El Otro te mira. Con su ojo de cíclope que se abre hasta el límite mientras inclina hacia atrás su cabeza y luego volviendo de golpe hacia delante, te clava su mirada. En el centro del ojo brilla el reflejo de las mercancías. Y sonríe, sonríe sardónicamente. Promete, ¡ordena!: si cumplimos Su deseo promete amarnos si gozamos consumiendo. Consumiendo todo, en la medida en que todo es transformado en mercancía: y esa mercancía en el fetiche que oculta la falta que anida en el ser de cada sujeto. La falta originada en el sentido perdido: aquel que brilló en el origen de la vida psíquica en el cual el infans era el pecho, tal como Freud escribió el 12 de julio de 1938.
Ese Ojo es el que brilla en las pantallas: Gran Hermano que nos mira. Creemos mirar mientras en realidad somos mirados por ese brillo hipnotizador. ¡Brilla diamante loco! El brillo en la nariz como condición del placer... Las mercancías brillan en un fulgor que desmiente aquello que es nuestro imposible, esa completud imposible. Brillan, encandilan por la luz que emite ese Ojo y que las baña. Al brillar también encandilan a quienes las producen y consumen, haciéndolos invisibles unos para otros (Marx).
"Recuerda cuando eras joven
Brillabas como el sol.
Sigue brillando, diamante loco.
Ahora hay una mirada en tus ojos,
Como agujeros negros en el cielo".
Pink Floyd
En ese vértigo por un lado se oculta la falta, por el otro se recrea para seguir consumiendo; en ese vértigo encandilante y desorientador, con su brillo hipnótico, el inconsciente se satisface fugazmente: no hay falta, la Cosa está ahí, colmándonos: somos el pecho. Para luego perderse y angustiarnos y de nuevo a buscar lo que el Ojo nos señala. Estamos perdidos. Podríamos haber brillado como el sol pero nuestro brillo fue arrebatado por el ojo del Otro que nos lo devuelve hipnotizándonos. Se apropió de nosotros. Caemos en ese agujero negro, caemos infinitamente, sin fin. Y caemos para ser escupidos y volver a caer.
La oferta-demanda-promesa que hace el Otro del modo de producción capitalista, satisface el deseo de completud que anida en lo más profundo de la psique, allende el inconsciente; también deja sus marcas en los ideales del yo y en el superyó.
Miles de objetos son creados para dirigir nuestra sublimación hacia ellos: es a ellos que el Otro nos dirige. Y para ello, complementariamente, produce modelos identificatorios. Que son también mercancías. El sujeto transformado en una mercancía del Otro para satisfacerlo.
Las ofertas condicionan nuestras vidas y crean esclavos de la ecuación ingresos-tarjetas-préstamos-gasto… la vida en cuotas; una cinta sin-fin en la que transitan nuestras vidas. Agotados, conectados full time, trabajo full time, hastío y frustración full time: todo sucede causado por la promesa-orden-oferta de encontrar –¡finalmente!- la felicidad. La felicidad es un revolver ardiente (Lennon), nos quema, ya fue gatillado e hizo estallar las ilusiones de un estado de felicidad constante en el consumo. También en el consumo del otro, con el cual la frustración es cotidiana. Porque no nos completa, nos des-completa: malas noticias en la era de la completud garantizada. Ud. compra una heladera, un televisor, un celular, una computadora, y tiene “garantía de satisfacción” y de “confianza”. Se pide lo mismo de los lazos. Su fulgor es así momentáneo, y se transforman en una sucesión de fotografías.
El brillo del ojo del Otro produce también un tiempo escandido, apartado de la historia y sin futuro. Las cuotas, la vida en cuotas hablan de un presente eterno lleno del goce en objetos, actividades y lleno de frustraciones por la obsolescencia calculada que lanza a su vez a nuevas incorporaciones. La pulsión gira y gira enloquecida. Está sin brújula, o tiene la brújula enloquecida.
El Ojo devora el tiempo. Su promesa/orden es lo que no tiene límites, hasta que la muerte, la pérdida, la catástrofe advienen y nos sumergen en un presente eterno.
No perdemos el tiempo: nos perdemos en este tiempo. De producción y consumo acelerados y sin límite. Esa fue una de las promesas del Progreso. Que se hizo humo en Auschwitz (Touraine) pero no nos dimos cuenta. Ese Progreso daba un sentido claro a la vida colectiva e individual. Llegaríamos a la Tierra Prometida, a un lugar mejor que el actual, dando la ilusión de un sentido garantizado.
La noticia dice que a través de Tinder y Happn se producen (¡Ah, el capitalismo y la producción!) 2,5 millones encuentros por mes en Argentina. Las encuestas dicen que el placer que estas aplicaciones garantizan no se ha producido: las usuarias (no son sujetos, son usuarias, sujetos que han perdido su brillo) manifiestan sensaciones de abandono. La velocidad de “encuentros”, la variedad de oferta multiplica los encuentros fugaces, todo parece andar bien pero el otro luego desaparece. Una vez obtenido el objeto de consumo va a la búsqueda de otro objeto. No hay sujetos. Toda subjetividad se desvanece en el aire [1]. Así, la promesa que hace el Otro a través de estas aplicaciones, promesa de más placer y felicidad, tiene el resultado de mayor frustración, angustia e infelicidad.
Nos consumimos consumiendo lo que el Otro nos ordena. Lo que el Otro nos ordena y cómo nos ordena consumir. Haríamos cualquier cosa para satisfacerlo, para obtener su sonrisa. Hemos sido domesticados entre el superyó que vocifera desde El y nuestro sentimiento inconsciente de culpa: tal la clave del problema económico de masoquismo. Lo económico está anudado al masoquismo. Y la economía en su modalidad capitalista, ocupando el lugar central, nos acorrala y hace correr como conejillos en una cinta sin fin, una vuelta al mundo que nos hace estar siempre en el mismo lugar pero agotados y con la ilusión de estar avanzando. Adiós a las máquinas deseantes (Deleuze-Guattarí), fogoneadas por el imperativo del Otro, y adiós a la imaginación radical (Castoriadis). La capacidad de imaginar otro mundo se ha perdido. Amamos a Gran Hermano.
Me detengo en este punto; el brillo del Ojo ciclópeo produce desmemoria, enceguece recuerdos… casi no me acuerdo de lo que hice ayer, o esta mañana. ¿Y hace una semana? y la encuesta que hago señala que a los jóvenes les pasa lo mismo… : ¿acaso no escribí acerca de estas cosas ya? Recorro textos anteriores y encuentro frases que me evitan repetirme:
Se trata de que nuestro “Otro … está siempre insatisfecho, exige siempre más: objetos, juventud, salud, diversión, felicidad”. [2]
Claro, el insatisfecho es él –el Otro del capitalismo, que siempre quiere más- y nos hace sentir insatisfechos, frustrados…
Estamos ante “la grasa del capital: eso que junta y resbala al mismo tiempo, un magma que lubrica el lazo de los sujetos con la maquinaria capitalista, y al mismo tiempo ensucia, mancha, empasta”. [3]
¡Ah!, y también pensé y dije y retomo, porque la lógica de la vertiginosidad del consumo, del ansia que produce, de la promesa de eludir la castración tiene también este efecto:
“Hay una suerte de destitución de la significación de la mortalidad. Que no es solamente algo referido a la muerte. La significación de la mortalidad es aquella que se opone a la desmesura (la hybris), a la falta de límites, a lo ilimitado, hoy encarnado en el núcleo de la “racionalidad” de esta sociedad. La tragedia (tanto la griega como la isabelina, así como lo hacen tantos mitos y leyendas) alertaba contra el riesgo de traspasar determinados límites. Límites que no están dados de antemano sino que deben ser producto de la elucidación constante de los sujetos y de las sociedades sobre su mundo instituido. [4]
“En lo profundo de la psique se ha producido una compleja operación que impone una ecuación que dice que consumir de ese modo es bueno y conduce a la felicidad, felicidad que en esta época queda ligada a ser completo, completud que -a su vez- se significa como ligada a lo ilimitado. Si el sujeto consume ilimitadamente puede llegar a la completud. Claro que hay una trampa en todo esto: porque si algo es ilimitado, por consecuencia lógica, la completud no es posible. Solamente en el campo de algo que es mensurable puede haber completud. Y, en la práctica, se observa claramente algo que hemos señalado: lo que se termina produciendo es un estado de insatisfacción y frustración casi constante, ya que el Otro lo que le señala permanentemente al sujeto es el estar en falta. Siempre falta algo para estar completo, pero puede adquirirse. Aunque producida la adquisición volverá a abrirse el circuito”. [5]
Todavía no hablé de la clínica, pero ya había comentado antes:
“La pretensión de ser ilimitado es una trampa que en realidad consigue un estado de insatisfacción constante, metapsicológicamente ligado a la angustia automática y a lo que llamamos neurosis actuales, cuyas efectos se observan en la clínica como hiperactividad, insomnio, patologías psicosomáticas, estados de angustia sin objeto (a veces ligado a los llamados ataques de pánico), anorexias y bulimias, adicciones, etc. .” [6]
“Buena parte de los males clínicos de época han quedado girando alrededor de (lo que está) más allá del malestar en la cultura. Del síntoma neurótico se ha pasado a la proliferación de lo psicosomático, las depresiones, las adicciones, los pasajes al acto, las turbulencias a nivel del orden de sexuación, la crisis de los proyectos y procesos identificatorios, la angustia por no estar a la altura de la exigencia de goce, que muchas veces conviven con formaciones clínicas sintomáticas …” [7]
Si lo que se hace presente es el goce en lugar del deseo, estamos ante los estragos de la pulsión de muerte, en una sociedad en la que coexiste al malestar con lo que está más allá de éste. Si el malestar tiene que ver con la renuncia, lo que se hace presente hoy es la exigencia de ninguna renuncia.
La completud fue vivida en el origen de la vida: reino de lo autoerótico, cárcel para el sujeto, pulsión devenida mortífera. Hoy vemos como lo autoerótico se hace presente y hace de todos nosotros sujetos de fronteras lábiles, sea hacia el interior de la psique como en relación al otro. Es que el Otro nos las ha avasallado y las maneja a su antojo. ¡¡¡Ya no The Wall, estallada en mil fragmentos!! [8]
Estamos tabicados y al mismo tiempo expuestos. El ojo del Otro y su brillo encandilante, y nosotros enceguecidos y tabicados. Podríamos haber brillado…
Algo tenemos para aprender de Ulises, el astuto. Recordemos: el cíclope Polifemo. Para no ser engullido por éste –como lo hizo con dos de sus camaradas- Ulises lo emborracha, y entonces responde a su pregunta acerca de cual es su nombre. Ulises dice que su nombre es Nadie. Y borracho, Polifemo se duerme y Ulises destruye su ojo. Dolorido al despertar llama a los otros cíclopes que preguntan qué ha ocurrido, a lo que éste responde que Nadie lo ha lastimado… Ulises y sus camaradas huirán riendo, y Polifemo le pedirá a Zeus que lo castigue y así es como éste vagará por años hasta poder llegar a Itaca.
Se trata de destruir el Ojo y su brillo…
Sin este Otro nos aguarda un cierto destierro probablemente. ¿Pero no es acaso preferible vagar por lo real a permanecer encadenados al deseo de este Otro? Ya dijimos que lejos de ser un desierto, lo real es una selva que se entrega –no sin resistencia- a nuestro avance de significación. Para que retroceda la insignificancia hay que crear sentido, retomar la significación del proyecto de autonomía…
Más adelante en la odisea de Ulises advendrá el encuentro con las sirenas y su canto que llevaba a los hombres a naufragar. Tapa con cera los oídos de sus camaradas y pide ser atado al mástil de la nave. Puede escuchar así el canto, pero no sucumbirá al mismo ni sus hombres podrán oír su pedido de ser desatado, ni, obviamente, el canto de las sirenas.
¿Cómo eludir el canto de sirenas del Otro? ¿Cómo eludir su oferta/promesa/orden que satisface lo más profundo del ser, su ansia de volver a ser completo? ¿Cómo hacer oídos sordos a su llamado, cómo enmudecerlo?
Solo una tarea colectiva, decidida, una elucidación crítica sobre lo que el consumo ilimitado produce, ligado al modo de ser del capitalismo, solo ello, que debe ir de la mano de la destitución de este modo de ser de la sociedad, puede evitar el cataclismo, así como Ulises logró evitar su naufragio. La diferencia es que mientras Ulises sabía a dónde quería llegar -a su Itaca- nosotros debemos inventar en el camino un lugar que además, no será definitivo y en el cual Nadie nos espera. Como ya fue dicho: donde hubo Nadie tendremos que advenir Nosotros. Una tarea sin fin….
|