largo de toda su obra, ese campo de reflexión. Quiso preguntarse cómo funcionaba una sociedad que multiplica parias allí donde debería crear ciudadanos, que estimula círculos donde debería producir nación, que destila miasmas mortíferos, allí donde debería forjar vínculos, en fin, que vive encerrada en el tiempo cíclico del mito, allí donde debería trascenderse en la historia. Como quiso pensar esta dislocación, M. Estrada se convirtió en un pensador de exilios, un pensador del desarraigo. Tan suya hizo esta figura, que nunca dejó de pensarse a sí mismo como un dislocado.
Es imposible soslayar aquí la presencia del Facundo como interlocutor privilegiado de Radiografía de La Pampa. Sarmiento había pintado el perfil psico-social de esa figura que él llamaba el gaucho malo; el paria aferrado instintivamente a su terruño y conchabado por el ejército para defender a un país del cual ignoraba tanto sus límites como su dudosa existencia en general. Resuenan los ecos del Martín Fierro, cuya única ley es el cuchillo, su territorio una llanura que se mide en sudores de caballo, y su pasado una familia que lo une a su rancho y a sus pocas pilchas, únicos patrimonios que no debe a ninguna ley o estado. Así la ley se conoce por la trampa, y es por sus intersticios que se cuela la vida de un individuo que deviene esencialmente antisocial dentro de un medio pretendidamente civilizado. Mientras que la letra se diluye sobre el papel, es el espíritu, la ley inscripta en los corazones, la que se robustece.
Bajo la figura de Vizcacha, del gaucho consejero, del padre que da consejos más que padre es un amigo, surgen los ardides, las leyes parasitarias del código que se asientan en un compendio popular que enseña ya no la simple evasión o el delito, sino el sofisma que alienta la comprensión siempre sesgada de la ley. Hay un momento de ambigüedad en el texto de M. Estrada con respecto a la concepción de la pseudoestructura. Por un lado, la pseudoestructura hace referencia a esa envoltura sin sustancia que recubre el tejido social, pero, además, parece surgir una segunda pseudoestructura, que es éste organismo parasitario que, adosado a la envoltura la debilita generando formaciones nuevas que compiten hasta cierto punto con las primeras.
En su texto Seducción de la barbarie: análisis herético de un continente mestizo Kusch muestra el poder indómito del continente americano. Donde el estar se niega a ser apresado por el ser. La mirada kuschiana se dirige sin vueltas a lo profundo, donde lo que prima es el caos y los miasmas originarios de América que brotan soslayando todo intento de imponerle reglas. Para M. Estrada esos miasmas impiden que en nuestra tierra germine la sociabilidad (¿la Civilización? ¿la Occidental?), tan preocupado por la inmensidad pampeana como inconsciente de que sus angustias están en sintonía con las sarmientinas, su texto nihiliza irremediablemente su diagnóstico: América no tiene futuro posible porque ha nacido maldecida por su geografía.
Desde una perspectiva singularmente diferente Kusch veía, en cambio, la tierra americana en su demonismo lo que hace es ser refractaria de la “ficción” de la comunidad. Kusch no duda en reconocer como positivo la exhuberancia vegetal y telúrica americana que se resiste a la mensura y al cálculo en forma herética; nos recuerda en el primer prólogo escrito por F.J. Solero cual fue su fervorosa recepción de esta gran obra: “(…) merced a ese coraje que -Kusch- alienta en todo su libro, en que cada herejía cometida nos hace pensar que necesitamos muchos herejes como él para asumir nuestro propio rostro” [7].
Conclusiones
Encontramos en los elementos constitutivos del pensar kuschiano elementos que reposicionan la experiencia de lo popular, ya sea lo popular-urbano, lo mestizo, lo argentino y esto como parte de un todo americano. Lo provechoso en términos de una filosofía práctica es que esta reflexión arcaica, indígena, se enfrenta inexorablemente a los procesos de aculturación, a la modernidad, al colonialismo y al capitalismo y se realiza a través de lo que denominó Kusch como fagocitación. Kusch propone enfrentar los procesos de aculturación con el ejercicio de la fagocitación que devora (y subvierte) la imposición identitaria y cultural. Lo testimonia Kusch de esta forma:
“(…) no seremos nosotros, sino la masa, la que se encargue de llevar esta fagocitación adelante ¿Qué pasaría en el caso de que las masas se hagan cargo de las estructuras importadas por nuestra minoría burguesa? Ese sería indudablemente el impacto evidente de la fagocitación, el punto de evidencia del relajo de las formas del ser, una experiencia como la del peronismo fue patente, porque este absorbió a la gente del interior pero no supo usar las estructuras occidentales que se daban aquí”.
Nuestra barbarie, en tanto posee fuerzas demiúrgicas debe ser realizada, en parte esto es lo que atravesó, si bien tangencialmente, por la mente de M. Estrada y que no quedó plasmado en su Radiografía; Kusch le espetaría años después en un brillante artículo titulado "Lo superficial y lo profundo en Martínez Estrada" publicado en el número 4 de la revista Contorno que lo que encontró el radiógrafo en lo profundo de América es pasible de una dura crítica no tanto por lo hermenéutico sino por lo axiológico de su diagnóstico, ya que M. Estrada dictamina que es lo prehistórico americano quien imposibilita que se funde una nación, mientras que para Kusch sin la asunción de que la prehistoria que es aún historia viva y sin ella no hay comunidad posible.
El pesimismo nihilista estradiano y su mente colonizada se hacen especialmente patentes en unos de los lamentos esgrimidos en el apartado Trapalanda:
“Aquellos generales y aquellos estadistas no querían la barbarie pero eran productos genuino de ella, y trabajaban, sin querer, para ella; eran bárbaros porque esos ideales de independencia y de unidad nacional, de disciplina, de orden, no pasaban de ser aspiraciones abstractas, sin base en la tradición ni en la vida histórica argentinas. Eran tesis” [8].
Orden, disciplina, tradición, unidad, en suma: progreso, tales las preocupaciones de M. Estrada en tan sólo unos pocos renglones. Todas las aspiraciones sufren la embestida de la maldita geografía americana que devora a quien osa hacerle frente. Adentrándonos un poco más en el texto, que siempre se mantiene en sintonía encontramos más quejas por los continuos palos en la rueda que la tierra le coloca a la modernidad; en Las Funciones nos interesa principalmente el profundo apartado dedicado al tema de la máquina, cuando ésta ingresa a la vida del hombre el trabajo ya se había convertido en algo mecánico, de forma que la maquinaria impone su derecho a competir libremente con la humanidad. Al sintetizar fuerzas y producir efectos de mayor alcance tanto en el espacio como en el tiempo, la máquina impulsa al hombre en la carrera de un progreso que no parece conocer fin ni merma, lo arranca de una pasible existencia natural para insertarlo en un mundo artificial que lo expone constantemente a nuevas necesidades.
M. Estrada analiza el caso del automóvil: nunca es más ostensible la falta de infraestructura de los caminos que cuando se vuelve un obstáculo para el desplazamiento de la máquina. Sin pavimento, el automóvil es inservible y la solución que venía a brindar (hacer menos sensible el tiempo y la distancia que median entre dos puntos), se convierte en un problema. Junto con ello surge la figura del automóvil como un objeto de lujo y ostentación para unos pocos; en definitiva, sin demanda real no hay mercado. Por eso es que “en caminos con baches, barrizales y huellas hasta los ejes, el caballo es otra vez –para el desencantado radiógrafo- el mejor automóvil” [9]
Volvemos así al tema de la estructura que no es pero parece, de la civilización que intenta imponerse más por sus símbolos que por sus realidades. Entonces, es preferible que un gobierno se entregue a las maniobras económico-políticas más insólitas para sostener la implantación de una maquinaria obsoleta para su tiempo, a que instrumente las medidas necesarias para proteger a un trabajador cada vez más precarizado. La civilización argentina propone el salto, se mueve por la lógica del puente, es un hito artificial en la geografía salvaje de la Pampa.
La maquinarias agrícolas e industriales, el automóvil, el avión, todos símbolos ficcionales de un progreso que no es tal. Y para culminar con la ilusión aparece la desmesura de un modelo educativo no menos infructuoso; la universidad que funciona en un país con índices altísimos de analfabetización.
“Descendiendo a la lucha sin ideales y sin fervor, el médico tendrá que consentir muchas veces en practicar las bellaquerías del curandero y el abogado las del procurador. La culpa de que la ciencia se parece a la mecánica, mientras que las necesidades se parecen a las cosas. Y todo desagua en la política” [10].
Como veíamos, el curandero y el procurador tienen de su parte el reino de las necesidades, mientras que el médico y el abogado poseen solamente su título como manifestación de un saber adquirido en instituciones oscuras y aisladas. Y es a través de esta doble condición que el profesional ve franqueado su ingreso al mundo de la política; por una parte el médico posee el posicionamiento que su profesión le brinda dentro de la sociedad, pero, además, cuenta con la fascinación y la credulidad que produce sobre el pueblo como curandero.
Hemos recorrido el camino kuschiano donde los opuestos se concilian y se asumen como formas que ya no necesitan ser negadas sino que éstas son condición necesaria de la constitución identitaria de la americanidad; en el caso de M. Estrada los opuestos son eternamente refractarios el uno del otro y el corolario es una pseudo-sociedad con una vida penosa, solitaria y sin esperanza alguna.
Preferimos siempre abrazarnos a la creencia que nos abre siempre a nuevos horizontes de la manera que nos lo sugiere Carlos Cullen en el prólogo de La seducción de la barbarie:
“Quien entienda ambas imágenes, la del café porteño y la de la pieza tapiada en Maimará, habrá entendido a este pensador americano, de los grandes, que supo mostrar la seducción real de la barbarie y –también pues no es poco- la seducción ficticia de la civilización, pero que, sobre todo, supo decirnos que desde la seducción no se crea, tan sólo se resiste o se defiende.” [11]
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